miércoles, 30 de abril de 2014

¡¿CÓMO HABREMOS LLEGADO HASTA AQUÍ?!

http://www.lne.es/oviedo/2014/04/30/habremos-llegado/1578232.html

El Otero

¡¿Cómo habremos llegado hasta aquí?!

Las memorias de una niñez vivida en la calle sin tantas precauciones como en la actualidad

30.04.2014 
¡¿Cómo habremos llegado hasta aquí?!
¡¿Cómo habremos llegado hasta aquí?!
Muchos de vosotros seguro que habréis recibido correos con una descripción muy nostálgica y pelín idealizada, como la que sigue, de una época y una infancia muy distante y distinta, pero es que, a poco que cerremos los ojos y abramos la puerta de los recuerdos, seguro que nos veremos en esa misma situación. A veces es suficiente una sugerencia para abrir esa puerta, y así fue. ¿Probamos? Empecemos por los viajes. Los que viajaban lo hacían temerariamente en coches sin cinturones de seguridad, sin ABS ni air-bag. Viajes de un porrón de horas con cinco o seis personas en un 600, como en el que íbamos a Valderas con mi cuñado Tino, y sin sufrir el síndrome de la clase turista. A veces hacíamos auto-stop y, mira tú, llegábamos a los sitios sin pensar que el alma caritativa que nos llevaba fuera ningún psicópata.
Andábamos en bicicleta, sin casco, claro. Con los patines de hierro "Sancheski" bajábamos Francisco Cambó a toda leche y, además, después de horas construyendo nuestros patinetes de rodamientos, nos lanzábamos por las mismas cuestas y sólo entonces descubríamos que nos habíamos olvidado de los frenos.
Los columpios, los pocos que había, eran de metal o de madera, que buena cicatriz conservo en salva sea la parte de una astilla clavada en los del Centro Asturiano. Luego, un mal rato en la Casa de Socorro de la calle Quintana para que terminara saliendo por su cuenta semanas después. Jugábamos a "cuchillo, tijera, ojo de buey" y nadie sufrió hernias ni dislocaciones vertebrales, bueno, quizá parte de mis numerosas dolencias lumbares sí tengan algo que ver...
Salíamos de casa por la mañana, jugábamos todo el día y sólo volvíamos cuando se encendían las luces de la calle, eso sí, cuando las había, que las pobres bombillas de los postes de madera de, al menos, Víctor Hevia poco duraban.
Nadie podía localizarnos. Buscábamos maderas donde fuera y hacíamos hogueras para quemar las sebes, por cierto, alguna se nos fue de las manos. Nos abríamos la cabeza jugando a guerra de piedras con los de la "Sindical", por ejemplo, y no pasaba nada, era cosa de niños y se curaba con Mercromina. Nadie a quien culpar, sólo a nosotros mismos. En el estanco de Ángel dejábamos buena parte de nuestros escasos ahorros en chuches de todo tipo y compartíamos refrescos o "Flaggolosina" (qué rico helado, del congelador lo saco congelado...) sin miedo a contagiarnos nada, pero no éramos obesos, si acaso, alguno era gordo y punto. De contagiarnos algo, los piojos en el colegio, cosa que nuestras madres arreglaban lavándonos la cabeza con vinagre caliente o fumigándonos con ZZ, lo que podría calificarse hoy como un arma química, sin duda. Estábamos siempre al aire libre, corriendo y jugando, y lo peor que te podía pasar era que tu madre te llamara a voz en grito por la ventana para ir a la tienda a hacer un recado, que ya eran ganas de fastidiar, hombre...
Por supuesto, nada de Play Station, tropecientos canales de televisión, WhatsApp ni Internet. Teníamos amigos, quedábamos con ellos y salíamos, o ni siquiera quedábamos, sino que salíamos a la calle y allí nos encontrábamos y, si alguno estaba en arresto domiciliario, allá que nos plantábamos en su casa a dar la matraca a la madre hasta que le dejaba bajar. Jugábamos a las chapas, a la peonza, a los banzones, al pío campo... Comíamos bolsas y bolsas de pipas y, aunque nos dijeron que pasaría, nunca nos dio ningún tipo de cólico miserere. Cuando entraba la sed, íbamos al bar de la Herradura a que el bueno y paciente de Luciano nos diera un vaso de agua, o bebíamos agua directamente del grifo de algún portal. El agua mineral, en la farmacia. Muchas lagartijas, ranas, ratas o pájaros sucumbieron... (Dios y San Francisco nos lo perdonen). En los juegos de la escuela no todos participaban en los equipos. Los que no lo hacían tuvieron que aprender a lidiar con la decepción. Éramos responsables de nuestras acciones y asumíamos las consecuencias, no había nadie para resolver eso. La idea de un padre protegiéndonos si transgredíamos alguna ley era inadmisible. Tuvimos libertad, fracaso, éxito y responsabilidad, y aprendimos a crecer con todo ello.
Llegamos a adultos con las justas frustraciones y, sobre todo, con la capacidad de reírnos de todo, empezando, claro, por nosotros mismos.
Era otra forma de ser y de vivir, no sé si mejor o peor, pero diferente. Eso sí, no cambio mi infancia por la de mis hijos. Palabra.

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