lunes, 27 de diciembre de 2021

TEATRO CELSO

Teatro Celso El ocio en la ciudad a comienzos del siglo XX
27·12·21 Si pensamos en teatros de Oviedo, a buen seguro que pensamos en el Campoamor y en el Filarmónica. Pero hubo más. Y más reciente que el teatro del Fontán, construido como corral de comedias en el siglo XVII y derruido, a excepción de su fachada, en 1901. Hoy, el solar que ocupaba es la biblioteca Pérez de Ayala. En la calle Quintana tuvimos otro, el Teatro-Circo Abruñedo, construido en 1883 según diseño de Juan Miguel de la Guardia. Fue destruido por un incendio el 12 de julio de 1893. En la calle Cimadevilla se ubicaba el teatro Ovies, en el lugar que había ocupado la capilla de San Nicolás, con 400 localidades. Queda pendiente una mirada a sus interesantes historias. Y a lo que vamos: el 17 de mayo de 1906 se inauguraba en la calle Jovellanos, donde se ubica actualmente el Hotel España, el Teatro Celso, un magnífico edificio fruto, una vez más, de la creatividad del gran De la Guardia (¿para cuándo su reconocimiento como hijo adoptivo?). Tenía dos espacios diferenciados, uno dedicado al teatro y otro como café restaurante. Su impulsor fue Celso Granda Álvarez-Buylla, comerciante local con raíces en Pola de Lena y hermano del pintor y orfebre Félix Granda. La prensa de la época se hacía eco de la noticia de la inauguración: “El acaudalado comerciante don Celso Granda acaba de construir un teatro que según noticias es elegantísimo y responde perfectamente a todas las exigencias modernas”. Para su inauguración se contrató a una compañía cómica que puso en escena dos comedias, “El amor que no pasa” y “El Nido”. El teatro, en su temporada inaugural, representaba “funciones de abono los jueves, sábados y domingos, dividiendo el espectáculo en secciones durante los restantes días de la semana. El empresario del nuevo coliseo es muy felicitado por la brillantez con que ha realizado su propósito. Pocos días después de la inauguración, tuvo lugar el primer concierto organizado por la Sociedad Filarmónica de Oviedo, promovido por un grupo de mecenas, entre quienes estaba Plácido Álvarez-Buylla González Alegre, primo de Celso”. Además de la música clásica el teatro ofrecía cinematógrafo, teatro por horas, varietés o zarzuelas. La apertura del teatro fue un revulsivo para la vida social de Oviedo, pero no todos lo veían con buenos ojos. Como narra Carlos del Cano en su magnífico trabajo “Historias del ocio de Oviedo”, donde detalla la historia de este y otros teatros locales, “con la iglesia topó el Sr. Granda, que no veía con buenos ojos los espectáculos paganos que ofrecía y, desde las páginas de los periódicos afines emprendió una campaña de desprestigio y acoso contra el nuevo teatro al que acusaban de programar espectáculos eróticos y subidos de tono en sugerencias sexuales” Quizá debido a este acoso contra su persona o que su rentabilidad no era la esperada, Granda desistió de continuar y se orientó a otros negocios. En 2013, con motivo de la vigésima edición de LibrOviedo, la asociación de libreros editó un facsímil del álbum impreso en 1906 con motivo de la inauguración. En ese álbum, Celso Granda escribió: “Este flamante edificio, que tu protección espera, te lo brindo, pueblo amado, para que en él te diviertas y goces las sensaciones que en la vida te despiertan, basadas en la moral, en la cultura y la ciencia, como exige el buen vivir, como exige la grandeza de la culta sociedad en la clásica tierra. Sí, pueblo, lo que te ofrezco con mi voluntad sincera has de apreciarlo tan pronto que el ‘Celso’ abra sus puertas”. Los daños sufridos tras la revolución de 1934 y la guerra civil acabaron con otro magnífico edificio del que, lamentablemente, ya no disfrutamos los ovetenses. https://www.lne.es/oviedo/opinion/2021/12/27/teatro-celso-61047963.html

martes, 21 de diciembre de 2021

ARDE OVIEDO

Arde Oviedo
20·12·21 No siempre la Nochebuena fue una noche de paz en Oviedo. Hace 500 años, en 1521, la Nochebuena ovetense no tuvo nada de buena. Un devastador incendio arrasó buena parte de la ciudad. Como Carballo escribió: “toda la ciudad se abrasó dentro de los muros, si no fue la Santa Iglesia que quedó libre en medio del incendio, aunque el maderage y andamios de una torre, que se iba haciendo, se quemó también”. Aunque lo más probable es que se produjera en casa del armero Alonso de Trexo, suele atribuirse el origen del fuego a un horno de pan que, desde entonces, fueron desterrados extramuros, a la zona del Campillín. Por la zona de la Puerta Nueva llegaban a la ciudad los que venían de jácara de la zona de San Esteban y aledaños, por donde había varios lugares de “dudosa reputación” y, claro, mal se hospeda el que llega tarde a la venta; se encontraban cerradas las puertas así que no había otra que quedarse al calorcillo de los hornos, lo que les valió el felino apelativo de “gatos del forno”, gentilicio que se hizo extensivo a los ovetenses aunque nunca superó al de carbayones. A estos Fermín Canella definía como “gente ruidosa y desocupada que se recogía y descansaba de sus correrías en los hornos de extramuros, donde recibieron el apelativo de gatos, tal vez porque arañaban hogazas de boroña y pan de bregadera”. Sobre el incendio da detallada información Tirso de Avilés, canónigo de la Catedral: “Encendiose en la calle de Cima, en las casas de Alonso López, que a la sazón eran las de Juan González de Oviedo, su yerno. Vivía en ellas Alonso de Trexo, armero yerno de Diego de la Rosa. Quemó toda la calle de Cima y el Hospital de San Juan, e iglesia de San Juan, e todo el barrio de la Chantria e Lonja fasta la puerta de la Gascoña. Y encendiose parte de San Pelayo. Y matóse con la mucha gente que acudió. Y ansí la calle del Portal, que es la calle detrás de San Tirso, e ansí mesmo quemó la calle que se dice de Solazogue fasta casa del Doctor de León, e del Cantón de la Barbería, fasta el Hospital de San Julián, e de la otra parte fasta las casas de Pedro Juárez de Poago, que es en la Ferrería. Y ansí mesmo se encendió la iglesia de San Salvador, que es la iglesia mayor, y quemose todo el maderage de la torre principal, que se hacía entonces de nuevo, e púsose el fuego en el maderage de las capillas de lo alto de dicha iglesia. Y matóse, aunque no fizo mucho daño. Ansí que quemó todo lo demás de la dicha ciudad, según dicho es”. No solo los hornos fueron expulsados extramuros. Diversos oficios tuvieron que desplazarse fuera de las murallas. Tal fue el caso de zapateros, correeros, vaineros, cerrajeros, armeros o herreros que trasladaron sus fraguas de la calle Ferrería a los Corrales. El incendio trajo más consecuencias. Por una parte, en febrero de 1522 se aprobaron nuevas directrices que imponían el uso de materiales que impidiesen el rápido avance del fuego, distancia mínima entre edificaciones y la prohibición de balcones y colgadizos así como mantener una alineación advirtiendo que ninguna persona fuera “osada de facer lo contrario so pena de çincuenta mil maravedises para la cámara e fisco de sus magestadaes”. Por otra parte, para ayudar a la ciudad a sobreponerse, el Emperador Carlos V concedió el privilegio de un mercado franco los jueves de cada semana “porque la dicha cibdad se quemo el año pasado de quinientos et veinte et un años”. Quinientos años de una efeméride que conviene recordar. Oviedo, nunca mejor dicho, resurgió de sus cenizas. En estos tiempos de tribulaciones e incertidumbres no vienen mal ejemplos de superación, esfuerzo común y esperanza. https://www.lne.es/oviedo/opinion/2021/12/20/arde-oviedo-60858426.html

lunes, 13 de diciembre de 2021

OLALLA, COMO UN CUENTO

Olalla, como un cuento La historia de la patrona de Oviedo
13·12·21 Voy a contarles una historia que casi podría pertenecer al género de los cuentos si no fuera porque, aunque milenaria, es tan real como trágica. En una lejana ciudad llamada Emérita Augusta, nació una niña a la que llamaron Eulalia. Corría el año 292. Era hija de un senador romano, Liberio. Como toda su familia practicaba una joven religión que se extendía por el imperio: el cristianismo. Esa nueva creencia no era del agrado del todopoderoso emperador Diocleciano, por lo que prohibió el culto a Jesús ordenando adorar a ídolos paganos. Los padres de Eulalia temían por su vida, por lo que optaron por llevarla a vivir al campo. De nada sirvió. La joven Eulalia decidió regresar a Mérida. Cuenta la tradición que después de un viaje pleno de sucesos milagrosos arribó a la ciudad el 10 de diciembre del año 304. La joven, temeraria, tenaz y valiente, se presentó ante el gobernador Daciano para protestar por una orden que consideraba injusta y que, como tal, no podría ser acatada por los cristianos. El gobernador intentó persuadir a Eulalia con regalos y promesas; vano intento. Eulalia se mantenía firme. Así que el gobernador le enseñó todos los instrumentos de tortura: “De todos estos sufrimientos te vas a librar si le ofreces este pan a los dioses, y les quemas este poquito de incienso en los altares de ellos”. Eulalia tiró el pan, echó por el suelo el incienso y le dijo: “Al solo Dios del Cielo adoro; a Él únicamente le ofreceré sacrificios y le quemaré incienso. Y a nadie más”. Eulalia había sellado su suerte. El juez ordenó que la golpearan con varillas de hierro y que sobre sus heridas colocaran antorchas encendidas. Consecuente y coherente con su fe. Así murió. Cuenta el poeta Prudencio que, al morir, la gente vio una blanquísima paloma que volaba hacia el cielo, y que los verdugos huyeron llenos de pavor y de remordimiento por haber matado a una criatura inocente. La nieve cubrió el cadáver y el suelo de los alrededores, hasta que varios días después llegaron unos cristianos y le dieron honrosa sepultura al cuerpo de la joven mártir. Poco después, en el sitio de su sepultura, se levantó un templo en su honor. ¿Y cómo acabó en Oviedo? Según el Obispo Pelayo: “Tras la muerte de Aurelio le sucedió Silo en el reino (..) Llegó a la ciudad que llaman Mérida y sacó a la Santísima virgen Eulalia, que había sido allí muerta y sepultada por los cristianos, del sepulcro en el que yacía y la metió en una caja que él mismo había mandado hacer. Y halló también la cuarta parte de la cuna de esta Virgen la cual, con la virgen santa Eulalia, trajo consigo a Asturias, al territorio de Pravia (..) Después de unos años, el Rey Alfonso el Casto trasladó la ya nombrada virgen Eulalia y la antedicha parte de su cuna a la iglesia de San Salvador de la sede de Oviedo, que él mismo había establecido, y la colocó en el tesoro de San Miguel Arcángel, colgando la caja con Santa Eulalia de la cadena de hierro que pendía sobre el Arca, en la que se esconden las varias y numerosas prendas de los santos. La parte de la cuna era costumbre llevarla al coro, para veneración de los fieles en el día de su festividad”. Esa tradición de venerar la cuna, habitual ya en el siglo XII, cambió, con el paso del tiempo, por la costumbre de llevar ante el altar la arqueta que contiene las reliquias de la santa, en una celebración en la que solía participar la Corporación Municipal. Ese arraigo de Santa Eulalia en Oviedo se tradujo, desde el 16 de febrero de 1639 por concesión del Papa Urbano VIII, en el nombramiento de santa Eulalia como patrona de Oviedo además de la provincia y de la diócesis. Olvídense de San Mateo y del Salvador. Unos cardan la lana y otros llevan la fama podría pensar de San Mateo nuestra Olalla; qué le vamos a hacer. En tiempos pasados, con motivo de la concesión del patronazgo, se celebraban en la ciudad festejos religiosos y profanos. En el acta capitular conservada en el Archivo de la Catedral. y recogido en el libro “Las reliquias de San Salvador” de Enrique López Fernández, leemos: “Que salgan los trece capitulares de a caballo y con la mayor modestia y compostura acompañen el Guión donde vaya el Breve del Patronazgo. Que el Magistral busque libros en la biblioteca para escribir la historia de la Santa. Que se corran toros, que se cante misa solemne y que predique el Sr. Obispo, que los prelados de las religiones asistan a Vísperas, Misa y Comedias. Y como parecen pocos los Capitulares de a caballo, que salgan también el maestro de la Capilla y el organista y los que tengan caballo. Que nadie suba a la torre para evitar desgracias en los fuegos de artificio. Que se pongan las ropas más ricas en la sacristía”. Al respecto de la posesión de las cenizas de Santa Eulalia también hubo sus tiranteces entre Mérida y Oviedo. Ese debate llevó a Antón de Marirreguera a componer “Cuando examen les abeyes”. Texto que se consideran entre los primeros escritos en asturiano: “Dirán ellos: morrió acá; /diremos nos: non morrió, / que está viva pa Asturies, /si está muerta pa vos (..) /Ella está mui bien acá. /L’otro vaya per ú fo, /porque están del nuestru llau /l’obispu y gobernador. /Nosotros los del capote, /cual con un ral, cual con dos, /seguiremos esti pleitu /fasta llevalu ante Dios”. Quizá la ciudad debería hacer algo más por mantener vivo el recuerdo de nuestra patrona protagonista de esta historia con tintes casi de cuento pero que encierra un testimonio de firmeza, valentía y coherencia que reconforta en estos días. La joven Olalla no pasó desapercibida para Federico García Lorca que le dedicó estos versos: “Nieve ondulada reposa / Olalla pende del árbol/ Su desnudo de carbón/ tizna los aires helados / Noche tirante reluce/ Olalla muerta en el árbol”. https://www.lne.es/oviedo/opinion/2021/12/13/olalla-cuento-60602937.html

jueves, 9 de diciembre de 2021

LOS CLARISOS

Los clarisos La oposición de un grupo de intelectuales contra la intervención de 1962 en el convento de Santa Clara
06·12·21 Si Oviedo tuvo la desgracia de ver cómo una gran parte de su rica herencia arquitectónica, artística o natural se perdía por diversas causas, no es menos cierto que tampoco faltaron voces que clamaron contra estos dislates. Tal es el caso de un grupo de ovetenses que, merecidamente, recordamos hoy. Merecidamente porque, con el fin de preservar una parte de la historia ovetense como era el convento / cuartel de Santa Clara, confrontaron con unas autoridades que, en 1962, no eran muy proclives a admitir discrepancias. Lo definía bien Javier Neira hace una década en las páginas de este diario: “De un lado, las todopoderosas autoridades franquistas: del otro un puñado de ilustrados que fueron motejados como ‘los clarisos’. Aceptaron el nombre supuestamente ridículo y lo convirtieron, con orgullo, en una divisa de la insumisión ante la prepotencia y la ignorancia de los jerarcas de la época. Un hito de sensibilidad hacia nuestro patrimonio cultural”. El 13 de septiembre de 1962 publicaron un manifiesto que, obviamente, no pasó desapercibido. Decía así: “Celebrándose ya como inminente la total o parcial destrucción de Santa Clara, con casi general aplauso de autoridades, prensa y público ovetenses, los que suscriben, sin dejar de rehuir toda polémica sobre un asunto en el que creen solo debieran entender los organismos competentes, desearían hacer notorio su inútil sentimiento ante esta nueva pérdida, a la que como adhesión al vituperado monumento, se declaran públicamente ‘clarisos’, sin olvidar que por ello tendrán que compartir los pocos deseables remoquetes prodigados actualmente al edificio, pero deseosos ante todo de que conozcan su sentir las demás personas que hoy o en el futuro puedan deplorar el derribo. Seguros de que tendrá usted la atención de ordenar que el periódico publique estas líneas, le quedan muy reconocidos, Manuel Álvarez Buylla, Manuel Cueto Guisasola, J. María Estrada, José Mª Fernández Pajares, A. del Fresno, José Manuel González, Paulino González Sandonis, Joaquín Manzanares, Emilio Marcos Vallaure, Bernardino Maside, J. Meana Feito, A. Rodríguez, Antón G. Rubín, Juan Ignacio Ruiz de la Peña, Eugenio Tamayo, José Ramón Tolivar Faes, Juan Uría Riu”. nullLos clarisos Unos días más tarde, el 22 de septiembre, LA NUEVA ESPAÑA, tras la recepción del manifiesto, publicaba: “Hemos recibido la extraña carta que más abajo reproducimos. Después de un silencio de años, por lo que asomarse a los órganos de información y opinión se refiere, los “abajo firmantes” se deciden a “salir en los papeles” cuando ya no caben más soluciones para Santa Clara que la que ya está a punto de realizarse. Entendemos, por ello, que ‘los abajo firmantes’ desean algo parecido a ‘anunciarse como clarisos’. En este supuesto, el camino más indicado es el de nuestra Administración, sección de publicidad, o bien el envío de tarjetas de visita. De todas formas, consultadas las normas pertinentes, teniendo en cuenta las facultades discrecionales de la Dirección y sin que sirva de precedente, accedemos gustosos a insertar la carta en la que diecisiete vecinos de Oviedo hacen profesión de fe ‘claricista’. Con respecto a algunos aspectos de la carta, que pueden ser objeto de comentario del lector, estimamos interesante concretar tan solo estos dos puntos: a) La historia de Santa Clara en los últimos años ha quedado certeramente recopilada, en toda su versión, por el alcalde de Oviedo, a través de las declaraciones que uno de estos días publicamos. b) En cuanto a que del asunto de Santa Clara sólo ‘debieran entender los organismos competentes’, el caso está diáfano: los ‘organismos competentes’ han dictaminado a tiempo y ni Santa Clara ha sido declarado monumento nacional ni ha merecido la atención del Ministerio de Educación Nacional –al que pertenece la Dirección General de Bellas Artes–, hasta el extremo de que el entonces titular manifestó rotundamente al alcalde de la ciudad que su Departamento no invertiría un solo céntimo en el edificio. Entre el cúmulo de anécdotas que en torno a Santa Clara se tejieron y que el público no conoce, no está de más airear una en estos momentos. Cierta personalidad de relieve, incluso internacional en el campo arqueológico e histórico, miembro de la Academia de Historia, cuando ahora hace un año, poco más o menos, conoció Santa Clara, se expresó en estos términos: ‘¿Y por esta porquería (ponga el lector otra palabra menos limpia) nos han traído de cabeza a los académicos?’””. Pues bien, una vez más un edificio histórico en peligro con una parte de la administración interesada en dejarlo caer. Y por otra, ovetenses preocupados por su historia, por su cultura por su ciudad. Que nunca nos falten. Sirvan estas líneas como homenaje, reconocimiento y gratitud a los clarisos de 1962 y a todos aquellos “clarisos” que siguen sintiendo y queriendo el patrimonio ovetense como algo propio. Lo que es de todos entre todos debemos cuidarlo. https://www.lne.es/oviedo/opinion/2021/12/06/clarisos-60362381.html