miércoles, 16 de abril de 2014

¿DÓNDE ESTÁN HOY LAS CRUCES?

http://www.lne.es/oviedo/2014/04/16/hoy-cruces/1572265.html

El Otero

¿Dónde están hoy las cruces?

Una reflexión ante el sufrimiento de los más débiles

16.04.2014 
¿Dónde están hoy las cruces?
¿Dónde están hoy las cruces?
Se desperezan las calles, inquietas y curiosas, y se queman con gotas de cera como lágrimas emocionadas. Los ecos de las cornetas y los tambores suenan como llantos esperanzados en medio del silencio y los nazarenos, con sus corazones teñidos de morado y negro y henchidos de emoción contenida a lo largo de todo un año, sienten los nervios aflorar: es el momento.
Un año más, la Semana Santa está aquí. Tiempo esperado por muchos; para unos, días de ocio, de descanso, de viajes, de vivencias profundas, de reflexión; de revisión para otros. Cada quien la vivirá como quiera. Por las calles de Oviedo se mezclarán turistas, vecinos, curiosos, cofrades... a la busca de ese fenómeno entre lo cultural, tradicional, turístico o religioso. Qué duda cabe de que se pueden encarar estos días desde muy distintas perspectivas, todas respetables, pero sí es cierto que cientos de personas acompañarán a las cofradías de la ciudad por las calles y seguirán las imágenes que representan la pasión de Cristo. Bien. Pero ante esas imágenes, ante estos días, yo, al menos, no puedo evitar mirar un poco más allá y preguntarme: ¿quién lleva hoy en día esos pesados maderos? Aún demasiadas cruces en nuestro presente. Demasiados caminos hacia Gólgotas particulares.
Intentemos acercarnos hoy a esos sufrimientos, contemplarlos, sopesarlos, recibirlos, aun sin entenderlos. Y cuestionarnos individual o colectivamente: ¿qué hacemos para mitigar la cruz del hambre en la que van clavadas más de 870 millones de personas, la mayor de las crueldades? ¿Qué hacemos para ayudar a esos millones, demasiados, de conciudadanos que sienten cada día el gélido soplo del paro? ¿Qué hacemos ante los que no tienen trabajo, ni casa, ni futuro, ni patria, ni esperanza? Y es que en este mundo, aquí mismo, en Oviedo, hay demasiadas cruces que esperan que nosotros seamos los cirineos del siglo XXI y ayudemos a soportar el peso insufrible de la cruz de la pobreza de multitud de personas, que viven en la miseria -muchos niños, a los que les estamos robando su infancia- o que no conocen otra cosa que sufrimiento y explotación. De la cruz de muchos seres humanos que en este mundo, cada vez más pequeño, sufren la cruz de las guerras, muchas olvidadas y lejanas, generadas las más por intereses oscuros e ilegítimos, pero que siguen dejando a la muerte campar a sus anchas. De la cruz de la agresión a la vida, a la vida con mayúsculas, con todo lo que implica y supone, incluyendo la desequilibrada y miope relación con la naturaleza, a veces explotada en modo salvaje. De la cruz que soportan muchas mujeres por el mero hecho de serlo, que sufren su particular calvario explotadas, humilladas, que comparten con sus pequeños el terror de vivir un infierno dentro de la propia casa, porque su pareja-padre es un auténtico canalla que cree que su mujer puede ser un mueble de su propiedad y, ante semejante infamia, madre e hijo buscan un rincón escondido donde tragar en silencio su miedo en su propio hogar. De la cruz de muchas madres que hoy, aquí, saben lo que es ir para la cama con las tripas rugiendo porque lo poco que hay para poner cada noche en el plato es para sus hijos. De la cruz de la crisis económica, que ha golpeado a estados enteros y a millones de personas, especialmente a quienes no han tenido ninguna responsabilidad en ella, y parece robarnos horizontes de esperanza, mientras los verdaderos responsables, auténticos mercaderes del templo de hoy, siguen especulando con nuestra dignidad abriendo, más aún, la brecha entre ricos y pobres. Ésas son las cruces de hoy. Cruces cuya sombra se debe proyectar sobre un camino de justicia y solidaridad con los que sufren y un deseo de transformación radical de este mundo en el cual quienes han recibido más sirvan y no sean servidos, y en el que el respeto a la dignidad de las personas sea para todos, pero, especialmente, para los que la sociedad ha considerado menos dignos, los olvidados y excluidos.
Como la saeta popular, diría que ojalá alguien nos preste, más pronto que 

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