lunes, 30 de noviembre de 2020

CALLES DE ENCUENTRO

EL OTERO

Calles de encuentro

Lo que dice de una ciudad y de sus habitantes la composición del callejero

Es fácil caer en la tentación de repetir algo ya escrito con anterioridad; por ejemplo: ¿Habla el callejero de una ciudad de sus habitantes? En cierta forma, sí. Es como un espejo en el que se reflejan emociones, querencias, costumbres… Es un libro repleto de nombres que, de una u otra forma, han ido moldeando ese inmenso bloque de barro que es nuestra propia historia. Corresponde a los responsables municipales lograr el mayor consenso en las ampliaciones o modificaciones del nomenclátor para evitar, en la medida de lo posible, nombres de quita y pon, flagrantes injusticias y posibles omisiones con aquellos que atesoren méritos contrastados. Lo que precede fue escrito hace apenas cinco meses. Afortunadamente, en ocasiones sí se da esa deseable aquiescencia. Quiero creer que es el caso del reciente bautizo a la plaza del complejo del bulevar del Vasco como Plaza de la Poesía, auténtica “oda a la esperanza”. La poesía tiene la fuerza suficiente para reunir en torno a sí el mayor asentimiento. Y esta iniciativa, qué duda cabe, viene a reforzar el proyecto de que Asturias sea Capital Mundial de la Poesía, apuesta a la que me sumé con entusiasmo desde que, a inicios de 2018, brotó de la mente creativa, soñadora y tenaz de Graciano García. El tiempo ha pasado y la idea ha cobrado cada vez más fuerza y ya es una sólida realidad. 

Vivimos tiempos complejos, por eso es necesaria la ilusión y la serenidad que puede aportar la poesía, un “arma cargada de futuro” en palabras de Gabriel Celaya. Qué bien estaría tener una plaza en Oviedo en la que poder leer, en sus baldosas, versos tan necesarios estos días; bien lo define Celaya: “Poesía necesaria / como el pan de cada día / como el aire que exigimos / trece veces por minuto”. O sentarse en uno de sus bancos en los que pudiéramos saborear, por ejemplo, el canto a la necesaria fuerza para seguir adelante de Goytisolo: “Nunca te entregues ni te apartes / junto al camino, nunca digas / no puedo más y aquí me quedo./ La vida es bella, tú verás / como a pesar de los pesares /tendrás amor, tendrás ami-gos”. Tal vez, en una de sus farolas, sería grato leer o gritar con Miguel Hernández: “Dejadme la esperanza”. Y en algún recoveco de ese ágora común, pararnos a compartir con Berta Piñán su deseo: “Que los años que vienen traigan tardes / muy largas y entre el sol como ahora por la ventana abierta / rescatando para nosotros, del tiempo, / el amor y la dicha”. Y quizá, como una hoja volandera más, penda de la rama de alguno de sus árboles el verso contundente de Ángel González: “Otro tiempo vendrá distinto a éste”. 

Pues sí. La poesía puede lograr que las calles y plazas sean un poco más de todos. Que sean, verdaderamente, calles de encuentro y esperanza.

https://www.lne.es/oviedo/opinion/2020/11/30/calles-encuentro-25756700.html

domingo, 22 de noviembre de 2020

DULCES RECUERDOS

 EL OTERO

Dulces recuerdos

Oficios y la memoria del Campo en el fallecimiento de Brígida Fernández


Hay oficios que solo perduran en la memoria. Tal vez mi generación sea la última que aún albergue recuerdos de algunos: maleteros portando equipajes o paquete-ría desde o hacia la estación. Limpiabotas que recorrían establecimientos hosteleros dispuestos a dar esmerado lustre y brillo al calzado para dejarlos relucientes como un jaspe. El afilador paragüero que tocando el chiflo con su característica melodía recorría las calles afilando cuchillos romos o envarillando paraguas desvencijados por el último temporal. Cómo no, los piperos. Soberanos de reinos repletos de tesoros en forma de golosinas, tebeos, sobres sorpresa, coches de plástico… Tener un “duro” era la llave de acceso al botín. El estanco de Ángel en Vallobín y el quiosco de la Chucha eran mis favoritos. Y, claro, los barquilleros. Con su bombo rojo, arca de las delicias, y aquella enigmática rueda de la fortuna, eran una parte esencial del Campo. Imposible atravesar la foresta franciscana sin que tirase de las mangas a mis padres reclamando una de aquellas galletas con capas de finas obleas embadurnadas de miel. O una columna de barquillos en inestable equilibrio. Pero aquellas galletas y aquellos barquillos, además del dulce placer, tenían una virtud añadida: nos enseñaron a ser generosos; no había día que no se compartiesen, en mayor o menor medida, con los hoy añorados cisnes o con Petra, tan golosa ella, intentado mitigar su penoso cautiverio. 

Hace unos días nos dejó una de esas personas que nos brindaron tantas horas deliciosas en las tardes franciscanas. Brígida Fernández. Llevaba ya unos años que había orillado su tambor rojo, su blanco batín y sus seis décadas endulzando infancias ovetenses. Leer la noticia y volar a serenas y plácidas tardes en el Campo fue inevitable. Horas que dejaban de ser tiempo. Tiempo que relegaba lo importante; simplemente, se desvanecía entre la verde espesura que nos aislaba del ruido y de la visión del perturbador tráfico circundante. El Campo, pues, era nuestra particular fortaleza. Allí la diaria rutina quedaba atrás. Y el futuro nos importaba un bledo. Había galletas y barquillos. Chicles, caramelos y pipas. Agua fresca y abundante en la fuente del Caracol y, si la propina había sido generosa, un helado de cucurucho para relamerse a conciencia saboreando el placer de lo efímero. Y, sin darnos cuenta, estábamos siendo protagonistas de la historia menuda de Oviedo. Porque aquellos niños de inicios de los 70 soñábamos, jugábamos, reíamos y dejábamos deslizar las horas como antes lo habían hecho otros muchos niños en décadas y décadas. Niños que crecimos bajo la sombra tutelar del Carbayón, clamorosa ausencia que aún cobija a sus hijos. Esas tardes de Campo nos enseñaron a entender lo que significa este espacio sustancial. Y a valorarlo. Y a rebelarnos frente a su olvido. 

La triste noticia de la partida de Brígida aviva muchos recuerdos. Brígida, con su presencia casi sempiterna, fue parte del Campo y también, por qué no, una parte del paisaje esencial de nuestra infancia. La misma que aún late con fuerza debajo de los años cumplidos.

https://www.lne.es/oviedo/opinion/2020/11/22/dulces-recuerdos-24565065.html

lunes, 16 de noviembre de 2020

ADIÓS AL MONTE DE PIEDAD

Adiós al Monte de Piedad

El fin en la ciudad de una institución que sirvió como recurso a quienes pasaban por malos momentos

Cuántas veces nos habremos sentido tunos cantando como el estudiante que lamenta lo triste y sola que queda Fonseca, lo triste y llorosa que queda su Universidad y los libros empeñados en el Monte de Piedad. Confieso que cuando oía esta canción de niño imaginaba el monte en cuestión como una especie de Gólgota; pero no, nada que ver. Evoco hoy esa conocida canción a causa de una noticia publicada en LA NUEVA ESPAÑA el 7 de octubre que pensé que tendría más trascendencia: “El Monte de Piedad de la Caja de Ahorros de Asturias, hoy Liberbank, institución dedicada al préstamo de bienes entregados en garantía, ha trasladado su sede de Oviedo al edificio del banco en Gijón”. No sé a ustedes pero a mí me parece que nos han metido un gol por toda la escuadra. Tengo la sensación de que nos han quitado un pedazo de historia de la ciudad y un poco de la esencia de nuestra capitalidad. 

Y es que el Monte de Piedad fue siempre una institución apreciada y querida por los ovetenses; posiblemente, de forma especial, por los más desfavorecidos. 

El Monte de Piedad de la Caja de Ahorros fue inaugurado oficialmente el 15 de enero de 1881. Su primera ubicación fue en el primer piso del n.º8 de la Plaza de Riego. En octubre de 1881 se traslada al n.º 9 de la desparecida calle Platería (¡ay esos viejos topónimos perdidos!) de donde se trasladó, en 1932, a la Plaza Alfonso II el Casto, con entrada por la calle Schultz, insertado en una parte del epicentro histórico de la ciudad, rodeado de piedras que podrían contar muchas historias de lo que fue palacio real, hospital de San Juan o la primitiva iglesia de San Juan. Este edificio, obra del arquitecto Rodríguez Bustelo, fue el primero propio del Monte de Piedad y Caja de Ahorros de Oviedo. Levantado en el solar n.º 6 de la plaza al que se anexionó una parcela cuya venta había sido solicitada al Ayuntamiento a inicios de 1930 y que fue comprada y cedida por el Marqués de San Feliz con la condición de destinarla a la construcción del Monte de Piedad. Esta fue su sede hasta 1945 en que se decidió la fusión con la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Gijón dando lugar al nacimiento de la Caja de Ahorros de Asturias en 1946. El Monte de Piedad permaneció en la sede de la plaza de Alfonso II hasta el 31 de octubre de 1960 en que se inauguró la sede de la Plaza de la Escandalera. 

Vaya hoy mi recuerdo a tantos y tantos ovetenses que a lo largo de muchos momentos de crisis, demasiados, se llegaron a sus puertas en busca de un aliento para salir de un bache merced a un préstamo rápido. Y no eran joyas necesariamente lo que depositaban. Ropas, enseres domésticos, una bicicleta… todo podía ser empeñado. De ahí que entre los peritos tasadores hubiera sastres, modistas, relojeros y, por supuesto, plateros. A partir de mayo de 1963 se decidió suprimir la sección de ropas. En la actualidad sólo se admiten como garantía joyas, objetos de oro, plata o piedras preciosas. El Monte de Piedad logró cubrir necesidades perentorias cumpliendo un valioso servicio. Por eso me apena ver que una institución tan enraizada en la historia ovetense se mude a la ciudad vecina. Así pues, por muy lícita y legítima que sea la decisión empresarial, no puedo evitar cierta sensación de pena; qué le voy a hacer. Y por mucho hotel de lujo que luzca en el futuro esa esquina de la plaza catedralicia, siempre, sospecho, quedará un hueco triste, solo y lloroso.

https://www.lne.es/oviedo/opinion/2020/11/16/adios-monte-piedad-23210081.html

domingo, 8 de noviembre de 2020

UNA OVETENSE PREDILECTA

EL OTERO

Una ovetense predilecta

El justo reconocimiento que el Ayuntamiento le debe a la cronista

 de la ciudad

Dice sabiamente el refrán que de bien nacidos es ser agradecidos. Siempre hay que encontrar el tiempo para agradecer a las personas que hacen una diferencia en nuestras vidas, como sostenía J.F. Kennedy. Y del sentimiento de gratitud no han de estar exentas las instituciones que, también, han de encontrar los cauces para reconocer a los ciudadanos sus méritos. A tal efecto, los ayuntamientos disponen de ordenanzas que regulan los honores y distinciones a otorgar; entre ellos, los nombramientos de hijos predilectos. En Oviedo, este reconocimiento se concede a “quienes, habiendo nacido en la ciudad, hayan destacado de forma extraordinaria por cualidades o méritos personales o por servicios prestados en beneficio u honor de Oviedo y que hayan alcanzado consideración indiscutible en el concepto público”.
Gozan de esta concesión, en casi un siglo, veintiséis ovetenses, entre ellos, Dolores Medio (1987), Joaquín Vaquero Palacios (1996), Leopoldo García-Alas (2012), o Ángel González (2018). Hoy, la proposición es que la ciudad reconozca como hija predilecta a Carmen Ruiz-Tilve, cronista oficial de Oviedo desde septiembre de 2002. Carmen tiene una calle en La Florida. Un colegio público lleva su nombre, probablemente la distinción que más la ilusionó. Y, dados los méritos que sobradamente atesora, es acreedora también al reconocimiento como hija predilecta.
Carmen Ruiz-Tilve, en su casa de Oviedo. | F. Rodríguez
Carmen Ruiz-Tilve, en su casa de Oviedo. | F. Rodríguez
Nacida en Oviedo en abril de 1941, pasó su infancia en la “Arcadia feliz”, como ella evoca muchas veces, de San Pedro de los Arcos. Estudió Filología Románica en la Universidad de Oviedo doctorándose en 1990. El premio de novela Ciudad de Oviedo y la obra narrativa de Dolores Medio fueron, respectivamente, el objetivo de sus tesis de licenciatura y doctoral. Ambas dirigidas por el profesor Martínez Cachero. Su andadura profesional se inició en el colegio Nazaret. En 1978 se incorporó como profesora a la Universidad de Oviedo. En 1999 logra la cátedra de Didáctica de la Lengua y la Literatura adscrita al departamento de Ciencias de la Educación. Durante dos años fue bibliotecaria en Filología. Su prolija obra literaria comprende varias publicaciones didácticas, una docena de libros, de temática ovetense principalmente, y siete novelas. Durante años nos regaló en estas páginas de LA NUEVA ESPAÑA sus deliciosos “Pliegos de Cordel”. Asimismo, desde marzo de 1999, es miembro del Real Instituto de Estudios Asturianos.
Además de toda su obra, son múltiples las asociaciones, colectivos o particulares que siempre encontraron acogida positiva y desinteresada a propuestas de pregones, charlas, colaboraciones escritas o prólogos. Y quiso el azar que mientras escribía estas líneas se conociese la noticia de que la Asociación de Escritores y Escritoras de Asturias haya decidido concederle el Premio de las Letras de Asturias, premio que refuerza más aún, si cabe, la propuesta.
Pero, sobre todo, lo que subyace en este currículum es su gran amor a Oviedo. En sus escritos, además de un gran conocimiento de todo lo ovetense, rezuma una contagiosa pasión. Y eso se nota. Carmen me enseñó a leer a Oviedo entre sus múltiples líneas y también es un inmejorable espejo para intentar aprender a escribir de esta ciudad inabarcable. En ella y en su obra está lo mejor de Oviedo. La esencia de un Oviedo auténtico alejado de tópicos. El Oviedo real por encima del tipismo de cartón piedra. Y todo lo ha compartido con exquisita generosidad. Supongo que la mayor satisfacción recibida por este ingente trabajo en favor de Oviedo y de lo ovetense es el sincero afecto de multitud de sus vecinos. Por eso propongo que nuestra Corporación reconozca este aprecio compartido por tantos ovetenses y conceda a Carmen Ruiz-Tilve el título de hija predilecta de la ciudad.
Carmen es una ovetense predilecta para numerosos ovetenses; seguro que están de acuerdo. Confiemos en que lo sea también con el reconocimiento institucional que, sin duda, merece. Dicho queda.

https://www.lne.es/oviedo/opinion/2020/11/08/ovetense-predilecta-22567537.html

    lunes, 2 de noviembre de 2020

    EL CRISTO DE SAN PEDRO

    El Cristo de San Pedro

    Un episodio olvidado de la historia de la ciudad