lunes, 27 de diciembre de 2021

TEATRO CELSO

Teatro Celso El ocio en la ciudad a comienzos del siglo XX
27·12·21 Si pensamos en teatros de Oviedo, a buen seguro que pensamos en el Campoamor y en el Filarmónica. Pero hubo más. Y más reciente que el teatro del Fontán, construido como corral de comedias en el siglo XVII y derruido, a excepción de su fachada, en 1901. Hoy, el solar que ocupaba es la biblioteca Pérez de Ayala. En la calle Quintana tuvimos otro, el Teatro-Circo Abruñedo, construido en 1883 según diseño de Juan Miguel de la Guardia. Fue destruido por un incendio el 12 de julio de 1893. En la calle Cimadevilla se ubicaba el teatro Ovies, en el lugar que había ocupado la capilla de San Nicolás, con 400 localidades. Queda pendiente una mirada a sus interesantes historias. Y a lo que vamos: el 17 de mayo de 1906 se inauguraba en la calle Jovellanos, donde se ubica actualmente el Hotel España, el Teatro Celso, un magnífico edificio fruto, una vez más, de la creatividad del gran De la Guardia (¿para cuándo su reconocimiento como hijo adoptivo?). Tenía dos espacios diferenciados, uno dedicado al teatro y otro como café restaurante. Su impulsor fue Celso Granda Álvarez-Buylla, comerciante local con raíces en Pola de Lena y hermano del pintor y orfebre Félix Granda. La prensa de la época se hacía eco de la noticia de la inauguración: “El acaudalado comerciante don Celso Granda acaba de construir un teatro que según noticias es elegantísimo y responde perfectamente a todas las exigencias modernas”. Para su inauguración se contrató a una compañía cómica que puso en escena dos comedias, “El amor que no pasa” y “El Nido”. El teatro, en su temporada inaugural, representaba “funciones de abono los jueves, sábados y domingos, dividiendo el espectáculo en secciones durante los restantes días de la semana. El empresario del nuevo coliseo es muy felicitado por la brillantez con que ha realizado su propósito. Pocos días después de la inauguración, tuvo lugar el primer concierto organizado por la Sociedad Filarmónica de Oviedo, promovido por un grupo de mecenas, entre quienes estaba Plácido Álvarez-Buylla González Alegre, primo de Celso”. Además de la música clásica el teatro ofrecía cinematógrafo, teatro por horas, varietés o zarzuelas. La apertura del teatro fue un revulsivo para la vida social de Oviedo, pero no todos lo veían con buenos ojos. Como narra Carlos del Cano en su magnífico trabajo “Historias del ocio de Oviedo”, donde detalla la historia de este y otros teatros locales, “con la iglesia topó el Sr. Granda, que no veía con buenos ojos los espectáculos paganos que ofrecía y, desde las páginas de los periódicos afines emprendió una campaña de desprestigio y acoso contra el nuevo teatro al que acusaban de programar espectáculos eróticos y subidos de tono en sugerencias sexuales” Quizá debido a este acoso contra su persona o que su rentabilidad no era la esperada, Granda desistió de continuar y se orientó a otros negocios. En 2013, con motivo de la vigésima edición de LibrOviedo, la asociación de libreros editó un facsímil del álbum impreso en 1906 con motivo de la inauguración. En ese álbum, Celso Granda escribió: “Este flamante edificio, que tu protección espera, te lo brindo, pueblo amado, para que en él te diviertas y goces las sensaciones que en la vida te despiertan, basadas en la moral, en la cultura y la ciencia, como exige el buen vivir, como exige la grandeza de la culta sociedad en la clásica tierra. Sí, pueblo, lo que te ofrezco con mi voluntad sincera has de apreciarlo tan pronto que el ‘Celso’ abra sus puertas”. Los daños sufridos tras la revolución de 1934 y la guerra civil acabaron con otro magnífico edificio del que, lamentablemente, ya no disfrutamos los ovetenses. https://www.lne.es/oviedo/opinion/2021/12/27/teatro-celso-61047963.html

martes, 21 de diciembre de 2021

ARDE OVIEDO

Arde Oviedo
20·12·21 No siempre la Nochebuena fue una noche de paz en Oviedo. Hace 500 años, en 1521, la Nochebuena ovetense no tuvo nada de buena. Un devastador incendio arrasó buena parte de la ciudad. Como Carballo escribió: “toda la ciudad se abrasó dentro de los muros, si no fue la Santa Iglesia que quedó libre en medio del incendio, aunque el maderage y andamios de una torre, que se iba haciendo, se quemó también”. Aunque lo más probable es que se produjera en casa del armero Alonso de Trexo, suele atribuirse el origen del fuego a un horno de pan que, desde entonces, fueron desterrados extramuros, a la zona del Campillín. Por la zona de la Puerta Nueva llegaban a la ciudad los que venían de jácara de la zona de San Esteban y aledaños, por donde había varios lugares de “dudosa reputación” y, claro, mal se hospeda el que llega tarde a la venta; se encontraban cerradas las puertas así que no había otra que quedarse al calorcillo de los hornos, lo que les valió el felino apelativo de “gatos del forno”, gentilicio que se hizo extensivo a los ovetenses aunque nunca superó al de carbayones. A estos Fermín Canella definía como “gente ruidosa y desocupada que se recogía y descansaba de sus correrías en los hornos de extramuros, donde recibieron el apelativo de gatos, tal vez porque arañaban hogazas de boroña y pan de bregadera”. Sobre el incendio da detallada información Tirso de Avilés, canónigo de la Catedral: “Encendiose en la calle de Cima, en las casas de Alonso López, que a la sazón eran las de Juan González de Oviedo, su yerno. Vivía en ellas Alonso de Trexo, armero yerno de Diego de la Rosa. Quemó toda la calle de Cima y el Hospital de San Juan, e iglesia de San Juan, e todo el barrio de la Chantria e Lonja fasta la puerta de la Gascoña. Y encendiose parte de San Pelayo. Y matóse con la mucha gente que acudió. Y ansí la calle del Portal, que es la calle detrás de San Tirso, e ansí mesmo quemó la calle que se dice de Solazogue fasta casa del Doctor de León, e del Cantón de la Barbería, fasta el Hospital de San Julián, e de la otra parte fasta las casas de Pedro Juárez de Poago, que es en la Ferrería. Y ansí mesmo se encendió la iglesia de San Salvador, que es la iglesia mayor, y quemose todo el maderage de la torre principal, que se hacía entonces de nuevo, e púsose el fuego en el maderage de las capillas de lo alto de dicha iglesia. Y matóse, aunque no fizo mucho daño. Ansí que quemó todo lo demás de la dicha ciudad, según dicho es”. No solo los hornos fueron expulsados extramuros. Diversos oficios tuvieron que desplazarse fuera de las murallas. Tal fue el caso de zapateros, correeros, vaineros, cerrajeros, armeros o herreros que trasladaron sus fraguas de la calle Ferrería a los Corrales. El incendio trajo más consecuencias. Por una parte, en febrero de 1522 se aprobaron nuevas directrices que imponían el uso de materiales que impidiesen el rápido avance del fuego, distancia mínima entre edificaciones y la prohibición de balcones y colgadizos así como mantener una alineación advirtiendo que ninguna persona fuera “osada de facer lo contrario so pena de çincuenta mil maravedises para la cámara e fisco de sus magestadaes”. Por otra parte, para ayudar a la ciudad a sobreponerse, el Emperador Carlos V concedió el privilegio de un mercado franco los jueves de cada semana “porque la dicha cibdad se quemo el año pasado de quinientos et veinte et un años”. Quinientos años de una efeméride que conviene recordar. Oviedo, nunca mejor dicho, resurgió de sus cenizas. En estos tiempos de tribulaciones e incertidumbres no vienen mal ejemplos de superación, esfuerzo común y esperanza. https://www.lne.es/oviedo/opinion/2021/12/20/arde-oviedo-60858426.html

lunes, 13 de diciembre de 2021

OLALLA, COMO UN CUENTO

Olalla, como un cuento La historia de la patrona de Oviedo
13·12·21 Voy a contarles una historia que casi podría pertenecer al género de los cuentos si no fuera porque, aunque milenaria, es tan real como trágica. En una lejana ciudad llamada Emérita Augusta, nació una niña a la que llamaron Eulalia. Corría el año 292. Era hija de un senador romano, Liberio. Como toda su familia practicaba una joven religión que se extendía por el imperio: el cristianismo. Esa nueva creencia no era del agrado del todopoderoso emperador Diocleciano, por lo que prohibió el culto a Jesús ordenando adorar a ídolos paganos. Los padres de Eulalia temían por su vida, por lo que optaron por llevarla a vivir al campo. De nada sirvió. La joven Eulalia decidió regresar a Mérida. Cuenta la tradición que después de un viaje pleno de sucesos milagrosos arribó a la ciudad el 10 de diciembre del año 304. La joven, temeraria, tenaz y valiente, se presentó ante el gobernador Daciano para protestar por una orden que consideraba injusta y que, como tal, no podría ser acatada por los cristianos. El gobernador intentó persuadir a Eulalia con regalos y promesas; vano intento. Eulalia se mantenía firme. Así que el gobernador le enseñó todos los instrumentos de tortura: “De todos estos sufrimientos te vas a librar si le ofreces este pan a los dioses, y les quemas este poquito de incienso en los altares de ellos”. Eulalia tiró el pan, echó por el suelo el incienso y le dijo: “Al solo Dios del Cielo adoro; a Él únicamente le ofreceré sacrificios y le quemaré incienso. Y a nadie más”. Eulalia había sellado su suerte. El juez ordenó que la golpearan con varillas de hierro y que sobre sus heridas colocaran antorchas encendidas. Consecuente y coherente con su fe. Así murió. Cuenta el poeta Prudencio que, al morir, la gente vio una blanquísima paloma que volaba hacia el cielo, y que los verdugos huyeron llenos de pavor y de remordimiento por haber matado a una criatura inocente. La nieve cubrió el cadáver y el suelo de los alrededores, hasta que varios días después llegaron unos cristianos y le dieron honrosa sepultura al cuerpo de la joven mártir. Poco después, en el sitio de su sepultura, se levantó un templo en su honor. ¿Y cómo acabó en Oviedo? Según el Obispo Pelayo: “Tras la muerte de Aurelio le sucedió Silo en el reino (..) Llegó a la ciudad que llaman Mérida y sacó a la Santísima virgen Eulalia, que había sido allí muerta y sepultada por los cristianos, del sepulcro en el que yacía y la metió en una caja que él mismo había mandado hacer. Y halló también la cuarta parte de la cuna de esta Virgen la cual, con la virgen santa Eulalia, trajo consigo a Asturias, al territorio de Pravia (..) Después de unos años, el Rey Alfonso el Casto trasladó la ya nombrada virgen Eulalia y la antedicha parte de su cuna a la iglesia de San Salvador de la sede de Oviedo, que él mismo había establecido, y la colocó en el tesoro de San Miguel Arcángel, colgando la caja con Santa Eulalia de la cadena de hierro que pendía sobre el Arca, en la que se esconden las varias y numerosas prendas de los santos. La parte de la cuna era costumbre llevarla al coro, para veneración de los fieles en el día de su festividad”. Esa tradición de venerar la cuna, habitual ya en el siglo XII, cambió, con el paso del tiempo, por la costumbre de llevar ante el altar la arqueta que contiene las reliquias de la santa, en una celebración en la que solía participar la Corporación Municipal. Ese arraigo de Santa Eulalia en Oviedo se tradujo, desde el 16 de febrero de 1639 por concesión del Papa Urbano VIII, en el nombramiento de santa Eulalia como patrona de Oviedo además de la provincia y de la diócesis. Olvídense de San Mateo y del Salvador. Unos cardan la lana y otros llevan la fama podría pensar de San Mateo nuestra Olalla; qué le vamos a hacer. En tiempos pasados, con motivo de la concesión del patronazgo, se celebraban en la ciudad festejos religiosos y profanos. En el acta capitular conservada en el Archivo de la Catedral. y recogido en el libro “Las reliquias de San Salvador” de Enrique López Fernández, leemos: “Que salgan los trece capitulares de a caballo y con la mayor modestia y compostura acompañen el Guión donde vaya el Breve del Patronazgo. Que el Magistral busque libros en la biblioteca para escribir la historia de la Santa. Que se corran toros, que se cante misa solemne y que predique el Sr. Obispo, que los prelados de las religiones asistan a Vísperas, Misa y Comedias. Y como parecen pocos los Capitulares de a caballo, que salgan también el maestro de la Capilla y el organista y los que tengan caballo. Que nadie suba a la torre para evitar desgracias en los fuegos de artificio. Que se pongan las ropas más ricas en la sacristía”. Al respecto de la posesión de las cenizas de Santa Eulalia también hubo sus tiranteces entre Mérida y Oviedo. Ese debate llevó a Antón de Marirreguera a componer “Cuando examen les abeyes”. Texto que se consideran entre los primeros escritos en asturiano: “Dirán ellos: morrió acá; /diremos nos: non morrió, / que está viva pa Asturies, /si está muerta pa vos (..) /Ella está mui bien acá. /L’otro vaya per ú fo, /porque están del nuestru llau /l’obispu y gobernador. /Nosotros los del capote, /cual con un ral, cual con dos, /seguiremos esti pleitu /fasta llevalu ante Dios”. Quizá la ciudad debería hacer algo más por mantener vivo el recuerdo de nuestra patrona protagonista de esta historia con tintes casi de cuento pero que encierra un testimonio de firmeza, valentía y coherencia que reconforta en estos días. La joven Olalla no pasó desapercibida para Federico García Lorca que le dedicó estos versos: “Nieve ondulada reposa / Olalla pende del árbol/ Su desnudo de carbón/ tizna los aires helados / Noche tirante reluce/ Olalla muerta en el árbol”. https://www.lne.es/oviedo/opinion/2021/12/13/olalla-cuento-60602937.html

jueves, 9 de diciembre de 2021

LOS CLARISOS

Los clarisos La oposición de un grupo de intelectuales contra la intervención de 1962 en el convento de Santa Clara
06·12·21 Si Oviedo tuvo la desgracia de ver cómo una gran parte de su rica herencia arquitectónica, artística o natural se perdía por diversas causas, no es menos cierto que tampoco faltaron voces que clamaron contra estos dislates. Tal es el caso de un grupo de ovetenses que, merecidamente, recordamos hoy. Merecidamente porque, con el fin de preservar una parte de la historia ovetense como era el convento / cuartel de Santa Clara, confrontaron con unas autoridades que, en 1962, no eran muy proclives a admitir discrepancias. Lo definía bien Javier Neira hace una década en las páginas de este diario: “De un lado, las todopoderosas autoridades franquistas: del otro un puñado de ilustrados que fueron motejados como ‘los clarisos’. Aceptaron el nombre supuestamente ridículo y lo convirtieron, con orgullo, en una divisa de la insumisión ante la prepotencia y la ignorancia de los jerarcas de la época. Un hito de sensibilidad hacia nuestro patrimonio cultural”. El 13 de septiembre de 1962 publicaron un manifiesto que, obviamente, no pasó desapercibido. Decía así: “Celebrándose ya como inminente la total o parcial destrucción de Santa Clara, con casi general aplauso de autoridades, prensa y público ovetenses, los que suscriben, sin dejar de rehuir toda polémica sobre un asunto en el que creen solo debieran entender los organismos competentes, desearían hacer notorio su inútil sentimiento ante esta nueva pérdida, a la que como adhesión al vituperado monumento, se declaran públicamente ‘clarisos’, sin olvidar que por ello tendrán que compartir los pocos deseables remoquetes prodigados actualmente al edificio, pero deseosos ante todo de que conozcan su sentir las demás personas que hoy o en el futuro puedan deplorar el derribo. Seguros de que tendrá usted la atención de ordenar que el periódico publique estas líneas, le quedan muy reconocidos, Manuel Álvarez Buylla, Manuel Cueto Guisasola, J. María Estrada, José Mª Fernández Pajares, A. del Fresno, José Manuel González, Paulino González Sandonis, Joaquín Manzanares, Emilio Marcos Vallaure, Bernardino Maside, J. Meana Feito, A. Rodríguez, Antón G. Rubín, Juan Ignacio Ruiz de la Peña, Eugenio Tamayo, José Ramón Tolivar Faes, Juan Uría Riu”. nullLos clarisos Unos días más tarde, el 22 de septiembre, LA NUEVA ESPAÑA, tras la recepción del manifiesto, publicaba: “Hemos recibido la extraña carta que más abajo reproducimos. Después de un silencio de años, por lo que asomarse a los órganos de información y opinión se refiere, los “abajo firmantes” se deciden a “salir en los papeles” cuando ya no caben más soluciones para Santa Clara que la que ya está a punto de realizarse. Entendemos, por ello, que ‘los abajo firmantes’ desean algo parecido a ‘anunciarse como clarisos’. En este supuesto, el camino más indicado es el de nuestra Administración, sección de publicidad, o bien el envío de tarjetas de visita. De todas formas, consultadas las normas pertinentes, teniendo en cuenta las facultades discrecionales de la Dirección y sin que sirva de precedente, accedemos gustosos a insertar la carta en la que diecisiete vecinos de Oviedo hacen profesión de fe ‘claricista’. Con respecto a algunos aspectos de la carta, que pueden ser objeto de comentario del lector, estimamos interesante concretar tan solo estos dos puntos: a) La historia de Santa Clara en los últimos años ha quedado certeramente recopilada, en toda su versión, por el alcalde de Oviedo, a través de las declaraciones que uno de estos días publicamos. b) En cuanto a que del asunto de Santa Clara sólo ‘debieran entender los organismos competentes’, el caso está diáfano: los ‘organismos competentes’ han dictaminado a tiempo y ni Santa Clara ha sido declarado monumento nacional ni ha merecido la atención del Ministerio de Educación Nacional –al que pertenece la Dirección General de Bellas Artes–, hasta el extremo de que el entonces titular manifestó rotundamente al alcalde de la ciudad que su Departamento no invertiría un solo céntimo en el edificio. Entre el cúmulo de anécdotas que en torno a Santa Clara se tejieron y que el público no conoce, no está de más airear una en estos momentos. Cierta personalidad de relieve, incluso internacional en el campo arqueológico e histórico, miembro de la Academia de Historia, cuando ahora hace un año, poco más o menos, conoció Santa Clara, se expresó en estos términos: ‘¿Y por esta porquería (ponga el lector otra palabra menos limpia) nos han traído de cabeza a los académicos?’””. Pues bien, una vez más un edificio histórico en peligro con una parte de la administración interesada en dejarlo caer. Y por otra, ovetenses preocupados por su historia, por su cultura por su ciudad. Que nunca nos falten. Sirvan estas líneas como homenaje, reconocimiento y gratitud a los clarisos de 1962 y a todos aquellos “clarisos” que siguen sintiendo y queriendo el patrimonio ovetense como algo propio. Lo que es de todos entre todos debemos cuidarlo. https://www.lne.es/oviedo/opinion/2021/12/06/clarisos-60362381.html

lunes, 29 de noviembre de 2021

LO NUESTRO (III)

Lo nuestro (III) La demolición de la antigua estación del Ferrocarril Vasco Asturiano
29·11·21 Continuamos hoy con esa mirada retrospectiva sobre el patrimonio perdido, no exenta de rabia y pena. Damos otro pequeño salto en el tiempo; esta vez algo más cerca. Al 3 de noviembre de 1989. Ese día Feve, al amparo de la licencia concedida a finales de julio, inició el derribo de la Estación ovetense del Ferrocarril Vasco Asturiano. La compañía negaba que el rápido inicio de las obras tuviera que ver con la reciente creación de la plataforma pro Vasco que perseguía la declaración de Bien Cultural del edificio. Para la joven plataforma cívica, la empresa “precipitó arteramente” el derribo. Obviamente Feve lo negaba, pero esto de las prisas no supone una novedad. Al mediodía, la demolición se consumó. La plataforma manifestaba que “su premeditación, alevosía, prepotencia, chulería y desprecio por la opinión pública, sólo es comparable a su rapacidad. Feve está expoliando a todos los asturianos al destruir su patrimonio cultural, pero también está haciendo un fabuloso negocio al traficar con el patrimonio público”. Consideraban al Ayuntamiento “cómplice de este crimen, al llegar a un acuerdo con la empresa en el que lo único que se obtuvo para la ciudad es daño, burla y vergüenza”. De nada sirvieron las gestiones ante el gobierno autonómico; el derribo era un hecho. El alcalde, Antonio Masip, quien posteriormente manifestaría en varias ocasiones que lamentaba “no haber hecho más por evitar el derribo”, declaraba entonces que “se trataba de modernizar un espacio sin valor extraordinario”. El alcalde se justificaba con el argumento de que “era un reto acabar, no con la estación, sino con la suciedad, y resolver el importante problema que plantea la medianera de la calle García Conde”. Entre las voces críticas se encontraba la de Juan Benito Argüelles, presidente de Tribuna Ciudadana y miembro de la plataforma, quien aseguraba que se trataba de “una pérdida grande para la ciudad”. Recordaba Juan Benito la conversión en museo de la estación parisina de Orsay y lamentaba el cambio de actitud de algunas autoridades que “cuando no lo eran, se manifestaron en contra del derribo de la casa de Concha Heres”. Para el arquitecto Nicolás Arganza, miembro de la Comisión de Patrimonio, la estación “debería haberse recuperado para el Museo del Ferrocarril porque tiene elementos bastante valiosos y habría significado el reconocimiento histórico de un monumento que ha influido bastante en la formación de la ciudad”. De lo que no cabe duda es que bien por decisiones erróneas, por conflictos bélicos o por cómplices intereses especulativos, Oviedo dejó por el camino en el último siglo construcciones de incalculable valor histórico y arquitectónico. Mirar al pasado debería servir, al menos, para aprender de los errores y, actualmente, para que prevalezca el sentido común y la voluntad de preservar aquellos elementos de interés para nuestro futuro. Hoy se sigue menospreciando patrimonio, sea en forma de una “simple” farola centenaria que para nada estorbaba, o, como en el caso del mosaico del Paseo de los Álamos, sin duda, una obra de arte de las de mayor relevancia de la ciudad. O el Naranco, amenazado por una innecesaria y anacrónica autovía. Nos habrán arrebatado el Carbayón, los Pilares, el chalet de Concha Heres, el de Olivares y tantos otros; El Fontán, El Vasco o amenazado elNaranco, pero de todos ellos queda un grito silencioso y rebelde en el espíritu de muchos ovetenses; ese, nadie nos lo arrebatará. https://www.lne.es/oviedo/opinion/2021/11/29/iii-60090139.html

lunes, 22 de noviembre de 2021

LO NUESTRO (II)

Lo nuestro (II) La demolición del chalé de Concha Heres
22·11·21 Hace unas semanas dirigíamos la mirada a capítulos perdidos de nuestro patrimonio histórico y cultura. Páginas deshilachadas de ese Oviedo perdido que hoy seguimos recordando. En 1930, a raíz del derribo de las casa que conformaban la plazuela de la Catedral, catorce ovetenses firmaron una carta escrita por Ramón Pérez de Ayala y que se conocería como “Manifiesto de la piqueta incivil”. En ella lamentaban: “De nuevo la piqueta incivil amenaza la fisonomía histórica de una urbe milenaria y pulcra”. Y es que “Doña Piqueta”, como acertadamente la bautizó Carmen Ruiz-Tilve, siempre estuvo atareada en Oviedo. Seguimos hoy con el triste repaso de una nómina que, lamentablemente, no es pequeña. En ella, entre otros, encontramos hoy, el perdido Convento de San Francisco, al que dedicamos hace unas semanas estas líneas. O la antigua iglesia de San Isidoro, ubicada en la plaza del Paraguas y cuyo pórtico, salvado en 1952 gracias a la iniciativa de Aurelio de Llano, permanece en el Campo San Francisco a la espera de un mínimo y necesario lavado de cara. Es imposible no lamentar hondamente, al contemplar fotos antiguas de Oviedo, la pérdida de chalés como los de Tartiere, Vereterra, Villa Ubalda, Marqués de Aledo o el de Hermógenes Olivares en la esquina de Uría y Toreno. Joyas que, junto con otros muchos edificios perdidos por distintas causas, configurarían una ciudad de incomparable valor arquitectónico. Y ya que andamos por Toreno, vamos a dar un pequeño salto en el tiempo. Concretamente, al 26 de junio de 1978. A primera hora de esa mañana, tal como narraba LA NUEVA ESPAÑA, “entraron las máquinas en la finca de Concha Heres para iniciar una operación que se ha llevado con gran sigilo, sin ningún preparativo, en evitación claramente de una reacción de las fuerzas populares locales, lo que acabó por producirse”. Pese al inicio del derribo, se paralizó la demolición por decisión del recién nombrado gobernador civil, Fernando Jiménez López. Esa misma tarde se había reunido con la activa Plataforma para la Defensa del Patrimonio Artístico y Cultural de Asturias y varios políticos. Tras el encuentro, el gobernador contactó con el segundo teniente de alcalde, en funciones de alcalde, para que ordenase la paralización del derribo y dar tiempo a los abogados del Estado para estudiar la demolición. Intereses del Banco de España, de los propietarios, la familia Masaveu, quienes pese a obtener licencia prometieron que no demolerían, y tras un rocambolesco proceso urbanístico, por arte de birlibirloque el edificio pasó, en menos de tres meses, de estar en el catálogo de edificios a conservar a estar descatalogado y a ser demolido. La Plataforma albergaba esperanzas de reconstruir lo derribado; vanas esperanzas. Vean: 15 de junio. La Comisión Municipal Permanente atendía el recurso presentado por los propietarios del edificio, contra el acuerdo denegatorio de licencia. El 30 de marzo la Comisión Municipal Permanente había denegado la licencia y al día siguiente, 31 de marzo, el Pleno aprobaba la catalogación de edificio a conservar, presentado por la Plataforma para la Defensa del Patrimonio, en el que se incluía la finca de Concha Heres. De ahí a la descatalogación. La Plataforma no desesperaba en su lucha contra el tiempo para salvar el palacete. El mismo 31 de marzo publicaba una nota que, poco tiempo después, sonaba a broma: “El Ayuntamiento con sus acuerdos ha sabido recoger los deseos de una amplia mayoría de la opinión asturiana y ovetense en particular. Consideramos que los concejales han dado muestras de un elevado civismo en este primer paso en la lucha de la ciudad por su patrimonio artístico y especialmente de sus valores urbanísticos. Por todo ello, colectiva e individualmente, los grupos y personas integrantes de esta Plataforma les felicitamos calurosamente y les reiteramos nuestro apoyo y, en su caso, nuestra colaboración”. Como ven, visto lo ocurrido, alguno pensaría para sí: “¡Qué ocasión perdida de habernos callado!”. El periodista Orlando Sanz escribía irónicamente: “Oviedo se desayunó ayer con una grúa, que resultó bastante peor que un sapo. A muchos ovetenses se les atragantó el desayuno y algunos niños llegaron tarde al colegio por entretenerse en la contemplación de la eficacia demoledora de la grúa. Esos niños que en su ensimismamiento acaban por plantearse la duda televisiva de los donuts o la cartera. Tenían razón los concejales que no querían fiarse de las promesas: de alguna manera nos hemos quedado sin los donuts y sin cartera”. Una vez más, añado. Y, como no hay dos sin tres, dejamos en el tintero, por eso de no extenderlo en demasía, alguna muestra más. Continuará. https://www.lne.es/oviedo/opinion/2021/11/22/ii-59800637.html

miércoles, 17 de noviembre de 2021

LEÓN SALMEÁN: CIENCIA EN OVIEDO

León Salmeán: ciencia en Oviedo El catedrático de Química de la Universidad que inició los registros meteorológicos en la ciudad
08·11·21 Se dice que en Oviedo, mucho antes de la era de las aplicaciones del tiempo que todos llevamos en el bolsillo e, incluso, anteriormente a que Mariano Medina, el “hombre del tiempo”, entrase en nuestras casas con aquellos mapas artesanales con borrascas, anticiclones e isobaras en blanco y negro, si querían saber si iba a llover miraban hacia La Cuesta. Si estaban tendidas las sábanas al verde no hacía falta coger el paraguas; las lavanderas naranquinas habían adquirido buen saber en cuestiones meteorológicas por la cuenta que les traía. Pero parece que las lavanderas siempre despertaron recelos. Primero fue la lavadora “Duplico”. En su agresiva publicidad clamaba: “Naranco, pulmón de Oviedo, cuyas brisas purifican el aire morboso de la ciudad, constituye, por sus lavaderos –donde se limpia la ropa de la mayor parte de los ciudadanos– un gravísimo peligro para la salud pública. ¡Cuántas enfermedades contagiosas habrán sido transmitidas por este vehículo al que tan poca importancia se le concede!”. Ahí queda eso. Y en 1851, en la torre del edificio de la Universidad en la calle San Francisco, se estableció el primer observatorio meteorológico, así que, a partir de ahí… Pero a lo que vamos. Plaza de Riego y edificio de la Universidad, con el observatorio en la torre, en una postal de los años 30. El responsable de este antecesor del observatorio del Cristo, establecido en 1972, es León Pérez de Salmeán y Mendayo. Nació en Madrid en 1810 aunque se trasladó en su juventud a Oviedo para estudiar Ciencias Naturales y Farmacia. En 1831 le conceden una cátedra de química aplicada y en 1834 obtiene una plaza de catedrático en la Universidad de Oviedo. Fue catedrático de química general aplicada, de física experimental, de historia natural y fisiología. Ejerció también su labor docente en el Instituto de segunda enseñanza y en la escuela para obreros dirigida por la Sociedad Económica de Amigos del País. Dirigió, asimismo, el Jardín Botánico, la Academia de Matemáticas que él mismo había fundado y el citado observatorio meteorológico. Como ejemplo de su celo científico, consta que León subía cada día a la torre a las 9 de la mañana, al mediodía y a las nueve de la noche. Anotaba la temperatura máxima y mínima, precipitaciones si las hubiere, y la velocidad del viento. El 1 de marzo de 1851 efectuó su primera anotación convirtiendo así a Oviedo en la ciudad con la cuarta serie de mediciones más antigua de España; las primeras se obtuvieron en Cádiz en 1778. Posteriormente, distintos catedráticos subían cada día a la torre. Así fue hasta 1936; sólo una excepción anterior: octubre de 1934. Un proyectil cayó sobre las torre y destruyó la escalera por la que accedían. Tras la guerra civil continuaron haciéndolo hasta que entró en funcionamiento el observatorio actual. Otra participación de Salmeán en la vida de la ciudad fue su responsabilidad en uno de los primeros alumbrados ovetenses. Si bien podemos considerar el 15 de agosto de 1892 como la fecha de puesta en marcha del alumbrado eléctrico en Oviedo gracias a la central de Santa Clara, llamada así por ubicarse en terrenos que habían pertenecido al convento femenino franciscano. Constaba de dos calderas de vapor que daban energía a tres motores con tres dinamos “Graunme” con una potencia cada una de ellas de 25 kilovatios. Pero antes, hubo un alumbrado con motivo de las fiestas mateínas y Salmeán fue el responsable. León ocupó el rectorado entre 1866 y 1867 y entre 1868 y 1884. Falleció en Oviedo el 2 de septiembre de 1893 tras vivir en la ciudad más de setenta años. Queden hoy estas líneas como recuerdo de un hombre que vivió por y para la ciencia contribuyendo a hacer el mundo que le rodeaba un poco mejor. https://www.lne.es/oviedo/opinion/2021/11/08/leon-salmean-ciencia-oviedo-59282921.html

lunes, 15 de noviembre de 2021

AMIGOS DEL ARTE

Amigos del arte La relevancia del Bellas Artes en la ciudad y de las instituciones que lo apoyan 15·11·21 A poco que lo pensemos le daremos la razón a Bob Dylan: “En el interior de los museos, el infinito se somete a juicio”. Porque entrar en un museo tiene mucho de asomarse al infinito. Todo su contenido trasciende al tiempo, lo rompe por sus costuras y abraza la eternidad. Un museo es un cruce de sentimientos. Una caja de sensaciones. Esencia de luz. De color. De inspiración. De anhelos. Pinceladas de sueños. Cada vez que nos asomemos a las colecciones que atesoran, por numerosas que sean las veces que lo hagamos, nuestra percepción y sentimientos pueden ser diferentes. Los museos son fundamentales. Sin ellos las ciudades estarían incompletas. Tendríamos una notable carencia. Por eso es importante disponer de personas e instituciones que los potencien, mejoren, financien y protejan. En Oviedo, afortunadamente, tenemos buenos museos: el Arqueológico –fantástico– y una pinacoteca, me atrevería a decir, de las mejores de España. Fue en 1969 cuando la Diputación Provincial y el Ayuntamiento de Oviedo constituyeron la Fundación “Centro Provincial de Bellas Artes”. Habría que esperar hasta el 19 de mayo de 1980 para la inauguración del Museo de Bellas Artes de Asturias que, entonces, tenía siete salas que albergaban una pequeña colección compuesta por obras procedentes de la Comisión Provincial de Monumentos Históricos y Artísticos, creada en 1844; del antiguo Museo de la Academia Provincial de Bellas Artes de San Salvador, fundado en 1889; y de la colección de arte de la extinta Diputación Provincial. Desde entonces el museo ha crecido y mejorado sustancialmente y hoy suma más de quince mil obras. No es de extrañar, por tanto, que un museo así cuente con recursos para hacerlo más abierto, más popular. En octubre de 2019 nació la Asociación de Amigos del Museo de Bellas Artes con el propósito de “ofrecer a la sociedad cauces para una participación más activa y directa en la vida del museo”. Son sus fines: Dar a conocer el Museo de Bellas Artes de Asturias y las colecciones que alberga así como su evolución y desarrollo en el tiempo. Colaborar con la Dirección del Museo en la definición de los planes estratégicos y en la difusión e implantación de dichos planes. Favorecer el incremento del patrimonio del Museo de Bellas Artes de Asturias, fomentando y gestionando donaciones y legados. Colaborar con el Museo de Bellas Artes de Asturias en la gestión de sus servicios complementarios de conservación, restauración, archivo, biblioteca y demás actividades desarrolladas por el Museo. Fomentar la relación con asociaciones y organizaciones de ámbito autonómico, nacional e internacional que persigan fines análogos o complementarios. Qué duda cabe que una asociación de estas características coadyuvará a mejorar nuestro museo y a aportar su contribución para que los asturianos de hoy y del mañana podamos continuar cruzando sus puertas para dar un merecido descanso a mente y alma, tan frecuentemente afanadas en laberintos y torbellinos que para nada sirven y mucho estorban. Háganse amigos del museo si les place. Y, sobre todo, anímense a traspasar el umbral del museo, piérdanse por el infinito de sus salas: lo disfrutarán. https://www.lne.es/oviedo/opinion/2021/11/15/amigos-arte-59533401.html

lunes, 1 de noviembre de 2021

TIEMPO DE RECUERDOS

Tiempo de recuerdos Preservar a nuestros muertos en la memoria es la mejor forma de que sigan a nuestro lado 01·11·21 Estrenamos noviembre. Menguan los días. En tardes despejadas la luz postrera tinta los cielos de rojo regalando instantes únicos. Las hojas vencidas alfombran calles y parques con mil tonos ocres. En breve, las primeras pinceladas de blanco en las cumbres próximas presagiarán el próximo invierno. El aire de las castañas quizá mueva a alguno a ir a la gueta. Y en contraste al ocre reinante, floristerías y bazares se llenan de los multicolores crisantemos. Tan propios para estas fechas de recuerdo. La tradición aún manda. Y son miles los ovetenses que acuden a los cementerios a recordar a quienes ya no están. Preservarlos en nuestra memoria es la mejor forma de que sigan a nuestro lado. Muchos de ustedes conservarán recuerdos de infancia de acudir al camposanto a adecentar sepulturas como si el día 1 se pasara rigurosa revista. Personalmente, no puedo evitarlo, mi memoria mantiene en esta fecha hondas raíces. Acudir en compañía de mis padres al cementerio de Santa Marina de Piedramuelle donde reposa mi abuela paterna a la que sólo podía imaginar pues no la conocí. Un sencillo cementerio rural que ese día se abarrotaba y del que perdura en mí el recuerdo del olor de las lamparillas de aceite mezclado con el de las flores frescas y la tierra húmeda. Y, cómo no, el cementerio de San Pedro de los Arcos en el que muchos ovetenses dijeron adiós a sus seres queridos y que fue protagonista, involuntario, de tantos sucesos trágicos en el turbulento siglo XX. Junto con el de Santullano, los dos cementerios parroquiales que sobrevivieron hasta no hace mucho. En el caso de San Pedro, fue en octubre de 1964 cuando se iniciaron los trabajos de monda y traslado de los restos mortales de aproximadamente ochocientos cadáveres, trabajos que concluirían en 1968. El cementerio había sido clausurado el 31 de agosto de 1956 “por manifiestas razones de higiene, salubridad y urbanismo”. También en 1964 se habían trasladado desde San Pedro al Valle de los Caídos nada menos que 1.018 cuerpos de una fosa común, de las más importantes de la ciudad, recuerdo hiriente de un triste capítulo de nuestra historia. El 8 de febrero de 1971 las excavadoras pondrían el definitivo punto final. Entre sus muros quedó mucho dolor, muchas lágrimas derramadas, muchas tragedias escritas en su tierra. Lejos de aquellas fechas dolorosas, en sus últimos años, fue para los escolares del vecino colegio patio de juegos y escenario imaginativo de mil y una historias sobre aquellos nombres grabados en la piedra y en el tiempo. Y entre el miedo y el nerviosismo contenido tratábamos de frenar la tentación de levantar lápidas o curiosear, casi profanamente, en el osario en busca de algún trofeo macabro que enseñar, envalentonados, a los amigos. Me agradaría, con estas líneas, avivar en ustedes la memoria de algún día de noviembre de su infancia. De camposantos que visitaban, algo temerosos, asidos a la seguridad de las manos de sus padres, en un acto entre social y religioso a rememorar a los suyos. Seguro que aún permanecen multitud de esos recuerdos agazapados aguardando la más mínima ocasión de salir del letargo. A ellos les debemos que hicieran lo posible para que llegáramos a ser lo que hoy somos. Disfrutemos de esta fecha de remembranza no vaya a ser que el omnipresente y cansino “Halloween” la borre para siempre. https://www.lne.es/oviedo/opinion/2021/11/01/tiempo-recuerdos-59032772.html

miércoles, 27 de octubre de 2021

LO NUESTRO (I)

De todos (I)
Repaso histórico al patrimonio local amenazado y castigado: el Carbayón, los Pilares, el convento de Santa Clara... Una de las características que definen a los ovetenses es que, por lo general, nos sentimos orgullosos de nuestro pasado. De nuestras tradiciones. De nuestro patrimonio. Aunque, claro está, nuestra historia dicta que no han sido pocas las ocasiones en las que, irresponsablemente, se han consentido auténticos disparates. Errores irreparables que hoy lamentamos profundamente. Hagamos repaso por alguno de ellos. 2 de octubre de 1879. Oviedo llora por un árbol caído. Los magníficos treinta metros de altura de nuestro tótem gentilicio yacen en el suelo. Tres días después veía la luz un nuevo periódico, “El Carbayón” que recogía el sentir ciudadano: “Aquí estuvo el Carbayón, seiscientos años con vida y cayó sin compasión bajo el hacha fratricida de nuestra corporación. Este pasquín respetad, si sois buenos ovetenses, y en su memoria llorad todos los aquí presentes por el que honró a la ciudad”. Vamos a enero de 1915. Otra construcción emblemática de la ciudad cae: los Arcos de los Pilares. A pesar de que la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando consideraba la arcada del siglo XV “un monumento de gran importancia y digno de conservación”. Llevaban desde 1902 asediando al acueducto. Entre otros argumentos peregrinos sostenían que “los Arcos ni son obra artística, ni útil, ni bella, ni histórica y sí un estorbo al progreso y ensanche del pueblo ovetense”. Sin comentarios. La polémica sacudió la ciudad durante años. Una de las voces incansables contra el derribo fue la del entonces cronista de la ciudad y rector de la universidad, Fermín Canella Secades. A través de numerosos escritos intentó salvar el acueducto. Consideraba Canella que “los Arcos de los Pilares son estimables e interesantes por lo que significan en la historia ovetense acreditando el esfuerzo para dotar a Oviedo de aguas y cimentar su progreso desde el primer tercio del siglo XVI (…) Desde entonces, el dicho artístico monumento, modelo de buenas obras de fontanería, ha sido mirado con todo cariño por los hijos de este pueblo, lo mismo cuando conducía las aguas del Naranco que después del moderno surtido de aguas (…) Creo firmemente que Oviedo puede ser una ciudad moderna sin sacrificar sus recuerdos antiguos, y por eso entiendo, con todos los debidos respetos, que no es acertada ni necesaria la destrucción de los tradicionales Arcos cuya elegancia, elevación, proporción y conjunto gratísimo son para muchos y muchos de mérito indudable a más de lo que significan en la historia local ovetense; y es una esbelta construcción cuatro veces centenaria estimada de cuantos asturianos y forasteros ha venido a Oviedo o aquí han residido”. Años 60. Se comienza a hablar del derribo del “nido y foco de ratas” en que, en opinión de algunos, se había convertido el antiguo convento de Santa Clara. Edificio, desamortizado a mediados del XIX y luego cuartel de la Guardia de Asalto, con claro protagonismo en los sucesos revolucionarios de 1934 y en los inicios de la guerra civil en la ciudad. A partir de la tertulia que se reunía en el restaurante Noriega, en torno a Juan Uría Riu, en los bajos del Palacio de Valdecarzana, surge un grupo de ciudadanos que se posicionaron claramente en contra del derribo. Ese grupo, moteado como “los Clarisos”, elaboraron un manifiesto en contra del derribo. Lo firmaban, entre otros, Juan Uría, Antón Rubín, Joaquín Manzanares, José M.ª Estrada, José M.ª Fernández Pajares, Miguel Álvarez Buylla, J. Luis Meana Feito, Paulino González Sandonís, José Ramón Tolivar Faes, Juan Ignacio Ruiz de la Peña y Emilio Marcos Vallaure. Ovetenses preocupados por su patrimonio y que sentían la obligación y la responsabilidad de alzar su voz. Y con el fin de no cansarles con una lectura excesiva, dejo un “continuará”. https://www.lne.es/oviedo/opinion/2021/10/25/i-58775825.html

lunes, 18 de octubre de 2021

PASEO DE RONDA

EL OTERO Paseo de ronda Las posibilidades de la muralla de la calle Paraíso 18·10·21 Oviedo, 3 de octubre de 1902. Una fecha para la infamia. Ese día aciago varios concejales de Oviedo proponen el derribo del acueducto de los Pilares, “obra de arquitectos montañeses pero digna de romanos” en palabras de Jovellanos. Proceso que culminó en la mañana del 11 de enero de 1915 en la que la “bárbara piqueta municipal” inició el derribo de la magnífica arcada de los Arcos de los Pilares. De nada sirvió el clamor de multitud de ovetenses que manifestaron su oposición, liderados por el entonces cronista de la ciudad y rector, Fermín Canella, quien, en numerosas ocasiones, se dirigió al Ayuntamiento presentado escritos en contra del “ciego espíritu de devastación de las autoridades municipales”. Lamentablemente, más de un siglo después, parece que ese “espíritu de devastación” sigue vivito y coleando, pero eso es harina de otro costal. Tampoco se tuvo en cuenta la idea del gran Juan Miguel de la Guardia y Ceinos, arquitecto municipal al que Oviedo tanto debe, que proponía construir sobre los Pilares “un paso o pasarela para llegar cómodamente hasta San Pedro de los Arcos”. ¿Se imaginan disfrutar de una arcada de 41 arcos desde el entronque de Cervantes con Marqués de Teverga hasta San Pedro de los Arcos y que pudiéramos pasear por ella? Sueñen. Si se hubiera tenido en cuenta la idea de De la Guardia, Oviedo contaría hoy con una construcción única. Pues bien, recuerdo hoy esa propuesta a raíz de unas acertadas declaraciones de José Ramón Fernández Molina, arquitecto responsable de la restauración de la muralla ovetense, quien manifestaba a LA NUEVA ESPAÑA el pasado 9 de octubre: “Tenemos que dignificar la calle Paraíso y toda esta zona de la muralla”. Para ello, plantea la peatonalización de la calle Paraíso dado que “no sirve de nada limpiar la estructura si después volvemos a meter coches”. Sugiere, asimismo, un “área de rehabilitación integrada, lo que facilitaría las actuaciones necesarias para la renovación de las viviendas del entorno y desterraría el temor de los residentes a prácticas especulativas”. La pretensión es “dignificar una zona tradicionalmente deprimida y convertirla en un paraje por el que se pueda caminar y pasear, que se pueda convertir también en un enclave en los ámbitos comercial y de ocio”. Medidas tan convenientes como oportunas. Sin duda servirán para valorizar la zona y dar una nueva vida y un protagonismo central al antiguo baluarte ovetense. Demasiados años llevaba languideciendo nuestra muralla a pesar de ser declarada Monumento Nacional por decreto del 3 de junio de 1931. No por ello corrió mejor fortuna. Durante la Guerra Civil se utilizó piedra de los paños de la calle Jovellanos incluso para la construcción de un camino que diera una salida a la ciudad por el Naranco durante el asedio de la ciudad. Y para bochorno común, en 1963 se desmontó la Torre de Gascona. Además de lo anterior, Fernández Molina propone también recuperar el camino de ronda por la parte superior de la muralla. Una actuación que realzaría aún más nuestra muralla. Espero que Fernández Molina tenga más éxito que su colega De la Guardia y que, ya que pasear por encima del magnífico acueducto es un sueño imposible, podamos caminar plácidamente por el paseo de ronda de nuestra muralla desde la que nos podremos asomar, orgullosos, a la historia milenaria de nuestra ciudad. https://www.lne.es/oviedo/opinion/2021/10/18/paseo-ronda-58479815.html

lunes, 11 de octubre de 2021

RAÍCES DE PIEDRA

Raíces de piedra Ante la celebración de los 1.200 años de la Catedral de Oviedo
11·10·21 “Los basamentos del mundo no son los regímenes políticos ni las teorías socioeconómicas, sino las catedrales, que apuntan al cielo, elevando la humanidad hacia Dios, quien con la fuerza de su amor, sostiene a la ciudad y a sus habitantes”. (Ken Follet) No es fácil llegar a cumplir 1200 años. Hay mucha historia que superar. Nuestra Catedral lo ha logrado. Esta semana se cumplen los doce siglos desde su dedicación. Una efeméride que es obligado celebrar. Hace años que la Catedral ejerce sobre mí una atracción a la que me es muy difícil sustraerme. Me fascina. Me sobrecoge. Me atrae como un poderosamente. Cuando atravieso su umbral siento que entro en otro mundo. O en otro tiempo. Tengo la sensación de que los parámetros cotidianos del tiempo y del espacio se distorsionan. Su atmósfera, su silencio, su luz, su olor, su ser, su historia, su magnitud, me inundan. Y tal parece que percibiera el sentir de los miles de ovetenses que, a lo largo de los siglos, se llegaron hasta esta Santa Iglesia Catedral Basílica Metropolitana de San Salvador y de los Doce Apóstoles con sus penas, miedos y esperanzas, a descansar sus muchas fatigas en la “kathedra”, silla que a todos debe acoger y abrazar. Y el de peregrinos que, llegados de remotos lugares, venían, movidos por la fuerza motriz imparable de su fe ancestral, a postrarse ante la figura del Salvador y a venerar las reliquias custodiadas en su Cámara Santa, Sancta Sanctorum ante el que no se hacían preguntas y, simplemente, se dejaban sobrepasar por lo ignoto e inabarcable de un misterio secular. Devoción y fe. Tradición y costumbre. Historia y leyenda se dan la mano a través de un tiempo que, hoy, quiere alejarse de días en que Oviedo era una ciudad sometida al gris de sombras levíticas. Oviedo no sería lo que es sin su Catedral. Ha crecido a su sombra. Al ritmo de los tañidos de sus añosas campanas. La Catedral crecía y crecía Oviedo. Tanto monta. Hoy, esos centenarios muros siguen guardando, intacto, el frescor de lo misterioso. Entre sus oscuras soledades, entre los tenues rayos de sol que filtran sus polícromas vidrieras, aún permanece el espíritu de esos ovetenses de fe inocente e incondicional que se asomaban, inquietos y curiosos, a un lugar que no era de su mundo. Este aniversario nos brinda la oportunidad de acercarnos a nuestra Catedral. De, sencillamente, admirarla. De sentirnos orgullosos de su pasado. De su presente. De lo que fue y significó en nuestra historia común como sociedad. Sintiéndola nuestra para no contradecir a Antonio Pérez y Pimentel, que en su obra “Recuerdo de Oviedo” de 1926, se lamentaba de que “apena el ánimo ver cuán pocos se dan cuenta de los tesoros artísticos, religiosos, históricos que la Santa Basílica encierra cuidadosamente guardados”. Entremos en ella. Sentémonos. Contemplemos. Escuchemos. Extasiémonos con su belleza eterna. Dejémonos invadir por un entorno seductor y atemporal. Quizá oigamos leves susurros de humildes rezos que sobrevivieron al tiempo entre las alturas góticas. O recordemos la maravillosa descripción de Leopoldo Alas “Clarín”: “Poema romántico de piedra, delicado himno, de dulces líneas de belleza muda y perenne”. Inigualable. ¿Se sientes capaces ustedes de definirla? Inténtenlo. A fin de cuentas, el alma de cada ovetense también está forjada con un pequeño pedazo de nuestra catedral. Da igual cuan altas estén las nubes. Da igual cuan alto construyamos nuestros edificios. La Sancta Ovetensis seguirá señoreando el cielo ovetense. Para todos. Por siempre. https://www.lne.es/oviedo/opinion/2021/10/11/raices-piedra-58233476.html

CONVENTO DE SAN FRANCISCO: OTRO TRISTE FINAL

EL OTERO Convento de San Francisco: otro triste final El derribo del inmueble religioso que ocupó un lugar privilegiado en el centro de la ciudad
04·10·21 Lunes 4 de octubre: San Francisco. Un día para el recuerdo de “El Poverello”, el gran santo de Asís. Para evocar una historia con tintes de leyenda. Y para rememorar otra historia sin final feliz para el patrimonio de Oviedo. Francisco, peregrino en 1214 a Santiago, llega a Oviedo. Y aquí, quiero imaginarlo embelesado del lugar, funda, en compañía de fray Pedro Compadre, una pequeña y humilde ermita en honor a Santa María. Como orden mendicante se establecieron a las afueras de la ciudad, a la orilla de un bosque. Ese bosque, impregnado aún de esencia franciscana, es hoy el Campo. Poco a poco se iban sumando hermanos. En el siglo XV se construyó, en el solar que hoy ocupa la Junta General del Principado, la iglesia de San Francisco. Iglesia y convento que, con permiso de Góngora, son hoy tierra, humo, polvo, sombra… nada. Un recuerdo. Una imagen que perdura sólo en viejas fotografías que nos generan nostalgia y rabia. Que nos muestran un hermoso edificio gótico, con planta de cruz latina. Edificio que con el tiempo se iría ampliando añadiendo capillas bajo el patrocinio de familias notables de la ciudad como los Argüelles, Valdés, Miranda o Quirós y por cofradías como la de la Misericordia o la Orden Tercera. En el siglo XVI se construyó un primer claustro pegado a la iglesia. Años después se levantaría un segundo claustro. La invasión de las tropas napoleónicas causaron notables desperfectos lo que, en cierta manera, inició el declive del convento. La desamortización de Mendizábal en 1837 hizo que el edificio y los terrenos pasasen a la Diputación Provincial, los cuales fueron destinados a Jardín Botánico por la Universidad de Oviedo. El claustro se utilizó como hospital. Y la capilla que construyera la Orden Tercera fue ocupada por el Museo Arqueológico. En 1879, la iglesia románica de San Juan, ubicada entonces en la calle Schultz, se declara en estado de ruina por lo que la actividad parroquial se traslada a San Francisco donde permanece hasta 1898. El derribo de edificaciones adyacentes en ese año deterioran la estructura del convento de San Francisco, lo que aboca al edificio a una situación cercana a la ruina. Empieza entonces algo que ya nos es familiar en esta ciudad. Oscuros intereses prevalecen sobre la voluntad por su restauración, haciendo caso omiso, como sucedería pocos años después con los Pilares, a las voces de muchos ovetenses en contra de su temido final. En 1899, ya comenzado el derribo de la zona conventual, la Comisión Provincial de Monumentos pide que se le haga partícipe de los planes que atañen a la iglesia y así poder remitir la información a la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. El 23 de marzo de 1900, la Diputación y el Arzobispado venden la iglesia por 60.000 pesetas. La Diputación se compromete a habilitar un solar para edificar el nuevo templo de San Juan, planteándose inicialmente el solar donde hoy se ubica el colegio de La Milagrosa, entre Uría y Marqués de Pidal. Y con el fin de 1902 comienza el derribo de la iglesia. La Comisión intenta conservar la mayor parte de piezas valiosas solicitando al Ayuntamiento fondos para el traslado a su sede. Una vez más, Oviedo perdió una edificación de gran valor histórico y artístico. Así se escribe la historia. Otra patada a nuestro patrimonio. Ha pasado más de un siglo. Y aún, temo, quedan lecciones por aprender. https://www.lne.es/oviedo/opinion/2021/10/04/convento-san-francisco-triste-final-57979708.html

lunes, 27 de septiembre de 2021

CERVANTES: UN SIGLO DE LIBROS

EL OTERO Cervantes: un siglo de libros
27·09·21 “Entré en la librería y aspiré aquel perfume a papel y magia que inexplicablemente a nadie se le había ocurrido embotellar”. (Carlos Ruiz Zafón. El juego del ángel) La calle Doctor Casal en 1921 no era el centro urbano y comercial que es hoy. Probablemente algunos habrían visto un poco osado abrir un negocio en aquella calle, máxime si se trataba de una librería, aunque, en sus inicios, compaginara la venta de libros, principalmente textos escolares, con papelería e imprenta. El emprendedor era Alfredo Quirós Fernández, nacido en 1901 en el pueblo castrillonense de Pillarno. Como tantos otros asturianos de aquella época, con 16 años, emigró a Cuba, donde trabajó como aprendiz en los almacenes “El Encanto”. Aquella experiencia fue una excelente escuela comercial. Regresó a Asturias en 1920 y, tras reunir un pequeño capital, puso en marcha, junto con José Pérez, la librería en las proximidades de la conocida como “Catedral del Ensanche”, inaugurada hacía poco más de cinco años. Inicios difíciles que se pudieron sobre llevar gracias al apoyo de Aurelia, su mujer, maestra de profesión. Alfredo Quirós era un hombre, sin duda, de mente abierta. Innovador. Respetuoso. Liberal. Inquieto. Qué no daríamos por conservar grabaciones de las animadas tertulias en la trastienda. Por allí pasaban personas con distintas formas de ver la realidad pero unidas por el respeto y el amor por los libros. Y así, podían debatir desde algún cura a un agente de la policía secreta o Paco Ignacio Taibo –que llegó a trabajar de chico de los recados–, Alarcos, Lombardero, Villa Pastur o Ángel González. Ricos encuentros en la rebotica que sembraron en la entonces joven Conchita Quirós la simiente para que años después floreciera “Foro Abierto” como reflejo de aquel espacio de debate y dialéctica en tiempos, no lo olvidemos, en los que la discusión en libertad, sencillamente, estaba vetada. La inquietud de Alfredo Quirós por mantenerse en primera línea le llevaba a viajar a Madrid o Barcelona y traer ejemplares de novedades editoriales para que los ovetenses pudieran disfrutar de las primicias al mismo tiempo que las grandes ciudades. O conseguir libros en Francia e Hispanoamérica, censurados en España, que formaban la que podríamos definir como “biblioteca de los libros prohibidos”. En alguna ocasión llegaban en cajas bajo facturas de biblias y sólo clientes de confianza accedían a esta sección. Hay un nombre indisociablemente unido al devenir de la librería: Conchita Quirós, tristemente fallecida en febrero de 2021; eso sí, perdura el recuerdo de su sempiterna sonrisa y su amabilidad. Por sus venas seguro que corría también algo de tinta de los más de medio millón de ejemplares que ocupan los anaqueles de la librería actualmente. Como manifestó en una entrevista: “Crecí en este lugar y todos mis recuerdos y afanes me traen aquí. Si desempolvo la memoria vuelvo a los días escolares en que del colegio volvía a Cervantes y me ponía a revolver los libros. En mi casa siempre se inculcó el amor a los libros”. Una vida de vocación y dedicación que consiguió que aquella aventura, iniciada por su padre, llegase a ser un referente para los amantes de los libros mucho más allá de las fronteras de Oviedo y de Asturias. Heredera de esa ambición de mejora continua, de innovación, y de estar siempre en primera línea, al igual que su padre, se esforzaba por tener las novedades al mismo tiempo que las grandes ciudades. Con un don especial para descubrir nuevos talentos y editoriales prometedoras. Bien la definía Julia Navarro en una entrevista en La Nueva España hace unos días: “Aquella mujer tenía una personalidad totalmente arrolladora. Era todo un referente, una persona con una gran categoría personal y profesional”. Conchita fue una persona inolvidable y carismática que hoy, además, recibe el agradecimiento de la ciudad al reconocerla como hija adoptiva de Oviedo. Reconocimiento más que merecido. Oviedo goza de la fortuna de disponer de muchas y muy buenas librerías; lamentablemente, también, hemos visto alguna quedarse por el camino. Sirva este centenario, asimismo, como homenaje a todos los que, contra todas las dificultades, pelean por que el libro perdure para que podamos seguir viajando, disfrutando, aprendiendo, imaginando, soñando… Que esta centenaria librería, ahora bajo los cuidados de otro Alfredo Quirós, nieto del fundador, cumpla muchos años más contribuyendo a que Oviedo siga siendo ciudad “librera”. https://www.lne.es/oviedo/opinion/2021/09/27/cervantes-siglo-libros-57727062.html

DÍAS DE PERDONANZA

EL OTERO Días de perdonanza Cuando los peregrinos llegaban al pie de San Salvador
20·09·21 Es Oviedo una ciudad orgullosa de su pasado y rica en tradiciones. Hoy, por razones obvias, hay una que despunta: el Jubileo de la Santa Cruz o Perdonanza que es nombre más poético. Consulto la imprescindible guía de José Cuesta, quien fue Deán de la Catedral, publicada en 1957 y leo: “Sin duda el sorprendente acrecentamiento del número de peregrinos en Oviedo llevó a los buenos Capitulares a pensar en la conveniencia o necesidad de pedir a la Santa Sede la gracia de un Jubileo, rico en gracias espirituales como corresponde a la antigüedad, nobleza e importancia de la Catedral de San Salvador de Oviedo y del Tesoro que en ella se veneraba. Gracias y privilegio que, por otra parte podría ayudar económicamente a la solución del problema de las obras de la Catedral que tan frecuentemente se veían en la triste precisión de suspender por falta de recursos (…) Es Jubileo riquísimo como pocos y que si fuera debidamente conocido por los fieles, serían innumerables los que vinieran a lucrarlo en los días señalados. No conocemos ningún Jubileo que le aventaje en gracias espirituales y en la facilidad de ganarlas”. Para dar a conocer a la ciudad el inicio de la Perdonanza se hacía un desfile por las calles con pífano y tambor y tañendo las campanas de la Catedral a media noche. El día siguiente amanecía con música y procesión, a las nueve y media, con solemne exposición de la Bula que concedía: “Indulgencia Plenaria y perfecta remisión de todos los pecados, toties quoties; es decir, tantas veces cuantas se visite la Catedral: absolución de todo género de culpas menos la herejía; conmutación, en una obra piadosa, de cualquier voto, menos el de castidad, el de religión y el de Roma”. En la actualidad, el Jubileo, comienza el 14 de septiembre, fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, y termina el día 21, fiesta de San Mateo. Otro rito, curioso y hermoso, con el que se anunciaba a los asturianos el periodo jubilar era colocando cinco banderas rojas en la torre. Ramón Prieto y José Mª López Doriga se referían a él en 1889 en estos términos: “Como el galileo evangelista, abandonando su telonio, acudió presuroso al llamamiento de Cristo, así también los fieles acuden hoy a ganar la plenaria, tan luego les llaman las vistosas banderolas que, en las agujas de la torre de la Basílica, flamean alborozadas anunciando el Jubileo de la Santa Cruz”. Las banderas rojas, las “vexillas”, son el símbolo de la Cruz. Aún en la actualidad se canta en la Catedral el “Vexilla Regis”. Se trata de un himno de los más antiguos y solemnes de la liturgia, asociado siempre al culto a la Cruz. Fue compuesto por el poeta Venancio Fortunato en el año 569 para recibir en el monasterio de Saint-Croix de Poitiers una reliquia de la Vera Cruz, que el emperador Justino II había donado a la reina Santa Radegunda. En sus primeros versos canta el himno: “Las banderas del rey se enarbolan: / resplandece el misterio de la cruz, /en la cual la vida padeció muerte, / y con la muerte nos dio vida”. Desde 2008 ya no suben escaladores a colocar estas banderas porque, en su día, problemas de seguridad, ya subsanados, aconsejaban no hacerlo. A muchos ovetenses nos gustaría ver de nuevo ondear las “vexillas” en esa “torre, torrina señora d’Uvieu”, en palabras de Constantino Cabal grabadas en la puerta de la Perdonanza, anunciando este gran acontecimiento que, durante siglos, convirtió nuestra “Sancta Ovetensis” en un importante foco de atracción. Hoy, el entorno de la Catedral tiene poco que ver con aquellos días de masiva llegada de peregrinos que, sin duda, se quedarían petrificados ante el bullicio festivo. Pero, quizá, perdure, de forma intangible, algo de aquel espíritu antiguo y amalgama de tradición, ritos, historia y fe popular que contribuyó a hacer de Oviedo la ciudad que hoy es. Y, por supuesto, ¡feliz San Mateo! https://www.lne.es/oviedo/opinion/2021/09/20/dias-perdonanza-57468731.html

martes, 14 de septiembre de 2021

VUELTA AL COLE

EL OTERO Vuelta al cole El regreso a las aulas después del verano y el merecido aplauso a los docentes 13·09·21 Oviedo, en septiembre, también tiene un color especial. Cierto es que ya no se produce el éxodo masivo de verano que dejaba la ciudad en estado de estivación hasta que, con los primeros días de septiembre, la ciudad recuperaba el pulso. Hoy la afluencia masiva de visitantes llena las calles. Así que los tiempos en los que los “Rodríguez” se aburrían entre las sombras estivales de Vetusta son, afortunadamente, historia. Septiembre es nuestro mes festivo por excelencia. El Centro Asturiano, un año más, puso el brillante pórtico con sus fiestas en honor a la Santina. Y San Mateo toma el relevo. Pero entre uno y otro se produce un acontecimiento que, en su momento, maldita la gracia que me hacía: la vuelta al colegio. Bien se encargaba la machacona publicidad de “Galerías Preciados”, novedad en mi época de EGB, de aguarnos el fin del verano con sus escaparates y anuncios por doquier con el lema: “Vuelta al Cole”. Como si no fuera suficiente la cuenta atrás que cada uno llevábamos con precisión de reloj suizo para el tan poco deseado retorno a las aulas. Bien es cierto que, visto desde el presente, aquellos años de educación, no siempre agradecida, nos ayudaron, como decía Hesiodo en el siglo VIII a. c. “a ser lo que somos capaces de ser”. Lástima que entonces no lo supiéramos. Pero hoy me gustaría que estas líneas tomaran forma de homenaje. De reconocimiento a todos los maestros que ayudaron a montar un andamiaje, no únicamente anclado en saberes, sino en valores. Que contribuyeron no solo a que adquiriésemos conocimientos, sino a que fuéramos mejores. Francamente, de lo que aprendí, poco recuerdo. Me quedan muchas enseñanzas, no académicas, que, a lo largo de los años de transcurrir por aulas diversas, aún perduran. Y si algo sobresale son nombres propios. Podría citar la nómina completa de los maestros y maestras que me acompañaron mis primeros años en el casi recién inaugurado colegio de San Pedro de los Arcos. De mi etapa con los salesianos creo que no me dejaría ninguno en el tintero; ¡qué grandes educadores! Y de mi fugaz paso por la UNED sí que no recuerdo ninguno. ¿Demuestra esto que lo más importante son los cimientos? Tal vez. Y ahora les invito a que traigan a la memoria los nombres de quienes se empeñaban no sólo en enseñar sino en educar. ¿Recuerdan aquellos maestros que les dejaron huella? Y no me refiero a la de una palma de la mano en la cara, que de todo había… sino a los que no olvidaremos nunca. Algunos, adelantados a su tiempo, empeñados en brindarnos la mejor herramienta para que fuéramos libres: la educación. Estos largos meses de pandemia han supuesto una dura prueba para muchos profesionales como los sanitarios o aquellos que han estado en primera línea. Para los maestros también ha sido un camino difícil. Ha supuesto un duro reto para que, a base de horas de dedicación desde sus casas, ningún alumno se quedara atrás. Así que tenemos razones para agradecer muchas cosas a nuestros maestros. Años después siguen dándonos motivos para el sincero agradecimiento. Abro el mes de septiembre e, inevitablemente, me ocurre como cuando abro un libro nuevo y fluye ese olor característico que evoca días de aulas, tizas, compañeros y de un futuro, que sin saberlo, nos aguardaba, impaciente, a la vuelta de la esquina. https://www.lne.es/oviedo/opinion/2021/09/13/vuelta-cole-57226249.html

lunes, 6 de septiembre de 2021

CARTA DE UNA FAROLA AL REY

Carta de una farola al Rey Sobre el proyecto para sustituir la luminaria localizada frente al teatro Campoamor 06·09·21
Majestad: Tal vez le resulte extraño recibir una carta de quien suscribe, una simple y añosa farola ovetense. Si he decidido enviarle esta misiva es porque temo por mi futuro. Sí, Majestad. Si nadie lo remedia, sospecho que pronto pasaré a la historia. Desde 1892 asisto al cotidiano transcurrir de los ovetenses. He sobrevivido a una revolución. Al incendio del teatro Campoamor. Superé la guerra civil que asoló la ciudad. Han pasado decenas de corporaciones y a ninguna se le ocurrió arrancarme de mi emplazamiento en el que llevo, orgullosa, a caballo de tres siglos. Esgrimen como razón para eliminarme que “al despejar el frente de las tres puertas de la entrada principal se podrá desplegar una alfombra de mayores dimensiones”, sin duda, pensando en la ceremonia de entrega de los premios “Princesa de Asturias”. Majestad, ¿usted cree que es ese motivo para poner fin a mi centenario emplazamiento? Supongo que a usted, Señor, le importará un comino que la alfombra sea más o menos recta o de mayor o menor longitud. Lleva años accediendo al teatro sin ningún problema, ¿no?; por tanto, no veo motivo para que acaben conmigo. Supongo que comprenderá mi indignación. Puede que algunos digan que soy una simple farola, sin más; tal vez. Pero, para aquellos con sensibilidad, soy mucho más. Soy un símbolo de Oviedo. Una superviviente. Hace años, otros dirigentes decidieron que un árbol estorbaba. Quizá pensaran: “¡qué más da! ¡no es más que un árbol!” Pero se equivocaban. Aquel roble era todo un símbolo. Casi seis siglos de vida que cayeron en octubre de 1879, “bajo el hacha fratricida de nuestra corporación” como decía el periódico que nació en aquellos días: “El Carbayón”. “Este pasquín respetad, si sois buenos ovetenses, y en su memoria llorad todos los aquí presentes por el que honró a la ciudad”. Otros desalmados, años después, consideraron que el acueducto de los Pilares, que durante siglos sació la sed de la ciudad, también era prescindible. ¿Sabe, Señor, qué argumentos daban? Que la obra de los Arcos de los Pilares no era artística, ni útil, ni bella, ni histórica, ni ovetense y sí un obstáculo a la calle que a lo largo de ella se abriría. ¡Lo que hay que leer! ¡Un obstáculo! Ciento seis años después también parece que yo soy un obstáculo. Discurren los años pero hay cosas que no cambian. Siguen resonando, como un eco contundente a lo largo del tiempo, las palabras, aún vigentes, de Fermín Canella contra el injustificado derribo de los Pilares: “Por un acuerdo notorio/ fue rasgo de ediles famosos del consistorio/ Y, sordos los clamores del arte como de historia local/ nuestros regidores creyeron, solo por eso/con una piqueta ajena, rendir tributo al progreso”. A pesar de tener la oficina de correos aquí al lado no me es dado desplazarme. Espero que el autor de esta cita semanal con los ovetenses tenga a bien hacerle llegar esta carta confiando en que, sabiéndole al tanto, los regidores municipales olviden su absurda e injustificada idea, por nadie demandada, y se abstengan de arrancarme de mis centenarias raíces para que pueda seguir admirando y disfrutando del cotidiano devenir de los carbayones. Reciba un cordial saludo de esta “simple” farola ovetense.

lunes, 30 de agosto de 2021

LA CERÁMICA DE FARO: UN FUTURO NECESARIO

EL OTERO
La tradición alfarera en la zona rural de Oviedo 30·08·21 Abrimos hoy esta ventana hacia un pueblo de la parroquia de Santa María de Limanes: Faro. Hablar de Faro es remontarnos a una de las industrias más antiguas: la cerámica. Se decía antiguamente que en Faro no había casa sin horno ni sin obrador alfarero. Por desgracia, hoy no es así. En Asturias ya encontramos elaboración de cerámica en el periodo del neolítico. En la segunda Edad del Hierro aparece el torno mejorando, a partir de entonces, la preparación de las pastas empleadas e incorporando con la romanización de Asturias el empleo de moldes. A finales del siglo XVIII surgen en Asturias fábricas de loza como la de Miranda (Avilés), de la que Jovellanos dijo sobre sus elaboraciones: “Consúmense en toda la costa septentrional desde Galicia a Vizcaya”, o la de Villar en Siero. En abril de 1902, Senén María Ceñal funda en San Claudio la fábrica de loza, triste e injustificadamente desparecida en 2009 y que en su momento de esplendor llegó a contar con quinientos trabajadores. No está claro de dónde proviene el nombre de Faro. Pudiera deberse a una torre desde la que se hacían señales luminosas; de hecho, por Faro pasaba el Camino Real con dirección a la capital del Reino y aún existe el topónimo “La Grandota” que hace referencia a una gran torre cuyos cimientos aún permanecen enterrados. Otra teoría afirma que pudiera derivarse del latín “far-is” (escanda). Según recoge en un artículo la etnógrafa Esperanza Ibáñez de Aldecoa, tras las excavaciones realizadas por Alfonso Suárez Saro entre 1988 y 1990, se constató la actividad ceramista desde finales del siglo X. Aurelio de Llano y Roza Ampudia alude a una leyenda de que el pueblo había sido gobernado por un rey alfarero. Eduardo Quiñones cita la creencia de que el primer alfar lo estableció un vendedor de cachivaches procedente de tierras lejanas que al pasar por aquel lugar se fijó en la calidad de la arcilla y se quedó a trabajarla. En la Diplomática Medieval Asturiana se menciona en numerosas ocasiones a Faro: En el siglo XII aparece “iuxta ovetum, in villa pernominta Faro”. En 1519, en un legajo que se conserva en el Archivo Capitular de la Catedral se lee: “Item mas, se cargan que debe Juan de Estébano de Faro un cuarterón de teja, que son doscientas e çincuenta tejas”. El Catastro del Marqués de la Ensenada, en 1749, cifra el número de alfareros en setenta. En el siglo XVIII los alfareros de Faro comienzan a dispersarse hacia el oriente especialmente en busca de nuevos mercados, creando nuevas alfarerías en Pola de Siero, Ceceda, Piloña, Cangas de Onís, Ovio, la Franca o Villaviciosa. De Faro partió también Primitivo Cuesta “El Mico”, fundador de la alfarería de Somió. Muchos autores se refirieron a Faro, Miñano, Madoz o Canella. En 1933, Eduardo Álvarez Quiñones pronostica: “La industria se extingue. Las ruedas permanecen quietas en los rincones. Actualmente sólo giran cuatro, de los cuatro alfareros que quedan y estas cuatro se inmovilizarán dentro de poco tiempo y la industria alfarera se habrá terminado”. La gran actividad de Faro necesitaba de la existencia de mercados en los que se vendían combustibles para alimentar los hornos de los alfareros, entre los que se encontraban varios procedentes del Naranco. A Faro llegaban carros portando árgoma. Un horno podía consumir hasta cinco carros de árgoma en 12 horas. El tipo de rueda utilizada en Faro hasta el siglo XX era la baja de mano, hasta que José Vega “Lito” introdujo el torno de pie, consiguiendo así un incremento y mejora de la producción. Su hijo, José Manuel Vega “Selito”, último alfarero de una centenaria estirpe, espera ver continuada su tarea en su discípulo Orlando Morán. Como prueba de la antigüedad de la cerámica de Faro nos habla uno de los motivos frecuentes en su decoración: la “páxara”, un pez pájaro que lleva en su seno el huevo, símbolo de la fecundidad, dibujo que lleva siglos repitiéndose en sus piezas y al que Esperanza Ibáñez Aldecoa atribuye una inspiración oriental por su similitud con un plato encontrado en Hichapur (India) fechado entre el siglo IX-X. Asturias es tierra muy dada a cantares y coplas. Faro no ha sido ajeno. Perduran varias de estas coplas: “En llegando a la Temprana / ya sé que voy pa Faro / la mayor pena que tengo / que nun sé mayar el barro”. Otra dice: “Soy de Faro, soy de Faro / y mi madre una faruca / por eso yo siempre traigo / la barriguina fartuca”. “Madre mía / quién me diera una rapaza de Faro”. “Virgen de las Escudiellas, / abogada de los platos / sácame de entre los vieyos / llévame con los rapazos”. También hay una copla dedicada a aquellos que eran más bien “flojos”: “Voy mandate facer de nuevo en Faro”. Asimismo, cuando una joven se hacía de rogar en encontrar pareja decía: “Téngolu encargáu de barro en Faro”. Otro dicho aplicado a los mozos que iban a cortejar sin mucho éxito, también interpretado como canción asturiana, reza: “Fuiste a cortexar a Faro y estimárontelo munchu, nun taba la moza en casa y mandáronte sacar cuchu”. Por supuesto no faltaban coplas con relación a los motes, como el que hacía referencia a un vecino tartamudo, “Lin el Quequé”. También con mención a algunas familias: “Fuime a cortexar a Faro / a casa la Temprana, / por mucho que madrugué / amanecimos en la cama”. Natacha Seseña, etnógrafa española, decía: “La historia de la humanidad, desde la prehistoria hasta nuestros días, puede elaborarse a través de la contemplación y estudio de las labores cerámicas. En España, esta historia, es brillantísima”. Así es. En Faro tenemos un claro ejemplo. De ahí la importancia de no dejar morir esta actividad secular que la Asociación de Amigos de la Alfarería de Faro intenta mantener viva. Esperemos que el reciente convenio de colaboración firmado entre esta asociación y el Ayuntamiento ovetense sirva para ese propósito. El deseado proyecto de un Centro de Alfarería de Faro, al que el Ayuntamiento debería dar el necesario empuje, también podría ser una manera de perpetuar la memoria y la obra de nuestros ancestros alfareros. En él se compaginarían la enseñanza, investigación, producción y, por supuesto, la exposición museística. Tras tener la oportunidad y el honor de conversar y aprender mucho con “Selito” estoy más convencido de la importancia y necesidad de este centro. La cerámica de Faro es parte esencial de nuestra historia y cultura ovetenses. Dejar morir a la “páxara” milenaria sería otro error imperdonable que no debemos ni podemos permitir. https://www.lne.es/oviedo/opinion/2021/08/30/ceramica-faro-futuro-necesario-56683113.html

lunes, 23 de agosto de 2021

EL CAMPOAMOR, ESPÍRITU OVETENSE

El Campoamor, espíritu ovetense El papel del coliseo ovetense en la historia de la ciudad
23·08·21 ¡Qué fácil es destruir! ¡Qué difícil levantar! ¡Más, no sabiendo sentir! (Fermín Canella) Oviedo y la música siempre han ido de mano. Los ovetenses del XVII disfrutaban ya del teatro y de cierta actividad musical en el Corral de Comedias de El Fontán. La ópera no llegaría, con bastante probabilidad, hasta la segunda mitad del s. XVIII. Consta que en el Teatro Circo Santa Susana, en el mes de marzo de 1885, se representó una exitosa ópera con la participación del “Ruiseñor ovetense”, el tenor Lorenzo Abruñedo. Pero Oviedo necesitaba más. Quería un teatro al estilo de los coliseos europeos por lo que el Consistorio presidido por Longoria Carbajal se pone manos a la obra y en 1876 publica la convocatoria para la construcción del “Nuevo Teatro”. Sólo se presentan José López Salaberry y Siro Borrajo, con un proyecto inspirado en el Teatro de la Comedia de Madrid. Juan Miguel de la Guardia sugiere el emplazamiento en terrenos de la huerta del Convento de Santa Clara, junto al moderno mercado de El Progreso, además de dirigir la obra y aportar varias modificaciones. El 17 de septiembre de 1882, con “Los Hugonotes”, se levanta el telón del nuevo teatro. El nombre del poeta naviego, Campoamor, sería propuesto por el concejal Leopoldo Alas “Clarín” en la sesión municipal del 10 de mayo de 1890. Y como uno de los privilegios de esta ventana es poder viajar en el tiempo, vamos a hacerlo. Asomémonos a tres fechas relevantes en su historia. La primera el 17 de septiembre de 1892. Un redactor de “El Carbayón” nos pone en situación: “Imposible describir el aspecto que en la noche del sábado presentaba el Teatro Campoamor. Habíamos dicho que la inauguración sería un acontecimiento y lo fue en efecto. No hacemos hoy una reseña detallada de la función, ni mucho menos juicio crítico del desempeño que tuvo la grandiosa ópera de Meyerbeer; ni el espacio nos lo permite, ni el estado en que los artistas pisaron las tablas era apropiado para lucir todas sus facultades. Cantar ante un público desconocido, en un teatro nuevo, en que el verdadero derroche de oro y de luz hace que la sala se venga encima, según gráfica frase de uno de los artistas; sí podemos asegurar que el éxito fue admirable y que el poner ayer aquella obra en escena, con solo cuatro ensayos, revela en el maestro condiciones excepcionales. De la concurrencia ¡qué hemos de decir! Estaba allí lo más selecto de la sociedad asturiana. En uno de los palcos principales estaba D. Leandro de Campoamor, hermano del ilustre poeta, con su hija Guillermina y la Srta. de Gil. En el palco Municipal, el Alcalde de Oviedo, el de Gijón, concejales y el secretario; los regidores del Ayuntamiento de Madrid Sres. Méndez Vigo (D. Pedro) y Rubio (D. Federico). El público salió complacidísimo. El Alcalde, Sr. Secades, recibió numerosas felicitaciones con motivo de la inauguración del Teatro, pues sabido es, que a sus esfuerzos y constancia se debe el que al fin se haya inaugurado de tan brillante manera. Rogamos al Sr. Alcalde ordene que en las noches en que haya representación en el teatro, no se apaguen las farolas hasta que no se retiren a sus casas los espectadores”. Vamos a otra fecha no tan agradable: 9 de octubre de 1934. Aurelio de Llano y Roza Ampudia, espectador privilegiado de aquellos días luctuosos, nos cuenta cómo, ante la ofensiva de los revolucionarios, las fuerzas resistentes se replegaron al Teatro Campoamor que no reunía buenas condiciones defensivas, por lo que el jefe del cuartel de Santa Clara ordenó su evacuación. Relata Aurelio de Llano: ”Desde el teatro Campoamor era fácil incendiar el cuartel de Santa Clara. El comandante militar de la Plaza contaba con que el cuartel de Santa Clara podía ser el último reducto de la defensa de la ciudad, puesto que el día siete indicó la posibilidad de replegarse del Gobierno Civil a este cuartel. Teniendo esto en cuenta, en Junta de jefes celebrada en el cuartel de Santa Clara, se acordó incendiar con gasolina el teatro Campoamor. Le pegaron fuego, y del espléndido edificio, uno de los más bonitos de España no quedaron más que las paredes”. Por último nos trasladamos al sábado 18 de septiembre de 1948. Reinauguración del teatro. LA NUEVA ESPAÑA informaba del acontecimiento: “La fecha de ayer señala una venturosa efeméride en la ya larga historia de la ciudad. (…) Terminada la reconstrucción, ha sido inaugurado en la noche de ayer con la mayor solemnidad. Como ovetenses no podemos menos de sentir la mayor satisfacción al poder contar de nuevo con un edificio digno de Oviedo en cuanto al cultivo del arte dramático se refiere, llenándose así un vacío que se ha hecho sentir mucho desde hace años. El golpe de vista que ofrece la sala, completamente llena, no podía ser más magnífico”. Fechas significativas en el devenir de un edificio tan simbólico como esencial de la ciudad. Obviamente, ningún ovetense puede presumir de haber sido testigo de estos tres días, pero sí hay un testigo excepcional que ha superado el paso del tiempo, conflictos revolucionarios y bélicos, reformas urbanas y decenas de corporaciones: una farola. Una simple farola que ha visto pasar ante sí a generaciones de ovetenses. Hasta hoy. Si nadie lo remedia, el actual equipo de gobierno municipal pretende arrancarla de su emplazamiento secular tal como informaba LA NUEVA ESPAÑA: “Dos farolas a ambos lados de la entrada del teatro sustituirán la que está en el centro de la plaza, que se retirará con la estatua anexa”. Pues, que quieren que les diga, restaurarla sí, pero, preferiría que continuara en su emplazamiento siendo testigo del correr de los días ovetenses y no sucumbiera a la incívica piqueta municipal. Imposible no evocar las “aleluyas” de Canella. ¡Qué razón tenía! CARLOS FERNÁNDEZ LLANEZA El Campoamor, espíritu ovetense El papel del coliseo ovetense en la historia de la ciudad 23·08·21 ¡Qué fácil es destruir! El Campoamor, espíritu ovetense El Campoamor, espíritu ovetense ¡Qué difícil levantar! ¡Más, no sabiendo sentir! (Fermín Canella) Oviedo y la música siempre han ido de mano. Los ovetenses del XVII disfrutaban ya del teatro y de cierta actividad musical en el Corral de Comedias de El Fontán. La ópera no llegaría, con bastante probabilidad, hasta la segunda mitad del s. XVIII. Consta que en el Teatro Circo Santa Susana, en el mes de marzo de 1885, se representó una exitosa ópera con la participación del “Ruiseñor ovetense”, el tenor Lorenzo Abruñedo. Pero Oviedo necesitaba más. Quería un teatro al estilo de los coliseos europeos por lo que el Consistorio presidido por Longoria Carbajal se pone manos a la obra y en 1876 publica la convocatoria para la construcción del “Nuevo Teatro”. Sólo se presentan José López Salaberry y Siro Borrajo, con un proyecto inspirado en el Teatro de la Comedia de Madrid. Juan Miguel de la Guardia sugiere el emplazamiento en terrenos de la huerta del Convento de Santa Clara, junto al moderno mercado de El Progreso, además de dirigir la obra y aportar varias modificaciones. El 17 de septiembre de 1882, con “Los Hugonotes”, se levanta el telón del nuevo teatro. El nombre del poeta naviego, Campoamor, sería propuesto por el concejal Leopoldo Alas “Clarín” en la sesión municipal del 10 de mayo de 1890. Y como uno de los privilegios de esta ventana es poder viajar en el tiempo, vamos a hacerlo. Asomémonos a tres fechas relevantes en su historia. La primera el 17 de septiembre de 1892. Un redactor de “El Carbayón” nos pone en situación: “Imposible describir el aspecto que en la noche del sábado presentaba el Teatro Campoamor. Habíamos dicho que la inauguración sería un acontecimiento y lo fue en efecto. No hacemos hoy una reseña detallada de la función, ni mucho menos juicio crítico del desempeño que tuvo la grandiosa ópera de Meyerbeer; ni el espacio nos lo permite, ni el estado en que los artistas pisaron las tablas era apropiado para lucir todas sus facultades. Cantar ante un público desconocido, en un teatro nuevo, en que el verdadero derroche de oro y de luz hace que la sala se venga encima, según gráfica frase de uno de los artistas; sí podemos asegurar que el éxito fue admirable y que el poner ayer aquella obra en escena, con solo cuatro ensayos, revela en el maestro condiciones excepcionales. De la concurrencia ¡qué hemos de decir! Estaba allí lo más selecto de la sociedad asturiana. En uno de los palcos principales estaba D. Leandro de Campoamor, hermano del ilustre poeta, con su hija Guillermina y la Srta. de Gil. En el palco Municipal, el Alcalde de Oviedo, el de Gijón, concejales y el secretario; los regidores del Ayuntamiento de Madrid Sres. Méndez Vigo (D. Pedro) y Rubio (D. Federico). El público salió complacidísimo. El Alcalde, Sr. Secades, recibió numerosas felicitaciones con motivo de la inauguración del Teatro, pues sabido es, que a sus esfuerzos y constancia se debe el que al fin se haya inaugurado de tan brillante manera. Rogamos al Sr. Alcalde ordene que en las noches en que haya representación en el teatro, no se apaguen las farolas hasta que no se retiren a sus casas los espectadores”. Vamos a otra fecha no tan agradable: 9 de octubre de 1934. Aurelio de Llano y Roza Ampudia, espectador privilegiado de aquellos días luctuosos, nos cuenta cómo, ante la ofensiva de los revolucionarios, las fuerzas resistentes se replegaron al Teatro Campoamor que no reunía buenas condiciones defensivas, por lo que el jefe del cuartel de Santa Clara ordenó su evacuación. Relata Aurelio de Llano: ”Desde el teatro Campoamor era fácil incendiar el cuartel de Santa Clara. El comandante militar de la Plaza contaba con que el cuartel de Santa Clara podía ser el último reducto de la defensa de la ciudad, puesto que el día siete indicó la posibilidad de replegarse del Gobierno Civil a este cuartel. Teniendo esto en cuenta, en Junta de jefes celebrada en el cuartel de Santa Clara, se acordó incendiar con gasolina el teatro Campoamor. Le pegaron fuego, y del espléndido edificio, uno de los más bonitos de España no quedaron más que las paredes”. Por último nos trasladamos al sábado 18 de septiembre de 1948. Reinauguración del teatro. LA NUEVA ESPAÑA informaba del acontecimiento: “La fecha de ayer señala una venturosa efeméride en la ya larga historia de la ciudad. (…) Terminada la reconstrucción, ha sido inaugurado en la noche de ayer con la mayor solemnidad. Como ovetenses no podemos menos de sentir la mayor satisfacción al poder contar de nuevo con un edificio digno de Oviedo en cuanto al cultivo del arte dramático se refiere, llenándose así un vacío que se ha hecho sentir mucho desde hace años. El golpe de vista que ofrece la sala, completamente llena, no podía ser más magnífico”. Fechas significativas en el devenir de un edificio tan simbólico como esencial de la ciudad. Obviamente, ningún ovetense puede presumir de haber sido testigo de estos tres días, pero sí hay un testigo excepcional que ha superado el paso del tiempo, conflictos revolucionarios y bélicos, reformas urbanas y decenas de corporaciones: una farola. Una simple farola que ha visto pasar ante sí a generaciones de ovetenses. Hasta hoy. Si nadie lo remedia, el actual equipo de gobierno municipal pretende arrancarla de su emplazamiento secular tal como informaba LA NUEVA ESPAÑA: “Dos farolas a ambos lados de la entrada del teatro sustituirán la que está en el centro de la plaza, que se retirará con la estatua anexa”. Pues, que quieren que les diga, restaurarla sí, pero, preferiría que continuara en su emplazamiento siendo testigo del correr de los días ovetenses y no sucumbiera a la incívica piqueta municipal. Imposible no evocar las “aleluyas” de Canella. ¡Qué razón tenía!