miércoles, 20 de febrero de 2013

Y TODO A MEDIA LUZ...


El Otero

Y todo a media luz...

Los despropósitos del alumbrado ovetense

20.02.2013 | 
Y todo a media luz...
Y todo a media luz...
Tranquilos. Carlos sí, Gardel, no. Así que el crepúsculo interior, los besos a media luz y el suave terciopelo de la media luz del amor, lo dejamos para el tango que tan bien cantó siempre el maestro.
La media luz que me ocupa y preocupa hoy es la que se ha instalado en la noche ovetense, que desde hace tiempo ha transmutado nuestras calles en un paisaje mortecino que, en este invierno lluvioso y frío, evoca brumosos paisajes con cierto aire espectral... Calles que la lluvia y la noche hunden en deprimente oscuridad; vamos, que caminar en hora avanzada por Oviedo da cierto canguelo, para qué lo vamos a negar...
Historia son los tiempos en los que se sembraban farolas decimonónicas por doquier, aun en el caso de calles de nuevo cuño y edificaciones modernas; incluso calles sin nombre ni casas... un auténtico anacronismo estético; y así, una a una, hasta en número superior a 18.000, ¡ole! ¿Que el rendimiento lumínico es pésimo y la eficiencia energética nula? Da igual. ¿Que la propensión a la corrosión podría generar problemas de seguridad y un costosísimo mantenimiento? ¡Quién dijo miedo! ¿Que el costo de la factura energética sí que funde los plomos? ¡Será por perres! Y claro, de aquellos polvos vienen estos lodos... Y después de que los sufridos contribuyentes ovetenses apoquináramos más de 60 millones de euros, para dar a luz a tan fecunda prole de farolas, el último que apague la luz...
No voy a entrar en cuestiones técnicas; hay voces mucho más cualificadas que podrán hablar de carencias de curvas fotométricas, rendimientos lumínicos y demás tecnicismos, que no soy quién para valorar.
Lo que sí fue siempre evidente es que este tipo de farolas no eran las adecuadas para el alumbrado público. Y llegó el Reglamento de eficiencia energética en instalaciones de alumbrado exterior y mandó «aparar», y, claro, a quedarnos a dos velas. Así se escribe la historia...
Ahora se habla de tecnología LED y las nuevas farolas ya no miran a Fernando VII, sino a una ciudad que quiere y debe ser moderna, eficaz y actual en todos los sentidos. Y se anuncian importantes inversiones en mejorar la iluminación; conseguir algo tan obvio como que una farola sirva eficazmente para lo que está pensada, inversión que conllevará un importante ahorro en la factura. Es necesario, pero duele porque si las cosas se hubieran hecho bien en su día, ahora no nos encontraríamos en esta situación.
¿Se habrán tomado las decisiones en Oviedo con el debido criterio, asesoramiento y análisis? Que cada quien responda como le parezca más adecuado.
Corregir lo errado es pertinente; si hablamos de mejorar la iluminación de la ciudad, necesario, pero quizá alguien debería levantar la mano y decir que igual se equivocó, que se gastó mucho y mal, que entone aunque sea un tímido «mea culpa», qué menos.
Seguiremos siendo la muy noble, muy leal, bien novelada... pero la bien iluminada, me temo que, de momento, va a ser que no...
Publicado en La Nueva España el 20 de febrero de 2013

miércoles, 13 de febrero de 2013

Cuando trotar por Vallobín no era noticia


http://www.lne.es/oviedo/2013/02/13/trotar-vallobin-noticia/1367688.html
El otero

Cuando trotar por Vallobín no era noticia

El tiempo no muy lejano en el que la ciudad aún se parecía al campo

13.02.2013 
Cuando trotar por Vallobín no era noticia
Cuando trotar por Vallobín no era noticia
Los lectores habituales de LA NUEVA ESPAÑA recordaréis una curiosa noticia publicada hace días titulada: «Al trote por Vallobín». Ilustraba la nota una foto de un grupo de caballos trotando alegremente por las calles del barrio, como si Vallobín se hubiera convertido en las praderas de Oregón. Es una de esas noticias que suelen pasar sin pena ni gloria entre tantas otras de diatribas políticas, cataclismos económicos y las corruptelas del día.

A mí me llamó la atención. Me hizo gracia. Y me hizo recordar un tiempo en el que algo así no hubiera sido noticia. Y es que en el Vallobín de los que crecimos por sus calles en la época a caballo (nunca mejor dicho...) entre finales de los sesenta y principios de los setenta, como en tantos otros barrios de Oviedo, ver caballos a sus anchas no hubiera llamado la atención a nadie. Era normal. Como lo era que las vacas de Violeta bajaran cada día desde la Matorra a pacer en el «prao» que había en el medio del barrio, justo delante de mi casa; el mismo lugar que servía para tender las sábanas al «verde», para ser escenario de todo tipo de juegos; como perfecto laboratorio de Ciencias Naturales en el que cazábamos ranas, sapos, tritones, salamandras, esculibiertos, ratas, gatos... y demás fauna que luego veíamos en los libros del cole. Y epicentro de la ilusión y del regocijo que suponía cada mes de agosto la fiesta de Nuestra Señora de los Ángeles.

Tampoco nos llamaba la atención la visita diaria de las lecheras con su burra cargada. Los niños ovetenses de hoy, si quieren verla, tendrán que ir a la plaza de Trascorrales; la verán en bronce, pero nosotros la veíamos cada día como algo habitual. Tan normal como era pasar el día jugando en la calle, unas calles que eran territorio soberano de multitud de pandillas de críos que hasta teníamos la osadía ante un coche invasor de rogarle que desistiera de aparcar allí para no estorbar nuestra área de juego. ¿Imagináis hoy eso...? Yo tampoco.

Era un barrio en que la mejor noticia era que no había noticias. En el que nos conocíamos todos y todos nos conocían. Calles de barro, oscuridad y sueños de futuros lejanos. A veces jugábamos a imaginar cómo sería el mundo en el año 2000 y en ese vuelo libre de la imaginación nos veíamos volando en coches fantásticos, viviendo en casas increíbles, viajando por el espacio como el que cogía el 7 de Traval «para ir a Oviedo»; en fin, viviendo un increíble mundo de fantasía.

El año 2000 llegó y pasó... El barrio cambió. Ya no hay niños jugando por la calle. Ya no hay barro. Coches sí, demasiados... pero no vuelan. Tampoco hay vacas. Ni fiesta. La leche se compra en las grandes superficies. Las ranas, las salamandras, etcétera... en el laboratorio de los colegios, en formol. Lo mismo que muchos de aquellos sueños que en tardes de verano, tumbados sobre la yerba, dejábamos correr libres como las nubes en las que proyectábamos figuras inverosímiles... Hace tiempo que el famoso año 2000 es historia y las cosas no pintan bien para muchos en este siglo XXI, qué le vamos a hacer... Y algunos de aquellos caballos que regresaron como salidos del ayer a conquistar, de nuevo, retadores su espacio natural son noticia; qué cosas...

Ver esos caballos al trote me hizo recordar un Vallobín que ya no es, una Arcadia feliz en la que sin tener casi nada lo teníamos todo y que me lleva a compartir con Chesterton que: «Lo maravilloso de la infancia es que cualquier cosa es en ella una maravilla...».

Publicado en La Nueva España el 13 de febrero de 2013

miércoles, 6 de febrero de 2013

¡Sonría, por favor!

http://www.lne.es/oviedo/2013/02/06/sonria-favor/1364278.html


El otero

¡Sonría, por favor!

Reír y hacer reír es una forma de solidaridad

06.02.2013 | 02:21
¡Sonría, por favor! ¡Sonría, por favor!
Preparaba los periódicos para llevar a reciclar cuando me encontré con uno doblado por la página en la que estaba una noticia que realmente sentí: la muerte de Miliki. Me quedé sentado en el suelo releyendo. Recordando. Y sonriendo...

Soy de la generación que merendaba bocatas de chocolate al ritmo del: «¿Cómo están ustedes...?». Crecí con la banda sonora de los payasos de la tele, y bien cierto es que les debemos muchos momentos de risa, la música más civilizada del universo, en palabras de Peter Ustinov. Una de las dedicaciones de las que más orgulloso me siento, aunque no figure en mi currículum, es de la de payaso -odio el sentido peyorativo que a veces se le da a esta palabra-. Aún el año pasado, en el campamento o festivales a los que me invitaron -últimamente unido a la magia, arte de la que soy pésimo alumno, como bien sabe mi amigo José Armas-, disfruté como un niño más al ver a los críos asombrarse o reírse ante los más alocados disparates. Hacerlos reír te abre el alma. No tiene precio.

En una ocasión, en uno de los campamentos a los que asisto cada verano, después de una actuación memorable en compañía de Zepo (Pablo), leímos a los padres un texto en el que justificábamos por qué hacíamos de payasos. Y decíamos que era por un principio educativo. Creía que hoy más que nunca es la hora de la educación; en ella están las bases que pueden transformar el mundo en una sociedad fraterna, solidaria, justa... en una sociedad en la que reine el sentido del humor. Por eso hacíamos de payasos. Payaso es fiesta, es sinceridad, ingenuidad cariñosa, propia del amigo que siempre está dispuesto a confiar en el otro. Payaso es disponibilidad generosa, es amistad. El payaso nunca está triste, porque siempre en su rostro hay pintada una sonrisa que le hace incapaz de mirar mal a nadie. El payaso se ilusiona por lo sencillo, por lo cotidiano. El payaso perdona, aunque le peguen... El payaso es feliz cuando los niños ríen. Nadie puede ser payaso si no ha reído alguna vez. Nadie puede ser payaso si no ha descubierto en su vida aspectos tan ridículos que le inviten a reírse de sí mismo. Cuando alguien se disfraza de payaso, hay siempre detrás de él un deseo de hacer un servicio, de alegrar la vida. Y terminaba animando a los asistentes a hacer de payasos, porque es una buena forma de empezar a cambiar la vida, de darle un color distinto... más brillante.

Seguro que Miliki comprendería esto muy bien; él lo vivió en plenitud. Ojalá nos rodearan muchos más como él, buena falta nos hacen...

Lamentablemente, la realidad parece empeñada cada día en helarnos la sonrisa y, por desgracia, hay millones de niños y de adultos que no tienen ningún motivo para reír, y cada vez más, más cerca de nosotros. Temo que en estos últimos meses las calles de Oviedo hayan reído menos... Vivimos un presente en el que la solidaridad y la justicia social son urgentes para combatir ese monstruo depredador que ha creado la oscura política ultraliberal, devoradora por igual de patrimonios y dignidades humanas. Apestosas corrupciones por doquier incrementan, con razón, los índices de cabreo popular y el pesimismo se infiltra como un veneno silente por los poros de la sociedad.

Por eso creo firmemente que si al menos un día arrancamos al que tenemos al lado una sonrisa -y no es fácil-, ese día, sin duda, habrá merecido la pena...
Publicado en La Nueva España el 6 de febrero de 2013