lunes, 24 de abril de 2017

FERRETERÍA Y QUINCALLA

El Otero

Ferretería y quincalla

Las curiosidades de un estilo de comercio tradicional ya en desuso

24.04.2017 
Ferretería y quincalla
"Una generación echa el cierre". Ese era el titular de un reportaje que nos ofrecía el 25 de marzo LA NUEVA ESPAÑA y en el que nos daba cuenta del cese de varios negocios de la ciudad. El comercio tradicional no pasa por buen momento.

Todos tenemos almacenados en la memoria un buen número de establecimientos que, por unos u otros motivos, han bajado la persiana y que, en cierto modo, son parte de nuestra propia existencia. Tanto Carmen Ruiz Tilve, en sus deliciosos "Pliegos de Cordel", como Carlos del Cano, en su magnífica obra "Historia del Comercio de Oviedo", ponen nombre y apellidos a muchos de ellos que bien está que, al menos, quede archivada su memoria porque, sin duda, el comercio contribuyó en buena medida a configurar el presente de Oviedo.

Por eso me gusta revolver en periódicos antiguos y recrearme en muchos de los anuncios que ilustraban sus páginas. Por ejemplo: en almanaque de El Carbayón de 1883, un curioso anuncio: "Ferretería y Quincalla al por mayor y menor de la viuda de Francisco Lacazette e hijo". Se ubicaba en la calle Rúa, 3. El espacio del anuncio era, sin duda, bien aprovechado y en el mismo se ofertaba: "Acero de todas clases. Tornos, yunques y fuelles para fragua. Candiles para minas. Palas de hierro y acero. Telas metálicas. Bombas para pozo. Inodoros, alambres. Muelles de hierro y acero para muebles. Puntas de París y tornillos. Baterías de cocina. Cafeteras de toda clase. Cuchillería. Cubiertos de metal blanco del tan acreditado Christofle. Chimeneas y braseros. Lámparas y quinqués. Máquinas de coser. Agujas y otros utensilios para las mismas. Hules para mesas y pisos. Impermeables. Cepillos, plumeros y escobas. Transparentes de madera y tela. Correas para transmisión. Instrumentos de matemáticas y óptica. Molduras. Escopetas, cartuchos, tacos, perdigones y balas. Papeles para dibujo. Prensas para copiar. Libros de comercio y artículos de escritorio. Cajas para fondos. Básculas y balanzas para mostrador. Pesas y medidas del nuevo sistema. Pilas para agua bendita. Rosarios de Lourdes y otros artículos a precios sumamente arreglados".

Bien. No cabe duda de que la viuda de Lacazette y su hijo pretendían alcanzar, como dirían hoy los expertos en marketing, un amplio "target" de clientes.

E imagino lo que sería llegar al establecimiento y poder departir, a la espera del turno, con un fornido herrero, un impávido sin miedo a la muerte porque minero nació, un profesional de la paleta, un criador de pites, un sastre o modista de las de "se hacen todo tipo de arreglos y se cogen puntos a las medias", un plomero desatascador, un cocinero marmitón, un tiznado hollinados o un pulcro barrendero. O con el mecánico -ora manitas, ora chapuzas-, o el profe de matemáticas, el óptico del lugar, el pintor bohemio de la buhardilla de la casa de enfrente. Tal vez con un cazador de caza mayor, menor o lo que se tercie; con el contable con sus impolutos manguitos, o con los tenderos del barrio acudiendo a por fidedignos útiles de pesaje; o la vecina del principal izquierda, siempre sin prisa. Quizá con el cura párroco o, en su defecto, el pío y hacendoso sacristán; todos ellos, eso sí en perfecta armonía.

Ríase usted de las grandes superficies de bricolaje, a ver quién compite hoy con esto, dónde va a parar...

Y es que, ni el comercio es lo que era.
http://suscriptor.lne.es/suscriptor/oviedo-opinion/2017/04/24/ferreteria-quincalla/2093441.html

lunes, 17 de abril de 2017

HISTORIA QUE SE DESDIBUJA

El Otero

Historia que se desdibuja

Sobre la falta de fondos públicos para conservar el Prerrománico

17.04.2017 
Aspecto que presentaba ayer la iglesia de San Julián de los Prados
Fue en febrero del año pasado. En el marco de unas jornadas científicas sobre el Prerrománico en Oviedo. La entonces subdirectora general de Protección del Patrimonio Histórico y secretaria de Estado de Cultura, Elisa de Cabo de la Vega, manifestaba que "el Prerrománico asturiano está en un estado de conservación excelente".

En esas mismas jornadas, Pilar García Cuetos, profesora de arte de la Universidad de Oviedo, defendía una máxima -según nos informaba LA NUEVA ESPAÑA- "que empieza con la obligación de conservar. Si hace falta, reparar y, en último extremo, restaurar". Añadía que "el Prerrománico necesita mucho diálogo". Bien. Seguramente. Y así debería ser. Pero la realidad, tozuda como suele ser, dicta otra cosa. Por ejemplo, las pinturas murales de San Miguel de Lillo están que se caen. Y nunca mejor dicho. Necesitan una actuación urgente. Pero ¡oh sorpresa! en los Presupuestos Generales del Estado no hay ni un euro para este concepto. Y, revisando la hemeroteca, es fácil constatar que llueve sobre mojado. Quizá alguien debería de haber llevado a la entonces secretaria de Estado a cursar una visita al monumento naranquino. Y el recorte no es sólo para San Miguel. La merma es de más del 60 por ciento de las inversiones previstas para la conservación del Prerrománico para el período 2011-2019. No me extraña que Lorenzo Arias, uno de los mayores expertos en el Prerrománico asturiano, se mostrara, digamos, ligeramente contrariado: "Si una consejería de Cultura no tiene recursos y no es capaz de conseguir del Estado medio millón de euros para restaurar unas pinturas que son únicas en el mundo, ¿para qué sirve? ¿Para qué la queremos? ¿Simplemente para certificar lo abandonado que está todo? ¿Simplemente para pagar a sus funcionarios? Para eso, mejor cerraba".

Hace años que se deberían haber tomado medidas "pero esa obra se paró porque algunos grupos políticos, dentro de la Junta General, se dedicaron a poner palos en las ruedas" como también denunciaba en este diario el restaurador Jesús Puras.

Somos depositarios de un legado secular de valor incalculable. Nuestra es la responsabilidad de cuidarlo y preservarlo. Pero, me temo, no damos la talla. Una de las primeras referencias que hallamos sobre San Miguel es de Ambrosio de Morales (1513-1591) que en su "Viaje Santo y Crónica General" ya manifestaba su fascinación: "Con no tener ésta más que cuarenta pies de largo, y veinte de ancho, tiene toda la gracia que en una iglesia metropolitana se puede poner. Mirado por de fuera se viene a los ojos con mucho contento su buena proporción, y vista de dentro alegra la buena correspondencia, crucero, cimborio, capilla mayor, tribuna, escaleras para subir a ellas, campanario y todo lo demás tiene cierta diversidad en tamaño y en forma, y enlazándose lo uno y bajando lo otro, ensancharse aquello y retraerse lo otro que se goza enteramente las partes del edificio dándose lugar a las unas y a las otras, para que se parezcan lo que son y qué lindas son".

Supongo que al viajero del siglo XVI le resultaría poco comprensible que la sociedad del siglo XXI, con los recursos que posee, dejara caer un trozo único de nuestra propia historia.

Esas pinturas, esa construcción secular, no son solamente piedras. Son parte de lo mejor de lo que fuimos. Y de lo que somos. Es un tesoro único que de forma casi milagrosa ha llegado hasta nuestro presente.

Debemos buscar urgentemente la forma de garantizar su preservación. O no podremos mirar a los ojos a las generaciones futuras. Por pura vergüenza.
http://suscriptor.lne.es/suscriptor/oviedo-opinion/2017/04/17/historia-desdibuja/2089915.html

lunes, 10 de abril de 2017

CALLES Y PASIÓN

El Otero

Calles y Pasión

Sobre la vulnerabilidad de las personas ante avatares inesperados

10.04.2017
Calles y Pasión
Fiel a mi costumbre de recortar noticias que me llaman la atención y desempolvarlas pasado cierto tiempo, rescato una que me viene a la memoria quizá por las fechas que afrontamos. Es de noviembre de 2016. Un titular de LA NUEVA ESPAÑA: "La calle te carcome". Una noticia que ponía nombre y apellidos a algunas de esas personas que la vida orilla y condena a la invisibilidad. Una de esas ochocientas personas que, cada año, acuden al albergue Cano Mata en busca de un poco de calor. De un poco de dignidad. Una de ellas es Marta Vigil, madrileña de 48 años que, tras una serie de carambolas, acabó sin techo. Y así narraba su testimonio: "Nunca piensas que vas a acabar en la calle, con el cielo sobre tu cabeza, unos cartones y tú. Cuando menos te lo esperas la vida te da un giro en menos de 24 horas. La calle te carcome, poco a poco y sin que te des cuenta". Qué poco conscientes somos de los vulnerables que, en un momento dado, podemos llegar a ser? Sólo hacen falta una serie de peripecias no planeadas para que la vida se nos ponga patas arriba. Y aunque no llegue a esos extremos, quizá sólo un pequeño zarandeo serviría para ver las orejas al lobo y sentir en la propia piel las dificultades por las que viven muchos convecinos nuestros. Tal vez, sólo así, seríamos capaces de calzarnos sus zapatos aun por unas horas.

Abrimos la Semana Santa. Nuestras calles se van a llenar un año más del fervoroso colorido de los nazarenos. Arte. Devoción. Tradición. Pasión.

Mirar a Jesús en su Borriquilla, al Cristo de la Misericordia, al Nazareno, al Jesús Cautivo o a la Dolorosa y no percibir en ellos esas otras miradas anónimas y silentes que nos interrogan, sería como solazarse contemplando los marcos ignorando los lienzos de los muchos cuadros que atesora nuestro Museo de Bellas Artes.

Conmemoramos la Pasión y muerte de un inocente. Alguien que, creo, dio su vida para legar, en la Pascua, un grito que debería ser, ante todo, de justicia, de solidaridad. Un grito de rebeldía ante un mundo que sigue crucificando a los humildes, a los marginados, a los expulsados de su tierra, a las que sufren violencia en su propio hogar, a los explotados. Un mundo que sigue esperando...

Que no dejemos de hacer santas las 51 semanas restantes.
http://suscriptor.lne.es/suscriptor/oviedo-opinion/2017/04/10/calles-pasion/2087309.html

lunes, 3 de abril de 2017

LA FELICIDAD Y LA COLA DE MI PERRO

El Otero

La felicidad y la cola de mi perro

En busca de la piedra filosofal para sentirse más dichoso

03.04.2017 
La felicidad y la cola de mi perro
Que el pasado lunes 20 llegó la primavera es algo conocido. Nada nuevo. Que las estaciones sean lo que fueron o deberían de ser ya es otro cantar. Pero eso es harina de otro costal.

Lo que tal vez no sepan es que el 28 de junio de 2012 la Asamblea General de la Naciones Unidas decidió que el 20 de marzo fuera declarado el Día Internacional de la Felicidad. Se pretende "un reconocimiento del importante papel que desempeña la felicidad en la vida de las personas de todo el mundo". Para ello, en 2015, la ONU lanzó los 17 objetivos de desarrollo sostenible que pretenden poner fin a la pobreza, reducir la desigualdad y proteger nuestro planeta, tres aspectos primordiales que contribuyen a garantizar el bienestar y la felicidad.

Y así es. El primer punto de cualquier declaración de derechos o de cualquier Constitución debería de ser ese: todo ser humano tiene derecho a ser feliz. Casi nada. Pero la realidad... No corren buenos tiempos para la felicidad. Nada buenos. Salvo que consideremos que buena parte de nuestra propia felicidad está en nuestras manos y depende sólo de nosotros y no de factores exógenos. De nuestra actitud y de intentar percibir las situaciones más adversas como una dificultad y no cada dificultad como una situación trágica. De hallar en algún momento cotidiano ese sentimiento de placidez. De no esperar a no sé cuándo para hacer no sé qué porque de tanto esperar a mañana, acabaremos perdiendo el hoy. Seguro que a lo largo del día podemos encontrar ese paréntesis en el que respiremos y digamos: bueno, ahora estoy bien... Claro, el papel lo aguanta todo y es fácil teorizar sobre esto sin calzarse los zapatos de quien realmente lo está pasando mal.

Hay miles de textos de filósofos, escritores o psicólogos sobre la felicidad. Cada uno, a su manera, intenta sintetizar en unas líneas su receta particular para dar con la piedra filosofal que nos permita sentirnos más dichosos.

Sin duda, si me encontrara a un hipotético genio surgido de alguna milagrosa lámpara maravillosa, lo que le pediría es eso: ser feliz. ¿Cómo? Eso es lo de menos. Hay tantas formas como personas y, tranquilos, no pasan por ser ricos o famosos. Y todos. Todos -sin excepción- tenemos la capacidad de ser felices. Pueden estar seguros.

Voy a contarles algo muy curioso que me sucedió. Hace unos días mi perro y yo estábamos dando uno de nuestros habituales paseos por la hermosa zona rural ovetense cuando le dio por empezar a dar vueltas intentando cogerse la cola. Venga vueltas y vueltas... Le pregunté: "¿Pero qué haces alma de cántaro? ¡Que te vas a marear!". Ni corto ni perezoso me contestó que estaba buscando la felicidad (¡ah! que no les había dicho que mi perro y yo hablamos... bueno, son cosas que pasan) Me dijo: "Es que ayer un chucho me dijo que la felicidad estaba en la cola. Y que cuando consiguiera cogerla sería toda para mí, así que ya ves, aquí estoy a ver si consigo atraparla...". "Este perro mío chifló", pensé para mí.

El caso es que al día siguiente ya no daba vueltas y estaba, con cara de absoluta placidez, tumbado en su esquina del sofá. Sí, sí, del sofá... (sin comentarios). "¡Coime! ¿Ya dejaste de dar vueltas?". Y él, así como con cara solemne, me dijo: "Mira Carlinos, es que el otro día se me acercó un perro con fama de ser muy sabio y me dijo '¿Qué? ¿Buscando la felicidad? Yo también la buscaba. Y también me habían dicho eso de que estaba en la cola. Pero descubrí que cada vez que intentaba atraparla, ésta se me escapa. Así que decidí dedicarme a hacer lo que tengo que hacer. Y desde entonces es mi cola la que me sigue...". Sean felices.
http://suscriptor.lne.es/suscriptor/oviedo-opinion/2017/04/03/felicidad-cola-perro/2083635.html

sábado, 1 de abril de 2017

EL POTENCIAL DEL NARANCO COMO INFRAESTRUCTURA CULTURAL

Razones para una reivindicación

El potencial del Naranco como infraestructura cultural

Las posibilidades de un espacio natural que alberga dos joyas de la arquitectura mundial y cuyo mayor problema es la indiferencia de la ciudad

01.04.2017 
Imagen histórica del Naranco. 
¿Sería factible considerar al Naranco como una infraestructura cultural del municipio de Oviedo? ¿O sería una idea descabellada?

A esta pregunta intenté responder el pasado 23 de marzo en una mesa redonda en la que tuve el honor de participar y en la que se trataba de analizar la optimización de recursos e infraestructuras culturales del municipio.

Pues bien, teniendo en cuenta el potencial natural, histórico, artístico, etnográfico... pues sí se podría considerar que el Naranco, por sí solo, puede ejercer una determinada función de infraestructura cultural. Y un elemento de atracción de visitantes interesados en un turismo cultural y ambiental. Pero para eso hay muchas tareas pendientes.

Vayamos por partes. El Naranco alberga dos joyas de la humanidad. Dos de los elementos emblemáticos de nuestro prerrománico o, si lo prefieren, en definición de Jovellanos, "arquitectura asturiana": Santa María del Naranco y San Miguel de Lillo, declaradas por la Unesco "Patrimonio de la Humanidad" el 4 de diciembre de 1985.

La crónica de Silos se refiere a las iglesias naranquinas en estos términos: "Sin embargo, cuando hubo descansado su ánimo de la perturbación interior, para no entorpecerse el ocio, construyó muchos edificios, distantes de dos millas de Oviedo, con piedra arenisca y mármol en obra abovedada. Así, pues, en la ladera del monte Naranco fabricó tan hermosa iglesia, con título del arcángel Miguel, que cuantos la ven atestiguan no haber visto jamás otra semejante a ella en hermosura". Marta Cuadrado, en su trabajo "Arquitectura palatina del Naranco", recoge, como en pleno siglo IX, la admiración del anónimo autor de la crónica asturiana A Sebastián: "Si alguien quisiera ver un edificio similar a éste no lo hallará en España"

Magín Berenguer manifestaba en 1985: "El prerrománico tiene una importancia universal pues se trata de un momento de la historia en que Asturias, en cierto modo, es protagonista, ya que, en base a la monarquía asturiana, se defiende una cultura occidentalista frente a la invasión musulmana. Se crea un arte nuevo que es el primero de la España nacional".

Hace unos meses, en una entrevista en LA NUEVA ESPAÑA, el arqueólogo César García de Castro, una de las voces actuales más autorizadas en torno al Prerrománico, ante la pregunta de si se había dado el paso de reivindicar convenientemente el arte asturiano, respondía: "No lo hemos dado. Ni las administraciones ni los ciudadanos. No se siente como propio, ni mucho menos. Si se sintiera como propio habría protesta social en su favor, reclamando inversiones".

El arquitecto Rafael Moneo, premio "Príncipe de Asturias", definía a nuestros monumentos como "la arquitectura en su estado más puro". Una arquitectura de la que debemos enorgullecernos. Con la que deberíamos sentirnos concernidos en su cuidado y defensa. Un arte "innovador en su producción artística, tanto en su técnica, como en su arquitectura, como en su iconografía", como lo definiera el doctor en Historia del Arte Lorenzo Arias Páramo.

Por tanto, quizá cabría preguntarse: ¿Cuidamos y valoramos el prerrománico asturiano como requiere y merece? ¿Estamos haciendo todo lo posible para que su conocimiento llegue al mayor número posible de personas? ¿Tenemos los recursos suficientes para su mimo y garantizar que las generaciones futuras puedan disfrutar de estas joyas? ¿Es la sociedad suficientemente sensible ante las dificultades y retos que plantea su conservación?

Y si las joyas están ahí, ¿qué decir del joyero? Ese relicario natural que es el propio monte Naranco. El viejo Naurancio que ha guardado y abrigado a Oviedo durante milenios. La imbricación de Oviedo y los ovetenses es, a mi juicio, ancestral, y bien la recoge la frase del escritor moscón Valentín Andrés: "Millares de siglos antes de existir Oviedo, el Naranco ya era ovetense".

El Naranco, para Fermín Canella, "dota a Oviedo de buenas y abundantes aguas", las mismas que llenaban, generosas, los numerosos lavaderos en los que durante tantos años se lavaron tantas ropas de la ciudad para luego tenderlas al verde, pintando así un paisaje níveo en sus laderas. En umbríos recovecos atesoraba el hielo cuando aún ignorábamos lo que era un frigorífico. Su tierra nos dio frutos, alimentó al ganado, nos surtió de madera. De sus entrañas salió la piedra para construir palacios, iglesias o casas humildes. Mineral de hierro salía de sus minas y bajaba, por planos inclinados, hasta la Estación del Norte para suministrar mineral a la industria. Y, a día de hoy, le siguen royendo los tuétanos sin piedad alguna, masacrando su futuro. Acogió con gusto el hogar de muchas familias. Pero, inexplicablemente, la ciudad vivió de espaldas al Naranco. No creo equivocarme si afirmo que, a día de hoy, el mayor problema del Naranco es la indiferencia.

Y tantos años de desidia e inacción condenaron al Naranco a una situación de abandono. Poco a poco parecía languidecer entre la pasividad de las administraciones y esa indolencia social. Pero en 2007 se publica el "Plan territorial especial supramunicipal del parque periurbano del Naranco", un diagnóstico acertado de la situación de nuestro espacio natural. Hubo otros intentos antes, otros proyectos, pero éste parecía ser el más ambicioso. Se invirtieron más de cuatro millones de euros, sí, pero se quedaron también por el camino, por unas u otras razones, multitud de buenas intenciones. Y una sentencia del Tribunal Supremo en enero de 2014 tumbó para siempre este proyecto.

Y ahí queda el reto de ayudar a que el Naranco sea lo que siempre fue: un monte. Una decidida apuesta forestal para erradicar el eucalipto en favor de especies idóneas en función de las características de cada lugar. Identificar y adecuar los muchos caminos públicos que se han ido cerrando por acción (malintencionada) u omisión.

Cambiar el horizonte de Oviedo está en nuestras manos. El Naranco puede ser un espacio de expansión y ocio respetuoso y saludable. Aprovechemos algunas de las viejas edificaciones, como las del Pevidal, en estado ruinoso actualmente, para convertirlas en un centro de información y divulgación, especialmente pensando en los escolares del municipio que tendrían ahí un primer punto de conocimiento, pues tengo muy claro que no se cuida lo que no se ama y no se ama lo que no se conoce.

Llevemos a cabo una mínima restauración de los pozos de nieve que en otros lugares, como los Pirineos, son capaces, por si solos, de atraer a numerosos visitantes.

Hagamos de toda la herencia de la actividad industrial como bocaminas, tolvas, etcétera, elementos que inciten la curiosidad y el conocimiento de una época, no tan lejana, en la que la minería del hierro o, en menor medida, la del carbón, estaba a las puertas de nuestra casa. Consideremos los numerosos restos de fortificaciones de la guerra civil como un libro abierto para no olvidar nuestra historia reciente.

Tenemos decenas de lavaderos y de fuentes que con poca inversión podrían volver a hablar a los visitantes de días en los que los vecinos de muchos pueblos naranquinos completaban sus modestas economías domésticas con el lavado de ropa y, a la vez, convertían los lavaderos en puntos de encuentro, ejerciendo así una función casi de "centro social".

Aprovechemos todos esos caminos que antes citaba para tejer una red capilar de rutas por las que los caminantes disfruten de un espacio tan cercano y tan valioso. Los retos no son pequeños pero, a la vez, no son tan complejos. Resaltemos lo mucho y bueno que tiene el Naranco y, sí, claro que entonces podríamos definir el Naranco como una infraestructura cultural. Es más, cabría decir que no se debería de concebir una nueva política cultural para Oviedo en la que el Naranco no sea, de una vez y para siempre, un elemento imprescindible. Y no sólo por los monumentos de Santa María y San Miguel, sino también por sus elementos naturales y etnográficos.

Y que lo veamos más pronto que tarde.