jueves, 29 de enero de 2015

A TRES MINUTOS DEL APOCALIPSIS

El Otero

A tres minutos del Apocalipsis

El alud de malas noticias y la vulnerabilidad del mundo

29.01.2015 
A tres minutos del Apocalipsis
A tres minutos del Apocalipsis
Ya lo dice el refrán: si no quieres caldo, taza y media. Por si no fuera bastante el alud diario de noticias como para echarse a temblar, resulta que, entre la crónica político judicial, económica, carcelaria y demás alegrías, se nos cuela una que nos alerta de que un grupo de diecisiete científicos galardonados con el Nobel ha decidido adelantar el reloj del Apocalipsis en dos minutos. Se trata de una figura simbólica que desde 1947 alerta de la vulnerabilidad del mundo frente a un desastre a escala planetaria. El reloj, fundado por el Boletín de Científicos Atómicos de la Universidad de Chicago, sólo se ha movido 18 veces en toda su historia y se queda ahora a tres minutos de la medianoche: una catástrofe global. La última vez que estuvo tan cerca del fin del mundo fue en 1984, con EE UU y la URSS en plena Guerra Fría. En 1991 se encontraba a 17 minutos. ¡Pues qué bien! Donde éramos pocos...
¿Se han preguntado alguna vez qué harían ante un inminente "The End"? Cuentan que las víctimas del 11-S, conocedoras de su destino, se dedicaron a llamar a sus seres queridos para decirles, sencillamente, que les amaban. Todo lo demás, se difumina. Parece que no importa... Quizá ese supuesto Armagedón sea como en esas superproducciones de Hollywood repletas de efectos especiales en los que los edificios más emblemáticos del mundo saltan por los aires. O quizá no. Francamente, me importa un bledo. Nunca creí en profecías de mal agüero; es más, el fin del mundo para muchos es hoy. O ayer. O quizá mañana.
Sobre edificios señeros saltando en pedazos, por cierto, algo sabemos ya en Oviedo. Mi abuelo Julio me contaba que vio con sus propios ojos como la torre de la Catedral, "índice de piedra que señalaba al cielo", quedó amputada después de recibir un cañonazo en plena guerra civil. Pocos años antes, la Cámara Santa, nada más y nada menos, había volado; no precisamente a lomos de serafín alado alguno. El propio edificio de la Universidad, biblioteca incluida, claro, ardió hasta el tuétano. Y cientos de edificios de la muy noble y muy leal quedaron reducidos a escombros.
Que todos tendremos -certeza absoluta- nuestro particular fin del mundo no es novedad alguna. Como tampoco parece que quiera ser novedad ni noticia que preocupe en occidente, el fin del mundo que llegó hace unos días a más de dos mil personas asesinadas en Nigeria en un absurdo y cruento atentado islamista más. ¿Qué opinarían del fin de los tiempos los miles de exterminados en el campo de Auschwitz que anteayer conmemoraba el 70º aniversario de su liberación? Y no sigo con la nómina de despropósitos apocalípticos que, por desgracia, hay. Vaya si hay...
El fin está ahí, sí, pero no menos que la esperanza, la ilusión y las ganas de seguir adelante que ponen miles de ciudadanos cada mañana. Personas dispuestas no a embadurnarse en cenizas impregnadas de lágrimas, sino a dar lo mejor de sí para que el mundo siga y, a poder ser, mejor. Así que déjenme de teorías siniestras y aunque sabemos que a todo gochín le tiene que llegar su samartín, el día y la hora, nadie lo sabe. Ni el individual ni el colectivo. Entre tanto, gafes taciturnos al margen, vivamos con plenitud, con una buena medida de aceite en la lámpara de la preocupación por los demás, en tanto que podamos, y con la confianza de que, como ya decía Tito Livio en la Roma de hace más de dos milenios, "el sol no se ha puesto aún por última vez".
http://suscriptor.lne.es/suscriptor/oviedo-opinion/2015/01/29/tres-minutos-apocalipsis/1705554.html

miércoles, 21 de enero de 2015

HISTORIAS QUE SE VAN

El Otero

Historias que se van

Sobre el cierre de negocios clásicos en los barrios

21.01.2015 
Historias que se van
Historias que se van
Vivir es apasionante. Hombre, bien es cierto que ver que el tipo que te devuelve la mirada cada mañana en el espejo va teniendo más arrugas y menos pelo, fastidia un poco, pero ¡qué más da!. Le devuelvo unas cuantas muecas absurdas y burlonas sonriendo porque, otra mañana más, simplemente, estamos ahí. Otro día. Otra oportunidad. Otra aventura. Lo peor de esta carrera cotidiana es que a medida que el recorrido aumenta, vas dejando -jirones del tiempo- vivencias, historias y, lo que es peor, compañeros de viaje que se quedan en la cuneta y a los que ves por el retrovisor diciendo adiós... y eso joroba un poco. Pero vivir es así. En fin; viene esto al caso -si es que viene- porque a esta ventana que pretende ser este Otero, nos llegan noticias para que las compartamos en tertulia abierta. Tal es el caso del cierre de un veterano quiosco de Vallobín, arte y parte de una de esas historias que van quedando atrás. Episodios que nunca pasarán a la crónica colectiva de la ciudad pero que, como imprescindible tesela, es necesaria para construir ese mosaico común que, entre todos, hacemos año tras año. Sir Book fue un sencillo quiosco de barrio. Durante veintiocho años, hoja a hoja del almanaque, surtió de prensa, revistas o chucherías a buena parte de la vecindad. Desde su pequeño local de la calle Maximiliano Arboleya 26, tanto contribuía a divulgar las noticias como a surtir de pipas a la pandilla de adolescentes que pasaban las horas, despreocupados, tejiendo un futuro que pensaban que nunca llegaría, en la "calle cortada", a la sazón, Escultor Folgueras. Hoy en la zona, como en el resto del Vallobín, como en tantos otros barrios, ya no quedan críos jugando por las calles. La calle Maximiliano Arboleya ha visto como muchos de los comercios que la animaban, auténtica savia urbana, han bajado la persiana; el sino de los tiempos, supongo. El cierre de Sir Book me recuerda otro templo del barrio para los infantes de antaño: el estanco de Ángel en Antonio Maura. No podía haber más cosas en menos espacio. Allí compraba la prensa cada domingo a mi padre, junto con mi ejemplar del Mortadelo y del DDT. Allí nos proveíamos de los caramelinos de perrona, que, aunque resulte increíble, por una peseta nos daban diez, o de pipas, chicles... Allí comprábamos los cromos para las inacabables colecciones -siempre había alguno que no salía- y por mucho que fuéramos peregrinando con el montón de "repes" a ver si la suerte era favorable, no había manera. Allí adquiría coches de juguete o los sobres de cinco pesetas en los que venía algún artilugio para armar. De allí salieron los primeros "Celtas" que, furtivamente, fingía que me gustaba fumar. Allí tentábamos cada semana a la diosa Fortuna con las quinielas aunque, hasta donde me llega la memoria, creo que no caté nunca ni una de doce. Allí, me proveía de sobres y sellos para aquellas primeras cartas a mi cuñado al Ferrol o para las epístolas a aquel primer amorío estival que, en ausencia de WhastsApp, eran enviadas esperando, como agua de mayo, la contestación casi al mismo momento de meterlas en aquella garganta oscura del buzón de la esquina. En fin, triviales remembranzas del propio caminar que, espero, sirvan para rescatar del fondo de su memoria algún estanco o quiosco así que, haberlos, seguro que los hay. Capítulos anónimos que, nos guste o no, fueron parte de nuestro propio existir. De ese apasionante vivir.
http://suscriptor.lne.es/suscriptor/oviedo-opinion/2015/01/21/historias/1701532.html

viernes, 16 de enero de 2015

UN SIGLO SIN LOS PILARES


Un siglo sin Los Pilares

El 11 de enero de 1915, tras una larga polémica, comenzó el derribo del acueducto que sació la sed de los ovetenses desde el siglo XVI y del que hoy sólo quedan cinco arcos

16.01.2015 
Un siglo sin Los Pilares
Un siglo sin Los Pilares 
Lunes, 11 de enero de 1915. A los ovetenses les invade la rabia, la indignación, la impotencia... Están asistiendo al incomprensible derribo del que, sin duda, era uno de los elementos arquitectónicos definitorios de la ciudad: el acueducto de los Arcos de los Pilares. Tras años de polémica la sentencia se cumplía: eran derribados. El fantástico acueducto que no dejaba indiferente a nadie y al que Jovellanos calificara como "obra de arquitectos montañeses, pero digna de romanos", era derruido. De nada había servido la movilización ciudadana en su defensa. Fermín Canella, una de las voces más críticas, lo había previsto años antes en una aleluyas: "Por un acuerdo notorio/ fue rasgo de ediles famosos del consistorio/ Y, sordos los clamores del arte como de historia local/nuestros regidores creyeron, solo por eso/con una piqueta ajena, rendir tributo al progreso./¡Qué fácil es destruir! ¡Qué difícil levantar! ¡más no sabiendo sentir!/ ¡Bravo! Con recurso tal tendrá una fuente argentina/ el arca municipal; y por ganancia liviana/cualquier día pueden vender nuestra fronda franciscana/ o con interés más vivo dar en remate y subasta/ los diplomas del archivo/ ¡Ay! Entonces despojados de populares preseas/ por tales medios medrados, del arte y de la historia en cueros/ dirán con lástima muchos:hijos de Oviedo ¡incluseros!".
La obra había contribuido a saciar la sed de los ovetenses desde 1599, tras años de vicisitudes, problemas técnicos y un coste de15.500 ducados para su construcción, hasta 1875, en que entró en funcionamiento una nueva traída de aguas de acuerdo a proyectos de Pérez de la Sala y de Ignacio Ferrín.
Todo había empezado el 3 de octubre de 1902, cuando el Ayuntamiento toma en consideración la moción presentada por varios concejales, tras la petición formulada el 21 de enero por el constructor Mariano Lapeña, para el derribo del acueducto, expediente que se aprueba el 24 de noviembre de 1905, con los votos en contra de Juan Fernández de la Llana y de José López Planas, digámoslo en su honor. Comienza entonces una viva polémica en la ciudad en contra de la que se había ya calificado como "bárbara piqueta municipal". ¿Se imaginan que hubieran tenido en cuenta el proyecto de entonces arquitecto municipal, Miguel de la Guardia, que sugería que se hiciera una pasarela o paseo por encima del acueducto para llegar hasta "la pintoresca colina de San Pedro"? ¿Se imaginan una ancha avenida que fuera desde San Pedro, Cervantes arriba con el acueducto como eje central? Pues eso es lo que podíamos tener si tanto oscuros intereses de la Compañía del Norte como de algunos particulares, no hubieran sido los que se llevaran el gato al agua.
¿Quieren saber los argumentos que daban a favor de su demolición? Pues ni más ni menos que la Compañía del Norte ofrecía salvar con un puente el paso a nivel de la Argañosa, que los materiales del derribo darían algún dinero al ayuntamiento y trabajo a los obreros. Que la obra de los Arcos de los Pilares no era artística, ni útil, ni bella, ni histórica, ni ovetense y sí un obstáculo a la calle que a lo largo de ella se abriría. Lo que hay que oír. En diciembre de 1910, vuelven a la carga. En febrero de 1913 otra andanada. Y por fin, en la mañana del 11 de enero de 1915 comienza el derribo de esas "páginas de piedra cantando los esfuerzos de nuestros antepasados para surtir las aguas suficientes entre sacrificios y contrariedades" como los definiera Canella, y en cuya demolición pudo emplear el ayuntamiento cincuenta obreros durante tres meses.
Aún se lograría paralizar el derribo durante un tiempo, pero al final se llevó a cabo. El 23 de enero de 1915, Fermín Canella, entonces cronista de la ciudad y vicepresidente de la Comisión de Monumentos Históricos y Artísticos, se dirige al Gobernador de la provincia y al Alcalde de la ciudad solicitando la suspensión del derribo "mientras no se cumplan los trámites del caso e informen las Reales Academias de Bellas Artes de San Fernando y de la Historia para que en su día, con aprobación asimismo del Ministerio de Instrucción Pública, pueda la Corporación acordar o no dicho derribo con toda justificación". No fue suficiente. Sólo quedaron cinco arcos en pie. Cinco arcos de aquella obra que Canella describiera con pasión como de "indiscutible mérito histórico en los anales ovetenses, con mérito artístico y científico: una edificación típica en nuestro pueblo; una lección perenne, una memoria del tiempo viejo; y en la elegancia de su corte, en su elevación proporcionada y en todo su conjunto constituyen una fábrica agradable y deleitosa, amadísima de los ovetenses y estimada por los asturianos todos, así como contemplada con gusto especial por cuantos forasteros vienen a nuestra ciudad". Cinco arcos quedaron en pie como testimonio para la historia. Cinco arcos que subsisten, en palabras de Manolo Avello: "casi ocultos, avergonzados". Testigos mudos. Mudos pero que cada día gritan a quien pase a su lado y sepa escuchar, que Oviedo podía haber sido diferente. Que gritan que sí eran una obra artística, bella, útil, histórica y ¡por supuesto! ovetense. Que gritan que sí que merecían haber sobrevivido a doña Piqueta, siempre insaciable y a la que el tiempo no detiene. Carmen Ruiz–Tilve describió los Pilares como: "una gran obra bella pero sin suerte que no se sintió en general en Oviedo como un monumento, que es lo que era".
Algo muy típico de Oviedo. Y así nos fue con muchos otros ejemplos de nuestro patrimonio... ¿Aprenderemos alguna vez o seguiremos dando la razón a Churchill cuando decía que le gustaría vivir eternamente, por lo menos para ver como dentro de 100 años las personas cometen los mismos errores?
Oviedo merecía conservar su acueducto. Cien años después, al menos, conservemos su recuerdo.
http://www.lne.es/oviedo/2015/01/15/siglo-pilares/1699029.html

miércoles, 14 de enero de 2015

MIMEMOS MÁS AL CAMPO

El Otero

Mimemos más el Campo

Una reflexión sobre la protección del parque

14.01.2015 
Mimemos más el Campo
Mimemos más el Campo
Esa cápsula viajera por el tiempo que es la hemeroteca de LA NUEVA ESPAÑA recuperaba una noticia de enero de 1965 en la que se reclama mayor inversión para el Campo. Nos recordaba que "el Campo -una y mil veces es preciso decirlo- merece más dinero que el que hasta ahora se le viene concediendo. Son bastantes años de abandono y es preciso reparar todos los desperfectos que ha producido ese olvido". Esa noticia rescatada del ayer me da pie a pensar si hoy, cincuenta años después, el Campo está todo lo bien que debería. Quizá sí siga ejerciendo el papel de "corazón vegetal de Vetusta" como lo definiera Juan Antonio Cabezas. Pero también es necesario reflexionar sobre qué hacer para asegurar su futuro y que, en otro medio siglo, siga siendo lo que es; mejor dicho, conseguir que sea lo que fue: un bosque. Que no se convierta en otra cosa.
No cabe duda de que en los últimos años, bien por efecto de enfermedades, bien por el efecto del tiempo, bien por acción u omisión de los gobernantes, se ha perdido un buen número de árboles. Los que cuenten con más edad en su haber, a buen seguro que recuerdan como, desde el centro del Campo, no se veía el tráfico de las calles circundantes y el ruido de la ciudad se oía muy mitigado. La luz del sol llegaba tamizada y, en días de calor, bien se gustaba de la sombra agradable y placentera de la fronda.
El hormigón impreso que se utilizó para las calles interiores no es el pavimento idóneo y presenta un notable deterioro. Hormigonar el Campo nunca es buena idea.
El Paseo de los Álamos, obra de arte -que es lo que es- de Antonio Suárez, también sufre las heridas del tiempo y de los abusos. Me dolía hace unos días ver un camión de gran tonelaje sobre él como si fuera sobre una vulgar calle de asfalto. Y no lo es. No es sitio idóneo para acoger las carpas que cada poco lo asaltan y agujerean.
Quizá sea llegado el momento de dar un paso y dotar a nuestro Campo de una figura de protección para preservarlo de malos usos y proteger su futuro. Y esa protección, dado el indudable valor histórico, artístico y botánico que atesora, bien podría ser declararlo Bien de Interés Cultural como jardín histórico. El Comité Internacional de Jardines Históricos (ICOMOS) reunido en Florencia el 21 de mayo de 1981, elaboró una carta con el fin de salvaguardar los jardines históricos que es conocida como "Carta de Florencia". En ella se definen como: "una composición arquitectónica y vegetal que, desde el punto de vista de la historia o del arte, tiene un interés público". Por su parte, la Ley de Patrimonio Histórico Español, recoge que: "Jardín Histórico es el espacio delimitado (...) estimado de interés en función de su origen o pasado histórico o de sus valores estéticos, sensoriales o botánicos." ¿Reúne el Campo estas características?. Hay razones sobradas para pensar, con el mayor consenso posible, en mimar más al Campo y darle el cuidado que este espacio, tan esencialmente ovetense, requiere. Y asegurar su futuro. Bien lo merece. Que podamos seguir cantando esa vieja copla que decía: "Ay, viejo huerto de San Francisco/ el de los árboles altos/ donde se cumplen los gustos/ y al hospital van los llantos"
http://suscriptor.lne.es/suscriptor/oviedo-opinion/2015/01/14/mimemos-campo/1698362.html

domingo, 11 de enero de 2015

UN MERECIDO RECONOCIMIENTO

El Otero

Un merecido reconocimiento

A propósito de la reciente inauguración de una calle con el nombre de la cronista oficial

07.01.2015 
Un merecido reconocimiento
Un merecido reconocimiento
Los nombres de las calles de una ciudad son, en buena medida, como un repaso a su propia historia. Placas en una fachada, frías y mudas, que esconden detrás, en algunos casos, mucha vida. Fechas, hechos; nombres de todo tipo que nos hablan del devenir local o de más allá de nuestros propios límites. Algunos, a veces, de quita y pon por eso de las inevitables mudanzas de los tiempos. Hay nombres de calles para todos los gustos, algunos curiosos -siempre me hizo gracia, vaya usted a saber por qué, la calle del oso o la calleja de los huevos- y otros que no tienen ni donde enviarles una carta, como el caso del gran arquitecto Juan Miguel de la Guardia, al que Oviedo tanto debe, que tiene calle, sí, pero en el Campo San Francisco, que con ser buen sitio, bien merecía más... Hay nombres que, como viejos barcos achacosos e inservibles, quedaron varados en las orillas del tiempo como por ejemplo, Albergueros, Cincopiedras, Signun Salutis, Platería, Portugalete o Tahona; una pena su pérdida.
Entre la abundante bibliografía con la que cuenta nuestra ciudad hay un libro esencial: "Nombres y Cosas de las calles de Oviedo", de mi admirado y querido José Ramón Tolivar Faes, libro imprescindible para conocer Oviedo, un libro vivo que debería de seguir creciendo a medida que la ciudad, lógicamente, crece por sus hechuras y va sumando nuevos registros en su nomenclátor. Tal es el caso del callejero de La Florida, que desde hace unos días cuenta con una nueva calle dedicada a Carmen Ruiz-Tilve. Y ahí quería yo llegar. Tengo la suerte de conocer a Carmen desde hace ya muchos años y, confieso, siempre encontré en ella una fuente inagotable de ejemplo y ánimo, pero ese hecho real no me resta objetividad cuando afirmo que la concesión de su nombre a una calle es un merecido acierto. En mi opinión, uno de los méritos, entre otros, que debería atesorar el acreedor a tal honor, tendría que ser el manifiesto amor, pasión, preocupación, ocupación y dedicación por y a la ciudad; pues bien, Carmen, va sobrada. Ama a Oviedo y se le nota. Respira Oviedo a pleno pulmón. Siente, conoce y entiende a su "Carbayo" perfectamente. Por tanto, acertada y debida decisión de la que me alegro muy sinceramente. Un nombre más para siempre, el de quien constantemente está presta a ir allí donde un grupo de vecinos la reclamen para una charla, un pregón, un artículo; el de quien alberga una larga carrera docente, una fructífera creación bibliográfica, la mayoría con la ciudad de fondo, y que tantas historias de la vida cotidiana local ha rescatado del cajón del olvido para que, conociendo el Oviedo que fue, entendamos el Oviedo que es.
Gracias Carmen y ¡Enhorabuena!
http://www.lne.es/suscriptor/oviedo-opinion/2015/01/07/merecido-reconocimiento/1695342.html