lunes, 19 de diciembre de 2022

TRAPERO DEL TIEMPO

Trapero del tiempo Despedida de los lectores ovetenses tras diez años
19·12·22 El 17 de enero de 2013 abría por primera vez esta ventana a Oviedo desde las páginas de La Nueva España. En aquellas líneas parafraseaba a Umbral diciendo que escribir es la manera más profunda de leer a Oviedo. Quizá por eso haya respondido sin dudar y sin cesar a la irrefrenable necesidad de entregarme cada semana, gustoso, a la tarea de rellenar el espacio en blanco de una pantalla, sucesora de la temida página en blanco. Desde una esquina de ese páramo albo y desolado, inquieto y expectante, titila el cursor. Retándome. Esperando a que cobre vida una nueva historia. A que todas las piezas que anárquicamente rebotan entre lecturas y recuerdos ocupen su preciso espacio. Tomen forma. Son casi diez años. Tiempo de ir leyendo este Oviedo inabarcable en la gran variedad y diversidad de su multitud de páginas. Casi medio millar de miradas a pequeñas y grandes historias de Oviedo que se han ido quedando enganchadas por las orillas del tiempo. Historias compartidas en las que procuro implicarles, hacerles partícipes estimulando sus propios recuerdos. Cada semana. Cosiendo decenas de retales de mi Oviedo querido, convirtiéndome, como diría Marañón, en un auténtico "trapero del tiempo". De todo este tiempo lo que perdura en estos regueros de tinta es un auténtico testimonio de amor. Si damos por válido que se puede llegar a amar a una ciudad, lo confieso, amo profundamente a esta ciudad que me vio nacer, en la que crecí, vivo y de la que espero disfrutar muchos años más. Todas estas páginas han supuesto, asimismo, un reto. Un desafío que me obligaba a leer, a conversar con muchas personas, a acudir a distintos archivos para rematar lo que había surgido como un chispazo que espoleaba mi curiosidad intentando hacerlo lo mejor que sé; no en vano, pretendo seguir el consejo de Pérez de Ayala cuando escribe en su novela "Tigre Juan": "Que cada cual procure hacer lo que hace lo mejor que pueda". A su juicio queda. También he vivido esta aventura semanal como un compromiso. Pretendo ser uno más entre los que buscan continuar sacando de las sombras instantes que fueron. Trayendo al presente pedazos de realidad que, como retratados en un segundo, quedan congelados en el tiempo. Y la responsabilidad, asimismo, de ser, en ocasiones, "voz que clama en el desierto", para que prevalezca la memoria y no caigamos en la tentación de reiterar errores de nuestro pasado. No quiero que Oviedo se convierta en "La ciudad de las desapariciones" como titulaba Iain Sinclair una de sus obras. Octavio Paz escribía en "La mano abierta" lo que pienso y siento a veces de Oviedo: "La ciudad con la que hablo cuando no hablo con nadie y ahora me dicta estas palabras insomnes". El próximo miércoles, si usted que me lee lo tiene a bien, a partir de las siete y media de la tarde, nos veremos en el Club Prensa Asturiana. Ese acto será el epílogo a estos diez años que, gracias al diario La Nueva España, hemos compartido. Nuevas tareas me van a exigir tiempo y dedicación así que, digamos, haremos un paréntesis. Solo me resta confiar en que hayan disfrutado con estas lecturas; a fin de cuentas, solo tendrán sentido si ustedes las hacen suyas. Nos seguiremos viendo por las calles de Oviedo. Oviedo, siempre. https://www.lne.es/oviedo/opinion/2022/12/19/trapero-tiempo-80160236.html

martes, 6 de diciembre de 2022

LAS SILLAS DEL CORO

Las sillas del coro Sobre la recuperación de la sillería gótica de la Catedral
05·12·22 Finales de los 60. Un grupo de seminaristas, en compañía del que fuera arqueólogo, profesor de Ciencias Bíblicas y canónigo magistral de la Catedral, Emilio Olábarri, visitan la parte superior del claustro de la Catedral. Espacio, como ya hemos comentado en su día, dedicado a desván con un suelo de tableros debajo de los cuales aún se podían ver panoyas, castañas y avellanas. Allí, cubierta de polvo y olvido, pasto de las termitas, se amontonaba parte de la que fuera sillería del coro de la nave central de la catedral ovetense. El obispo Vigil, en 1902, había mandado desmantelarla. En un principio fue trasladada a la capilla de Santa Bárbara hasta que en 1950 pasaron al claustro alto a la espera de su recuperación y restauración por los ovetenses Manuel Mariño y Luis Espino, bajo la supervisión y patrocinio del matrimonio estadounidense Dorothy y Henry Kraus quienes, en un magnífico libro titulado "Las sillerías góticas españolas" narran todo el devenir desde su primera vista a la Catedral hasta su restauración. Lo contado por el entonces joven seminarista y la lectura del libro de los Kraus, avivó, una vez más, mi curiosidad. Es especialmente llamativo cómo cuentan su llegada a Oviedo, un frío y lluvioso día de 1976. Entraron en la Catedral y se dirigieron hacia un sacerdote llevando en sus manos la carta que explicaba su misión proporcionada por el agregado cultural español en París. Tras leer la carta el sacerdote les dijo: "Pero queridos amigos, esa sillería ya no existe, fue destruida durante la revolución de 1934". El matrimonio Kraus le replicó que, efectivamente, la que se encontraba en la Sala Capitular había sido destruída, pero ¿qué había pasado con la otra mitad que estaba en la capilla de Santa Bárbara? La narración del momento merece la pena ser reproducida literalmente: "Quedose rígido, como abrumado por nuestra seguridad, y sus negrísimos ojos, coronados por sus cejas, igualmente negras, escudriñaban nuestros rostros alternativamente. Nos quedamos un poco asustados de nuestra osadía. Pero el sacerdote parecía más sorprendido que ofendido. Nos hizo un ademán con la empuñadura de su paraguas, como con resignación, y comenzó a desandar el camino en dirección al lugar de donde había salido (…) Proseguimos en silencio: pasamos una puerta sólidamente cerrada, subimos unas escaleras con un tejado lleno de goteras, atravesamos más puertas, utilizamos más llaves, caminamos por intrincados pasadizos y finalmente accedimos a un gran laberinto de almacenes intercomunicados, oscuros y fríos, con los sucios suelos cubiertos de un gran revoltijo de trozos de madera desmembrados, a menudo apilados en caóticos montones. Miramos al sacerdote con sorpresa. ¡Allí estaba la ‘perdida’, la extrañamente inmaterializada sillería baja procedente de la Capilla de Santa Bárbara!". Ojalá pudiese reproducir el resto del relato porque irradia por igual sorpresa, pena por el lamentable estado y un aprecio y consciencia del incalculable valor de aquellos trozos de madera dañada por las termitas y la putrefacción y que, prácticamente, se deshacían en sus manos. Pero allí estaban aún un ángel apoyado en un arpa, un bufón con gorro y cetro; un árbol lleno de pájaros gorgojeantes o un león de espesa melena. Junto con los restos de la sillería se encontraban cientos de libros antiguos esparcidos por el suelo. Restos del más valioso patrimonio que la historia de la ciudad, que la historia de la Catedral, tanto monta, nos había legado. Continúa el relato: "Cuando ya abajo nos quitábamos la mugre de manos y cara y nos cepillábamos el polvo de la ropa, nos sentimos incapaces de reprimir lo que pudo haberse considerado un reto insolente. El clérigo mismo reconocía la calidad única de la vieja sillería. Entonces, ¿cómo él y sus colegas podían permitir que ese arte maravilloso se desmoronase? ¿Por qué no se había restaurado y devuelto a la Catedral?". La respuesta, como podrán imaginar, tiene que ver con la disponibilidad de presupuesto. A lo que los visitantes norteamericanos respondieron: "Vamos a intentar establecer contacto con ciertas personas de nuestro país que quizá puedan ayudarnos". En la despedida, el clérigo escribió su nombre en la agenda de los visitantes: Demetrio Cabo. Deán. "Al leerlo, confusos, nos sonrojamos. ¿Era el deán de la Catedral a quien habíamos estado tratando tan arrogantemente?". Este fue el primer capítulo de una larga historia que concluyó con la restauración de una parte de la sillería de madera de nogal negro que inicialmente constaba de sesenta y nueve sillas, cuarenta y cuatro del coro alto y el resto del bajo, encargada por el obispo Juan Arias del Villar a un autor desconocido y concluida en 1498. Desde marzo de 1983 veintiocho sillas permanecen en la Sala Capitular. Para los Kraus, sillerías góticas esculpidas completamente, como la de Oviedo, son muy poco comunes en España. La sillería ovetense es de las mejores: sus baldaquinos son los más bellos de España; los respaldos, que constan de bustos de apóstoles y profetas, son también de la más alta calidad. Un motivo más para sentirnos orgullosos de nuestro rico patrimonio. Y un devenir que nos invita e incita a estar alerta para que ningún elemento artístico, histórico o arquitectónico sea motivo de olvido, maltrato o abandono. https://www.lne.es/oviedo/opinion/2022/12/05/sillas-coro-79566600.html

martes, 29 de noviembre de 2022

AÚN EN HONROSA DEUDA CON CLARÍN

Aún en honrosa deuda con Clarín La huella en la ciudad del autor de "La Regenta"
28·11·22 "Oviedo ha liquidado honrosamente la deuda que tenía contraída con aquel asturiano que se llamó Leopoldo Alas y que universalizó su pseudónimo de Clarín con el que firmaba sus inolvidables artículos periodísticos y sus ácidas críticas literarias". Así encabezaba el diario "El Carbayón" la noticia sobre la inauguración del monumento a Clarín el martes 5 de mayo de 1931. Como quiera que el pasado mes de mayo, al escribir sobre este monumento, habíamos dejado pendiente una continuación, retomamos la mirada sobre aquel día histórico que la prensa definía como "un acto glorioso de cultura al que se sumaron todas las clases sociales unidas por el mismo fervor contenido". El acto, que había sufrido algunos retrasos, se llevó por fin a cabo "para rendir pública y solemnemente a Clarín la pleitesía espiritual que le debía su amada Vetusta". El gobierno había enviado como representante a Álvaro de Albornoz, "discípulo predilecto del maestro". Tras la llegada de los asistentes, a mediodía, tuvo lugar un acto en el teatro Campoamor. "En la mesa presidencial se sentaron junto al señor Albornoz y otras autoridades los hijos de ‘Clarín’, don Leopoldo y don Adolfo Alas Argüelles". Finalizada la intervención del rector, el presidente de la comisión pro monumento manifestó que para él "significaba un alto honor el que se le había concedido de ofrecer al pueblo de Oviedo el monumento del insigne catedrático". Después de sus palabras intervino el alcalde, quien expresó que "a los treinta años próximamente de la muerte del simpar crítico y admirado cuentista, el pueblo de Oviedo le hace justicia ofrendándole este monumento". Continuó el alcalde Laredo: "Pudiéramos decir que ha sido tardíamente pagada la deuda, pero lo que es posible es que sea el día más adecuado, ya que para Leopoldo Alas esta época hubiera sido la por él preferida: época de democracia, de justicia, de libertad y república". Posteriormente intervino el ministro con un discurso lleno de emoción y vivencias personales como alumno de Clarín. Y finalmente llegó el turno al catedrático e hijo de Clarín, Leopoldo Alas, a quien el público recibió "con una salva de aplausos". Alas, emocionado, comenzó su discurso diciendo que "en esta ocasión le era imposible pronunciar una oración florida, porque lo que él quisiera decir es tan hondo que no puede llegar a los labios". Tras el acto, la comitiva se desplazó hasta el Campo de San Francisco para la inauguración del monumento, obra del escultor Manuel Álvarez Laviada, al que asistió "tal gentío que sobrepasaba todo cálculo, no pudiendo los guardias contener a la multitud que invadió los jardinillos cercanos al monumento". La banda del Regimiento Príncipe interpretó el himno de Riego y las hijas de don Leopoldo descubrieron la bandera tricolor que cubría el busto. Una jornada de alegría y multitudinaria participación ciudadana que se vería ennegrecida cinco años después. El monumento a Clarín fue ultrajado poniéndole primero una cabeza de burro y dinamitándolo posteriormente como si con esta atrocidad quisieran cobrarse una venganza tardía. Juan Antonio Cabezas, bajo el seudónimo de "Boy", escribía el 6 de mayo de 1937 en el diario "Avance": "Hicieron pedazos aquellas piedras, símbolos ya, en lo que representaba su cabeza ungida de noble serenidad, y lo que perdura de su vida de luchador como emblema de su pensamiento, la verdad. Destrozaron a golpes de maza las piedras de la fuente, seca ya de rumores, y vejaron, zafios, en efigie, al que sus padres desearon vejar en vida. Y esto después de saciar su odio ancestral, su crueldad de castidad, con la vejación más trágica, con el fusilamiento de su hijo". Hubo que esperar hasta el 25 de abril de 1968 cuando el alcalde, Manuel Álvarez Buylla, ordenó colocar de nuevo el busto de Clarín encargado en 1956 al escultor Víctor Hevia. Pero esos últimos avatares son ya otra historia que posponemos para no alargarnos en demasía. ¿Ha saldado la ciudad la deuda con Clarín? Aún no. Al monumento le falta un bajorrelieve: "La verdad libre de toda hipocresía", que nunca se restituyó. El edificio número 34 de la calle Uría, donde Clarín escribió "La Regenta", debe enorgullecerse colocando una placa que lo recuerde. Al igual que su última residencia, al final de la calle Campomanes. La Biblioteca de Asturias ha de destacar una referencia al Archivo Clarín, legado por sus descendientes. E, inexcusablemente, Clarín debe recibir el reconocimiento institucional que contempla el reglamento para la concesión de honores y distinciones del Ayuntamiento. Quizá así Oviedo "liquide honrosamente la deuda contraída con aquel asturiano que se llamó Leopoldo Alas". https://www.lne.es/oviedo/opinion/2022/11/28/honrosa-deuda-clarin-79213289.html

lunes, 14 de noviembre de 2022

De relojes y del tiempo La evolución de un objeto que un día fue imprescindible 14·11·22
Que vivimos atados al paso del tiempo es innegable. E inexorable. Desde la mañana, cuando el despertador nos arranca del sueño, hasta la hora en la que, rendidos, apagamos la luz, estamos pendientes del reloj. Supongo que nuestros antepasados, ya superado el guiarse por los ciclos naturales, estarían atentos al reloj de la Catedral que marcaba el curso de la cotidianidad. Clarín, en La Regenta, se refiere al reloj catedralicio en un diálogo entre Víctor Quintanar y su mujer, Ana Ozores, cuando le preguntaba si oía el reloj: "Pues sí, se oye, en estas noches tranquilas ya lo creo que se oye. ¿Nunca lo habías notado? Espera cinco minutos y oirás las campanadas... tristes y apagadas por la distancia". También el reloj del Ayuntamiento marcó los pasos de los ovetenses. Y quién no mira el gran reloj de la Estación del Norte cuando pasa por la calle Uría. Pero antes de que los móviles nos hicieran la función de reloj, despertador y lo que se tercie, era frecuente, con uno de los primeros salarios, comprarse un reloj de pulsera. Algunos tenían la fortuna de heredar el reloj paterno. En Oviedo, ciudad de indiscutible calidad comercial, no faltaron buenas relojerías, aún hoy muchas en exitosa actividad. Vamos a rescatar del olvido un par de ellas que sólo perduran en viejos anuncios vencidos. Así, en el almanaque de El Carbayón de 1883, encontramos un anuncio de la Relojería Suiza de Ramón Valdés, sita en la Plazuela de Riego, 3. Establecimiento "montado a la altura de los mejores de las grandes capitales". Aseguraba al público que siempre encontraría en su comercio "un surtido abundante y variadísimo en relojes garantizados de todas clases: cronómetros, repeticiones de horas, cuartos de hora y minutos, calendarios perpetuos, cronógrafos, segundos independientes, fases de luna, etcétera, de los más reputados fabricantes del mundo, como Patek Philipe y Compañía, de Ginebra; Alamand, de Londres; Lange y Asman, de Alemania...". Por si fuera poco, el Sr. Valdés ofrecía "infinidad de clases de relojes de todos precios, de oro, plata y níquel, que pueden adquirir, por su extremada baratura, aun los más humildes trabajadores". Ofertaba la Suiza, además, "magníficos relojes para habitaciones, montados en mármol, bronce, alabastro y madera tallada; reguladores para despacho, despertadores, candelabros, barómetros y otros objetos para decoración y adorno; leontinas de oro para señoras y caballeros; leontinas de plata, doublé, níquel y acero desde el ínfimo precio de 2 reales en adelante". Por último, en un anuncio que, seguramente no cobraban por palabras, llamaba la atención "sobre lo reducido de sus precios y la superior calidad de los artículos que no admiten competencia, como lo prueba el que vendo para señora relojes de oro de 18 quilates por 45 pesetas". Ahí queda eso. En 1888 se anunciaba la "Relojería Bravo", Altamirano, 9. Acreditada relojería con más de 70 años de existencia "montada a la altura de las mejores donde sus constantes favorecedores y público en general encontrarán un escogido y reciente surtido en relojes de todas clases". No faltaba la publicidad de sus talleres, "montados con los aparatos más modernos donde se hacen toda clase de composturas y precios reducidos, garantizándolas, así como las ventas". Cada vez que hablo de relojes no puedo evitar pensar en ese proverbio africano: "Vosotros, los europeos, tenéis los relojes, pero nosotros tenemos el tiempo". Tal vez tengan razón. https://www.lne.es/oviedo/opinion/2022/11/14/relojes-tiempo-78526998.html

lunes, 7 de noviembre de 2022

LA FERIA DE NOVIEMBRE

La feria de noviembre Sobre la historia del certamen ganadero de Todos los Santos
07·11·22 No cabe duda de que a los ovetenses nos gusta la fiesta. El calendario festivo local siempre estuvo bien nutrido. Comenzaba el 2 de febrero con la romería de las Naranjas en el entorno de San Pelayo, la fiesta de las Candelas, y concluía en diciembre con los festejos en honor a nuestra patrona, Santa Eulalia de Mérida. No es de extrañar el dicho que nos define como "xente d’Ovieo, tambor y gaita". Entre las fiestas más concurridas se encontraban las ferias de ganado. En Oviedo había tres: La Ascensión, San Mateo y la de Todos los Santos. La de la Ascensión, cerezas en Oviedo y trigo en León, aún perdura, aunque ya no sea en uno de aquellos jueves que brillaban más que el sol. La de San Mateo, polvo en el olvido. Misma suerte corrió la de Todos los Santos a la que hoy vamos a dirigir nuestra mirada. Para ello nos ayudaremos de Fermín Canella que tanto y tan bien contribuyó al conocimiento de Oviedo; historia inabarcable. Pues bien, la Feria de Todos los Santos fue concedida por Fernando IV en 1302 y tenía una duración de 15 días comenzando con la celebración de San Lucas, el 18 de octubre. Tenía carácter de franca o privilegiada "con exención de alcabala, portazgos y otros derechos para los cristianos, moros y judíos que concurrieran; a su celebración se pusieron inconvenientes a fines del siglo XV, pero fue la continuación de la feria amparada por los Reyes Católicos". Como recoge Canella, debió ser por esas fechas cuando se retrasó al 1 de noviembre, hasta 1775 en que por Real Decreto de Fernando VI se dispuso fuese en los días 20 a 28 de octubre "por conveniencia de los ferieros y en relación con otras ferias de Castilla". El lugar donde se celebraba fue cambiando a lo largo del tiempo. Durante muchos años se celebró en las antiguas calles de Mercaderes, lugar de residencia de la comunidad judía, luego llamada la Picota, de la Universidad y finalmente Ramón y Cajal. Otro lugar era el Campo de la Lana, limitado por las tapias de la huerta del antiguo convento de Santa Clara derribadas en 1845 y desde 1869 calle Argüelles. También el Campo San Francisco fue lugar de mercado. Posteriormente se celebró en la Puerta Nueva baja, en la zona actual de Arzobispo Guisasola, conocida durante los siglos XVII y XVIII como calle de los Ángeles y que, en todo ese tiempo, según recoge otro ovetense esencial, José Ramón Tolivar Faes, con el nombre de Puerta Nueva se designaba a la actual calle de la Magdalena. En Arzobispo Guisasola se encontraba también el lugar conocido con el nombre de San Roque. Como cuenta Tolivar, el 23 de junio de 1831 se señaló el Campo de San Roque para trasladar, los jueves de cada semana, el mercado de vacuno que hasta entonces venía celebrándose en el Campo de los Patos, y cuando en 1878 se inauguró en San Roque un matadero municipal, adquirió la calle la característica vitalidad que habría de durar poco más de cien años pues el lugar fue totalmente arrasado en la guerra española. También el mercado de Todos los Santos encontró cobijo en San Lázaro y Pumarín. En fin. Ecos de una época en la que el comercio de ganado cobraba una relevancia especial, algo lógico en una sociedad en la que la ganadería tenía un peso importante en un concejo como el nuestro que contaba con una importantísima parte rural que, por fortuna, aunque en menor medida, aún conservamos. https://www.lne.es/oviedo/opinion/2022/11/07/feria-noviembre-78227789.html

miércoles, 2 de noviembre de 2022

NOCHE DE ÁNIMAS

Noche de ánimas Los encantos y misterios de las visitas a los cementerios
02·11·22 Las modas mandan. Se impone el Halloween importado por más que su origen tenga raíz, probablemente, en tradiciones celtas arraigadas desde antiguo en Asturias. Las visitas a los cementerios van a menos, aunque, en contraste al ocre dominante del otoño, todavía floristerías y bazares se llenan de los multicolores crisantemos propios de estas fechas. A pesar de todo, aún son miles los ovetenses que acuden a los cementerios a recordar a quienes nos precedieron. Preservarlos en nuestra memoria es la mejor forma de que no se vayan del todo. Seguro que muchos conservan en sus recuerdos las obligadas citas a los camposantos. Mi memoria se retrotrae a la visita en compañía de mis padres al cementerio de Santa Marina de Piedramuelle, donde yace mi abuela paterna a la que no tuve la fortuna de conocer. Un sencillo cementerio rural del que perdura en mí el recuerdo del olor de las lamparillas de aceite mezclado con el de las flores frescas y la tierra húmeda. Y, cómo no, el cementerio de San Pedro de los Arcos en el que muchos ovetenses dijeron adiós a sus seres queridos, protagonista de tantos sucesos trágicos en el turbulento siglo XX y que, durante unos años, fue para los escolares del colegio morbosa continuación del patio de juegos. Junto con el de Santullano, los dos cementerios parroquiales que sobrevivieron hasta no hace tanto. Pero dejemos estas remembranzas para otra ocasión y centrémonos en la noche de ánimas. Antes del «truco o trato», a lo largo de toda Asturias se contaban leyendas e historias que, cuando los pequeños las escuchábamos, sabíamos que el miedo nos invadiría, sí, pero la atracción fatal se imponía. Mi madre juraba que, viviendo en Los Casones del Vallobín, vio pasar por delante de casa a una vecina fallecida hacía días. Se me erizaba el vello cuando oía contar que vecinas habían sentido la presencia de difuntos con total claridad. Y una de las leyendas más apropiada a estas fechas, en la que la frontera entre los vivos y los muertos se desdibuja, es la de la Güestia, una «hueste» o procesión de almas en pena. Como recoge, entre otros, Aurelio de Llano en su libro «Del folclore asturiano, mitos, supersticiones y creencias», eran muchos los que creían verla de noche por los caminos, vestida de blanco, con velas encendidas, tocando una campanilla y mascullando rezos y cantos fúnebres; golpeaba a las personas que encontraba a su paso y les decía al mismo tiempo que les daba un palo o una bofetada: “¡Andar de día que la noche es mía! Otras veces al cruzar campos decía: “¡Cuando nos éramos vivos andábamos a estos figos y ahora que somos muertos andamos por estos huertos! / ¡Andar, andar hasta el tueru de la figar! Los campesinos, cuando se cruzaban con la Güestia, si les daba tiempo, trazaban en el suelo un “cercu” y se metían dentro. Ese círculo era respetado por la Güestia. El clérigo Antón de Marirreguera, primer poeta en bable, escribió: «Será acaso, en estornín tornado / l’alma d’un aforcado / o la Güestia que bien del otro mundo, / y sal de los llamales del profundo». Era costumbre, asimismo, en esta noche, cenar en las tumbas de los familiares, dejar agua y pan a la entrada de los cementerios y velas o nabos ahuecados y rellenos de carbón con el fin de iluminar los caminos para guiar a las ánimas en su camino hacia la luz. En cualquier caso, mejor cruzarse con unos inocentes niños que vayan pidiendo caramelos que con esta procesión de ánimas que, vaya usted a saber, igual pasa como con las meigas: haberlas, haylas. https://www.lne.es/oviedo/opinion/2022/11/02/noche-animas-78016324.html

lunes, 24 de octubre de 2022

¡MARCHANDO UNA DE CALLOS!

¡Marchando una de callos! Sobre los templos ovetenses del tradicional guiso 24·10·22
Acabamos de dejar atrás una de las tradiciones gastronómicas más arraigadas de Oviedo: el Desarme. Seguro que muchos de ustedes disfrutaron de los garbanzos con bacalao y espinacas, callos y arroz con leche. Un manjar. Pero vamos a centrarnos en uno de los platos del menú: los callos. Cuando mis padres se iban de viaje una temporada y no me quedaba más remedio que ser autosuficiente, nunca faltaba en la despensa una lata de callos de "La Tila". En nuestras salidas montañeras de varios días, y cuando aún soportaba una mochila bien cargada, tampoco faltaba una lata de callos. Siendo niño, recuerdo las alabanzas que recibían los callos que preparaba mi tía Julia en el Pisón, en la Lloral. Me consta, asimismo, el reconocimiento del que gozaban los preparados en el Bar Tuña, en la Avenida de Colón. Y, cómo no, en una ciudad con tan dilatada y afamada tradición hostelera, no fueron pocos los establecimientos que se especializaron en este suculento plato. Acudo a "Hostelería del viejo Oviedo" de Luis Arrones, un texto esencial, y así descubrimos alguno de estos lugares. Entre 1906 y 1943, en la calle Pelayo, estuvo Casa del Rey, casa de comidas, bar y sidrería donde paraban los autobuses con servicio a Noreña y Llanera. Su especialidad, junto con los callos, era la fabada y la tortilla de setas. En un edificio de la calle Independencia, derribado para la apertura de la nueva vía Ingeniero Marquina, estuvo, desde 1911 a 1961, Casa Patas, un local bastante "desastre" pero con numerosa clientela no sólo de Oviedo. Se llegó a decir, "los mejores callos de España eran los que preparaba Casimira". Según explicaba la propia Casimira y recoge Arrones, "el secreto consistía en buscar los callos de buena calidad. Si no los encontraba en Oviedo, iba hasta El Berrón, Noreña, Pola de Siero… o bien iba encontrando unos de aquí, otros más allá". Para el Desarme llegaba a preparar hasta cien kilos. "¿Se hace usted siquiera una vaga idea de lo es nada más limpiar ochenta o cien kilos de callos? Había que rascarlos previamente para quitarles toda suciedad. Y luego, uno y otro y otro lavado hasta que quedasen blancos como la manteca. Era agotador", narra Casimira. Pero el "secretillo" estaba, además de la buena selección de ingredientes, "en que deben de llevar patas frescas de ternera, manos de cerdo y un refrito con bastante jamón. Y todo ello dejarlo cocer a fuego lento para que no se peguen. Eso es todo". Otro de los lugares en los que, junto con la merluza a la cazuela, destacaba entre sus especialidades los callos era El Cantábrico. Nació en 1875 como tienda mixta y cantina. Se ubicaba en la esquina de Nicolás Soria y la Avenida de Santander. Fue uno de los principales lugares para comer el Desarme. Curiosamente fue con el Desarme con el que se puso punto final a este local. "Hubiéramos querido cerrar primero o de mantener el negocio hasta estas fechas, haber dejado de preparar el Desarme, pero era tal la cantidad de compromisos que teníamos…". Trasladado al otro lado de la calle permaneció abierto hasta 2009. Cualquiera de estos establecimientos daría para contar mucho más. Sólo resta para completar estas líneas incorporar aquellos bares, chigres, tascas o restaurantes cuyos aromas, cantares, imágenes y sabores permanecen en sus propios recuerdos. Seguro que en alguno de ellos dieron buena cuenta de unos deliciosos callos que, ahora mismo, estarán regustando. https://www.lne.es/oviedo/opinion/2022/10/24/marchando-callos-77628751.html Foto: Bar "El Cantábrico". Cortesía de Santiago López García.