lunes, 1 de febrero de 2021

DE PLAZUELA A PLAZA DE LA CATEDRAL

EL OTERO

De plazuela a plaza de la Catedral

La transformación del corazón del casco viejo


El pasado lunes dirigíamos la mirada a elementos de nuestro acervo que, por una u otra razón, les tocó mudar de lugar. Entre otros, los arcos que habían formado parte de las casas que ocuparon la hoy plaza de Alfonso II y que acabaron en la Fábrica de Gas. Como me quedé con ganas de saber más, vuelvo sobre los pasos y miro de nuevo a la plazuela de la que Dolores Medio escribió: “La plaza reducida que se encerraba entre la Catedral, San Tirso el Real y un ángulo de casas centenarias que amparaban su vejez en las columnas de sus soportales, en los que se instalaban las vendedoras de madreñas. (…) Cuando se derribaron las centenarias casucas, desapareció con ellas la típica calle de Platería y cuanto ella representaba en el viejo Oviedo”. Pequeña plazuela a la que llegaban peregrinos y visitantes que, sobrecogidos y emocionados, contemplaban de cerca la aguja de la torre que pareciera querer fundirse con el mismo cielo. Desde el último tercio del siglo XIX se hablaba del derribo de esas casucas, un poco seniles, tal vez, pero en absoluto carentes de encanto. Y la polémica, una vez más, estaba servida. Por una parte, estaban los que opinaban que el conjunto de casas desvencijadas carecía de valor y no hacían más que desmerecer el entorno catedralicio. Su desaparición favorecería la creación de una espaciosa plaza en la que se integrarían edificios de gran valor histórico y arquitectónico como la Casa de la Rúa o los palacios de la Audiencia. Además, la ciudad dispondría de un amplio espacio de encuentro. Por el contrario, claro, los que opinaban que esas casas dotaban al conjunto de un valor realmente singular. La arquitecta Marta Alonso, en su interesante trabajo “El ensanche de la plaza de la Catedral de Oviedo de 1927” recoge que con su derribo “desaparecería uno de los lugares más evocadores y sugerentes del tejido medieval de Oviedo, desgarrando el corazón de una ciudad que prácticamente había permanecido inalterada desde el incendio de 1521”. 

Imagen coloreada de una foto de 1925. | Ruth Matilda Anderson 

Como ocurriera hacía quince años con los Pilares y sucedería frente a derribos injustificables que están en la mente de todos, hubo no pocas voces en contra del derribo. Catorce ovetenses firman una carta escrita por Ramón Pérez de Ayala y que se conocería como “Manifiesto de la piqueta incivil”. En ella manifiestan: “De nuevo la piqueta incivil amenaza la fisonomía histórica de una urbe milenaria y pulcra. En lo alto de la colina donde el viejo Oviedo reposa, la flecha gentil de la Catedral se yergue en la plazoleta tácita, culta, de porches humildes y fachadas multicolores. Los siglos la ennoblecieron: por allí desfilaron las antiguas peregrinaciones a la iglesia del Salvador. Bajo sus arcadas discurrieron los claros varones austeros, ministros de Carlos III y los patriotas del ochocientos apercibiendo la resistencia contra los franceses. Rincón bello del poético reptado, zona fraternal, con toda la barriada catedralicia, que debe ser inviolable, donde se guarda la memoria de las mejores tradiciones ovetenses de aquellos escritores que, por haber amado mucho su región y su pueblo, alcanzaron nacional nombradía. Todo orden de razón sentimental, estética y literaria exige la conservación amorosa de este trozo histórico de la ciudad. Por otra parte, en el país de los altibajos escabrosos, de la desproporción proporcionada por la obra de Dios, de los escobios y de las hoces, de las altanerías montuosas y de los angostos valles umbrátiles, esta plazuela parece haber sido concebida y realizada intuitivamente como epítome urbano o fórmula civil de magnífico paisaje agreste. Si las Catedrales de tierra llana piden en torno suyo espacio anchuroso y soleada transparencia, la sede del Salvador no reclama a sus pies sino la familiaridad penumbrosa de los valles asturianos. Ningún tráfago vivo busca hoy aquel recinto callado, secular. La ciudad se extiende en otras direcciones, repta por las mansas laderas del Naranco. Se expande más allá del Campo de San Francisco. Se ofrece amplio territorio para la ciudad del porvenir. ¿Por qué no respetan la ciudad del pasado? ¿En nombre de qué intereses, necesidades o ideales se pretende arruinar uno de los parajes más venerables y hermosos del hermoso y venerable Oviedo? Hemos reflexionado seriamente sobre todas las causas o motivos que se aducen en favor de su demolición. Ninguno de ellos fue suficiente para persuadirnos. Estamos seguros de que, después de igual reflexión, la voluntad de todo Oviedo será unánime como la nuestra. Y supuesto que la voluntad explícita de Oviedo se pronunciase por la demolición, aún en ese caso le negaríamos el derecho a realizarla. La voluntad de lo que pudiéramos llamar ciudad militante no tiene fuero sino sobre la ciudad futura. Sobre la ciudad pasada impera la voluntad de los muertos. De todos los muertos de antaño y no de un ciudadano singular (sin dejar de conocer la nobleza de sus intenciones) que transmite a los vivos su voluntad póstuma de desbaratar la ciudad de los muertos”. 

Otra visión de la plaza. | Steven Kasher / Jules Gervais. National Geographic

Es un texto extenso pero que merece la pena reproducir. Podríamos guardarlo e ir sacándolo de vez en cuando para constatar su vigencia. Ocasiones no faltaron. Quizás ese espíritu ovetense, pleno de sensatez y de amor por su ciudad, debería servirnos de guía hoy en día en que aún vemos cómo Doña Piqueta sigue afilando sus garras.

https://www.lne.es/oviedo/opinion/2021/02/01/plazuela-plaza-catedral-33280171.html

1 comentario:

  1. La verdad que pensar en todo lo que se ha llevado por delante esa dichosa piqueta en tiempos relativamente recientes... Se le cae a uno el alma a los pies.

    ResponderEliminar