domingo, 7 de enero de 2018

REYES DE LA ILUSIÓN

El Otero

Reyes de la ilusión

El hechizo intacto de la cabalgata a través de los años y de los distintos puntos de vista

07.01.2018 | 03:28
Público, el viernes, en la cabalgata. 
Primeros años de los setenta. En el Pico El Paisano, en las noches previas a la llegada de los Reyes Magos de Oriente, lucía una estrella. La miraba con nerviosismo. Allí, nos decían, estaba el campamento de Sus Majestades. Imaginaba grandes jaimas llenas de paquetes prestos a ser repartidos por decenas de pajes en la noche mágica por excelencia. Allí, listos para ser cargados en los camellos, estaban, sin duda, mis Madelman, el Scalextric, el Exín Castillos, el Mecano o el Rescate Espacial que fueron llegando. 
Es curioso como podemos conservar imágenes en el tiempo. En pausa. Vívidas. Me veo en casa de mi tía Rosario, en Los Casones, al final del Vallobín, contemplando esa estrella cimera del Naranco y sintiendo un curioso estremecimiento. Una inquieta emoción. La excitación de la espera. 
La ilusión
Primeros años de los 80. Afortunado, pude auxiliar a los pajes de Sus Majestades en varias ocasiones. Contemplar desde dentro del cortejo real, esas miradas inquietas. Esos ojos asombrados. Palpar el nerviosismo. Sentir la emoción de esas miles de miradas. Dejarme contagiar, casi sin querer, de ese enternecimiento colectivo, fue un regalo. 
Era, de nuevo, la ilusión. 
Primeros años de los 90. La espera de nuevo. Observo a mis hijos sentados en el bordillo de la calle Uría. De nuevo esa mirada. Ya familiar. Conocida. La inquietud. El ansia. Cuando veíamos, relucientes y magníficas, a las carrozas enfilar la calle, esa tensión saltaba, como un mágico estallido de burbujeantes emociones y me impregnaba también a mí. El tiempo se contraía y me sentía niño de nuevo. Y como niño sentado entre mis niños notaba todo el vello de mi cuerpo erizarse y una extraña emoción vidriaba mi mirada. 
¡La ilusión!
Segunda década del segundo milenio. Ya no tengo seis años. Ni tampoco auxilio a los pajes reales. Tampoco tengo niños con los que vivir la cabalgata. Pero sigo yendo cada año. Indefectiblemente. Reconozco que no es lo mismo. Pero que quieren que les diga, cuando veo enfilar las carrozas por el inicio de Uría. Cuando oigo el griterío colectivo y contagioso de los miles de niños que esperan a Melchor, Gaspar y Baltasar, siento lo mismo que cuando veía desde la ventana de la cocina de mi tía Rosario la estrella en el Naranco. Lo mismo que veía en los ojos de los niños que asistían al desfile con una curiosa mezcla de admiración, nerviosismo y, tal vez, cierto temor. Y claro que me percato de la misma emoción que advertía en mis hijos. Les confieso que se me pone un no sé qué en la garganta que no sabría explicar. Pero me agrada. Soy de nuevo un niño. ¿Saben por qué? Porque aún me dejo desbordar por lo irracional. Porque aún me dejo fascinar. Porque aún creo en los sueños. 
Porque aún me dejo llevar, ¡cómo no! por la ilusión. 
Tenía razón nuestro poeta Campoamor: "No rechaces tus sueños. ¿Sin la ilusión el mundo qué sería?".
http://suscriptor.lne.es/suscriptor/oviedo-opinion/2018/01/07/reyes-ilusion/2219006.html

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