lunes, 18 de enero de 2021

OTRO NOMBRE EN LA SOMBRA

Otro nombre en la sombra

Sobre José Bernardo de la Meana Costales

Quiero creer que Oviedo es una ciudad agradecida. Una ciudad que sabe reconocer los méritos de aquellos que dedicaron buena parte de su vida a mejorar la ciudad o a sus habitantes. Ya aporté en estas líneas alguno de mis deseos como el de que Carmen Ruiz-Tilve sea hija predilecta más pronto que tarde. En otra ocasión escribí que echaba de menos el nombre de Pérez de Ayala, padre de Tigre Juan, en el callejero. También espero el merecido reconocimiento a Juan Miguel de la Guardia, uno de los más grandes arquitectos que tuvo esta ciudad y eso que la nómina no es pequeña. Son muchos y buenos; por ejemplo, los arquitectos Galán, que lamentablemente se han caído del nomenclátor, Rodríguez Bustelo, Manuel del Busto, Castelao, Luis Bellido, Saiz Heres… Pero hay otro arquitecto al que Oviedo le debe mucho y tampoco su nombre figura en ninguna avenida, calle o plaza: José Bernardo de la Meana Costales, cuya obra ha quedado, de forma significativa, en la Catedral. 

Acudo a la Real Academia de la Historia para aprender más sobre la vida y obra de este escultor y arquitecto ovetense nacido el 28 de marzo de 1715. Hijo del también arquitecto Domingo de la Meana y de Jacinta Costales. Poco después de cumplir veinte años se trasladó a Madrid, donde permaneció por espacio de seis años adiestrándose en el ejercicio de la escultura, estancia que resultó decisiva para su formación y le permitió imbuirse de las corrientes artísticas más novedosas. A su regreso se convirtió en el maestro más cualificado de la región en la construcción de retablos, lo que le permitió acceder al empleo de maestro de obras de la Catedral de Oviedo que ocupó desde 1743 hasta su fallecimiento en 1790. Casi cincuenta años al frente de la fábrica catedralicia que lo convirtieron en el auténtico responsable de la configuración barroca del templo. En 1747 fue reclutado para el Ejército, pero el arquitecto Pedro Antonio Menéndez lo liberó de sus obligaciones militares al conseguir un sustituto para la leva. En 1749, Meana contrajo matrimonio con Eulalia de la Granda. Su hija, Benita de la Meana y de la Granda, se casaría con Alonso Canella, catedrático de la Universidad, primer alcalde constitucional de Oviedo y abuelos de Fermín Canella. En 1764 Manuel Reguera, el primer arquitecto asturiano titulado por la Academia de San Fernando, lo denunció por no disponer de la titulación necesaria para desempeñar su oficio, lo que pudo acabar con su carrera. Dos años después, Meana, poseedor de una magnífica biblioteca, logró la graduación académica. A partir de 1786 abandonó la dirección de las obras públicas y redujo su actividad por problemas de salud, que se fueron agravando hasta que en 1789 le impedían prácticamente moverse. Falleció el 25 de octubre de 1790 y fue sepultado en la iglesia de San Tirso. En Oviedo dejó buena parte de su obra: San Antonio con el niño, en la iglesia de San Juan el Real. Las puertas de la fachada principal de la catedral. Los retablos catedralicios de la Asunción, de la Natividad de María y de San Antonio de Padua, así como el conjunto de retablos de la girola. También son de su factura los retablos mayores de San Tirso y de la iglesia del Convento de Santo Domingo, al igual que el escudo de la fachada del entonces hospicio y hospital real, hoy Hotel de la Reconquista. 

Qué duda cabe de que su nombre bien merecería un lugar más destacado en la memoria colectiva de los ovetenses y, por supuesto, en nuestro callejero. 

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