miércoles, 27 de enero de 2021

LA MEMORIA DE OVIEDO

EL OTERO

La memoria de Oviedo

Una ubicación para el valioso legado fotográfico de la ciudad



“El pasado de Oviedo resiste: la muestra “La ciudad despierta”, prorrogada hasta el 21 de febrero”. El titular que encabeza estas líneas nos lo ofrecía LA NUEVA ESPAÑAhace unos días y, sin duda, es una noticia espléndida de la que me congratulo. Más de cinco mil personas han pasado ya por la exposición a pesar de las restricciones lógicas por la situación sanitaria. Nos informaba también de un efecto colateral: la donación a la fototeca del Museo del Pueblo de Asturias de cinco colecciones con más de quinientas imágenes, entre otras, fotos de especial interés: retratos realizados por Ramón del Fresno, el primer fotógrafo que abrió un estu-dio fotográfico en Oviedo en 1858. Fotos de interés sin duda para la ciudad. Esta noticia que, repito, me alegra, me mueve, no obstante, a una reflexión que comparto con ustedes. ¿Por qué no dispone Oviedo de un lugar idóneo para albergar este patrimonio fotográfico? Me consta que la fototeca del Museo del Pueblo de Asturias es ejemplar en la gestión de sus fondos. Me consta, asimismo, la rigurosa y acertada dirección del Museo con Juaco López al frente; motivo de satisfacción y alegría para todos los asturianos. Pero, huyendo de localismos estériles e innecesarios, como ovetense me gustaría que Oviedo dispusiera también de un lugar para albergar sus propios fondos. Tenemos un magnífico Archivo Municipal, con una excelente profesional al frente, Ana Herrero, que hace años sufre serias carencias de personal y de espacio sin que nadie haya hecho nada por remediarlo. El archivo municipal, que se rompe por las costuras, necesita un nuevo emplazamiento. El Ayuntamiento tuvo ocasión de negociar con el Principado para alcanzar algún tipo de acuerdo con el fin de disponer del Palacio de Inclán Leyguarda, obra del arquitecto Manuel Reguera, sito en la Plaza del Sol, que ocupó en su día la Consejería de Cultura. La herida abierta del solar del martillo de Santa Ana también hubiera podido ser una buena opción. Incluso se habló en su día de negociar con la propiedad de la antigua sede del edificio donde se ubicó el Monte de Piedad en la Plaza de Alfonso II. Ocasiones perdidas. Y hablar de un nuevo edificio para el Archivo Municipal, a mi juicio es indisociable del necesario Museo de Oviedo. Ambos, obligadamente, deberían ir de la mano. El Archivo Municipal custodia, sin duda alguna, la historia documental de la ciudad. Y cualquier proyecto de Museo de Oviedo debería crecer a la par. Tendría que ser, asimismo, el lugar dónde custodiar, de forma idónea, nuestra rica historia gráfica, además de postales, calendarios o carteles publicitarios que tantos negocios locales editaron y que fueron objeto de deseo de coleccionistas, fondos bibliográficos o documentos de todo tipo pertenecientes a familias ovetenses que, muy probablemente, los donarían gustosos para que quedaran como parte integrante de nuestro patrimonio común. Un tesoro que no deberíamos permitir que se pierda en polvorientas cajas olvidadas en la sempiterna oscuridad de algún anónimo desván. O que se malvendan en mercadillos o foros virtuales. Aplaudo sinceramente la gran tarea de recopilación y conservación de la fototeca del Museo del Pueblo de Asturias, pero me gustaría que Oviedo contase con un espacio propio en el que salvaguardar, de forma adecuada, nuestra propia historia. Es una de nuestras asignaturas pendientes. Y, cómo no, no es sólo nuestra responsabilidad con aquellos que supieron conservar instantes de nuestra historia, que congelaron miradas que perdurarán para siempre, sino también obligación con las generaciones venideras.

https://www.lne.es/oviedo/opinion/2021/01/27/memoria-oviedo-31456943.html

lunes, 25 de enero de 2021

PATRIMONIO EN MUDANZA

EL OTERO

Patrimonio en mudanza

El patrimonio artístico olvidado en la ciudad


25·01·21





Y, cómo no, también hubo voces en contra. El que fuera concejal, Gallego Velasco, decía en 1925: “Contrista el ánimo pensar que pueda perderse tan tontamente uno de los lugares más sugestivos del Oviedo antiguo”. 

Luis Menéndez Pidal, arquitecto restaurador de la Catedral tras los destrozos de 1934 y 1936, recordaba en 1974, “aquellas deliciosas casas porticadas en sus bajos, multicolores en sus revocos, con aleros y ventanas cuajadas de flores y el verdor de los geranios que los desbordaban”. 

De nada sirvieron propuestas del mismo Gallego o del entonces alcalde Fernández Ladreda, en 1926, de conservar buena parte de lo edificado. El final es conocido. El destino quiso que parte de los arcos de la plazuela se salvaran al ser comprados por la Sociedad Popular Ovetense para formar un soportal en el nuevo edificio de oficinas de la Fábrica de Gas. Según la información que ofrece el Ayuntamiento, el proyecto del arquitecto Miguel García-Lomas, de 1932, utiliza seis de los arcos, aunque finalmente fueron siete los recuperados, al variarse el proyecto primitivo, y así los podemos ver ahora, tras su mudanza. 

Pues bien, una razón más para conservar la Fábrica de Gas y evitar que Doña Piqueta vuelva a las andadas. Dejémosla descansar que bastante se paseó por nuestra historia ovetense.

https://www.lne.es/oviedo/opinion/2021/01/25/necesario-museo-oviedo-30897762.html

lunes, 18 de enero de 2021

OTRO NOMBRE EN LA SOMBRA

Otro nombre en la sombra

Sobre José Bernardo de la Meana Costales

Quiero creer que Oviedo es una ciudad agradecida. Una ciudad que sabe reconocer los méritos de aquellos que dedicaron buena parte de su vida a mejorar la ciudad o a sus habitantes. Ya aporté en estas líneas alguno de mis deseos como el de que Carmen Ruiz-Tilve sea hija predilecta más pronto que tarde. En otra ocasión escribí que echaba de menos el nombre de Pérez de Ayala, padre de Tigre Juan, en el callejero. También espero el merecido reconocimiento a Juan Miguel de la Guardia, uno de los más grandes arquitectos que tuvo esta ciudad y eso que la nómina no es pequeña. Son muchos y buenos; por ejemplo, los arquitectos Galán, que lamentablemente se han caído del nomenclátor, Rodríguez Bustelo, Manuel del Busto, Castelao, Luis Bellido, Saiz Heres… Pero hay otro arquitecto al que Oviedo le debe mucho y tampoco su nombre figura en ninguna avenida, calle o plaza: José Bernardo de la Meana Costales, cuya obra ha quedado, de forma significativa, en la Catedral. 

Acudo a la Real Academia de la Historia para aprender más sobre la vida y obra de este escultor y arquitecto ovetense nacido el 28 de marzo de 1715. Hijo del también arquitecto Domingo de la Meana y de Jacinta Costales. Poco después de cumplir veinte años se trasladó a Madrid, donde permaneció por espacio de seis años adiestrándose en el ejercicio de la escultura, estancia que resultó decisiva para su formación y le permitió imbuirse de las corrientes artísticas más novedosas. A su regreso se convirtió en el maestro más cualificado de la región en la construcción de retablos, lo que le permitió acceder al empleo de maestro de obras de la Catedral de Oviedo que ocupó desde 1743 hasta su fallecimiento en 1790. Casi cincuenta años al frente de la fábrica catedralicia que lo convirtieron en el auténtico responsable de la configuración barroca del templo. En 1747 fue reclutado para el Ejército, pero el arquitecto Pedro Antonio Menéndez lo liberó de sus obligaciones militares al conseguir un sustituto para la leva. En 1749, Meana contrajo matrimonio con Eulalia de la Granda. Su hija, Benita de la Meana y de la Granda, se casaría con Alonso Canella, catedrático de la Universidad, primer alcalde constitucional de Oviedo y abuelos de Fermín Canella. En 1764 Manuel Reguera, el primer arquitecto asturiano titulado por la Academia de San Fernando, lo denunció por no disponer de la titulación necesaria para desempeñar su oficio, lo que pudo acabar con su carrera. Dos años después, Meana, poseedor de una magnífica biblioteca, logró la graduación académica. A partir de 1786 abandonó la dirección de las obras públicas y redujo su actividad por problemas de salud, que se fueron agravando hasta que en 1789 le impedían prácticamente moverse. Falleció el 25 de octubre de 1790 y fue sepultado en la iglesia de San Tirso. En Oviedo dejó buena parte de su obra: San Antonio con el niño, en la iglesia de San Juan el Real. Las puertas de la fachada principal de la catedral. Los retablos catedralicios de la Asunción, de la Natividad de María y de San Antonio de Padua, así como el conjunto de retablos de la girola. También son de su factura los retablos mayores de San Tirso y de la iglesia del Convento de Santo Domingo, al igual que el escudo de la fachada del entonces hospicio y hospital real, hoy Hotel de la Reconquista. 

Qué duda cabe de que su nombre bien merecería un lugar más destacado en la memoria colectiva de los ovetenses y, por supuesto, en nuestro callejero. 

lunes, 11 de enero de 2021

LA CIUDAD DESPIERTA

 


LA CIUDAD DESPIERTA


La ciudad despierta

El recuerdo fotográfico de los Pilares, el acueducto que Oviedo destruyó

¿Han visitado la exposición “La ciudad despierta. Oviedo en la colección fotográfica del Museo del Pueblo de Asturias”, en la sala Sabadell Herrero? Si tienen ocasión, háganlo. No les decepcionará. 

A lo largo de más de seis centenares de imágenes vamos a disfrutar de una ciudad que, en su mayor parte, ya no existe. Instantes grabados para siempre en una foto que nos mira desde el ayer. Que nos muestra la ciudad que pudo ser si conflictos bélicos, ignorancia, estupidez e intereses especulativos no se hubieran empeñado en arrasar. Existió un Oviedo diferente. Rico arquitectónicamente. Y en esta exposición podemos asomarnos a él. Cruzar nuestra mirada con la mirada congelada de ovetenses que nos contemplan desde el ayer. Es un juego curioso. Imaginar qué pensarían de nosotros y de cómo hemos preservado su legado. Me atrevería a proponerles un reto: ¿qué foto escogerían de toda la exposición? O de las que conserven en los anaqueles de su memoria. ¿Se animan? Mi elección: una foto del acueducto de los Pilares con el otero de San Pedro y el Naranco de telón de fondo. No podía ser otra. Supongo que todos tenemos un lugar especial. Por diferentes motivos el mío es ese. Mi vida giró, de una forma u otra, en torno a ese otero. 

Una imagen coloreada de los Pilares, tomada en 1898.

Una imagen coloreada de los Pilares, tomada en 1898.

El Naranco es uno de los espacios ovetenses esenciales para mí. Y echo de menos los Arcos de los Pilares. Son un claro ejemplo del desprecio que, en demasiadas ocasiones, esta ciudad demostró hacia su patrimonio. El 11 de enero de 1915 se inició un derribo que jamás debería haberse producido. De nada sirvieron todas las voces en contra. Así que esa foto reúne muchas de mis pasiones y frustraciones. Y a la vez une el Oviedo rural que se estira y, como el acueducto, se mete en la ciudad. O, tal vez, al revés. La ciudad se expande y coloniza ese ambiente bucólico que, poco a poco, ha ido desapareciendo. La foto es un claro testimonio. De ahí mi elección. Y ya que estamos casi en el aniversario del “acueducticidio”, vamos a mirar hacia lo que, de haber seguido el criterio de Juan Miguel de la Guardia, con el que aún estamos en deuda, hubiera sido un monumento único. De la Guardia sugería un paseo por encima del acueducto para llegar cómodamente hasta San Pedro y mantenerlo como eje central de una nueva avenida. Ni caso. Como tampoco se hizo caso alguno a Fermín Canella, cronista de la ciudad, quien clamaba en vano: “Pero, ¿estorbaba a nuestro evidente progreso el olvido de los recuerdos antiguos? ¿Conviene renegar de nuestro pasado destruyendo sus monumentos? Creemos que no. (…) Es bien claro, y Víctor Hugo, testigo de toda excepción, lo dice: ‘El sombrío color de los siglos hace de la vejez de sus monumentos la edad de su hermosura’”. El periodista ovetense Gervasio Arenal, al que la prensa calificaba de “recalcitrante pilarista”, resignado ante el derribo, manifestó: “¡Hágase la edilicia voluntad! ¡Todo por mi Oviedo!”. El diario “El Carbayón”, también fue una tribuna contundente en contra del derribo. El 12 de enero de 1915 clamaba desde sus páginas: “Callada, solapadamente, como quien se oculta en la sombra para realizar un acto que sabe habrán de repudiarle los demás, comenzaron ayer varios operarios del Municipio a derribar el acueducto de los Pilares. Nosotros, que repetidas veces hemos sostenido la necesidad de mantener íntegro el puente de los Pilares, tenemos que protestar enérgicamente de semejante orden, entre otras razones, porque la conceptuamos contraria al sentir de la inmensa mayoría del pueblo. El Ayuntamiento no puede, no tiene autoridad ninguna para disponer el derribo de los Pilares, porque se trata de un monumento nacional declarado así por la Real Academia de San Fernando. Dejamos a un lado otras razones de índole local tantas veces repetidas, respecto a la necesidad de mantener intacta una obra que forma entre los principales recuerdos de todo ovetense y que además da carácter a nuestra población. El Ayuntamiento incurre en grave error derribando los Pilares”. El 17 de enero de 1915 continuaba en su campaña, ya estéril: “Es inaudita la desfachatez del Municipio en este asunto del derribo de los Pilares. Hemos dicho, y lo sostenemos, que no tiene derecho ningún alcalde ni Ayuntamiento a disponer de una obra que en su valor arqueológico no les pertenece; que entre tanto la Academia de San Fernando mantiene su informe declarando monumento nacional al acueducto, que a pesar de las autorizadas voces de Oviedo dignas de consideración, no se ha revocado el derribo y sigue hasta el punto que ya se han derruido tres arcos. Esto nos parece un abuso intolerable que se comete con los sentimientos de un pueblo, dignos siempre de respeto”. En esta publicación, el diario se refería a los ediles ovetenses como “demoledores señores”, lo que no sentó muy bien a alguno de los miembros de la Corporación que en días posteriores escribió al diario justificándose. 

El acueducto de los Pilares, durante su derribo, en 1916.

El acueducto de los Pilares, durante su derribo, en 1916.

Los motivos para el derribo eran hilarantes: Que la Compañía del Norte ofrecía salvar con un puente el paso a nivel de la Argañosa, que los materiales del derribo darían algún dinero al Ayuntamiento y trabajo a los obreros. Que la obra de los Pilares no era ni artística, ni útil, ni bella, ni histórica, ni ovetense (¡lo que hay que oír!), y sí un obstáculo a la calle que a lo largo de ellos se abriría”. En fin. El Carbayón insistía: “Lo que procede es suspender inmediatamente las obras, ya que lo hecho no tiene remedio, si no que el Ayuntamiento quiere divorciarse totalmente del sentir del pueblo. Dejen las cosas como están mientras no haya una causa de fuerza mayor que justifique su transformación, que bastantes desatinos se han cometido”. 

¿Les suena? ¡Cuántas veces esta ciudad vio cómo parte de su valioso patrimonio se fue sin remedio! 

En una foto se comprende mucha historia. Se puede leer mucho más allá de la imagen que nos refleja. Esa foto del Naranco, de San Pedro y de los Pilares me sugiere una imagen de nostalgia, de pena, de rabia, pero, también, de reafirmación en que merece la pena seguir peleando por ese Oviedo que muchos soñamos. Por una ciudad que, lejos de sestear, se mantenga, como reza el título de la exposición, bien despierta. 

Anímense, escojan su foto y tejan su propia historia.

https://www.lne.es/oviedo/opinion/2021/01/11/ciudad-despierta-27276679.html

lunes, 4 de enero de 2021

A LA ESPERA


A la espera

Carta a los Reyes Magos: que se lleven esta maldita pandemia 

que tanto dolor ha causado

Las vísperas del 6 de enero son días de espera. De ilusión contenida. De irracional inquietud agazapada tras una infancia recobrada momentáneamente. Una infancia que aguarda cualquier momento que la deje salir de su paciente hibernación. Infancias sencillas; sin patios, huertos ni limoneros. No. Más bien unidas a calles de barro, polvo y oscuridad. Pero eso sí, calles de libertad y solidaria vecindad. De esperanza en un futuro soñado al unísono. 

Siempre creí que dentro de cada uno de nosotros está el niño que nunca dejamos de ser. Y sólo necesita una pequeña excusa para manifestarse. Y, no lo neguemos, en estas horas de vigilia, ese niño quiere romper los rigurosos corsés del formalismo. Tímidos nervios nos hacen quebrar rígidas reglas impuestas y volvemos a ser los que fuimos. Mirando de nuevo, inquietos, hacia aquella estrella que resplandecía en el Picu el Paisano del Naranco señalando el campamento que los pajes preparaban y donde, en grandes jaimas, suponíamos, almacenaban nuestros juguetes. Nuestros deseos. Nuestra inocencia, tristemente en algún momento orillada. Quien más quien menos se mirará a sí mismo y verá a ese niño nervioso e inquieto. Esa visión introspectiva quizá nos evoque días que añoramos porque eran sinónimo de tranquilidad, de vivir el instante sin más preocupaciones. Gozar del ahora sin inquietudes proyectadas sobre las incertidumbres que la vida de adultos nos impondría indefectiblemente. Quizá tuviera razón Chesterton cuando afirmaba que lo maravilloso de la infancia es que cualquier cosa en ella es una maravilla. Tal vez. 

Las cartas remolonas van, presurosas, a su destino real. La mía, cómo no, también. Pero mi peculiar misiva no incluye ningún pedido de un Scalextric, ni de un fuerte Comansi, ni de un Madelman, ni de un Exin Castillos, ni de los Juegos Reunidos… ni siquiera el ruego de que traigan nada. Este año la súplica a Sus Majestades es que se lleven. Que se lleven esta maldita pandemia que tanto dolor ha causado. Que se lleven la penuria económica que, como un torrente desbocado, está arrasando tantos negocios y familias. Que se lleven el dolor que tantas ausencias ha dejado. Que se lleven los egoísmos de aquellos que sólo miran para su ombligo comportándose de forma tan irracional como insolidaria. Que se lleven a todos los políticos que no sean capaces de pensar en el bien común por encima de cualquier otra consideración. Que se lleven las penas de quienes viven atribulados en su soledad. Que se lleven las injusticias que generan lacerantes desigualdades. 

Queridos Reyes Magos, por favor, cumplan mis deseos. Y no hará falta pedir nada más. Que todos y cada uno de nosotros, individualmente o como parte de una realidad colectiva, afrontemos el año nuevo con la ilusión y la esperanza necesaria para creer que el porvenir que nos aguarda ha de ser mejor. Graham Greene creía que siempre hay un momento en la infancia en el que se abre una puerta y deja entrar al futuro. Hagamos que así sea. Sintámonos niños de nuevo aunque sea por unas horas y abramos, con la sana inocencia y la fe de un niño, la puerta de par en par al año nuevo. Soñemos. Creamos. El futuro nos espera.

https://www.lne.es/oviedo/opinion/2021/01/04/espera-27023798.html