lunes, 27 de mayo de 2019

AQUEL DÍA DE ABRIL

Aquel día de abril

27.05.2019

¿Qué hacía usted en abril de 1979? ¿Qué recuerda de aquellos días, tan lejanos y tan cercanos a la vez. Por no escaquearme de responder les diré que, como adolescente quinceañero que era, bastante tenía con lidiar con mi engorroso acné, con tener bien engrasadas mis botas camperas y convencer a mi madre para que me comprara una chupa negra para emular a Travolta; en fin, qué cosas, menos mal que la adolescencia es de las pocas enfermedades que se cura con los años. 
Bueno, a lo que vamos. Si usted peina alguna cana que otra, quizá recuerde que, hace cuarenta años (no sume que se deprime) fue llamado, después de décadas de urnas secuestradas por la dictadura, para elegir a la que sería la primera corporación municipal ovetense de la joven democracia. El martes 3 de abril de 1979, por tanto, no fue un día más. Para muchos fue un día de ilusión, de emoción. De compromiso con el futuro común que nos aguardaba. Horas para saborear las libertades recobradas. Un día de esperanza. Por fin, España miraba al futuro con una sonrisa. 
Oviedo votó, aunque de forma un poco rácana; la falta de costumbre, supongo: 56,39% de participación. Votaron 76362 ovetenses: 31030 a UCD, cuya lista encabezaba Luis Riera Posada. 29.324 se decantaron por la papeleta del PSOE, con Wenceslao López a la cabeza (no, no es un lapsus ni un dèjá vu), 7678 votos fueron para el PCE, Coalición Democrática obtuvo 5542 votos y 1329 el MC. 
Luis Riera fue elegido Alcalde. Para él había sido una noche de nervios en el Gobierno Civil por la "apretada lucha con el PSOE" según sus propias palabras. En su opinión fue "una victoria de gran mérito porque hemos luchado contra el PSOE y la abstención pero ha sido una noche terrible de nervios porque la duda se ha mantenido hasta el último momento". 
Pero al margen de la crónica del día, me pregunto, les pregunto: ¿creen que, más allá de los inevitables cambios sociales, hay diferencias significativas entre aquellas primeras corporaciones y las actuales? En varias ocasiones tuve oportunidad de hablar sobre esto con algunos de los ediles de entonces. Y sí. Creo que sí hay algunas desemejanzas. Y no sobre las legítimas discrepancias políticas. Más bien en el ámbito de las relaciones personales. Algunos de los que ocuparon plaza en el salón del plenos municipal creen que el ambiente era más cordial. Prevalecía el afecto y el respeto por encima de otras cuestiones. Había un espíritu más generoso. Incluso finalizados los mandatos se reunían alguna vez para compartir una comida. No sé si es algo relevante o fruto de opiniones subjetivas distorsionadas por el paso del tiempo pero, de ser así, no sería un detalle baladí. Siempre creí que por encima de las siglas han de estar las personas. Que es mucho más lo que nos une que lo que nos separa. Y que los intereses de Oviedo, de los ovetenses, han de prevalecer, por supuesto, sobre intereses personales o partidistas. En mis años de edil, confieso, no tuve problema con ninguno de mis compañeros de corporación más allá de algún rifirrafe sin mayor importancia y creo que puedo decir que con todos me ha unido cierto aprecio, al menos así lo siento. 
Pues que ese espíritu de concordia que inundó la política de este país en aquellos años no quede orillado. Por el bien común. 
Manolo Avello escribía en aquellos días de abril en estas páginas de LA NUEVA ESPAÑA: "Sería bueno para todos, me parece a mí, que a la hora de las decisiones, cualesquiera que sea la ideología política, se imponga el amor que, como considera Antonio Gala, es indispensable. Son cuatro años los que se avecinan de mucha brega política, dialéctica, económica y social y lo que no sepamos nosotros fraternamente hacer bien, nadie más lo va a remediar. Ha llegado la hora de la verdad. Son cuatro años, un soplo?". Y tranquilos, que cuarenta años no son nada.
https://www.lne.es/noticias-suscriptor/suscriptor/oviedo-opinion/2019/05/27/dia-abril/2478672.html

UTOPÍA


Utopía

Las promesas electorales y el mundo ideal

22.05.2019 
Fue Tomás Moro quien, en su obra homónima, bautizó con este nombre -Utopía- a una isla idílica en la que sus habitantes habían conseguido una vida en armonía total, en pacífica convivencia, compartiendo bienes y disfrutando de un total bienestar físico y moral: la sociedad perfecta. El lugar en el que todo ser humano desearía y merecería nacer y vivir. Obviamente, no hay más que ojear cada mañana el periódico para constatar que la realidad camina por otro sendero pero, ¿de quién es la responsabilidad de que no logremos esa vida ideal? ¿Es posible? Frecuentemente culpamos a los políticos de lo que no va bien en el país, en la sociedad global. En buena medida así es. Pero no exclusivamente. La responsabilidad de construir una sociedad es de todos los miembros y colectivos que la forman. Los políticos, con sus aciertos y errores, son fruto de la sociedad en la que crecieron y se formaron. De los valores que de ella emanen. Al menos en parte. Pero algo va mal cuando, según el último barómetro del CIS, los políticos y los partidos políticos son la segunda preocupación de los españoles por detrás del paro. Asimismo, los asturianos, según informaba LA NUEVA ESPAÑA hace unas semanas, somos los más desencantados de todo el país con la política. Obviamente, algo habría que hacer mejor. 
Estamos en vísperas de unas nuevas elecciones. Nos esperan las urnas para que los ovetenses elijamos a los encargados de gestionar nuestro ayuntamiento durante los próximos cuatro años. Los asturianos decidiremos en qué manos pondremos el gobierno del Principado y todos los españoles a qué diputados sentaremos en el parlamento de Estrasburgo, donde tanto se juega. Vemos a los candidatos acudir a muchos lugares en los que nunca han estado y a los que, posiblemente, no volverán. Y no digo que esté mal: son las servidumbres de la campaña. Las promesas llegan de todos lados; vuelan las ideas. Surgen proyectos prometedores. Todos tratan de convencernos de que son la mejor opción para dirigir eso que llamamos "la cosa pública" y buscan nuestro apoyo. 
Pues bien -y huyendo de cualquier ingenuidad- personalmente creo firmemente que el fin último de la política es lograr la felicidad de las personas. Sí, la felicidad. Esa debería ser la ambición de cualquier político, ¿o no? Y, desde luego, recuperar la ilusión y la confianza de los ciudadanos en la política. Mal iremos si no es así. 
Por tanto, claro que quiero saber qué van a hacer con los terrenos del viejo HUCA, con la parcela de La Vega (sin olvidar que las Pelayas siguen siendo las legítimas propietarias de una buena parte de ella), con Santullano, con la economía local, con la zona rural, con los servicios sociales, con el Campo San Francisco, con el tráfico, con el Naranco y con tantas otras cosas que nos incumben y preocupan a todos, pero también me gustaría escuchar cómo podrían conseguir, alejados de ocurrencias y de propuestas cortoplacistas, que todos seamos un poco más felices. Me agradaría constatar que, con sus decisiones y, por qué no, sueños, recuperamos esa confianza e ilusión que nos hemos ido dejando por la cuneta del desencanto y, ¡caramba!, cómo lograr esa sociedad ideal que Tomás Moro soñó en un lejano siglo XVI. 
A fin de cuentas, como canta Serrat, "sin utopía la vida sería un ensayo para la muerte".
https://www.lne.es/noticias-suscriptor/suscriptor/oviedo-opinion/2019/05/22/utopia/2475998.html?fbclid=IwAR0CUVo1MJXkPwf0AU6rT1Ityqg9-ZWtXCNjDoyJWv2YKXABcSSL0K61PJ8

lunes, 13 de mayo de 2019

HORAS AÑEJAS

El Otero

Horas añejas

13.05.2019 
Einstein afirmaba que el tiempo es relativo. Tal vez. Hay segundos eternos y horas en las que nos querríamos quedar a vivir eternamente. Lo que está claro es que vivimos cautivos del tiempo. Esclavos del reloj. Nos hace ir de aquí para allá en ese frenesí de, en ocasiones, alocada actividad que convierte los más de los días en humo efímero. Alarma para despertar, notificaciones en la agenda? tantos avisos que, quizá, nos hagan añorar los días en los que nos preocupaba un comino el ritmo de las horas. Una vida sin más sometimientos horarios que el cumplimiento de las necesidades básicas. Probablemente, en algún momento, nos demos cuenta de que la mayor riqueza es disponer de tiempo. Bien lo dice un proverbio africano: "Vosotros, los europeos, tenéis los relojes, pero nosotros tenemos el tiempo". Tienen razón. Pero como esto de estar pendiente del reloj viene de lejos, vamos a fijar hoy la mirada en los relojes, a mi juicio, más emblemáticos de la ciudad: los relojes de la Catedral. Hay dos: uno de sol en la cara sur de la torre románica y otro en la torre gótica. El de sol, en una placa de mármol orientada hacia el mediodía, tiene un doble sistema de numeración: números romanos y guarismos arábigos alternos, empezando por el uno en arábigo. Se estima que fue construido en 1415. En el año 1795, dado su deterioro, se realizó una réplica encontrándose el original en el Museo de la Iglesia. 
El de la torre gótica, según la guía de la Catedral de José Cuesta Fernández, se colocó desde un principio en el segundo piso de la torre, como está en la actualidad, en el año 1787 siendo obispo don Agustín González Pisador. Fue obra del madrileño Ramón Durán. Consta de dos campanas, una para las hora y otra para los cuartos. Ambas campanas fueron destruidas durante la guerra civil. En 1957, se instaló de nuevo el reloj, ya reparado, bajo la supervisión de Menéndez Pidal. En 1927 se llevó a cabo una importante reparación en el reloj por parte de los obreros de la Fábrica de la Vega que Cuesta recoge con detalle: "Repasar los ejes, rellenar a la autógena los cojinetes de bronce y ajustarlos cada uno a su eje. Hacer engrasadores de bronce para los cojinetes. Dos aparatos para reducir a una tercera parte la fuerza empleada para dar cuerda. Una esfera pequeña para la parte inferior del reloj. Un aparato para dar movimiento a dicha esfera con su correspondiente cuadratura. Cuadratura para el movimiento de la esfera de la fachada, manillas para la esfera y sus contrapesos". Detalla asimismo los responsables de la reparación: "Maestro, don Saturnino Artamendi. Ajustador, Mario Nava. Fresador, Enrique Alavera. Torneros, Emilio Aguilar y Julio Rodríguez. Cepillado, Sebastían Suárez Sagada y Aquilino Fernández. Maestro relojero, Julio Galbán". Conste el reconocimiento a su labor. 
Sin duda el reloj de la Catedral marcaba los tiempos de un buen número de ovetenses pues bien habría de oírse en toda la ciudad. Clarín, en "La Regenta", ya lo describe en un dialogo entre Víctor Quintanar y su mujer, Ana Ozores: 
"- ¿Se oye el reloj de la torre desde aquí? Mira que es media legua larga? 
- Pues sí, se oye, en estas noches tranquilas ya lo creo que se oye. ¿Nunca lo habías notado? Espera cinco minutos y oirás las campanadas... tristes y apagadas por la distancia". 
Hoy ya todos tenemos reloj de pulsera. El móvil asume la función de reloj, agenda y mil cosas más. Pero en Oviedo, con permiso del reloj de la Escandalera, mi reloj favorito sigue siendo el de la Catedral. 
En fin, no sé si Einstein tenía razón o no. Pero a quien no se la quito es a Benedetti: "Cinco minutos bastan para soñar toda una vida, así de relativo es el tiempo".
https://www.lne.es/noticias-suscriptor/suscriptor/oviedo-opinion/2019/05/13/horas-anejas/2471244.html


lunes, 6 de mayo de 2019

SALSIPUEDES

El Otero

Salsipuedes

Las curiosidades de una calle peculiar de la ciudad de Oviedo

06.05.2019 
En el Campo de mi infancia, en la zona de los columpios, había un laberinto hecho con postes de madera en el que, cuando llegaba algún pardillo novato -víctima propicia- le introducíamos con los ojos vendados en el medio y le decíamos: ¡sal si puedes! Mira tú. Seguro que recuerdan los pañuelos y pegatinas con el eslogan: "Ven a Oviedo y? sal si puedes" tan utilizado en las fiestas mateínas de los ochenta; genial idea del entonces concejal Ramón Corral en conversación con Covadonga Bertrand mientras se debatía en un pleno una polémica propuesta sobre la reordenación del tráfico en el entorno del Campo San Francisco. Un conocido pub de la zona antigua también adoptó el nombre de Salsipuedes. Bien, pues viene esto a cuento por un titular que leí en LA NUEVA ESPAÑA el pasado domingo 28: "Luz verde a reparar la escalera de la peor calle de Oviedo". La desafortunada calle a la que se refiere la noticia es Ildefonso Martínez. El caso es que, una vez más, una noticia aviva la curiosidad e, inmediatamente, me vino a la mente la imagen de esta calle que todos pateamos y que conocemos, precisamente, como Salsipuedes aunque, desde el 28 de diciembre de 1895, previa petición de los vecinos (¡cuánto le debemos a José Ramón Tolivar!) recibe el nombre de Ildefonso Martínez. El nombre de Salsipuedes se debería a la estrechez e inclinación de su recorrido, cosa que, al parecer, es frecuente en España en calles con características similares; así, encontramos este nombre en el callejero de Santiago de Compostela, Madrid, Jaén o Pamplona. 
Consta que los españoles pusieron este nombre a diferentes lugares en Argentina, Colombia, Uruguay o Panamá y, entre ellos, cuenta Tolivar "a unas islas y un estrecho en el golfo de California, donde la navegación es peligrosa a causa de la impetuosidad de las corrientes. Impetuosa es también la pendiente de esta calle, de modo especial a su salida o terminación en la calle de San José, donde aún debió ser mucho más marcada y dificultosa antes de existir los actuales escalones". 
El nombre de Salsipuedes no lo encontramos hasta los padrones de vecinos de 1722. Anteriormente, continúa Tolivar "quizá pudo corresponderle el de Canóniga Baja -que más adelante atribuimos a la calle San José- pues, llamándose de los Cuatro Cantones el tramo comprendido entre San Antonio y San Isidoro, e iniciándose la Canóniga Alta precisamente en el mismo punto que la de Salsipuedes, bien pudo ser ésta -que desciende mucho más- la llamada Canóniga Baja". 
En cuanto al nombre actual se debe al médico nacido en Benia de Onís el 28 de abril de 1851 cuya vida fue tan rica y abnegada que bien necesita un capítulo aparte a su memoria; queda pendiente. 
Se cuenta una curiosa anécdota sobre esta calle. Allá por la década de los 70 encargó el Ayuntamiento un estudio sobre el tráfico en la ciudad; pues bien, una de las calles por las que proponían la salida de coches era por Salsipuedes, lo que lleva a pensar que los redactores, lejos aún la era del Google Maps y de los drones, ni se dignaron a visitar la ciudad pues de llevarse a cabo su plan, más de un coche dejaría los bajos en el tramo final de escalera mentando a los progenitores de los ínclitos redactores. 
Pues ya saben, si transitan por esa calle, especialmente si gustan de la noche, anden con cuidado no vayan a tener un indeseado traspié aunque la salida, realmente, sea sencilla, como simple era la de aquel laberinto del Campo que, desde nuestra ingenuidad infantil, debíamos temer como si se tratase del mitológico laberinto creado por Dédalo para esconder al mismísimo Minotauro.
https://www.lne.es/noticias-suscriptor/suscriptor/oviedo-opinion/2019/05/06/salsipuedes/2467590.html