El increíble vuelo de Garnier sobre Oviedo
El impacto en la ciudad de una exhibición aérea en el año 1911
Carlos Fernández Llaneza 25.09.2017 | 03:49
Arriba, una imagen de Garnier. Sobre estas líneas, el piloto sobrevuela el acueducto de Los Pilares. Al lado, una página de la revista "Mundo Gráfico" dedicada al piloto francés.
Hace justo 106 años que Oviedo vivió un acontecimiento inédito hasta entonces en su historia: un aeroplano sobrevolando la ciudad. Fue en el marco de las fiestas de San Mateo de 1911. Ocurrió durante los días 25, 26 y 27. El piloto era el francés Leoncio Garnier. La imagen de su aeroplano volando sobre el acueducto de los Pilares y las vías del ferrocarril del Norte, con el Hospital Manicomio de fondo es una de las fotos históricas de la ciudad. El improvisado aeropuerto se había instalado en la Silla del Rey, con una chabola a modo de hangar y una tienda de campaña para la Cruz Roja. El precio para ver el espectáculo era de 2,40 pesetas "impuestos incluidos" para asistir a los vuelos sentado y de 0, 50 en general y con una tarjeta de libre circulación de 6 pesetas. La prensa, lógicamente, se hacía eco del evento e informaba de la llegada del aviador a la ciudad después de haber "efectuado con gran fortuna haciendo el raid de Salamanca-Valladolid y viceversa". Tal era la expectación que los ovetenses se dirigían a los periódicos locales preguntando los días de celebración de los vuelos. Para facilitar la llegada a la ciudad las compañía de ferrocarriles del Norte, Vasco Asturiano y Cantábrico habilitaron trenes especiales.
Y llegó el ansiado día. La fervorosa crónica periodística del martes 26 destacaba: "Jamás en Oviedo hubo espectáculo alguno que tanto público haya atraído y tanta curiosidad haya despertado como el verificado ayer. El número de forasteros que llegó a esta ciudad fue crecidísimo. Todos los trenes de líneas férreas vinieron atestados de viajeros. En el campo de aviación y en las inmediaciones, era incalculable el gentío allí reunido. El espectáculo comenzó próximamente a las cinco menos cuarto de la tarde. Reconocido escrupulosamente el monoplano Berlioz, el intrépido aviador M. Garnier se elevó a los aires con una precisión y soltura admirables, dando tres vueltas al extenso campo de aviación a una altura media de 100 a 150 metros. Aterrizó en el centro del campo con notable seguridad, como si fuera un pájaro. El público, sin duda emocionado ante tan bello espectáculo, no aplaudió tanto como se merecía el intrépido aviador". Ese primer vuelo duró unos seis minutos. Después de algunos momentos de descanso -continua la narración periodística- "verificó M. Garnier el segundo vuelo que fue aún más grandioso que el primero. Con la misma precisión y perfecto conocimiento del aparato, dio una vuelta al campo de aviación y a una altura de 250 a 300 metros, dirigirse rápidamente a la ciudad, pasando por el campo de aviación, aterrizando en el mismo sitio que lo hizo la vez primera".
En vista del notable éxito de asistencia y de cara a los siguientes vuelos a través de la prensa se informaba a la ciudad que "en nota oficiosa que hemos recibido se nos da cuenta de las medidas que ha adoptado la comisión para los sucesivos días de aviación, y que consisten en reglamentar el servicio de coches a la ida y al regreso; en ampliación de localidad de sillas, destinando a este objeto el número suficiente de acomodadores; en destinar fuerzas de seguridad, de la benemérita, de infantería y caballería para la debida vigilancia del campo de aviación; en aumentar el número de taquillas para la adquisición de localidad; y en prohibir durante las pruebas el permanecer en el campo de aviación aun a los portadores de billetes de libre circulación". Y como la fiesta se preveía sonada "será amenizada por la brillante banda de música del regimiento del Príncipe".
Y llegó el segundo vuelo. A las tres de la tarde ya se veía gran animación y "el ir y venir de coches y automóviles por la carretera de Buenavista era incesante". Las medidas de seguridad, también en aquellos días, eran máximas y así se informaba a los ovetenses que "se evitaría la entrada de intrusos en el campo, viéndose apostados en puntos estratégicos soldados de caballería, hasta unas once parejas que auxiliaban a los agentes del Municipio y a los empleados a quienes se encargó de recoger las localidades". El reportero, contagiado del entusiasmo del ambiente continuaba su crónica: "Desde nuestro asiento contemplábase el cuadro hermoso que ofrecía el prado de maniobras y otros próximos al Manicomio, todos cuajados de personas. En su auto, llegaba a las cinco de la tarde, el intrépido Mr. Garnier, a quien acompañaba su señora. Fue recibido con aplausos. Sacado del hangar el aparato, mientras se soltaban algunos globos guías, se examinó aquel, que se hallaba en inmejorables condiciones según el mecánico. Redoblaba la impaciencia en todos los espectadores. Por fin, a las 5,20 el motor se puso en movimiento y, con arte grandísimo Garnier se elevaba. Tras de sí iban las miradas de la muchedumbre. A gran altura (calcúlase en 700 metros) atravesó la población toda, remontándose luego sobre el Naranco, para evolucionar después, caprichosamente sobre el campo. Hizo hábil maniobra y, cuando se creía que iba a aterrizar, volvió a remontarse girando en diversas direcciones. Tardó en aterrizar unos doce minutos. El público, al ver al aviador en tierra, prorrumpió en aplausos. Diferentes personas le felicitaron".
Sobre la tercera jornada de vuelo, más de lo mismo. Elogios y admiración. Eso sí, al aterrizar la primera vez manifestó "que sentía excesivo frío y tuvo que ponerse un gabán". Como no podía ser de otro modo "el espectáculo ha satisfecho a todos y el intrépido aviador deja en Oviedo muchas simpatías".
Espectáculo tal no podía pasar desapercibido a la coña ovetense y poco tardaron en aparecer estas coplas:
"El otru día señores, xunto a la silla el Rey / vi volar un monoplano, era el de Mosiu Garnier / más al querer elevase una señora salió / y agarrándose a la cola, del aparato subió. / Garnier que estaba mirando lo que la señora hacía / vio que llevaba en la mano décimos de lotería. / Y el panzudu desde abajo, díxole a Ms. Garnier:/ doite la zapatería, si me tires la muyer."
En fin, un suceso de altos vuelos para la memoria colectiva que, como no podía ser de otra manera, acabó con unos versos que, aunque con notable falta de respeto hacia la mujer, están impregnados del inefable humor carbayón de la época.
http://suscriptor.lne.es/suscriptor/oviedo-opinion/2017/09/25/increible-vuelo-garnier-oviedo/2168457.html