lunes, 22 de febrero de 2021

EL PERRO DE VALLOBÍN

EL OTERO

El perro de Vallobín

Una nostálgica historia canina

 

Cómo podemos ayudar a proteger a los perros callejeros del frío y la lluvia  durante el invierno? - Santo Tomás en Línea

22·02·21

¡Qué fácil es despertar recuerdos dormidos! Bastó un cartel colocado por los desesperados dueños de un perro perdido y felizmente recuperado y, casi a la vez, escuchar casualmente una canción para rescatar de los anaqueles de la memoria un episodio lejano y, creía, olvidado. Fue en los 70. En el Vallobín de mi infancia feliz. Los alrededores de casa eran prados, espacio de juegos y vida compartida, donde gozábamos de sol a sol en plena libertad. 

Un buen día, sin saber de dónde vino, apareció un perro. Poco más que un cachorro. De mirada lánguida y recelosa. Tímido y temblón se acercó. Suplicando unas migajas de cariño. Arrastrando sus miedos y su escuálida sombra. Mendigando una caricia. No le faltaban heridas ni cicatrices, tal vez de pena y olvido. Buscando, supongo, el afecto y el calor de hogar que le debía ser tan ajeno como desconocido. Deambulaba a nuestro alrededor sin acercarse. Desconfianza, probablemente, fruto de viejos maltratos. No debía de haber tenido una existencia feliz. Aquella mirada se clavaba. Se quedaba. Dolía. Tenía tantos nudos en su pelo como en su existencia, por no decir en su alma. 

Con unas tablas y unos ladrillos preparamos una pobre caseta. Poco a poco se fue convirtiendo en uno más de nosotros. Hasta que un buen día, igual que vino, se fue. Nunca más supimos de él. Nos dejó un vacío, sí, pero el tiempo, cómo no, se encargaría de taparlo. Hasta que ese cartel y esa canción lo trajeron de vuelta desde el olvido. 

La canción que contribuyó a rescatar ese recuerdo es una composición del cantautor argentino Alberto Cortez. Y ahora que la escucho de nuevo recuerdo nítidamente aquel efímero amigo del que nunca supimos de dónde venía y, tristemente, cuál fue su destino. Lo que dice Cortez en su canción es aplicable perfectamente a aquella historia vivida hace unas cuantas décadas en Vallobín. Como podría ser aplicable a algún perro callejero que, tal vez, se haya cruzado en sus vidas en algún rincón de su propia infancia: “Aunque fue de todos, nunca tuvo dueño / que condicionara su razón de ser, / libre como el viento era nuestro perro, / nuestro y de la calle que lo vio nacer. (…) Era nuestro perro, y era la ternura / que nos hace falta cada día más, / era una metáfora de la aventura / que en el diccionario no se puede hallar. / Era nuestro perro porque lo que amamos / lo consideramos nuestra propiedad. / Era un callejero y era el personaje / de la puerta abierta en cualquier hogar, / era en nuestro barrio como del paisaje (…) Era el callejero de las cosas bellas / y se fue con ellas cuando se marchó, / se bebió de golpe todas las estrellas, / se quedó dormido y ya no despertó. / Nos dejó el espacio como testamento, / lleno de nostalgia, lleno de emoción, / vaga su recuerdo por los sentimientos / para derramarlos en esta canción”. 

¿Creen que un perro callejero olvidado merece protagonizar estas líneas? Pues qué quieren que les diga. Sí. Y me alegro de haber podido recuperar la triste y anónima mirada de aquel perro callejero que compartió, durante un tiempo, días de una infancia hoy casi diluida.

 https://www.lne.es/oviedo/opinion/2021/02/22/perro-vallobin-35256166.html

lunes, 15 de febrero de 2021

ÁRBOLES DE GUINNESS


EL OTERO

Árboles ovetenses de “Guinness





15·02·21

Un día de 1950 Sir Hugh Beaver, director general de la destilería Guinness, se encontraba en una cacería en el condado inglés de Wexford y discutía con sus compañeros si el pájaro de caza más rápido de Europa era el chorito dorado o el Urogallo. Fue ahí cuando se les ocurrió la idea de que un libro que diera respuesta a este tipo de preguntas podría llegar a ser popular. Y acertaron. Así nació el libro de los Guinness que se publica cada año. En él se recogen los récords de las cosas más disparatadas. No sé si estará en el libro, pero hoy se me ocurrió pensar, y no me pregunten por qué, ¿cuál será el árbol más viejo de Oviedo? Pues a expensas de que en cualquier rincón de la hermosa zona rural de nuestro municipio quede alguno que supere a estos, he encontrado varios candidatos: en el Campo San Francisco, en el Naranco, y en Santa Ana de Vega o de Meixide. Empecemos por este último: el texu centenario que está delante de la capilla. Uno de los más longevos de Asturias y, seguramente, el único en la ciudad de este calibre. En la hoja dominical de la parroquia del Cristo correspondiente al 14 de mayo de 2017, su párroco, Julián Herrojo, escribe sobre este tejo en estos términos: “Junto a la capilla de Santa Ana tenemos uno de los más grandes (tejos) de Asturias que forma parte del grupo de “los tres” que tienen seis metros o más metros de perímetro: Bermiego (Quirós), Santa Coloma (Allande) y Salas. El tejo ha sido tradicionalmente plantado junto a las iglesias precisamente por su longevidad, teniendo así la seguridad de que permanecerá por varios siglos. En Asturias hay catalogados 256 tejos en el campo de la iglesia”. Es muy dificultoso cifrar la edad de este tejo, pero se calcula que puede rondar ¡los cinco siglos! En el Naranco encontramos un gran eucalipto. Se encuentra cerca de la carretera que conduce a la cima, concretamente y, según cuenta en un completo artículo titulado “El Naranco, atalaya de Oviedo” publicado en este periódico por José Enrique Menéndez, en Casa Licos, plantado por Cándido en 1900, poco antes de emigrar a Cuba; o sea, hace tiempo que se nos ha hecho centenario. 

Y vamos, cómo no, al Campo, “justo orgullo de los ovetenses y corazón vegetal de Vetusta” en palabras de Juan Antonio Cabezas. El más significativo, entre el medio centenar de especies de árboles, es un ejemplar de roble que está plantado a los pies del pobre kiosco de música del Bombé, casi rodeado por la horrible y prescindible estructura denominada “Pavo Real”. Se cree que pudo ser plantado entre 1620 y 1670. También en el Campo hay dos grandes eucaliptos que cuentan entre 125 y 135 años de vida. Asimismo tenemos un ejemplar más que destacar por su longevidad o por su altura: un hermoso ejemplar de plátano de sombra cercano a los 35 metros de altura. 

Pues si para muestra vale un botón, espero que estos ejemplares nos sirvan para valorar, respetar y amar a los árboles. Necesarios e imprescindibles. Siglos acogiendo a los ovetenses a su sombra. Siendo excepcionales testigos de nuestro desarrollo como ciudad. De nuestros aciertos y errores. De nuestras esperanzas y frustraciones. Reuniéndonos a su alrededor. Hermanándonos como carbayones. Bien lo decía Miguel Hernández en su alabanza al árbol: “Agrupas a los hombres y los haces hermanos en tu umbría”.


https://www.lne.es/opinion/2021/02/15/arboles-ovetenses-guinness-34762490.html

lunes, 8 de febrero de 2021

ORA ET LABORA


EL OTERO

Ora et labora

El arraigo de las Pelayas en la ciudad


Avanza febrero, mes en el que da el sol en cualquier reguero y busca la sombra el perro según el dicho popular. Las mimosas empiezan a brindarnos su amarillenta fragancia, presagio de una cada vez más cercana primavera. En estas fechas, Oviedo celebraba una de sus primeras fiestas del calendario: la romería de las naranjas, también conocida como fiesta de “las Candelas”, heredera de la “festa candelarum” romana. Festividad litúrgica de la presentación del Señor en el templo y de la purificación de la Virgen. Se celebraba en el entorno del convento de San Pelayo por donde se colocaban puestos de naranjas que se extendían por la muralla hasta la calle del Águila. A ella se refiere Palacio Valdés en su obra “La novela de un novelista”: “Asturias no es país de naranjos, pero a la orilla del mar, por la parte de oriente, crecen algunos que dan una fruta bastante aceptable, sobre todo si se la come con azúcar. El día de la Candelaria llegan a Oviedo por la carretera de Gijón muchos carros y se establece en esta carretera un lucido paseo”. Ya no hay puestos de naranjas. Ni farolillos de papel. Tampoco este año pudimos acompañar, tras el rezo de vísperas, a nuestras queridas Pelayas en procesión multitudinaria con velas (candelas) por el claustro. Y tampoco se cumplió la tradición de presentar a los niños nacidos durante el último año. Una fecha, por tanto, muy ligada al Monasterio de San Pelayo, parte esencial del alma de nuestra ciudad y enraizado firmemente en nuestro devenir. La tradición sitúa su fundación en la época de Alfonso II el Casto, bajo la advocación de San Juan Bautista. De 1152 es el primer documento en el consta que las monjas asumen la regla de San Benito aunque posiblemente fuera desde el año 1042. En documentos del 1071 aparecen ya citados los monasterios de San Vicente y San Pelayo por lo que es probable que fuera en torno a esas fechas cuando dejan la dedicación de San Juan Bautista en favor de la actual de San Pelayo, cuyas reliquias habían llegado al Monasterio en el año 994. Siglos, por tanto, de historia compartida. Años en los que se han granjeado, merecidamente, el cariño y respeto de todos los ovetenses. Compartir con ellas algún momento de la liturgia de las horas es vivir un paréntesis de paz. Es acceder a una burbuja que nos aísla del ruido y de los afanes que nos rodean. Un momento y un lugar especial. Difícil sentirse indiferente. En los siglos que el monasterio lleva de la mano con la ciudad, cientos de monjas han dado fiel cumplimiento al mandato benedictino de “ora et labora”. San Benito quería que la oración ocupara el primer lugar: “Nada se anteponga a la obra de Dios”. Seis veces al día, la comunidad monástica se reúne, de día y de noche, para alabar y cantar a Dios. Pero también es necesario ganarse el sustento diario. Así, en su Regla, San Benito explica que “la ociosidad es el enemigo del alma” e insiste en que todo monje ha de ser diligente en el trabajo que le corresponda. Nuestras Pelayas, durante tiempo, dedicaron parte de su trabajo a tareas de restauración y encuadernación. Por diversas circunstancias dejaron esa actividad así que la repostería pasó a ser la principal tarea para su sustento. Y claro, llegó la pandemia y las consecuencias se notan en todo y en todos. También en una general caída de ventas en la hostelería y comercio de toda índole. El obrador de las Pelayas no es ajeno a este declive comercial. Al igual que les ocurre a otros monasterios de vida contemplativa de la ciudad. Así que, si algún día quieren darse o dar un dulce obsequio, quizá una cajina de pastas de las Pelayas pueda ser una buena opción para que su rezar y trabajar pueda seguir vinculado a nuestra historia común por muchos siglos más. 

También el pasado miércoles se celebró San Blas, asimismo tan vinculado a San Pelayo. No fue posible besar la reliquia del mártir de Sebaste, abogado de las afecciones de garganta. Así que a cuidarse. Por cierto, por San Blas no vi cigüeña alguna, así que si no la vieres…

https://www.lne.es/oviedo/opinion/2021/02/08/ora-et-labora-34228564.html

lunes, 1 de febrero de 2021

DE PLAZUELA A PLAZA DE LA CATEDRAL

EL OTERO

De plazuela a plaza de la Catedral

La transformación del corazón del casco viejo


El pasado lunes dirigíamos la mirada a elementos de nuestro acervo que, por una u otra razón, les tocó mudar de lugar. Entre otros, los arcos que habían formado parte de las casas que ocuparon la hoy plaza de Alfonso II y que acabaron en la Fábrica de Gas. Como me quedé con ganas de saber más, vuelvo sobre los pasos y miro de nuevo a la plazuela de la que Dolores Medio escribió: “La plaza reducida que se encerraba entre la Catedral, San Tirso el Real y un ángulo de casas centenarias que amparaban su vejez en las columnas de sus soportales, en los que se instalaban las vendedoras de madreñas. (…) Cuando se derribaron las centenarias casucas, desapareció con ellas la típica calle de Platería y cuanto ella representaba en el viejo Oviedo”. Pequeña plazuela a la que llegaban peregrinos y visitantes que, sobrecogidos y emocionados, contemplaban de cerca la aguja de la torre que pareciera querer fundirse con el mismo cielo. Desde el último tercio del siglo XIX se hablaba del derribo de esas casucas, un poco seniles, tal vez, pero en absoluto carentes de encanto. Y la polémica, una vez más, estaba servida. Por una parte, estaban los que opinaban que el conjunto de casas desvencijadas carecía de valor y no hacían más que desmerecer el entorno catedralicio. Su desaparición favorecería la creación de una espaciosa plaza en la que se integrarían edificios de gran valor histórico y arquitectónico como la Casa de la Rúa o los palacios de la Audiencia. Además, la ciudad dispondría de un amplio espacio de encuentro. Por el contrario, claro, los que opinaban que esas casas dotaban al conjunto de un valor realmente singular. La arquitecta Marta Alonso, en su interesante trabajo “El ensanche de la plaza de la Catedral de Oviedo de 1927” recoge que con su derribo “desaparecería uno de los lugares más evocadores y sugerentes del tejido medieval de Oviedo, desgarrando el corazón de una ciudad que prácticamente había permanecido inalterada desde el incendio de 1521”. 

Imagen coloreada de una foto de 1925. | Ruth Matilda Anderson 

Como ocurriera hacía quince años con los Pilares y sucedería frente a derribos injustificables que están en la mente de todos, hubo no pocas voces en contra del derribo. Catorce ovetenses firman una carta escrita por Ramón Pérez de Ayala y que se conocería como “Manifiesto de la piqueta incivil”. En ella manifiestan: “De nuevo la piqueta incivil amenaza la fisonomía histórica de una urbe milenaria y pulcra. En lo alto de la colina donde el viejo Oviedo reposa, la flecha gentil de la Catedral se yergue en la plazoleta tácita, culta, de porches humildes y fachadas multicolores. Los siglos la ennoblecieron: por allí desfilaron las antiguas peregrinaciones a la iglesia del Salvador. Bajo sus arcadas discurrieron los claros varones austeros, ministros de Carlos III y los patriotas del ochocientos apercibiendo la resistencia contra los franceses. Rincón bello del poético reptado, zona fraternal, con toda la barriada catedralicia, que debe ser inviolable, donde se guarda la memoria de las mejores tradiciones ovetenses de aquellos escritores que, por haber amado mucho su región y su pueblo, alcanzaron nacional nombradía. Todo orden de razón sentimental, estética y literaria exige la conservación amorosa de este trozo histórico de la ciudad. Por otra parte, en el país de los altibajos escabrosos, de la desproporción proporcionada por la obra de Dios, de los escobios y de las hoces, de las altanerías montuosas y de los angostos valles umbrátiles, esta plazuela parece haber sido concebida y realizada intuitivamente como epítome urbano o fórmula civil de magnífico paisaje agreste. Si las Catedrales de tierra llana piden en torno suyo espacio anchuroso y soleada transparencia, la sede del Salvador no reclama a sus pies sino la familiaridad penumbrosa de los valles asturianos. Ningún tráfago vivo busca hoy aquel recinto callado, secular. La ciudad se extiende en otras direcciones, repta por las mansas laderas del Naranco. Se expande más allá del Campo de San Francisco. Se ofrece amplio territorio para la ciudad del porvenir. ¿Por qué no respetan la ciudad del pasado? ¿En nombre de qué intereses, necesidades o ideales se pretende arruinar uno de los parajes más venerables y hermosos del hermoso y venerable Oviedo? Hemos reflexionado seriamente sobre todas las causas o motivos que se aducen en favor de su demolición. Ninguno de ellos fue suficiente para persuadirnos. Estamos seguros de que, después de igual reflexión, la voluntad de todo Oviedo será unánime como la nuestra. Y supuesto que la voluntad explícita de Oviedo se pronunciase por la demolición, aún en ese caso le negaríamos el derecho a realizarla. La voluntad de lo que pudiéramos llamar ciudad militante no tiene fuero sino sobre la ciudad futura. Sobre la ciudad pasada impera la voluntad de los muertos. De todos los muertos de antaño y no de un ciudadano singular (sin dejar de conocer la nobleza de sus intenciones) que transmite a los vivos su voluntad póstuma de desbaratar la ciudad de los muertos”. 

Otra visión de la plaza. | Steven Kasher / Jules Gervais. National Geographic

Es un texto extenso pero que merece la pena reproducir. Podríamos guardarlo e ir sacándolo de vez en cuando para constatar su vigencia. Ocasiones no faltaron. Quizás ese espíritu ovetense, pleno de sensatez y de amor por su ciudad, debería servirnos de guía hoy en día en que aún vemos cómo Doña Piqueta sigue afilando sus garras.

https://www.lne.es/oviedo/opinion/2021/02/01/plazuela-plaza-catedral-33280171.html