¿Para qué sirve la poesía?
A favor del proyecto ovetense como capital mundial de la poesía
Carlos Fernández Llaneza 25.03.2019
Puede parecer esta una pregunta un poco extraña, más en una sociedad que se somete con facilidad al pragmatismo materialista en el que poca cabida tienen los sentimientos. Pero no. Es una pregunta pertinente y oportuna. Porque la poesía es necesaria; no sé si tanto, según criterio de Gabriel Celaya, "como el pan de cada día / como el aire que exigimos trece veces por minuto" pero, a buen seguro, un mundo sin poesía estaría incompleto. Sería mucho más gris. Estamos envueltos en poesía. Sólo necesitamos abrir los ojos y observar con un mínimo de curiosidad y la encontraremos en mucho de lo que nos rodea. La poesía se escucha. Se siente. Se ve. Se respira. Se vive. Y cuando al corazón le sobran sentimientos, sale por la mano, como bien escribió Carmen Conde. Tal vez muchos buscamos en la poesía la calma que serene nuestras pesadumbres del alma. Que sosiegue un corazón revolucionado e inquieto pero, quizá sin darnos cuenta, acabamos necesitando que se quede para poder vivir. Para poder atrapar ese mundo que vive en una dimensión antagónica a la cotidianidad. Y, sin duda, su ausencia, en algunos días, nos dejaría en un gélido y angustioso vacío.
Así que, el hecho de que Asturias -hermoso verso verde- sea Capital Mundial de la Poesía, en esa fantástica iniciativa del siempre inquieto y vital Graciano García, es una suerte para todos nosotros. Porque, como dijo el propio Graciano en un abarrotado Club Prensa Asturiana de LA NUEVA ESPAÑA martes pasado, "la poesía ennoblece, dignifica y hace la vida una esperanza". Ojalá este nuevo proyecto contribuya a inyectar en esta bendita tierra asturiana una buena dosis de esperanza. A despertar una sociedad que aún, en muchas ocasiones, sestea plácidamente. Que coadyuve a iluminar rincones, personales y sociales, que se resisten a salir de una cómoda e indolente oscuridad. A ser un vigoroso aldabonazo en las conciencias más inconformistas que aún guardan, aletargados, rescoldos de rebeldía. Un propósito que ayude a comprometerse con la realidad o, por qué no, a abstraerse de ella.
Así que la respuesta está ahí, quién sabe si soplando en el viento -con permiso de Dylan-, o susurrándonos ansiadas certidumbres; en cualquier caso, esperándonos.
La poesía sirve para ser. Para sentirnos más humanos. Para alejarnos del monstruo en el que nos transformaríamos si dejáramos por el camino nuestra sensibilidad. Si enterráramos en una honda fosa nuestros sentimientos. Si abandonáramos el alma en la orilla de una lejana y solitaria carretera.
Es posible que alguien dude de la utilidad de la poesía. Tal vez. Antonio Gamoneda dijo en una ocasión: "La poesía no proporciona ningún servicio práctico, incluso no proporciona nada que pueda modificar la realidad social, ni siquiera la individual. La poesía, esto sí, intensifica la conciencia. Y esta es quizá su única utilidad"; pues bien, ¡bendita utilidad!
En fin, respondan ustedes lo que mejor les parezca. Yo me inclino por pensar que la poesía sirve para dar un poco más de sentido a las horas que fraguan la cotidianidad. Para barnizar nuestra humanidad. Para acentuar los visos del alma. Para curar las heridas que infieren los lastimosos silencios vacíos o, como aseguraba Borges: "la poesía sirve para el placer, para la emoción, para vivir".
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