Feijoo, 250 años después
Reflexiones en el aniversario de la muerte del benedictino más revoltoso de su siglo
23.09.2014
Carlos Fernández Llaneza
Oviedo, miércoles 26 de septiembre de 1764. Muere fray Benito Jerónimo Feijoo y Montenegro. Había llegado a la ciudad en el año 1709 como maestro de estudiantes al colegio de San Vicente cuando contaba 33 años. A un Oviedo que por aquel entonces contaba con unas 7.000 almas y una pobre vida cultural.
Benito había nacido el 8 de octubre de 1676 en la aldea orensana de Casdemiro, primogénito de los diez hijos de don Antonio Feijoo Montenegro y doña María de Puga Sandoval y Noboa, ambos, según él mismo explica, "de familias honradísimas patricias de aquella provincia". En 1690, en contra del destino natural que le esperaba como primogénito, cosas del mayorazgo, ingresa en el monasterio benedictino de San Julián de Samos. Tras su periplo formativo por tierras castellanas y gallegas, llega a Oviedo, como quedó dicho, en cuya universidad alcanzó el grado de Licenciado en Teología y posteriormente el de Doctor. Desde 1710 hasta 1721 explicó la Cátedra de Santo Tomás en nuestra universidad. Desde esta fecha hasta que en 1724 se le nombró catedrático de Vísperas de Teología, enseñó Sagrada Escritura. Jubilado ya, en 1736, opositó a la cátedra de Prima de Teología que regentó hasta 1737. Dentro de la Orden obtuvo el grado de Maestro General y fue dos veces Abad de San Vicente. Aunque se le quiso nombrar Abad de Samos y de San Martín de Madrid, declinó ambos ofrecimientos optando por permanecer en Oviedo. Tampoco aceptó un obispado en América que le ofreció Felipe V en 1726. Fernando VI, en 1748, le nombró consejero del Consejo Real por la "general aprobación y aplauso que han merecido en la república literaria a propios y extraños, sus útiles y eruditas obras".
Secundino Magdalena definía a Feijoo desde estas página de LA NUEVA ESPAÑA allá por 1944 como "aquel gran benedictino que fue el hombre más inquieto y revoltoso de su siglo" y a su obra como "obra crítica por los cuatro costados, como nacida en este Oviedo, pueblo de tan agudo sentido crítico, que bien pudiera convertirse en un sanatorio o correccional de pedantes".
Y si Menéndez y Pelayo describía a Feijoo como "filósofo con libertad y fue de todas veras, como él mismo dice con frase felicísima, ciudadano libre de la república de las letras", para Gregorio Marañón era "ante todo, un gran maestro, de los que lo son para todos y para siempre. Y el serlo, no consiste en contar cosas nuevas a los que las ignoran, sino en encender la curiosidad de los que no saben y enseñar los modos de aprender todo lo que pasa a nuestro lado por la vida". Tampoco Gustavo Bueno, ovetense por propia voluntad como Feijoo, ha desaprovechado ocasión para realzar el nacimiento del sentido crítico y el extraordinario círculo cultural que se generó en torno a la celda del benedictino.
El Ayuntamiento de Oviedo, en 1954, instituyó la Cátedra Feijoo, que durante años con sus publicaciones y ciclos de conferencias sirvió para mantener viva la llama de sus enseñanzas. José Miguel Caso, catedrático de nuestra Universidad, continuó esa labor a través del Centro de Estudios del s. XVIII, que pasó a llamarse en 1987 Instituto Feijoo, posteriormente instituto universitario.
Y también en ese mismo año de 1954, el 28 de marzo, Oviedo rindió homenaje a Feijoo descubriendo la estatua que, esculpida por Gerardo Zaragoza, preside la plaza que lleva su nombre, desde donde mira a lo que antaño había sido el antiguo monasterio benedictino, hoy museo arqueológico; por cierto, confío en que no haya pasado a mejor vida la celda que había ocupado fray Benito tras la restauración. En la base de la escultura leemos: "La ciudad de Oviedo desde donde el Padre Feijoo derramó por el ámbito de España su inmortal 'Teatro Crítico' y sus 'Cartas Eruditas' dedica al gran polígrafo este monumento claro y perdurable como su genio y como su gloria".
Por supuesto, no soy ningún experto en la vida y la obra de Feijoo, como no soy experto en casi nada; bueno, en ser curioso sí, pero sí creo que la vida y obra de este singular personaje, que le llevaron a ser uno de los impulsores más importantes y decisivos de ese gran movimiento cultural que fue la Ilustración, y que reposa para la eternidad en la iglesia de Santa María Real de la Corte, bien merece una mirada de recuerdo agradecido. Espero que la ciudad, desde donde Feijoo abrió las ventanas al exterior en un país reacio a las nuevas ideas que venían de Europa, en este cercano 250 aniversario de su muerte, rinda un digno tributo a este gran, me atrevo a decir, ovetense del siglo XVIII. Ovetense, presumo, de convicción y devoción.
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