El Otero
Si eso fuera así, creo que tendría la explicación para el «argayón» de Toleo: el Naranco nos está mandando a tomar por el saco; demasiados abusos perpetrados contra él. ¿A alguien le extraña? A mí, desde luego, no.
Manuel Gutiérrez Claverol, geólogo amante de Oviedo por arriba y por abajo, que bien conoce nuestro subsuelo, advirtió en 1995, como voz que clama en el desierto, que cuidadín con edificar en la zona; pero, claro, nadie le hizo caso («typical spanish»). Lo que no sabía Claverol es que el propio Naranco, harto ya de estar harto, como diría Serrat, se le iban a inflar los lodos e iba a mandar a tomar por donde empiezan los cestos y amargan los pepinos lo que se le pusiera por delante.
Si no fuera por la gravedad del tema, merecería la pena seguir con cierto tono sarcástico; imagino que a los propietarios de edificaciones en la zona maldita la gracia que les hará todo esto.
Pero es cierto que abusamos del Naranco. Llevamos mucho tiempo dándole la espalda. Y no se lo merece.
Se le arrancan las tripas con las más de 250 hectáreas de terreno explotadas en las canteras, un tumor con vocación de crecer.
Se le presiona con edificaciones cada vez más y más cerca del monte, incluso en zonas inadecuadas como ha quedado de manifiesto, y ahora se quiere «rondar» su falda y no precisamente con la tuna.
Líneas de alta tensión lo cruzan por doquier y, a la par, hemos dejado el suelo por donde pasan como una herida que no cura nunca.
Poco a poco, se ha ido talando, insensatamente, su bosque atlántico para sustituirlo por eucaliptos formando estupendos desiertos verdes.
Se incendia, aquí y allá, casi todos los años en un acto de temeraria -y delictiva- irresponsabilidad.
Se han cerrado caminos públicos de manera totalmente ilegal.
Proliferan antenas como setas por sus cimas, tal si de un centro de seguimiento espacial se tratara.
Y lo peor de todo: lo ignoramos.
Así que no me extraña que, después de estar ahí abrazando y resguardando Oviedo desde siempre, ante nuestra desidia, como uno de esos personajes maltratados salido de un cuento de Dickens, decida que, total, para el caso que le hacemos, casi mejor se va a otro lado.
Nunca me cansaré de decirlo: ¡el Naranco nos necesita! Necesita a las administraciones públicas que pueden y tienen que hacer mucho sin más demora; pero necesita por igual a todos los ovetenses. Que lo conozcamos. Que lo sintamos como algo esencialmente nuestro. Que nos preocupemos por él. Que exijamos y nos exijamos su cuidado; mejor aún, que lo mimemos.
¡No sigamos viviendo de espaldas a él! Un elemento de tanto valor y potencial ambiental, tan sustancialmente ovetense, no puede seguir en el olvido.
Por la cuenta que nos trae, no dejemos que se marche.
La venganza del Naranco
Una reflexión sobre lo que está sucediendo con el «argayón» de Toleo
24.04.2013
Carlos Fernández Llaneza
Existe una teoría formulada en 1969 por el científico británico James Lovelock, denominada «Gaia» que, en esencia, plantea que la Tierra es un ser vivo, un complejo sistema sensible capaz de autorregularse. Asimismo, ciertas tribus amerindias mantienen creencias ancestrales que otorgan a la propia Naturaleza carta de inteligencia.
Si eso fuera así, creo que tendría la explicación para el «argayón» de Toleo: el Naranco nos está mandando a tomar por el saco; demasiados abusos perpetrados contra él. ¿A alguien le extraña? A mí, desde luego, no.
Manuel Gutiérrez Claverol, geólogo amante de Oviedo por arriba y por abajo, que bien conoce nuestro subsuelo, advirtió en 1995, como voz que clama en el desierto, que cuidadín con edificar en la zona; pero, claro, nadie le hizo caso («typical spanish»). Lo que no sabía Claverol es que el propio Naranco, harto ya de estar harto, como diría Serrat, se le iban a inflar los lodos e iba a mandar a tomar por donde empiezan los cestos y amargan los pepinos lo que se le pusiera por delante.
Si no fuera por la gravedad del tema, merecería la pena seguir con cierto tono sarcástico; imagino que a los propietarios de edificaciones en la zona maldita la gracia que les hará todo esto.
Pero es cierto que abusamos del Naranco. Llevamos mucho tiempo dándole la espalda. Y no se lo merece.
Se le arrancan las tripas con las más de 250 hectáreas de terreno explotadas en las canteras, un tumor con vocación de crecer.
Se le presiona con edificaciones cada vez más y más cerca del monte, incluso en zonas inadecuadas como ha quedado de manifiesto, y ahora se quiere «rondar» su falda y no precisamente con la tuna.
Líneas de alta tensión lo cruzan por doquier y, a la par, hemos dejado el suelo por donde pasan como una herida que no cura nunca.
Poco a poco, se ha ido talando, insensatamente, su bosque atlántico para sustituirlo por eucaliptos formando estupendos desiertos verdes.
Se incendia, aquí y allá, casi todos los años en un acto de temeraria -y delictiva- irresponsabilidad.
Se han cerrado caminos públicos de manera totalmente ilegal.
Proliferan antenas como setas por sus cimas, tal si de un centro de seguimiento espacial se tratara.
Y lo peor de todo: lo ignoramos.
Así que no me extraña que, después de estar ahí abrazando y resguardando Oviedo desde siempre, ante nuestra desidia, como uno de esos personajes maltratados salido de un cuento de Dickens, decida que, total, para el caso que le hacemos, casi mejor se va a otro lado.
Nunca me cansaré de decirlo: ¡el Naranco nos necesita! Necesita a las administraciones públicas que pueden y tienen que hacer mucho sin más demora; pero necesita por igual a todos los ovetenses. Que lo conozcamos. Que lo sintamos como algo esencialmente nuestro. Que nos preocupemos por él. Que exijamos y nos exijamos su cuidado; mejor aún, que lo mimemos.
¡No sigamos viviendo de espaldas a él! Un elemento de tanto valor y potencial ambiental, tan sustancialmente ovetense, no puede seguir en el olvido.
Por la cuenta que nos trae, no dejemos que se marche.
Publicado en La Nueva España el 24 de abril de 2013