lunes, 27 de enero de 2020

QUE EL CAMPO SIGA SIENDO EL CAMPO

El Otero

Que el Campo siga siendo el Campo

La importancia de conservar el corazón vegetal de Oviedo

Carlos Fernández Llaneza 27.01.2020


En no pocas ocasiones, desde esta ventana abierta al cotidiano transcurrir ovetense, nos hemos asomado al Campo San Francisco, memoria verde y lugar que es capaz como pocos de aglutinar en torno a sí un incuestionable consenso. No hay ovetense que no tenga una imagen grabada en su memoria con el Campo como escenario esencial. Sin duda, el Campo, fue, es y será un espacio vital. Si abriéramos el archivo fotográfico de nuestra memoria seguro que no faltarían en él imágenes del quiosco de la Chucha, del kiosko del Bombé, de la Fuentona, de la fuente del Caracol, de las Ranas o del Angelín. Del palomar. De los desaparecidos cisnes. De los pavos reales. De Petra y Perico. De los barquilleros, la Rosaleda, el Paseo de los Curas y tantos nombres propios unidos, irreversiblemente, a la memoria colectiva de la ciudad. 
Una vieja copla, con tintes de romance, quizá haga aflorar en algunos enamorados cortejos; eso sí, en tiempos en que los "Vallaurones" no anduvieran cerca: "Ay huerto de San Francisco / el de los árboles altos / donde se cumplen los gustos / y al hospital vas con los llantos". El Campo fue testigo y protagonista de los ritmos y costumbres de la propia ciudad. Y así lo reflejaba, por ejemplo, Alfonso Pérez Nieva, viajero llegado a la ciudad a finales del XIX y que se refería al Campo como "el Retiro ovetense de los domingos de invierno con música de tropa, uno de los paseos urbanos más amplios que existen, de frondosas alamedas con muros de flores, bien cuidado, pobladísimo, con su calle principal conocida como el Bombé. 
Clarín, escribió: "los Álamos fue el costado izquierdo -donde el corazón late- del viejo y romántico parque de San Francisco. Con ellos la ciudad seguía siendo camino y, al rugir frontal de sus hojas plateadas, amigas de la niebla y de la lluvia, imán de las estrellas en las raras noches diáfanas, varias generaciones de asturianos soñaban líricamente con el amor y con los viajes". 
Para Dolores Medio, el Campo era algo que hoy difícilmente podríamos afirmar: "un hermoso y extenso parque de una frondosidad exuberante". Juan Antonio Cabezas se refería a él como "Jardín bosque justo orgullo de los ovetenses". Y es cierto. O, al menos, así debería de ser. 
Manolo Avello, quien fuera cronista de la ciudad, cree que "los ovetenses aman su Parque-Campo, casi ya jardín, incrustado en el corazón de su pueblo. Campo de San Francisco para pasar, pasear y quedarse contemplando la línea armoniosa y deslumbrante, en primavera, de los tilos de la calle del señor Conde de Toreno. (..) El Campo es uno de los recintos sagrados de la ciudad (..) Aquel bosque tupido, cuajado de árboles centenarios, ha quedado reducido a lo que se ha convenido en llamar la mínima expresión" 
Carmen Ruiz Tilve, lo define como "corazón verde de Oviedo". Espacio "bien amado por los ovetenses" que "antes de ser San Francisco, ya era Campo". 
En fin, una pequeña muestra de testimonios que podrían ser muchos más pero que, en resumen, avalan la importancia del Campo en el corazón y en la memoria de los ovetenses. Pero no corramos el riesgo de caer en una mirada retrospectiva nostálgica. Esas imágenes que guardamos en blanco y negro de un Campo que ya no es, han de servir para que seamos conscientes de que el Campo siga siendo el Campo. Que lo que significa para muchos de nosotros pueda seguir significándolo para los ovetenses del mañana. No nos anclemos en una nostalgia estéril y paralizante. El Campo reclama su pervivencia y es nuestra obligación hacernos altavoz de sus urgencias. Un espacio natural que, al igual que el Naranco, necesita de nuestras voces para garantizar su futuro. 
Por eso aplaudo y me sumo a la reciente iniciativa de un grupo de ovetenses que, en torno a la plataforma "Franciscanos de Oviedo", aúnan voces críticas en pro del porvenir merecido. Con esperanza. 
Que el Campo siga siendo el Campo.
https://www.lne.es/noticias-suscriptor/suscriptor/oviedo-opinion/2020/01/27/campo-siga-campo/2589920.html

lunes, 20 de enero de 2020

¿UN OVIEDO VACIADO?

El Otero

¿Un Oviedo vaciado?

Las dificultades de la zona rural, siempre amenazada por unos servicios muy precarios

Carlos Fernández Llaneza 20.01.2020 
La Constitución Española, en su artículo 139, consagra que todos los españoles tienen los mismos derechos y obligaciones en cualquier parte del territorio español. Es esa misma Constitución de la que todos hablan, en ocasiones como ascua que arriman interesadamente a sus sardinas, y a la que también, a veces, no se le hace demasiado caso. Pues bien, el articulo citado me hace recordar algo que tiene que ver en esta ocasión con nuestra ciudad pero que es aplicable a muchas ciudades y pueblos del país y que, en buena medida, está favoreciendo el triste fenómeno de la España vaciada. Les explico por qué. Durante los cuatro años que tuve el honor y la oportunidad de representar a los ovetenses en las Consistoriales, parte de mi cometido era la zona rural. Así, muchos sábados, visité numerosos pueblos del municipio, básicamente para escuchar. Para conocer la realidad de esa magnífica zona rural ovetense. Y en casi todas las visitas oía lo mismo: pagamos impuestos igual que los que viven en la ciudad pero no tenemos los mismos derechos. Lo triste es que la mayoría de sus demandas eran tan básicas que abochornaba el constatar que no fueran resueltas. Recuerdo lugares sin traída de agua corriente a escasos cinco kilómetros del centro de la ciudad. Muchos núcleos que carecían de saneamiento. La privación de transporte público. Deficiencias en la recepción de la señal de televisión. Problemas de alumbrado público. Carreteras en un estado deplorable. Ausencia de centros donde poder reunirse los vecinos. Paradas de autobús, no ya sin marquesina, sino bien pobladas de ortigas. Retrasos, cuando no ausencia total, en la limpieza de cunetas. Deficiencias graves en la conexión a internet. Falta de contenedores de basuras. Déficit de limpieza? y muchas más que aquellos vecinos de la zona rural que lean estas líneas podrían enumerar. Afortunadamente, algunas de estas necesidades concretas que conocí con nombres y apellidos se han resuelto. Pero muchas siguen con la misma necesidad y urgencia de resolución que entonces. ¿Coinciden conmigo que estos ovetenses tienen las mismas obligaciones que el resto pero no siempre los mismos derechos? Y les cuento cuál fue la chispa que encendió la mecha de este escrito. Hay un vecino en Toleo de Arriba que lleva desde Navidad sin servicio telefónico. Tras contactos y contactos con la compañía telefónica, parece que ésta se desentiende porque la avería está en un lugar difícil y que no lo reparará. Pues esa es la triste realidad a que la se enfrentan zonas rurales de Oviedo, de Asturias y de España. Carencia de servicios básicos que impiden que muchas personas decidan quedarse. 
Más que una crítica, pretendo una reflexión que comparto con ustedes y de la que extraigo la conclusión de que es necesario que las administraciones velen por que estos ciudadanos puedan vivir en sus pueblos con los mismos servicios básicos que disfrutamos en la zona urbana. De manera que sean capaces de asentar su propio futuro con la dignidad necesaria. Que los jóvenes no se quieran marchar. Incluso que regresen. Evitar que nuestro entorno rural, natural y paisajístico desparezca; en definitiva, que se extinga una forma de vivir. 
Y que ese magnífico Oviedo rural no se vacíe.
https://www.lne.es/noticias-suscriptor/suscriptor/oviedo-opinion/2020/01/20/oviedo-vaciado/2586482.html

lunes, 13 de enero de 2020

PEREGRINO DEL TIEMPO

El Otero

Peregrino del tiempo

Las huellas del peregrinaje en la Catedral

Carlos Fernández Llaneza 13.01.2020


Nuestra Catedral atesora una historia tan rica y fecunda que, lógicamente, ha dado lugar a multitud de curiosidades. Obviamente, en muchas ocasiones no han quedado registradas en las páginas de libro alguno; a lo sumo, con suerte, permanecen orilladas en algún recoveco de la memoria colectiva. ¿Quieren conocer una de esas historias mínimas? Acompáñenme. Vamos al 13 de marzo del año 1075. El rey Alfonso VI visita la joven ciudad y preside la apertura del Arca Santa. El arca de madera de cedro que tras la invasión de Jerusalén por los persas fue puesta a salvo por los cristianos de Palestina trasladándola a Alejandría. De allí viajó a Cartagena, Sevilla, Toledo y tras permanecer oculta durante ocho décadas en la cueva de Santo Toribio en el Monsacro, finalizó su periplo en la capilla de San Miguel. Ese día de 1075 se levantó acta de su contenido en presencia del rey, de su esposa Inés, sus hermanas y de un amplio cortejo de mandatarios del reino, entre los que se encontraba Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid. Desde entonces, las valiosas reliquias que contenía se convirtieron en faro que comenzó a atraer a miles de peregrinos que, o bien desviaban su caminar a Santiago -ya saben, quien va a Santiago y no al Salvador, visita al siervo y deja al señor- o bien peregrinaban en exclusiva a venerar las reliquias entre las que destaca el Santo Sudario. Así, Oviedo llegó a convertirse en el segundo lugar de peregrinaje medieval en la península tras la propia Santiago desde que nuestro rey Alfonso II iniciara las peregrinaciones jacobeas en el siglo VIII. Pues bien, a lo largo de todos estos siglos, miles de peregrinos, movidos por una fe inquebrantable, transitaron los caminos de Europa para llegar hasta aquí. Imagínense por un momento las penurias y afanes que vivirían. Las dificultades a superar. Los miedos y peligros a vencer. Paso a paso. Día a día. Camino tras camino. Hasta que todos esos padecimientos cobraban sentido y se transformaban en gozo en el momento en el que, al fin, se postraban ante la hermosa talla románica del Salvador. Cuando, emocionados, accedían al sacro recinto de la Cámara Santa, ya todo se daba por bueno. Miles de nombres que han quedado diluidos en las brumas de los días. Perdidos en un silencio secular. Olvidados. Todos esos anhelos y gozos, tal vez, permanezcan de alguna manera, como serenos espectros errantes entre las centenarias paredes catedralicias. Aunque también hay nombres que se resisten a desaparecer. Porque alguno de esos peregrinos sí dejaron constancia de su paso grabando, en una especie de grafiti medieval, su nombre. Tal es el caso de un peregrino francés que llegó hasta Oviedo en 1769: François de Touret Lasclaveries. Y tras ver su nombre allí, perdurando a lo largo de más de dos siglos me pregunto: ¿quién sería? ¿Qué le impulso para ponerse en camino y llegar hasta aquí? ¿Qué impresión le causaría la ciudad? ¿Qué habrá sido de él? ¿Vendría solo o en compañía de más peregrinos franceses? ¿Qué sentiría cuando, por fin, entró en la Cámara Santa? Y mi curiosidad se desboca. Y juego a imaginar que, cerrando mis ojos, pudiera ver el Oviedo del siglo XVIII a través de los ojos de François. Que fuera capaz de ver las miles de imágenes vividas en las largas jornadas de peregrinaje. A palpar el polvo del camino en cada huella impresa en ese caminar hacia su propio interior. A sentir la determinación y el empeño de François por llegar hasta nuestra Sancta Ovetensis. Hasta nuestro presente. Y quedarse en él, venciendo al tiempo, grabado en piedra, para la eternidad
https://www.lne.es/noticias-suscriptor/suscriptor/oviedo-opinion/2020/01/13/peregrino-tiempo/2583340.html

lunes, 6 de enero de 2020

SIEMPRE NIÑOS

El Otero

Siempre niños

Celebrar la ilusión propia o ajena, sin nostalgias estériles

06.01.2020 | 00:51
Varios niños, siguiendo la cabalgata de los Reyes Magos. 
Hace unos días vi "Polar Exprés", película animada dirigida por Robert Zemeckis en 2004 y que narra las peripecias de un niño en la noche del 24 de diciembre, cuando comienza a perder la creencia en Santa Claus y en el espíritu de la Navidad y lo que conlleva. Al final de la película, cuando se despierta la mañana de Navidad, en medio de la confusión sobre lo real de lo vivido en esa noche, se encuentra un cascabel que el propio Santa Claus le había regalado. Y las imágenes finales son una locución del niño, ya adulto, en la que dice: "Hubo un tiempo en que todos mis amigos podían oír el cascabel pero conforme pasaban los años dejó de sonar para ellos. Hasta Sara descubrió una Navidad que ya no podía oír su dulce tintineo. Aunque ya soy viejo, el cascabel todavía suena para mí. Como suena para todos aquellos que realmente creen". Sin ánimo de desvelar más detalles de la película, me pareció un canto a la amistad, a la solidaridad, a la fe en uno mismo, a creer en aquello que no vemos y a la ilusión. 
Y si algo caracteriza a esta jornada que hoy marca en rojo el calendario es eso: la ilusión. La ilusión de los niños que miran, nerviosos y curiosos, los regalos que se tornan sorprendente milagro. La ilusión de unos padres que, viendo la mirada de sus hijos, por unos segundos regresan a unos días de Reyes que vuelven hoy para interpelar al niño que todos seguimos llevando dentro. La ilusión de los abuelos que descubren en sus nietos el sentido de la felicidad y que, cerrando un circulo vital, vuelven a ser niños de nuevo cuando la vida les hace traspasar el umbral de esa puerta sin retorno de la avanzada ancianidad. Y a pesar de que palpitantes recuerdos de imágenes vividas en torno a Reyes Magos y juguetes ansiados nos asalten no es día para nostalgias estériles. Es día para celebrar, sonriendo, la ilusión propia o ajena que, a veces, se festeja más. Ayer las calles, asfaltadas de esa mágica ilusión, la mejor de las esperanzas, eran de los niños. Y da igual que sean de 6 o de 56. Eran de ellos. Siempre fue así. Y así debería de seguir siendo. Es la magia que aún nos hace creer en lo más inverosímil o en aquello carente de toda lógica, ¡qué mas da! ¡Creamos! ¡Soñemos! Sintamos los nervios como si la vida se plegara sobre sí misma y se hubiera congelado en ese recuerdo concreto de aquella cabalgata especial. De aquel despertar de Reyes que logró que no consintamos que algunos de nuestros mejores recuerdos se duerman para siempre. 
En esa maravillosa historia fruto de la fantástica imaginación de Antoine de Saint-Exupéry, El Principito, se dice que todos los adultos han sido niños alguna vez aunque pocos lo recuerdan. Pues démonos hoy el gusto de seguir sintiéndonos niños. De vivir este día de Reyes como aquel en el que apenas podíamos conciliar el sueño porque un eléctrico sentimiento de hormigueo incesante nos recorría de arriba abajo. 
El pasado ya no es y el futuro no es todavía. Y no lo digo yo, es certeza de San Agustín. Así que, supongo, anclarse en el pasado es tirar el tiempo. El presente es lo único que tenemos y en él. y desde él, trabajemos por el futuro que ansiamos. 
Pero, al menos hoy, seamos de nuevo los niños que fuimos.
https://www.lne.es/noticias-suscriptor/suscriptor/oviedo-opinion/2020/01/06/ninos/2580348.html