Que el Campo siga siendo el Campo
La importancia de conservar el corazón vegetal de Oviedo
Carlos Fernández Llaneza 27.01.2020
En no pocas ocasiones, desde esta ventana abierta al cotidiano transcurrir ovetense, nos hemos asomado al Campo San Francisco, memoria verde y lugar que es capaz como pocos de aglutinar en torno a sí un incuestionable consenso. No hay ovetense que no tenga una imagen grabada en su memoria con el Campo como escenario esencial. Sin duda, el Campo, fue, es y será un espacio vital. Si abriéramos el archivo fotográfico de nuestra memoria seguro que no faltarían en él imágenes del quiosco de la Chucha, del kiosko del Bombé, de la Fuentona, de la fuente del Caracol, de las Ranas o del Angelín. Del palomar. De los desaparecidos cisnes. De los pavos reales. De Petra y Perico. De los barquilleros, la Rosaleda, el Paseo de los Curas y tantos nombres propios unidos, irreversiblemente, a la memoria colectiva de la ciudad.
Una vieja copla, con tintes de romance, quizá haga aflorar en algunos enamorados cortejos; eso sí, en tiempos en que los "Vallaurones" no anduvieran cerca: "Ay huerto de San Francisco / el de los árboles altos / donde se cumplen los gustos / y al hospital vas con los llantos". El Campo fue testigo y protagonista de los ritmos y costumbres de la propia ciudad. Y así lo reflejaba, por ejemplo, Alfonso Pérez Nieva, viajero llegado a la ciudad a finales del XIX y que se refería al Campo como "el Retiro ovetense de los domingos de invierno con música de tropa, uno de los paseos urbanos más amplios que existen, de frondosas alamedas con muros de flores, bien cuidado, pobladísimo, con su calle principal conocida como el Bombé.
Clarín, escribió: "los Álamos fue el costado izquierdo -donde el corazón late- del viejo y romántico parque de San Francisco. Con ellos la ciudad seguía siendo camino y, al rugir frontal de sus hojas plateadas, amigas de la niebla y de la lluvia, imán de las estrellas en las raras noches diáfanas, varias generaciones de asturianos soñaban líricamente con el amor y con los viajes".
Para Dolores Medio, el Campo era algo que hoy difícilmente podríamos afirmar: "un hermoso y extenso parque de una frondosidad exuberante". Juan Antonio Cabezas se refería a él como "Jardín bosque justo orgullo de los ovetenses". Y es cierto. O, al menos, así debería de ser.
Manolo Avello, quien fuera cronista de la ciudad, cree que "los ovetenses aman su Parque-Campo, casi ya jardín, incrustado en el corazón de su pueblo. Campo de San Francisco para pasar, pasear y quedarse contemplando la línea armoniosa y deslumbrante, en primavera, de los tilos de la calle del señor Conde de Toreno. (..) El Campo es uno de los recintos sagrados de la ciudad (..) Aquel bosque tupido, cuajado de árboles centenarios, ha quedado reducido a lo que se ha convenido en llamar la mínima expresión"
Carmen Ruiz Tilve, lo define como "corazón verde de Oviedo". Espacio "bien amado por los ovetenses" que "antes de ser San Francisco, ya era Campo".
En fin, una pequeña muestra de testimonios que podrían ser muchos más pero que, en resumen, avalan la importancia del Campo en el corazón y en la memoria de los ovetenses. Pero no corramos el riesgo de caer en una mirada retrospectiva nostálgica. Esas imágenes que guardamos en blanco y negro de un Campo que ya no es, han de servir para que seamos conscientes de que el Campo siga siendo el Campo. Que lo que significa para muchos de nosotros pueda seguir significándolo para los ovetenses del mañana. No nos anclemos en una nostalgia estéril y paralizante. El Campo reclama su pervivencia y es nuestra obligación hacernos altavoz de sus urgencias. Un espacio natural que, al igual que el Naranco, necesita de nuestras voces para garantizar su futuro.
Por eso aplaudo y me sumo a la reciente iniciativa de un grupo de ovetenses que, en torno a la plataforma "Franciscanos de Oviedo", aúnan voces críticas en pro del porvenir merecido. Con esperanza.
Que el Campo siga siendo el Campo.
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