Recuerdos y botones
27.06.2016
Recuerdos y botones
Carlos Fernández Llaneza
¿Recuerdan el comercio ovetense de paquetería y mercería La Más Barata en la calle de Cimadevilla? Propiedad de Juan Subirana, mantuvo abiertas sus puertas desde la primera mitad del siglo XX hasta el año 2000. Creo no errar si digo que la familia Subirana era propietaria de un chalet ubicado en la finca donde se encuentra actualmente el colegio Auseva y que, de niños, conocíamos como "la casa embrujada". Las historias que se contaban de esa vivienda eran como para erizar el vello a cualquiera. Más aún a niños de menos de diez años que, cada día, pasábamos por delante de su siniestro perfil para asistir al colegio. Esa casa y el cementerio aledaño conseguían que la salida del colegio de San Pedro de los Arcos en invierno, ya con la anochecida, fuera cada jornada una pequeña aventura. Nadie llegaba tarde a casa. Bajar corriendo era lo habitual. Un día de recio vendaval parte de la tapia que circundaba la propiedad se vino abajo y, de súbito, nos encontramos, como si las puertas del mismísimo Averno se nos mostraran expeditas, entre la disyuntiva de salir pitando en dirección contraria o, venciendo el pavor, adentrarnos en la boca del lobo. Impregnados del olor de la enorme mimosa florecida en amarillo reventón que, orgullosa, había aguantado los eólicos envites, cruzamos la línea del misterio. Nunca olvidaré ese momento. Aunque casi paralizados por el miedo, penetramos en la casa, ya entonces abandonada, y entre cientos de trastos inservibles y pupitres (supongo que entonces ya sería propiedad de los Hermanos Maristas) encontramos frascos topacio que lucían etiquetas con un par de tibias cruzadas y una calavera (palabra) y en una bolsa unos cuantos relojes que, según creo, eran fruto del robo de algún caco a una relojería. Para la leyenda queda la imagen de una especie de científico loco que, pertrechado de grandes botas, daba grandes saltos por el interior de la casa. Recuerdos que, vaya usted a saber por qué, perduran como reales aun a sabiendas de que son imágenes imposibles. Cada vez que por febrero huelo el aroma de la flor de la mimosa, mi mente viaja a "la casa embrujada" y veo el otrora presuntuoso muro, vencido y humillado y unos cuantos guajes dándoselas de gallitos conscientes de que estábamos todos deseando salir de allí por pies cuanto antes.
Y volviendo a la mercería, siempre me llamaron la atención los cientos de cajas numeradas llenas de botones, corchetes, agujas de gancho y miles de referencias que se me antojaban inabarcables. Cajas y más cajas que aguardaban, pacientemente, el momento en el que alguien precisase un determinado y raro botón o algún mínimo pero esencial elemento para las tareas domésticas de costura, las más hoy, extinguidas en estos tiempos de usar y tirar. La vetusta caja registradora era también una auténtica joya.
Pues esas historias de otro tiempo y esa legión de cajas pacientes me sirven como metáfora de la propia vida. Historias que pasan y que almacenamos para el recuerdo en multitud de recovecos de nuestra memoria personal y colectiva. Así se teje la historia de cada uno.
Y la de Oviedo que, semana tras semana, hemos ido contando. Historias recuperadas de ese baúl, con la bisagras bien engrasadas, del ayer. Noticias actuales, unas con la tinta de la frustración, la rabia y la pena; otras con el barniz del humor y el color de la esperanza. O noticias recientes que, como el coco de los niños, nos asaltan a la vuelta de la esquina para darnos un susto en forma de inesperadas sentencias judiciales que nos dejan temblando. En fin, ideas que, como las bolas de las máquinas de petacos, rebotan anárquicamente de aquí para allá buscando su razón de ser.
Hemos querido ser ventana abierta a esta ciudad que late, siente y vive en esa realidad cotidiana que, entre todos, construimos día a día. Oviedo, siempre.
http://suscriptor.lne.es/suscriptor/oviedo-opinion/2016/06/27/recuerdos-botones/1948510.html