El otero
Las solitarias cunetas de la vida
Reflexiones sobre la muerte de un electricista en paro en Ciudad Naranco
30.01.2013 | 01:55
Carlos Fernández Llaneza Pasé la segunda semana de enero fuera de Oviedo y como cada vez que viajo por esos mundos de Dios, mantengo la conexión con el pulso cotidiano de la ciudad a través del cordón umbilical que supone la web de LA NUEVA ESPAÑA; pues bien, en esos días se publicó una noticia de esas que, inevitablemente, se te clavan en la piel: la Policía hallaba el cadáver de un joven, electricista en paro, en su domicilio de Ciudad Naranco. Llevaba varias semanas muerto y nadie lo había echado de menos. Tenía 35 años, vivía solo y se llamaba Iván. Solamente el fuerte olor que salía de la casa alertó a los vecinos.
Un trabajo perdido en Barcelona, un padre recientemente fallecido, una madre enferma, un hermano en prisión, una salud descuidada, adicciones, una vida que se desparramaba por unos agujeros de los que seguramente él no sería totalmente responsable. Una realidad que se le escapaba por el desagüe de la impotencia. Esperanzas y sueños que toparían, supongo, con una tozuda y odiosa realidad alejada de la que en algún momento habría soñado y que lo empujó a una soledad, imagino, no deseada. La soledad puede ser muy hermosa... si tienes a quien decírselo, ironizaba Bécquer. Para Víctor Hugo, el infierno todo estaba en esa palabra: soledad. Lamentablemente, el caso de Iván no es aislado. De cuando en vez nos asaltan noticias de ese tipo. En marzo de 2007 compartí también unas líneas a raíz del fallecimiento de un anciano que se dejó morir en el Postigo y me preguntaba si no estaría fallando algo en nuestra sociedad para que sucesos así ocurrieran. Personas que se quedan en las cunetas más embarradas del camino, olvidadas de casi todos y en muchos casos, temo, intentando olvidarse de sí mismos... Resulta curioso y un punto burlón cómo a veces la vida gasta bromas del tipo de tirar una moneda al aire y decidir como por arte de birlibirloque a quién le toca la fortuna de tener una vida plácida, sin sobresaltos, ordenada, cómoda... y a quién le cae en suerte la desdicha de que le apeen del tren en marcha; lo malo es que no siempre somos nosotros los que tenemos la moneda en la mano, ni los que la lanzamos al aire. A muchos sólo les queda albergar la esperanza de que caiga de cara, porque la cruz es muy fría... La soledad puede ser un buen sitio para encontrarse; como oí alguna vez, para visitar, pero desde luego es muy malo para quedarse. No sé nada de la vida de Iván. Desconozco todo de él, pero me resulta muy triste e injusto un final así.
Finalizaba la noticia informando de que la despedida sería tan solitaria como su trágica desaparición, sin esquela ni velatorio; vamos, la guinda del pastel...
Que Iván y los otros «Iván» que quizás en alguna oscura esquina de la vida muerdan con rabia sus silencios en soledad mientras contemplan cómo la vida se les escapa como el agua de las manos tengan al menos unos segundos en el recuerdo de quien esto lea, y si es verdad lo que decía Cicerón de que la vida de los muertos está en la memoria de los vivos, concedámosles un instante de acordanza. Quién sabe si no habrá algún otro Iván a escasos metros de nuestra puerta. Si así fuere, ojalá podamos picar a su puerta antes de que sea tarde...
Publicado en La Nueva España el 30 de enero de 2013