lunes, 23 de abril de 2018

¡HABLEMOS ESPAÑOL, LECHES!

El Otero

¡Hablemos español, leches!

La innecesaria introducción de términos foráneos en nuestro idioma

23.04.2018
No sé si hacer mío ese versículo del profeta Isaías: "voz que clama en el desierto" porque el tema a abordar hoy es una batalla que estamos perdiendo poco a poco. Vivimos una era de invasiones. Especies foráneas como el plumero de la pampa, la avispa asiática, la polilla guatemalteca o el cangrejo americano avanzan ocupando espacios que no les corresponden. Y a medida que eso sucede, desalojan a otras especies destrozando ecosistemas autóctonos. Un peligro. Pues lo mismo ocurre con el idioma y esa moda absurda de utilizar cada vez mayor número de barbarismos en nuestro fértil lenguaje. Un anglicismo es un invasor. Un parásito que usurpa, poco a poco, la riqueza léxica del castellano. El español siempre ha adoptado palabras de otros idiomas. Es un proceso normal y contribuye a enriquecer las lenguas, que no son cotos aislados e inaccesibles. El peligro está en el abuso innecesario de éstos marginando sus equivalentes en castellano. Bien lo define Álex Grijelmo: "el problema no es que lleguen anglicismos, sino que se rodeen de cadáveres". Y así nos va. Patadas y más patadas a nuestra lengua". Y, francamente, no veo la necesidad. Incluso intentamos castellanizar algunos de ellos: cliquear, bloguear, postear... La velocidad de introducción y uso de nuevos anglicismos es preocupante y habría que rebelarse por la propia salud del español. 
Sorprende que se esté peleando por dignificar y potenciar el asturiano y, al mismo tiempo, dejemos entrar por la puerta de atrás a todos estos sigilosos y maléficos intrusos que, con un consentimiento fruto de un extraño complejo de inferioridad o menosprecio por lo propio, empobrecen y debilitan el español. 
¿Quieren ejemplos cercanos? Como ya hice en otra ocasión, basta un paseo por el centro comercial de Oviedo fijándose en los escaparates para obtener de muestra algún botón. Veamos. Algo común en tiendas de moda: "Middle season sales", ¡toma ya! ¿Y qué me dicen de "New spring collection"? Fino, fino... ¿Pero qué necesidad hay? Otro: "Nursery & child care". ¡Tócate las narices! Lo de "shop online", batalla perdida. Y aquello de caballeros planta 2, niños, -1... "ná de ná". Ahora queda más fino "Man 1. Kids -1, Women 2", ¡home, dónde va a parar! Hasta los bancos se suman a la moda: "Baby planner". "Pack family seguros". En fin. Un centro de productos cosméticos anuncia: "Professional skin care". Vamos, que sin inglés (y cuiden las tildes por si acaso) no somos nada, meros piltrafas. "Urban experience", "spring bloom", "brands selection" y podría seguir con muchas más. Y sólo en un paseo por tres calles del centro de Oviedo. Si alguno de nuestros ancestros levantara la cabeza, a buen seguro que diría: "pa mexar y nun echar gota". Conclusión: nos estamos volviendo, con perdón, un poco gilipollas (según el DRAE, tontos, lelos) No hay que ser talibanes del idioma, pero no está de más defender una lengua con un léxico tan rico y variado. 
Vuelvo al escritor y gran defensor del español Álex Grijelmo: "Una sociedad que no escribe correctamente, que no habla con orden, que no ama su lengua, se convierte en una sociedad que piensa poco y que terminará sintiéndose inferior". Pues eso. 
No dejemos que eso ocurra. Alcémonos contra esos arribistas del lenguaje y, como bien alega José María Iñigo, izando la bandera en defensa de nuestra lengua cada fin de semana en el programa de RNE, "No es un día cualquiera", ¡hablemos español, leches! 
"See you next week!" (¡uy! perdón?)

lunes, 16 de abril de 2018

SAN ROMÁN Y COMPAÑÍA

El Otero

San Román y compañía

La interminable lista de un anuncio de finales del siglo XIX

16.04.2018 | 03:47

Reproducción de la cabecera del anuncio. 

Volvemos una vez más a beber del insecable pozo de la publicidad local del XIX. Anuncios que reflejan un momento preciso en una sociedad concreta. Y que, removidos a nuestros días, resultan chocantes e hilarantes por igual. Para muestra, como siempre, un botón. Vamos a 1882. En el almanaque de El Carbayón leemos este singular anuncio que, a juzgar por su extensión, tampoco iría abonado por número de palabras. Veamos. 
San Román y Compañía. Almacenes de Quincalla, ferretería, herramientas, paquetería, etc. Rosal 13 y 14. Fontán, 2. Herramientas de todas clases, muelles para muebles (¿dónde llevan muelles los muebles?), alambres, hojas de lata (el hombre de hojalata del Mago de Oz ya tiene sastrería), estaño, zinc, plomo, perdigones, pistones, inodoros (curiosa mezcla de catálogo), básculas, tornos y yunques para herreros, fuelles para fraguas, chapas de hierro y latón, planchas comunes y al vapor (como si las chapas fueran mejillones, mira tú), tela metálica, candiles para minas, perfumería, gutta-percha (¿saben qué es? Yo tampoco. Pero para no dejarles con la intriga, una especie de goma originaria de unas plantas del archipiélago malayo), cintas de lana y algodón, cáñamos hilados y rama, libritos para fumar, hilos y agujas para coser, mechas para explotaciones, botones de nácar, objetos de escritorio (¿de verdad que no les resulta curiosa la mezcla de artículos?). Prosigamos. Papel paja (también tuve qué mirar qué es), azulejos, almidón, pimiento molido, cerveza inglesa (muy propio después de los azulejos, el almidón y el pimiento), zapatillas de abrigo, jaulas para pájaros, servicios de tocador, mesas de noche, lavabos con mesa de mármol, lámparas de colgar, ídem de sobremesa, ídem de pared (anda que ya le vale al redactor del anuncio?), oleografías en diferentes tamaños, jergones de muelles (estos sí tienen muelles), camas de variadas formas de hierro (¡la imaginación al poder!), servicios de cristal para mesa, cestas de mimbre, floreros, fanales, máquinas para picar carne, ídem para mondar frutas, cajas de hierro para guardar caudales, té, bombas para pozos, cafeteras de circulación, algodones para coser y para medias, aceros, crin vegetal, baterías de cocina, molinos para café, tinteros mágicos inagotables (¿tinteros mágicos? ¡Anda! ¿No se acabaría la tinta nunca?), puntas de París (también tuve que mirarlo), clavos, manzanillas, bolas de marfil para el billar, teléfonos, picos, azadas, palas, tinta para escribir (en el caso de que no haya comprado previamente el tintero mágico inagotable, claro está), bandejas, herraje para construcciones, espejos, azafrán (¿de verdad que no les llama la atención la curiosa mezcla de artículos?), cañas para cuadros, cadenas para arrastres, cuchillos y hachas para matarifes (¡coño! ¡acongoja!), cepillos para ropa, ídem para la cabeza, ídem, para uñas, ídem para dientes, ídem para peines (y dale con el "ídem"), betún, peines de Asia y marfil (¡qué nivel!), bruzas, almohadas y cepillos para caballos, estribos, espuelas, hebillas, frenos, serretas, hierro hueco para camas, almireces, candelabros, palmatorias, trasparentes, lavativas de estaño (¡qué pavor!), ídem de goma, cliso-bombas (a ver que lo miro? bueno, pues es un chisme para irrigar, vamos), tijeras para costura, bordar y uñas, tijeras para podar (aquí ya se ahorró el "ídem"), navajas podadoras, guarda sellos, servicios para café, jícaras y pocillos de porcelana, bajillas (sic) de loza de pedernal (hasta 1901 Senén Ceñal no inicia Loza de San Claudio, así que les disculpamos), mantequeras, perchas para colgar ropa (¿para qué si no?), objetos para pescar, brochas y pinceles para pintar (importante aclaración, no vaya a comprar una brocha para olear la merluza al horno), carteras de bolsillo, artículos para zapateros, papel de lija, bragueros, biberones, etc, etc, etc. (¡no sé qué más pueden vender!). 
Pues hay más: Máquinas para lavar ropa blanca (la de color o no la usaban o la lavaban a mano). 
Y por si fuera poco, tenían la representación de la Sociedad de Seguros contra incendios La Central. Capital social 10 millones de pesetas. 
Vamos, como ven el comercio local del XIX no tenía desperdicio. Sólo les faltó poner "Sres. clientes. Si no lo vendemos nosotros, no existe".
http://www.lne.es/noticias-suscriptor/suscriptor/oviedo-opinion/2018/04/16/san-roman-compania/2270306.html

lunes, 9 de abril de 2018

LA CONCEJALÍA DEL TIEMPO

El Otero

La concejalía del tiempo

La visión retrospectiva que ofrecen las fotografías antiguas

09.04.2018 | 03:45
¿Se imaginan poder disponer en nuestro Ayuntamiento de una concejalía que gestionara, émula del "Ministerio del Tiempo" (serie de TVE creada por Pablo y Javier Olivares) un listado de puertas, ventanas o lo que fuere por las que poder acceder a diferentes momentos de nuestra historia? ¿A que estaría bien? No me negarán que sería tremendamente excitante...

¿Cuál sería su momento favorito al que poder viajar? No es una elección fácil. Pero bueno, dejemos de soñar. A la espera de disponer de las mágicas puertas, la única forma que tenemos de asomarnos a ese Oviedo, ya desdibujado, es a través de las fotos que, sobrevivientes al olvido indiferente y, a veces, arrinconadas en cajas polvorientas y desdeñadas, han llegado hasta nuestros días. Actualmente, y gracias a las redes sociales, es posible compartir cientos de imágenes en las que quedó, cincelado ya para siempre, un simple segundo. Un fugaz momento de un Oviedo que, en muchos casos, se ha borrado en el espacio, en el tiempo y, quizá, en la memoria. Páginas como TOviedo, Adictos a Oviedo, Negocios Carbayones o Arquitectura de Oviedo, nos regalan imágenes que son, en sí mismas, pequeños tesoros. Pues bien, hace unas semanas, una amable lectora de estas líneas tuvo a bien saludarme en el Paseo de Valdeflora (nombre real, por cierto, de la conocida Pista Finlandesa) y, con gran generosidad, me ofreció una vieja foto que había pertenecido a su padre, Elías Alonso, y que ella conservaba. La autoría corresponde al fotógrafo Ramón García Duarte, nacido en Lugo de Llanera en 1862 y fallecido en Oviedo en 1936. Fue uno de los más destacados retratistas de Asturias. Abrió su estudio en Oviedo en 1904 en la calle Fruela primero y posteriormente en una casa sita en Gil de Jaz esquina Marqués de Pidal. Por supuesto, acepté encantado el ofrecimiento. Y hoy, gracias al gesto altruista de Marisa Alonso, puedo compartirla con ustedes. Viajen a ese momento. Años 30. De telón de fondo un Naranco mondo y lirondo. Sin árboles. Con numerosas cicatrices de su actividad minera. Tierras de labor y algunas caserías.
En su milenario otero, la iglesia de San Pedro de los Arcos, tal como la había concebido pocos años antes el que fuera arquitecto diocesano, Luis Bellido. Cómo disfrutaría entrando en ella y viendo lo que tantas veces imaginé. Su cementerio colindante, ampliado no hacía tanto para poder dar sepultura al algo más del centenar de difuntos que vapulearon las estadísticas de fallecimientos en la parroquia a causa de aquella maldita gripe de 1918. La rectoral aledaña que aún llegué a conocer ya vieja y achacosa. El "puente viejo" de la Argañosa. La carretera de los Monumentos. Las vías del tren. Los almacenes de maderas de, según me cuentan, Pire, y los del ferrocarril. 
Vemos también, aún atribulados y desconsolados, los cinco arcos que sobrevivieron a la piqueta incivil que se había llevado por delante, en 1915, el magnífico acueducto de los Pilares. Las casas de la Matorra, reminiscencia de la aldea soñada, con la ropa tendida, juraría. Y, cómo no, mi imaginación campa a sus anchas. Lo que daría por pisar todas esas praderías, casi vírgenes, de Vallobín, mi Arcadia feliz. Subir al Naranco y observar todo con nerviosa e inquieta mirada. Con insaciable curiosidad. Intuyo detrás de los árboles el chalet de Agustín Subirana, propietario junto con su hermana del popular comercio "La más barata" en la calle Cimadevilla. A ese caserón, en el colegio de San Pedro, lo conocíamos como la "casa embrujada". En él nadie se atrevía a poner un pie. ¡Vaya si me gustaría! Aunque fuera por un instante. Adentrarme en ese Oviedo que crecía. Charlar un rato con el anónimo peatón que cruza el puente. Hablar con los niños que juegan en la calle inocentemente sin adivinar que en poco tiempo se iban a dar de bruces con el infortunio de una revolución y la tragedia de una guerra civil. 
Un segundo congelado de un día cualquiera. Cotidianidad. Rutina. Vida. Un fugaz instante que perdurará para siempre. Les invito a que se sumerjan en él. Busquen más detalles. Pongan más nombres y, por qué no, sueñen con ese Oviedo ilusorio. 
A fin de cuentas, somos lo que somos porque fuimos lo que fuimos.
http://www.lne.es/noticias-suscriptor/suscriptor/oviedo-opinion/2018/04/09/concejalia-tiempo/2266382.html

lunes, 2 de abril de 2018

A CARACOLES POR LA CATEDRAL

El Otero

A caracoles por la Catedral

El significado de unas curiosas figuras en el retablo de Santa Teresa

02.04.2018 | 03:34

Una de las peores digestiones que recuerdo fue, hace bastantes años, tras dar buena cuenta en el bar Los Caracoles, sito en la calle Mon y ya desparecido, de unas tapas de esos comunes moluscos. La noche fue para nota. Nunca más volví a probar uno en mi vida. No es raro, en días de lluvia, ver a paseantes, bolsa en ristre, por los caminos de nuestra afortunada periferia, surtiéndose de estos errantes y calmos gasterópodos que, sin duda, acabarán en la olla aderezados con alguna suculenta salsa. No son muy comunes en la gastronomía regional, siendo más propios de otras latitudes, como bien saben en el Mediterráneo español o nuestros vecinos galos que degustan con fruición sus escargots. Forman parte de la dieta humana al menos desde la Edad del Bronce, unos 1.800 años antes de Cristo nada menos. Los romanos los consideraban un manjar suculento e incluso los criaban en los cochlearium, como cuenta Plinio el Viejo. 
Pues bien, hoy les voy a invitar a que salgan "a caracoles". Pero no por ninguna vereda cercana, sino a ese espacio secular, esencial, íntimo, sobrecogedor e inabarcable que es nuestra Sancta Ovetensis. nuestra catedral. Y no, no se trata de ninguna broma. ¿No me creen? 
Pues acompáñenme. Entren conmigo donde la luz y el silencio cobran su ser. Acerquémonos al retablo dedicado a Santa Teresa que se encuentra frente al acceso a la Cámara Santa. Es obra del asturiano Manuel de Pedredo y la imagen de Santa Teresa que lo preside es del también escultor asturiano Luis Fernández de la Vega. La policromía fue factura del portugués Juan de Fagundis. Acompañan a la santa de Ávila, en la cabecera superior, San Elías, profeta en el monte Carmelo; a la derecha, el franciscano San Pedro de Alcántara y, a la izquierda, San Juan de la Cruz. Fue levantado en el siglo XVII cuando se trataba el patronazgo de la santa de Ávila sobre los reinos de España. Y completando este séquito celestial, en el banco del retablo, junto a la santa, vemos una escena en la que la Virgen y San José contemplan cómo el niño Jesús dispara al corazón de la santa flechas que va tomando de un carcaj que un ángel le sostiene. Pues ahí, a nada que nos fijemos, encontraremos, junto a un grácil y retozón conejo, nuestros catedralicios caracoles. Y se preguntarán, ¿qué pintan ahí esos caracoles? A saber. 
Agustín Hevia Ballina, que me dio a conocer esta originalidad, junto con tantas otras que tanto incentivan mi curiosidad, se pregunta: "¿Qué quiso representar el artista poniendo unos caracoles como ilustración de la naturaleza animal combinada con la vegetalidad, que representó en profusión? El caracol significa la paciencia, la previsión de llevar la casa a cuestas y no sé cuántas cosas más". 
¿Ustedes que creen? Tal vez estos caracoles, desde sus cuatro siglos de contemplación ovetense, nos estén diciendo que, quizá, a veces, lo sencillo, lo nimio, lo insignificante, lo humilde, lo que casi pasa desapercibido, también tiene su espacio entre la magnificencia y la esplendidez. Entre lo sublime. Que no es oro todo lo que reluce y que, entre los oropeles, lo cotidiano, entre lo común, la vida, sencillamente, se abre paso en busca de nuestra particular felicidad. Como didáctica moraleja para la posteridad. 
Quién sabe...
http://www.lne.es/noticias-suscriptor/suscriptor/oviedo-opinion/2018/04/02/caracoles-catedral/2262629.html