Llanto por los árboles caídos en Ules
Lamento tras la tala de un pequeño bosque de castaños y robles en la falda del Naranco
Carlos Fernández Llaneza 27.03.2017 | 03:36
Dos imágenes del estado en que ha quedado la zona que ocupaba en el Naranco el pequeño bosque talado. C. F. LL.
"Han descuajado un árbol. Esta misma mañana / el viento aún, el sol, todos los pájaros / lo acariciaban buenamente. / Era dichoso y joven, cándido y erguido / con una clara vocación de cielo / y con un alto porvenir de estrellas. / Hoy, a la tarde, yace como un niño / desenterrado de su cuna, rotas / las dulces piernas, la cabeza hundida, / desparramado por la tierra y triste / todo deshecho en hojas, / en llanto verde todavía, en llanto. / Esta noche saldré cuando ya nadie /pueda mirarlo, cuando ya esté solo a cerrarle los ojos y a cantarle / esa misma canción que esta mañana / en su pasar le susurraba el viento".
Creo que sé cómo se sentía Rafael Alberti cuando escribió estos versos. Lo sé. Y lo sé porque desde el pasado jueves al Naranco le falta algo. Un pequeño bosque de castaños y robles ya no está. Una hermosa arboleda que nos recordaba cómo quería ser. Cómo debería ser todo el monte. Muchas décadas llevaban ahí, mirando a Oviedo. Creciendo tranquilos. Orgullosos de resistir. Ufanos por pervivir al filo del hacha. Y a la desidia y a la indiferencia. Troncos imponentes. Como torres altivas. Subí a verlos. Y los contemplé tumbados. Vencidos. Abatidos. Pisaba la tierra removida y arrasada como si un ejército invasor, regodeándose en su victoria, quisiera dejar buena huella de su triunfo inmisericorde. Troceados. Humillados. Ultrajados. Silentes aguardaban su destino a la vera de la húmeda y fría carretera. La tarde, mohína, languidecía en respetuoso silencio. El bosque ya no está.
Sueño con ver el horizonte de Oviedo con mil tonos de verdes en primavera. Anhelo admirar nuestro majestuoso telón de fondo cuajado de ocres en otoño cada vez que mire al norte. Pero la realidad, testaruda, dice que no. ¡No! Un sueño que se aleja cuando más deseas alcanzarlo. Porque parece que a nadie importa.
Cada paso que daba por esa tierra removida, entre astillas sangrantes, era un paso de rabia. De pena. De impotencia. De frustración.
Algunos ansiamos legar un Naranco mejor. Ese Naranco que sea lo que quiere ser: nuestro monte. Pero es como meter agua en un cesto.
Habrá, tal vez, quien piense que qué importancia tienen unos árboles caídos. Que qué más da. Puede ser. Pero sólo espero que no tenga que recordar nunca las palabras de Iris M. Landrón: "Algún día, el árbol que has tronchado te hará falta para respirar".
Creo que sé cómo se sentía Rafael Alberti cuando escribió estos versos. Lo sé. Y lo sé porque desde el pasado jueves al Naranco le falta algo. Un pequeño bosque de castaños y robles ya no está. Una hermosa arboleda que nos recordaba cómo quería ser. Cómo debería ser todo el monte. Muchas décadas llevaban ahí, mirando a Oviedo. Creciendo tranquilos. Orgullosos de resistir. Ufanos por pervivir al filo del hacha. Y a la desidia y a la indiferencia. Troncos imponentes. Como torres altivas. Subí a verlos. Y los contemplé tumbados. Vencidos. Abatidos. Pisaba la tierra removida y arrasada como si un ejército invasor, regodeándose en su victoria, quisiera dejar buena huella de su triunfo inmisericorde. Troceados. Humillados. Ultrajados. Silentes aguardaban su destino a la vera de la húmeda y fría carretera. La tarde, mohína, languidecía en respetuoso silencio. El bosque ya no está.
Sueño con ver el horizonte de Oviedo con mil tonos de verdes en primavera. Anhelo admirar nuestro majestuoso telón de fondo cuajado de ocres en otoño cada vez que mire al norte. Pero la realidad, testaruda, dice que no. ¡No! Un sueño que se aleja cuando más deseas alcanzarlo. Porque parece que a nadie importa.
Cada paso que daba por esa tierra removida, entre astillas sangrantes, era un paso de rabia. De pena. De impotencia. De frustración.
Algunos ansiamos legar un Naranco mejor. Ese Naranco que sea lo que quiere ser: nuestro monte. Pero es como meter agua en un cesto.
Habrá, tal vez, quien piense que qué importancia tienen unos árboles caídos. Que qué más da. Puede ser. Pero sólo espero que no tenga que recordar nunca las palabras de Iris M. Landrón: "Algún día, el árbol que has tronchado te hará falta para respirar".
http://suscriptor.lne.es/suscriptor/oviedo-opinion/2017/03/27/llanto-arboles-caidos-ules/2079778.html