Contar lo que ves, lo que a veces piensas, lo que en determinadas ocasiones sientes... compartir una parte de tu vida en definitiva. Un blog es como abrir una pequeña ventana a tu entorno. Como dice Luis Rojas Marcos: "Internet es positivo porque nos une, nos conecta. El estar conectado nos prolonga la vida y no solamente añade años a la vida, sino vida a los años". Y Oviedo, siempre.
lunes, 19 de diciembre de 2022
TRAPERO DEL TIEMPO
Trapero del tiempo
Despedida de los lectores ovetenses tras diez años
19·12·22
El 17 de enero de 2013 abría por primera vez esta ventana a Oviedo desde las páginas de La Nueva España. En aquellas líneas parafraseaba a Umbral diciendo que escribir es la manera más profunda de leer a Oviedo. Quizá por eso haya respondido sin dudar y sin cesar a la irrefrenable necesidad de entregarme cada semana, gustoso, a la tarea de rellenar el espacio en blanco de una pantalla, sucesora de la temida página en blanco. Desde una esquina de ese páramo albo y desolado, inquieto y expectante, titila el cursor. Retándome. Esperando a que cobre vida una nueva historia. A que todas las piezas que anárquicamente rebotan entre lecturas y recuerdos ocupen su preciso espacio. Tomen forma. Son casi diez años. Tiempo de ir leyendo este Oviedo inabarcable en la gran variedad y diversidad de su multitud de páginas. Casi medio millar de miradas a pequeñas y grandes historias de Oviedo que se han ido quedando enganchadas por las orillas del tiempo. Historias compartidas en las que procuro implicarles, hacerles partícipes estimulando sus propios recuerdos. Cada semana. Cosiendo decenas de retales de mi Oviedo querido, convirtiéndome, como diría Marañón, en un auténtico "trapero del tiempo".
De todo este tiempo lo que perdura en estos regueros de tinta es un auténtico testimonio de amor. Si damos por válido que se puede llegar a amar a una ciudad, lo confieso, amo profundamente a esta ciudad que me vio nacer, en la que crecí, vivo y de la que espero disfrutar muchos años más. Todas estas páginas han supuesto, asimismo, un reto. Un desafío que me obligaba a leer, a conversar con muchas personas, a acudir a distintos archivos para rematar lo que había surgido como un chispazo que espoleaba mi curiosidad intentando hacerlo lo mejor que sé; no en vano, pretendo seguir el consejo de Pérez de Ayala cuando escribe en su novela "Tigre Juan": "Que cada cual procure hacer lo que hace lo mejor que pueda". A su juicio queda.
También he vivido esta aventura semanal como un compromiso. Pretendo ser uno más entre los que buscan continuar sacando de las sombras instantes que fueron. Trayendo al presente pedazos de realidad que, como retratados en un segundo, quedan congelados en el tiempo. Y la responsabilidad, asimismo, de ser, en ocasiones, "voz que clama en el desierto", para que prevalezca la memoria y no caigamos en la tentación de reiterar errores de nuestro pasado. No quiero que Oviedo se convierta en "La ciudad de las desapariciones" como titulaba Iain Sinclair una de sus obras.
Octavio Paz escribía en "La mano abierta" lo que pienso y siento a veces de Oviedo: "La ciudad con la que hablo cuando no hablo con nadie y ahora me dicta estas palabras insomnes".
El próximo miércoles, si usted que me lee lo tiene a bien, a partir de las siete y media de la tarde, nos veremos en el Club Prensa Asturiana. Ese acto será el epílogo a estos diez años que, gracias al diario La Nueva España, hemos compartido. Nuevas tareas me van a exigir tiempo y dedicación así que, digamos, haremos un paréntesis. Solo me resta confiar en que hayan disfrutado con estas lecturas; a fin de cuentas, solo tendrán sentido si ustedes las hacen suyas. Nos seguiremos viendo por las calles de Oviedo.
Oviedo, siempre.
https://www.lne.es/oviedo/opinion/2022/12/19/trapero-tiempo-80160236.html
martes, 6 de diciembre de 2022
LAS SILLAS DEL CORO
Las sillas del coro
Sobre la recuperación de la sillería gótica de la Catedral
05·12·22
Finales de los 60. Un grupo de seminaristas, en compañía del que fuera arqueólogo, profesor de Ciencias Bíblicas y canónigo magistral de la Catedral, Emilio Olábarri, visitan la parte superior del claustro de la Catedral. Espacio, como ya hemos comentado en su día, dedicado a desván con un suelo de tableros debajo de los cuales aún se podían ver panoyas, castañas y avellanas. Allí, cubierta de polvo y olvido, pasto de las termitas, se amontonaba parte de la que fuera sillería del coro de la nave central de la catedral ovetense. El obispo Vigil, en 1902, había mandado desmantelarla. En un principio fue trasladada a la capilla de Santa Bárbara hasta que en 1950 pasaron al claustro alto a la espera de su recuperación y restauración por los ovetenses Manuel Mariño y Luis Espino, bajo la supervisión y patrocinio del matrimonio estadounidense Dorothy y Henry Kraus quienes, en un magnífico libro titulado "Las sillerías góticas españolas" narran todo el devenir desde su primera vista a la Catedral hasta su restauración. Lo contado por el entonces joven seminarista y la lectura del libro de los Kraus, avivó, una vez más, mi curiosidad. Es especialmente llamativo cómo cuentan su llegada a Oviedo, un frío y lluvioso día de 1976. Entraron en la Catedral y se dirigieron hacia un sacerdote llevando en sus manos la carta que explicaba su misión proporcionada por el agregado cultural español en París. Tras leer la carta el sacerdote les dijo: "Pero queridos amigos, esa sillería ya no existe, fue destruida durante la revolución de 1934". El matrimonio Kraus le replicó que, efectivamente, la que se encontraba en la Sala Capitular había sido destruída, pero ¿qué había pasado con la otra mitad que estaba en la capilla de Santa Bárbara? La narración del momento merece la pena ser reproducida literalmente: "Quedose rígido, como abrumado por nuestra seguridad, y sus negrísimos ojos, coronados por sus cejas, igualmente negras, escudriñaban nuestros rostros alternativamente. Nos quedamos un poco asustados de nuestra osadía. Pero el sacerdote parecía más sorprendido que ofendido. Nos hizo un ademán con la empuñadura de su paraguas, como con resignación, y comenzó a desandar el camino en dirección al lugar de donde había salido (…) Proseguimos en silencio: pasamos una puerta sólidamente cerrada, subimos unas escaleras con un tejado lleno de goteras, atravesamos más puertas, utilizamos más llaves, caminamos por intrincados pasadizos y finalmente accedimos a un gran laberinto de almacenes intercomunicados, oscuros y fríos, con los sucios suelos cubiertos de un gran revoltijo de trozos de madera desmembrados, a menudo apilados en caóticos montones. Miramos al sacerdote con sorpresa. ¡Allí estaba la ‘perdida’, la extrañamente inmaterializada sillería baja procedente de la Capilla de Santa Bárbara!". Ojalá pudiese reproducir el resto del relato porque irradia por igual sorpresa, pena por el lamentable estado y un aprecio y consciencia del incalculable valor de aquellos trozos de madera dañada por las termitas y la putrefacción y que, prácticamente, se deshacían en sus manos. Pero allí estaban aún un ángel apoyado en un arpa, un bufón con gorro y cetro; un árbol lleno de pájaros gorgojeantes o un león de espesa melena. Junto con los restos de la sillería se encontraban cientos de libros antiguos esparcidos por el suelo. Restos del más valioso patrimonio que la historia de la ciudad, que la historia de la Catedral, tanto monta, nos había legado. Continúa el relato: "Cuando ya abajo nos quitábamos la mugre de manos y cara y nos cepillábamos el polvo de la ropa, nos sentimos incapaces de reprimir lo que pudo haberse considerado un reto insolente. El clérigo mismo reconocía la calidad única de la vieja sillería. Entonces, ¿cómo él y sus colegas podían permitir que ese arte maravilloso se desmoronase? ¿Por qué no se había restaurado y devuelto a la Catedral?". La respuesta, como podrán imaginar, tiene que ver con la disponibilidad de presupuesto. A lo que los visitantes norteamericanos respondieron: "Vamos a intentar establecer contacto con ciertas personas de nuestro país que quizá puedan ayudarnos". En la despedida, el clérigo escribió su nombre en la agenda de los visitantes: Demetrio Cabo. Deán. "Al leerlo, confusos, nos sonrojamos. ¿Era el deán de la Catedral a quien habíamos estado tratando tan arrogantemente?". Este fue el primer capítulo de una larga historia que concluyó con la restauración de una parte de la sillería de madera de nogal negro que inicialmente constaba de sesenta y nueve sillas, cuarenta y cuatro del coro alto y el resto del bajo, encargada por el obispo Juan Arias del Villar a un autor desconocido y concluida en 1498. Desde marzo de 1983 veintiocho sillas permanecen en la Sala Capitular. Para los Kraus, sillerías góticas esculpidas completamente, como la de Oviedo, son muy poco comunes en España. La sillería ovetense es de las mejores: sus baldaquinos son los más bellos de España; los respaldos, que constan de bustos de apóstoles y profetas, son también de la más alta calidad. Un motivo más para sentirnos orgullosos de nuestro rico patrimonio. Y un devenir que nos invita e incita a estar alerta para que ningún elemento artístico, histórico o arquitectónico sea motivo de olvido, maltrato o abandono.
https://www.lne.es/oviedo/opinion/2022/12/05/sillas-coro-79566600.html
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