¡Las doce y sereno!
La olvidada figura de los históricos vigilantes nocturnos de las calles
29.02.2016 | 03:47
Un sereno de Oviedo, durante su labor. "OVIEDO LA HUELLA DEL TIEMPO" / VÉLEZ
Carlos Fernández Llaneza ¿Alguno de los presentes guarda en su memoria este grito en medio de la noche? Yo, desde luego, no. Y eso que conocí la figura del sereno en Vallobín, Molina, al que mis perversas hermanas utilizaban cruelmente para infundirme miedo. La figura del sereno de ronda por las calles velando por la seguridad del vecindario forma parte ya de esa nómina de oficios que se han quedado por las orillas del tiempo.
En Oviedo, en 1820, se publicó un "Reglamento para los serenos de la ciudad" que no tiene desperdicio. Según este reglamento, el establecimiento de serenos es "una de las medidas más importante de la policía para asegurar la tranquilidad pública, para evitar robos y otros excesos y para que los vecinos tengan auxilio en los accidentes imprevistos que suelen ocurrir en horas extraordinarias". Sobre las cualidades requeridas, nada excepcional: "españoles, casados o viudos (de los solteros no debían fiarse), con arraigo, robustos y de buenas costumbres, comprobadas por certificaciones del párroco, informe del señor Alcalde constitucional y de los Señores Regidores". Eran diez y cada uno tenía asignada una zona que iban "rolando entre ellos en un preciso y determinado orden que no podrá alterarse salvo en circunstancias muy particulares". Percibían seis reales diarios y, además, "se les dará de tres en tres años un capote de paño de somonte con capucha y mangas para que les sirva de abrigo en las rígidas estaciones de invierno". Salían a las diez de la noche entre octubre y marzo y a las once en el resto de los meses, "debiendo dar principio a la voz desde el momento de su salida". La voz debería limitarse a anunciar el tiempo y hasta eso tenían regulado: "Deberá ser publicada al menos una vez cada media hora". Tan regulado estaba que "para evitar caprichos o voluntariades de los serenos y que una cosa de tanto interés sea motivo de risa o menosprecio", se precisaban las voces siguientes: "En tiempo sereno, nublado, tormentoso, ventoso o nevado: tal hora y sereno". Asumían una función de vigilancia y mantenimiento del orden, lo que les permitía, llegado el caso, detener a alguna persona "que por la hora, sitio o traje creyesen sospechosa". Si el sereno pillaba a alguien con las manos en la masa "haciendo alguna fractura, rompimiento o escalando a alguna casa, deberá evitarlo avisando a sus compañeros por medio del pito o corneta". Era también obligado informar a la autoridad más próxima "de las reuniones que observen en las tabernas, calles o parajes sospechosos". Hoy en día no darían abasto. De su responsabilidad era, asimismo, el avisar a "médico, cirujano, comadrón, fraile o cura para que ocurran prontamente al socorro de una necesidad espiritual o temporal". Por supuesto, entre las detalladas obligaciones, la de encender los faroles se da por supuesta; eso sí, como alguno estuviera apagado o "diesen escasa luz por disminuir los hilos de que debe constar la mecha, serían responsables y castigados pecuniariamente". Pero también era un cuerpo acreedor de valoración. Así pues, el sereno "como fiel centinela del buen orden y de la seguridad de las propiedades, será respetado de los ciudadanos, absteniéndose de atropellarlo, insultarlo ni ridiculizarlo puesto que en tal caso sufrirán el que se les forme causa y se castigue el atentado con todo el rigor".
Para cumplir de forma adecuada su cometido tenían que estar equipados convenientemente y, así, el reglamento establecía que "llevarán un chuzo de asta de nueve cuartas de alto con punta, corte y gancho de detener, un farolillo de mano de nueve pulgadas de alto, una corneta o pito colgada de un cordón y se les permite llevar pistolas".
Por contra, dado que eran responsables de lo que aconteciera en su área, tenían que andar con cuidado porque cualquier exceso podría acarrear la pérdida de destino. Podrían incluso llegar a ser ejecutados ya que, de acuerdo a las leyes "se impondría la pena de muerte si en el acto del ejercicio de su empleo robasen o hiciesen capa a otros para que lo ejecutasen". También tenían que andar con cuidado de que no amaneciese alguna pared empapelada, pues había castigo reglamentario. "Sufrirán los más estrechos cargos por los pasquines o libelos que aparezcan fijados, y así recorrerán a la aurora todas las esquinas y puntos de su respectivo cuartel para averiguar si halla alguno, el cual quitarán antes de que persona alguna lo vea", decían las normas. Y buen cuidado guardarán de no echar un trago en noches de relente puesto que "el sereno que fuese hallado ebrio durante las horas de su ocupación será irremisiblemente separado del encargo y privado de poder obtenerlo jamás". Y así se firmaba este reglamento en las Casas Consistoriales de Oviedo, el 10 de diciembre de 1820. Curioso ¿no?
Hay más notas singulares a este respecto. Se trata de las observaciones de un viajero del siglo XIX, Edgar T.A. Wigram, quien en unas notas sobre su viaje por Asturias se refería a los serenos como "extraños vigilantes que son una especie de símbolo de respetabilidad para la ciudad". Le debían parecer curiosos y, quizá, anacrónicos puesto que se refería a ellos como "personajes pintorescos ataviados con capas y sombreros anchos y armados con faroles de mano que por la noche aportan un delicioso aspecto rústico a las calles desiertas". Sí reconocía el visitante que tenían su valor puesto que eran de gran ayuda "a los trasnochadores porque llevan llaves de todos los portales de la calle, con lo que el vecino errante siempre puede introducirse tranquilamente en su casa tras haber despertado a media parroquia al grito de ¡se-re-no!" Lo que recogía también el cronista es la poca gracia que hacía a algunos vecinos esta figura puesto que "las personas con sueño ligero odian a estos personajes de potente voz que con su melodioso bramido '¡las doce de la noche y sereno!' son capaces de despertar a todos los perros que llevaban sin ladrar desde las once de la noche. Resulta del todo innecesario hacer de las noches un infierno para informar de que no llueve".
Sabido es que en Madrid la mayor parte de los serenos eran originarios de Cangas del Narcea. Cuando en el siglo XVIII Pontejos fundó el gremio de serenos de Madrid, éste estaba compuesto por mil doscientos serenos de los cuales solo cien no eran asturianos y otro centenar no era de Cangas del Narcea, por lo que el resto, un millar, eran cangueses. Raro que en las fiestas de San Isidro no haya una "Descarga".
Y por ultimo, por medio de un querido amigo me llega una curiosa anécdota que demuestra que en Oviedo hay gente "pa tó". Se trata del sereno de la zona de la calle del Rosal, de quien se cuenta que, en aquellos años de posguerra, había subido al Naranco a la pata coja por una apuesta y que era capaz, sin inmutarse, de comer un caldero de fabada. Me evoca también la figura de los "Vallaurones", guardias del Campo que deben su nombre al que fuera concejal en los años cincuenta, Julio Vallaure y que, émulos de la policía montada del Canadá, eran un mezcla de "serenos y mosqueteros, verdaderamente pintorescos y un tanto ridículos" según su acertada definición pero a quienes los críos teníamos buen cuidado de evitar y a los que, como me narra otro querido amigo, "padecíamos las parejucas que no teníamos un real e íbamos a amartelarnos al Campo, sentados en un banco y en tres estaciones del año, muertos de frío. Lo más suave que te decían era: 'mantengan una postura decorosa'". Si van ahora...
Pues bien, queden estas líneas como homenaje a todos esos hombres que velaban por los sueños de los ovetenses de entonces, o, quizá, se los turbaban cada media hora, porque como en tantas otras cosas, todo depende del color del cristal con que se mire...
http://suscriptor.lne.es/suscriptor/oviedo-opinion/2016/02/29/doce-sereno/1889966.html