lunes, 26 de abril de 2021

HABLANDO DE LOBOS


EL OTERO


Hablando de lobos

La presencia de los cánidos en la toponimia de la falda del Naranco




26·04·21

Supongo que muchos de ustedes albergan en lo profundo de su memoria nombres que aguardan la mínima ocasión para despertar del letargo. Para regresar. Y retrotraerles a momentos o lugares casi olvidados. Uno de esos nombres, en mi caso, es El Pozobal. Un topónimo que, lamentablemente, no perduró nominando a ninguna calle del Vallobín. Y méritos no le faltan. Quizá se pregunten, ¿y qué tiene que ver con los lobos a los que se refiere el encabezamiento de estas líneas? Vamos a ello. 

Hasta finales de los años 60 existió en la zona de Concinos un lugar con forma de terraplén que acababa en un pozo que ejercía de trampa a la que eran empujados, en monterías organizadas, los lobos que osasen acercarse a La Loma del Canto, Los Solises, Monte Alto o La Cruz. El pozo se hallaba en el mismo cauce del arroyo que desciende desde San Miguel de Lillo, por lo que, muy probablemente, tuviera agua en el fondo; así pues, no sería preciso colocar un cordero como señuelo al igual que sucedía en otros “chorcos” que hay en zonas loberas. Es el caso de “El chorco de los lobos” en las proximidades de Posada de Valdeón, el primero que conocí en nuestras incursiones iniciáticas por Pi-cos de Europa a principios de los 80. 

Ciriaco Miguel Vigil, en su “Colección Diplomática” de 1889, recoge el acuerdo municipal de 6 de mayo de 1605 para que los vecinos de Oviedo salgan de montería todos los sábados “y hagan un callejo a donde corran los lobos”. En otro acuerdo de marzo de 1713 se recoge que los vecinos de San Pedro de los Arcos, entre otros, deseaban organizar monterías con callejos para “correr y cazar” los animales silvestres guarecidos en el Naranco. Se declara expresamente que muchos de estos animales se hallaban en montes muy poblados de esta feligresía. El topónimo Pozobal, que se encuentra también en Báscones (Grado), Ciaño, Nava y Caces, procede de las palabras latinas “puteum lupale”; es decir, pozo lobal o pozo de lobos. De ahí derivaría también el topónimo Vallobín, un nombre que aparece ya en el siglo XIII y XIV, así como en el “Cuaderno de la pesquisa de las Heredades Realengas del Concejo de Oviedo en el Alfoz de Nora a Nora, 1289-1317”. Asimismo, el catastro del Marqués de la Ensenada, de 1752, cita más de doscientos topónimos de la parroquia de San Pedro del Otero, entre ellos las “erías de Ballobín”. Pues bien, partiendo de “Pozobal” se habría formado el topónimo “Vallobal”, del concejo de Piloña y el de “Ballobín”, nombre que encontramos en la comarca burgalesa de Extramiana. Por tanto, el barrio ovetense del Vallobín vendría a significar “valle de lobos” o “valle del lobín”. 

No puedo ni quiero acabar sin citar a mi admirado José Ramón Tolivar Faes, del que tanto aprendí. En una separata del Boletín del Instituto de Estudios Asturianos de 1963, que conservo como oro en paño, “Un pozo lobal en Oviedo” aborda este tema de forma didáctica y deliciosa. Vaya, una vez más, mi gratitud y recuerdo hacia él. 

Actualmente, cuando paseen por el Naranco vayan tranquilos, no se encontrarán ningún lobo; al menos de momento. Todo se andará.



miércoles, 21 de abril de 2021

Francisco de la Riva y Oviedo

EL OTERO

Francisco de la Riva y Oviedo

Los secretos que esconde la Catedral





Ladrón de Guevara nació en la localidad cántabra de Galizano en marzo de 1686. Posiblemente se inició en el oficio en el taller familiar. Pero fue la influencia de su tío, el arquitecto, Francisco Alonso de la Riva, la que resultó determinante. Por medio de éste, y tras haber ejercido como fontanero en Valladolid y León, en 1713 obtuvo el contrato de la fontanería ovetense. 

Seis años después lo abandona por desacuerdos con el regimiento de la ciudad que le exigía mayor dedicación a los encañados, aunque, al parecer, no eran tan diligentes con el pago de su salario. Paralelamente a su desempeño como fontanero y, con la ayuda de su tío, va desarrollándose como arquitecto y así, efectuó reformas en el Convento de San Francisco, Monasterio de San Pelayo o el trazado de la reconstrucción de la fortaleza ovetense. Tras abandonar su cargo municipal, logra buena parte de sus obras más significativas, como el Palacio del Marqués de Camposagrado, aunque sólo realizó cimientos y fachadas, o el Palacio del Duque del Parque o del Marqués de San Feliz, claro modelo de palacio urbano barroco. 

Los últimos años de su vida profesional son los de su dedicación a la Catedral. Tras reconstruir parte de la torre gótica en 1730, notablemente afectada por un rayo, logra la confianza del Cabildo asumiendo la mayor parte de las reformas catedralicias beneficiadas por los recursos obtenidos con la recaudación del arbitrio sobre la sal concedido para la obra del campanario. 

En 1731 construye la nueva gran escalera de acceso a la Cámara Santa desde el brazo meridional del crucero. Suyo es también el diseño de la nueva fachada de la Puerta de la Limosna. Ensancha la vieja sacristía, obra de Juan de Naveda, y abre el tránsito de Santa Bárbara. Asimismo, edificó el primer piso del claustro que actualmente acoge las instalaciones del Museo Diocesano. Vaya aquí una curiosidad: durante años, la función de este claustro alto fue su uso como desván. En él se encontraba, desde 1950, corroída por la carcoma, la sillería del coro de la nave central desmantelada por orden de Martínez Vigil en 1902 y que, tras su restauración en 1980, se halla, parcialmente, en la Sala Capitular. 

Allí se almacenaban los tributos en especie que llegaban en carros procedentes de los distintos territorios de la archidiócesis y que, en ocasiones, se distribuían a los necesitados en la Puerta de la Limosna; pues bien, en 1982, al levantar el tillado para la adecuación de la planta como Museo Diocesano, se encontraron, bajo los magníficos tableros de castaño, multitud de panoyas de maíz, castañas, avellanas… testigos silentes de un tiempo remoto. 

Aunque la limpieza no debió ser resolutoria. En más de una ocasión, en tiempos no muy lejanos, algún ratón ávido de saciarse con alguno de esos históricos frutos, hizo saltar las alarmas para susto de los responsables del museo. 

Francisco de la Riva murió en 1741 en la posada de la Cruz, en la Cava Baja madrileña y sus restos fueron sepultados en la iglesia de San Millán. 

Quede esta pieza más para intentar componer ese maravilloso mosaico que configura nuestra “Sancta Ovetensis” a la que tan bien definió Menéndez Pidal como “relicario de los Doce Apóstoles” y a la que nunca nos cansaremos de contemplar, admirar, disfrutar y vivir.


https://www.lne.es/oviedo/opinion/2021/04/19/francisco-riva-oviedo-48469520.html


lunes, 12 de abril de 2021

UN INSTANTE QUE PERDURA


EL OTERO

Un instante que perdura

La reconstrucción del Oviedo de los 70 a partir de una postal de la época


Suelo definir estas líneas como una ventana abierta a Oviedo. Espacio común del que, cada semana, compartimos algo de su historia, de su presente, o algún deseo sobre su futuro. Y, en ocasiones, me gusta plantearlas como un juego. Un ejercicio bidireccional con el que ustedes pasen de ser lectores pasivos a protagonistas activos. Les propongo que me acompañen a un instante que quedó congelado en un día de verano de fecha incierta. Puede que, más o menos, 1970. Grabado en una postal localizada en ese inmenso cajón de sastre del comercio virtual. Vamos a asomarnos a ese preciso momento. A la Calle Uría. Y a mirar con ojos curiosos. Del verano ovetense de 1970 recuerdo lo que puede recordar un niño de 6 años. Poco. Pero, con su ayuda, seguro que seremos capaces de completar una buena historia. ¿Se animan? Lo que primero me llama la atención es una vista, imposible hoy, del Naranco como telón de fondo. Aún no estaban construidos los edificios de Tito Bustillo que cortan la panorámica. Sobresale el edifico, aún en ruinas, del antiguo sanatorio, actual Centro Asturiano. Y un monte ya poblado de eucaliptos. La calle, con gente en sus afanes cotidianos. ¿De dónde vendrían? ¿A dónde irían? En la esquina de Fruela y San Francisco, el típico cartel de “Change, exchange” de los bancos de entonces; en este caso del Banco Popular. Una pareja sonriente. Él parece portar una cámara de fotos, ¿serían turistas? Personas en primer plano esperando a cruzar la calle. ¿Reconocerían a alguien? ¡No me digan que no sería para nota! Los carteles indicadores: Audiencia, Catedral Metropolitana, León-Madrid a la derecha, Gijón- Avilés a la izquierda. Y por la parte interior anuncios publicitarios. Lástima, no distingo ninguno. Uno acaba en “mé” y parece ser una casa de comidas, ¿cuál será? En el edificio de Juan Miguel de la Guardia, “Casa Conde”, de 1904, vemos en la esquina con Pelayo, justo enfrente de la oficia del Banco Exterior de España en los bajos de la Jirafa, la farmacia de Juan Donapetry Iribarnegaray, gallego residente en Oviedo, quien adquirió la botica a Benito Estrada en 1915. Era reconocido por la gran variedad de fórmulas magistrales, dentífricos o analgésicos que elaboraba. Los toldos amarillos de la izquierda pertenecen a Almacenes Simeón. 

La calle Uría, en torno a 1970, en una postal.

Empresa nacida en Galicia en 1857 y presente en Oviedo desde 1899. Fundada por el exitoso comerciante de textiles al por mayor Simeón García Olalla de la Riva, fallecido en 1883. Su viuda, Juana Blanco, fue la que expandió el negocio, llegando incluso a crear un banco: Banco Simeón. El primer emplazamiento en Oviedo fue en Magdalena, 16. A comienzos del siglo XX se trasladó al número 4 de la calle San Francisco, donde también vivía la familia. Tras los destrozos sufridos en octubre del 34 se trasladó al lugar que vemos en la imagen. Y a la vuelta de la esquina, en Uría 4, se intuye el cartel de la joyería de Pedro Álvarez, justo donde había estado el Carbayón. Pedro Álvarez de Río, originario de Lugo, había llegado a Oviedo en 1885 como viajante de joyería y bisutería. En 1887 se estableció en el número 14 de la calle Magdalena con su joyería y platería. ¿Y qué me dicen de los autobuses? Vemos varias paradas. Ahí paraba la línea 2 que iba a Lugones. Y la 3 que hacía el recorrido desde San Claudio hasta San Esteban. En 1955 el Ayuntamiento de Oviedo se decide por el autobús dejando atrás la era del tranvía al considerar “costosísimo y poco remunerativo crear nuevas instalaciones”, por lo que la Corporación acordó otorgar la concesión del servicio a la empresa Traval, que había sido constituida un año antes en Madrid por Luis Fernández de Trabanco Ortega. El 28 de febrero de 1956 llegaron a Oviedo los dos primeros autobuses. Dos Pegasos que hacían el servicio en la línea Colloto-Cruce de las Caldas y a los que el humor carbayón bautizó con el nombre de “sidrobuses”, por su frecuente uso para ir a tomar sidra a Colloto. El 1 de marzo de 1956 se inauguró la primera línea de autobús urbano. El 2 de septiembre de 1956 circuló el último tranvía en Oviedo. En cuanto a los coches, circulan varios Renault 4L. Conocidos como el “Cuatro latas”, empezó a rodar por nuestras calles en 1961. Nacido para competir con el Citroën 2CV, la “Cirila” y aguantó hasta 1983. ¿Quién no ha conducido uno? 

En fin. Ya ven. Un pequeño viaje en el tiempo. Un segundo congelado en una imagen que nos permite ver cosas de un Oviedo quizá un poco desdibujado en la memoria pero que, de alguna manera, sin nostalgias inútiles, aún permanece aguardando una mínima oportunidad para regresar al presente.

https://www.lne.es/oviedo/opinion/2021/04/12/instante-perdura-46431463.html

lunes, 5 de abril de 2021

INCIDENTE EN EL CAMPO

EL OTERO


Incidente en el Campo

La tarde en que la osa “Petra” escapó de su jaula y sembró el pánico


Todos los que hemos crecido entre las calles de este querido Oviedo, a buen seguro que atesoramos numerosos recuerdos vinculados al Campo, espacio natural y esencial. Seguro que poco les cuesta evocar algún suceso relacionado con él que les induzca una leve sonrisa o rescatar imágenes de una infancia feliz y despreocupada. Evocar paseos de la mano segura de nuestros padres. Tal vez instantes de adolescencia desbordada, irreflexiva e ingenua. O días en los que, de repente, casi sin darnos cuenta y sin tener ningún manual bajo el brazo, éramos nosotros los que llevábamos de la mano a unos pequeñajos que miraban con asombro los patos, las palomas, los pavos reales y que, infatigables, nunca querían irse de los columpios. 

Pero seguro que entre ese rimero de recuerdos también conservan alguno como para exclamar: ¡uy! Para muestra, dos botones: un domingo, acompañado de mi padre y con un cucurucho de arroz –creo que comprado en la Chucha– me dirijo ufano al palomar. Saco mi arroz para alimentar a las revoltosas palomas y hete aquí que, sin aviso previo, se abalanzan sobre mí como si se tratasen de los pájaros de la homónima película de Hitchcock. No salí corriendo por aquello de intentar mantener un mínimo de dignidad. Otro. Como tantos, era aficionado a compartir parte de los barquillos o de las deliciosas galletas de miel con los cisnes. A veces les vacilaba un poco; te doy, no te doy, cuando un cisne, digamos, un poco mosqueado, me arreó un picotazo que dejó las cosas claras. Lección aprendida. 

Recorte de LA NUEVA ESPAÑA que cuenta la salida de la osa de su jaula. | T Oviedo

Recorte de LA NUEVA ESPAÑA que cuenta la salida de la osa de su jaula. | T Oviedo

Pero nada comparado con lo que aconteció el 30 de noviembre de 1964 y que recogía LA NUEVA ESPAÑA. Un curioso episodio protagonizado por la buena de la osa “Petra” y provocado por un pavo “que había tenido la ocurrencia de tentar la gula tan escasamente estimulada al posarse en lo alto de la gruta”. El suceso ocurrió a las siete de la tarde y convirtió a “Petra” “en una fiera corrupia”. La información, firmada por Rubén Suárez, fallecido el pasado mes de junio y a quien recordaba en días pasados en estas páginas Evaristo Arce, detallaba que “Petra” se había encaramado en los barrotes y por un lugar insuficientemente protegido, había salido de la jaula. Proseguía la crónica: “Esa maniobra, como es de suponer, produjo un pánico cerval. Cientos de personas salieron corriendo al grito de “¡se escapó la osa!”. Se cayeron niños al suelo. Hubo lloros y gritos de pavor. La noticia se propagó rápidamente. Primero a otras zonas del Campo –en el Paseo del Bombé una señora corría con la lengua fuera y un pequeño debajo del brazo– y después a toda la ciudad. Hubo quien andaba por la calle pegado a la pared y mirando de reojo los portales. Pero ‘Petra’ volvió a su sitio, porque, como en una película de esas del cine especial para menores, un perro grande y negro y que pertenece a un ‘Niño de la Cruz’, aquel torerillo acogido en la Cruz de los Ángeles, que actuó en la plaza de toros, olfateó el peligro, se disparó hacia la osa y comenzó a ladrar, tarea en la que según nuestras noticias, le secundó admirablemente el perro lobo del aguaducho cercano”. Imaginen las caras de los paseantes. A partir de ahí, tal y como continúa la información, “se sucedieron las versiones y las críticas, bastante justas, por cierto, referidas a las condiciones de seguridad de la jaula”. Afortunadamente, un empleado con un alambre se encaramó a la cueva a solucionar el problema. Parece que la cosa se limitó a que durante unos momentos “quedaron desiertos los alrededores de la jaula de ‘Petra’, batiéndose récords buenos para ir a Tokio. Pero es de esperar que, por si la osa vuelve a tener nostalgia, se tomen con respecto al animal, todas las medidas de seguridad aconsejables”. 

Hoy, afortunadamente, no hay osos en el Campo. Tampoco cisnes. Ni prácticamente pavos reales. Espero que vuelvan pronto; eso sí, permanecen, para siempre, parejos a nuestros recuerdos.





https://www.lne.es/oviedo/opinion/2021/04/05/incidente-campo-46091164.html