lunes, 29 de abril de 2019

UN PARÉNTESIS DE PAZ

El Otero

Un paréntesis de paz

Un paraíso natural a la puerta de casa

29.04.2019 
Lo que les voy a contar sucedió el pasado Domingo de Pascua. Un soleado día primaveral. Absolutamente idóneo para caminar. En un momento de la caminata decidí parar y tumbarme un rato sobre la yerba, cosa no habitual. Y escuchar. Abrir un paréntesis. Un momento de pausa que no obedecía a ningún porqué. Sin más, el tiempo se detuvo. Y allí estaba, embelesado, rodeado de un entorno arrebatador, de una naturaleza empeñada en sorprender. De paz. Un raitán se posó a escasos metros y, me atrevería a decir, algo jactancioso, me regala su música. Vivaces jilgueros le acompañan desde unas ramas cercanas. Los grillos -cada vez menos- suman sus acordes. Un cuco, en la distancia, que pareciera celoso del espectáculo, también se incorpora. Y por el medio se entrecruzan decenas de cansinos zumbidos. En ese preciso momento me gustaría fundirme en la escena. Como si esa imposible simbiosis fuera factible. Desearía que nada ni nadie pudiera advertir mi presencia. Porque siento que soy el que sobra. Formo parte de la especie que, desde hace años, está empeñada en hacer saltar por los aires esta perfecta armonía. Y nada más. Y nadie más. Los sonidos se sobreponen, se entrecruzan. Todos son música. Ninguno chirría; al contrario, te acunan, te sosiegan, te vencen. Y te enseñan a ser más humilde. Silencio, sólo el que pudiera traer dentro de mí, si es que existe. Pero es lo más parecido porque nada estorba. Nada sobra. Ni el vago rumor de la cercana ciudad se atreve a incordiar, a romper el suave lazo de magia que envuelve el instante. Toda la lastimosa realidad que rodea esta virtual burbuja se ha desvanecido. Por un instante, sencillamente, desaparece. Me resisto a irme. No deseo romper este instante que tan bien conjuga quietud, bienestar, calma y despreocupación. El después espera. Pero esos minutos ya son míos para siempre. Se han quedado grabados para rumiarlos cuando el camino, nuestro particular camino, ese que nos aguarda tras el próximo recodo, quizá no sea tan agradable. Quién sabe, quizá la felicidad, tan huidiza y esquiva como caprichosa, sea una pequeña colección de momentos efímeros como éste. Así que, contento, sigo mi ruta. 
Al poco me encuentro un curioso banco. Unos maderos cobijados en el abandono. A juzgar por su aspecto hace mucho que nadie reposa en él. Cubierto de líquenes, musgo y olvido, sólo el sol parece querer descansar en su asiento. Las plantas ya hace tiempo que le han perdido el respeto y trepan, sin miramiento alguno, por sus húmedas patas. Un banco ignorado. Infrautilizado. Despreciado. Al que los caminantes le han dado la espalda. Del que nadie disfruta. Al que todos parecen desechar. Prescindible. Aunque en medio del desuso, insiste en resistir. Intenta no vencerse y dejarse pudrir. Le imagino esperanzado en que algún caminante decida recomponer su fatiga fijándose en él. Me parece metáfora acertada: igual que el Naranco que lo acoge. ¡Ah! ¿no se lo había dicho? Ese pequeño paraíso temporal que un domingo reciente me aceptó está a la puerta de su casa. Esa burbuja de naturaleza esencial que me cobijó por unos instantes es parte de su propia biografía. De su propia ciudad. Sepan que, como ese banco achacoso y doliente, les espera. 
Si se dejan un poco, quizá también les sorprenda regalándoles un fugaz, aunque intenso, paréntesis de felicidad. En su mano está.
https://www.lne.es/noticias-suscriptor/suscriptor/oviedo-opinion/2019/04/29/parentesis-paz/2464118.html

lunes, 22 de abril de 2019

DE CALLEJAS Y NOMBRES

El Otero

De callejas y nombres

El anecdotario de la calle de los Huevos

Carlos Fernández Llaneza 22.04.2019 

En una ciudad cualquiera: ¡Dónde (...) está la calle de los güevos! (Colóquese en los puntos la socorrida y castiza interjección para enfatizar la frase, pues sabido es que, incluso en la época de los GPS, hay ocasiones en las que encontrar el destino es una misión compleja que, sin duda, pone a prueba nuestra paciencia). 
En Oviedo: ¿Dónde está la calle de los Huevos? A lo que cualquiera, manteniendo la más exquisita educación tanto en la pregunta como en la respuesta, diría: Es la travesía que une la calle Cimadevilla con Trascorrales. 
Bien, bromas aparte, en Oviedo contamos con una calle, más bien calleja, que se denomina así. Efectivamente une Cimadevilla y Trascorrales aunque su nombre oficial era el de Travesía de Cimadevilla. Según Tolivar Faes, esencial una vez más, la Calleja de los Huevos fue conocida así al menos desde el siglo XIII. El nombre definitivo quedó fijado por el ayuntamiento en sesión de 11 de febrero de 1937. 
Parece que el nombre se debe a que en este lugar era frecuente la venta de estos alimentos porque, queridos niños, no siempre en Oviedo hubo un supermercado a la vuelta de la esquina y ni los huevos ni, por ejemplo, la leche, venían en cartones y bricks. Servidor, que no es todavía un fósil jurásico, aún recuerda las mujeres que venían a Oviedo a vender leche. Mi tía Julia venía casi a diario desde San Claudio con las relucientes lecheras de aluminio a lomos de su dócil burra; por cierto, a la que un día me subí por un lado cayendo de bruces por el otro. Hasta ahí llegó toda mi experiencia equina. Hoy para verlas hay que ir a Trascorrales. Y están en bronce. También solía acompañar a mi hermano con frecuencia a buscar la leche a casa de mi tía Rosario a los Casones del Vallobín. Allá íbamos con una botella de "La Casera" debajo del brazo, en un desplazamiento por calles de barro y oscuridad en las que, cuando nos sorprendía la anochecida, el canguelo lograba que, más que correr, casi voláramos. Tampoco era raro ir a comprar los huevos a granel con una especie de rústicas hueveras de alambre con yerba o paja para amortiguar golpes y evitar tortillas prematuras. 
Fermín Canella también se refiere a la Calleja de los Huevos cuando narra un épico suceso acaecido en la medianoche del 24 de mayo de 1808: "Don Gregorio Piquero Argüelles, uno de los principales jefes de la agitación, disfrazado con un vestido de Juan Álvarez Santullano, se dirigió con don Juan Cimadevilla, don Francisco de Paula Pintado y otros dieciocho animosos hijos de la capital a la Casa Regencia donde acababan de tomar posesión las autoridades recién llegadas a Oviedo. Antes habían permanecido ocultos desde el oscurecer del 24 en una casa de los Trascorrales y, al sonar los tres cuartos para las doce de la noche, salieron cautelosamente de dos en dos, pasando la llamada calleja de los Huevos, que da frente a dicha casa, donde con valor temerario sorprendieron al centinela y se apoderaron del resto de la guardia". 
El sorprendido centinela bien podría haber exclamado eso de "¡manda güevos!" y, quién sabe, quizá podríamos tener ahí otro origen para el nombre de la calle pero como creo que no va a colar, vamos a dejarlo en honor de ese alimento esencial de nuestras sencillas y valiosas "Gallus gallus domesticus"; por estos lares, sean de caleya o vivan en una jaula, pites. De toda la vida.
https://www.lne.es/noticias-suscriptor/suscriptor/oviedo-opinion/2019/04/22/callejas-nombres/2460664.html

domingo, 14 de abril de 2019

LA BORRIQUILLA DE SAN PEDRO DE LOS ARCOS

El Otero

La Borriquilla de San Pedro de los Arcos

14.04.2019 .
    Que la Semana Santa ha cambiado en Oviedo en los últimos años es algo incuestionable. La Semana Santa de los setenta y ochenta era sinónimo de éxodo, de una calma y quietud desconocida el resto del año. Hoy, afortunadamente, Oviedo no se vacía en esas fechas. La palabra procesión procede del latín "processus" que significa, según el diccionario, progresión, acción de avanzar; pues bien, no cabe duda de que en Oviedo, en lo referente a la celebración de la Semana Santa, hemos "procesionado". Y mucho. Todo, gracias al esfuerzo sentido y comprometido de las cofradías de la ciudad, algunas veteranas e históricas, otras más nuevas, que han sacado a las calles de nuevo una vivencia popular y diferente de la pasión, muerte y resurrección de Jesús de Nazaret. Sin duda, uno puede acercarse a la Semana Santa desde distintos ángulos: desde una perspectiva de fe; tal vez como mero atractivo turístico o, simplemente, como unos días de descanso y ocio. Todos respetables. Pero hay que valorar, agradecer y apoyar el esfuerzo de las cofradías para que Oviedo ocupe un espacio en el calendario de la Semana Santa. 
    Pero no voy a hablar de cofradías ni de la Semana Santa ovetense en su conjunto, sino de una pequeña historia, casi familiar, que tiene como protagonista el Domingo de Ramos en la milenaria parroquia de San Pedro de los Arcos y a un paso muy querido por muchos ovetenses: La Borriquilla, que es la que abre los actos de esta intensa semana. Pertenecía este paso a don Argimiro Llamas Rubio, quien ya lo tenía en la parroquia de la Corte de la que fue ecónomo de febrero de 1947 a noviembre de 1951. Tras ostentar la capellanía del colegio Covadonga de huérfanos, de noviembre de 1951 a febrero de 1955, fue nombrado regente de la parroquia de San Pedro de los Arcos, cargo que ejerció hasta agosto de 1971. Fallecido en 1983. El paso de La Borriquilla había permanecido en San Pedro por expreso deseo suyo. 
    A mediados del siglo XX tuvo ocasión de salir en procesión esta imagen por los alrededores de la iglesia, como atestiguan algunas fotos fechadas en 1958 y 1960, subida incluso en un camión que a modo de curiosas andas portaba la imagen. 
    No hay referencias de que hubiese visto el sol ningún otro Domingo de Ramos, hasta que en 1992 se decidió que podría ser oportuno volver a procesionar con La Borriquilla y no se encontraron mejores andas para la ocasión que un "dúmper" aún lleno de restos de cemento. Obviamente aquello no era lo más idóneo por lo que en 1993 se tomó la decisión de preparar unas andas más dignas y así, el Domingo de Ramos de ese año, La Borriquilla salió en sus nuevas andas de madera de castaño sobre una plataforma con ruedas. Todo cambió en 2010. Miembros de la parroquia de San Pedro animados y acompañados por la Cofradía del Santo Entierro y por la entonces banda de cornetas y tambores del Silencio de la Santa Cruz, deciden dar un paso más y sacar la imagen a hombros escribiendo, de esa forma, una página más en el extenso libro de la Semana Santa ovetense. 
    Hoy, la procesión de La Borriquilla se ha consolidado en la ciudad creciendo y mejorando de año en año. Una cofradía joven pero entusiasta, especialmente abierta a los niños. Dinámica y con un claro espíritu de superación. 
    Pero cada Domingo de Ramos, cuando veo la imagen salir del templo, no puedo evitar una sonrisa recordando cuando, de niños, algún día que otro, al salir del catecismo subíamos, bien a escondidas, a lomos de la burrina. Si don Argimiro nos hubiera pillado, muy probablemente, el recuerdo no sería como para sonreír.
    https://www.lne.es/noticias-suscriptor/suscriptor/oviedo-opinion/2019/04/14/borriquilla-san-pedro-arcos/2457420.html

    lunes, 8 de abril de 2019

    UN OVETENSE SINGULAR EN EL OLVIDO

    El Otero

    Un ovetense singular en el olvido

    El reconocimiento que merece el sacerdote y naturalista Andrés Naves

    08.04.2019
    Todas las personas son singulares. Sin duda. Pero hay algunos que por su trayectoria, por su vida, merecen un reconocimiento especial. A lo largo de la historia de Oviedo, qué duda cabe, son muchos los ovetenses que merecen perdurar en la memoria colectiva de la ciudad. Que han dejado huella por su trayectoria profesional, política, social, religiosa o, simplemente, por su bonhomía. Algunos subsisten en el callejero como merecido reconocimiento común. Tal vez son citados en multitud de conferencias, escritos o estudios sobre la ciudad. Y, cómo no, también algunos se han quedado difuminados en esas sombras oscuras y espesas del tiempo. Pues ese es el caso que hoy quiero compartir con ustedes. Si les preguntara por Andrés Naves Álvarez ¿sabrían responder algo? Yo, confieso, no le conocía hasta que hace un tiempo tuve conocimiento de su vida. Andrés Naves Álvarez nació el 22 de julio de 1839 en Cortina (Oviedo). A los 18 años ingresó en el colegio de los Filipinos de Valladolid regentado por los agustinos calzados y en el que profesó sus votos el 17 de noviembre de 1858. Cinco años después se trasladó a Filipinas donde concluyó sus estudios de teología en el convento de San Pablo de Manila. Ese mismo año fue ordenado sacerdote. Su primer destino fue en la parroquia de Nalupa, en el distrito de Iloíllo, en la isla filipina de Panay. Sus hermanos, Camilo y José, también agustinos, fallecieron en Filipinas en 1875. Su hermano José alcanzó un auténtico dominio de la lengua indígena llegando a publicar una gramática hispano-ilocana que fue considerada un trabajo excelente. 
    En 1900, Andrés regresa a España desembarcando en Barcelona desde donde viaja a Asturias. Pasó en Oviedo unos ocho meses. Posteriormente regresaría al menos otras dos veces, en verano, porque le agradaba la temperatura de la región. Durante estos periodos se alojaba en casa de unos familiares en la Piñera. Era frecuente verle caminr por el entorno recopilando plantas que archivaba en unos papeles amarillos. Su gran interés por la botánica se había despertado ya en Filipinas. Esa pasión por la flora filipina desembocó en la edición de la tercera edición de la obra Flora de Filipinas, del también agustino Fray Manuel Blanco. Esta tercera edición contaba con cuatro tomos en gran folio y con un total de más de mil quinientas páginas. Fue un gran coleccionista y, a lo largo de los años reunió importantes colecciones de plantas y minerales, perdidas durante la revolución bisaya, a finales del siglo XIX. Se da la circunstancia de que, en varias ocasiones, viajeros ingleses y franceses quisieron comprar, sin éxito, estas colecciones. 
    A principios del siglo XX, Naves publicó diversos artículos de botánica en la revista gijonesa Ixuxú. 
    Andrés Naves falleció en el convento de los agustinos de Valladolid el 25 de octubre de 1910. 
    En fin, una existencia fructífera a pesar de las limitaciones que el asma que padecía le originaba. Una vida desconocida para muchos ovetenses y que bien merecería un reconocimiento por parte de su convecinos actuales en el callejero ovetense o, al menos, con una placa en su pueblo natal que deje constancia de este religioso y botánico ovetense. Espero que estas líneas contribuyan a rescatar del inmerecido olvido, aunque sea por unos minutos, una vida, sin duda, singular.
    https://www.lne.es/noticias-suscriptor/suscriptor/oviedo-opinion/2019/04/08/ovetense-singular-olvido/2454044.html

    lunes, 1 de abril de 2019

    EL "HOSPICIO" DEL NARANCO

    El Otero

    El "hospicio" del Naranco

    Carlos Fernández Llaneza 01.04.2019

    Supe por LA NUEVA ESPAÑA que la residencia para mayores del Naranco reabrió sus puertas el pasado miércoles tras el desalojo de sus 152 residentes, en junio de 2013, debido al deterioro de las instalaciones. Supongo que muchos recordarán lo que era el espacio que ahora ocupa: el Colegio Provincial de Niños. Para los que vivíamos en el Vallobín y subíamos a jugar allí con cierta frecuencia, o como atajo para subir a las alturas de la Cuesta, era, sencillamente, "el hospicio", nombre heredado del antiguo hospicio, cuya construcción se inició en 1752 por orden del entonces regente de la Audiencia del Principado de Asturias, Isidoro Gil de Jaz, hoy hotel de la Reconquista. Eran otros tiempos y otras necesidades. Ahora, con una pirámide de población más compleja, se precisan más residencias para mayores y faltan niños. Pero la noticia me recordó aquel edificio cercano, rodeado de inmensas praderías y, una vez más, incentivó mi curiosidad por saber más sobre aquellas instalaciones. El Colegio Provincial de Niños, obra del arquitecto Manuel Bobes Ortiz, se inauguró el 1 de noviembre de 1961. El coste, de 316 millones de pesetas, corrió a cargo de la Diputación Provincial. Su gestión fue encomendada a los salesianos quienes, un año después, se harían cargo también de la Fundación Masaveu. Según informaba el periódico entonces "setenta y un niños viven ya en el establecimiento, otros setenta y tres, los restantes, llegarán uno de estos días". El vicepresidente de la Diputación, Carlos Sánchez Yepes, y el director de la antigua residencia, Fernando Valdés Hevia, se habían trasladado en la tarde del día anterior a una colonia de verano próxima a Candás para acompañar a los niños. Según la noticia, "a las cinco de la tarde la expedición arribaba al nuevo colegio en el Naranco. En la entrada les recibieron el presidente de la Diputación, don José López Muñiz; el diputado provincial don Antonio Morales Elvira; el director del centro, padre Monje, y los demás padres salesianos". Tal evento tenía que ser celebrado con regocijo, tal es así que "apenas los vehículos se acercaron al colegio, voltearon las campanas de la capilla en alegre saludo a los niños que estrenaban su nueva casa". Como no podía ser de otra manera, la primera visita fue a la capilla "donde rezaron la salve y recibieron la bendición de María Auxiliadora". Acto seguido, conocieron el resto de las instalaciones para continuar con una sesión de cine en el amplio salón de actos, en la que se repartieron castañas en recuerdo del milagro de su multiplicación, un 1 de noviembre, en una excursión con don Bosco. Desde entonces, en los centros regidos por los salesianos se reparten castañas en esa fecha "de las que se comen y no de las de pegar". Una de las novedades que sorprendió a los niños fue la posibilidad de tener cada noche una sesión de televisión. La cena, compartida con las autoridades, fue copresidida por uno de los niños, Ángel Llana, "un rapaz de Arriondas, moreno, despierto, vivo y que fue el primer colegial que hizo entrada en la casa". 
    En un interesante blog de antiguos alumnos del centro encontramos un ilustrativo testimonio: "Llegamos no sé si en el 61 o el 62 al Colegio del Naranco. Cuando llegamos ya estaba allí un grupo de los mayores; veníamos todos del antiguo hospicio provincial que hoy es el hotel Reconquista de Oviedo. Posiblemente fuera en el otoño del 61, después de venir de la residencia veraniega que la Diputación tenía en Antromero, cerca de Candás, donde nos llevaban todos los años uno o dos meses a la playa. El colegio era nuevo a estrenar, nunca habíamos visto semejante lujo (éramos pobres de solemnidad; por no tener casi no teníamos ni la vida). Allí nos dieron de todo, cosas que nunca habíamos visto en la vida, ropa nueva, jabón, peines, pasta de dientes, toallas, pijamas... ¡Uf! Todo un lujo para nosotros que veníamos de dormir de a dos en jergones de paja de maíz; y allí eran Flex y cada uno con su mesita de noche". 
    En el centro se impartían estudios de Formación Profesional en la rama de metal y contaba con un taller de ebanistería y carpintería. Antiguos alumnos aseguran que "era frecuente que desde el propio colegio se facilitase la inserción laboral de los alumnos". Uno de ellos narra su experiencia: "D. Ezequiel me llevó al despacho del alcalde y este me colocó en unos talleres que había en la Argañosa, allí cerca del colegio; eran unos talleres grandes de construcción de máquinas para cerámicas del ladrillo; se llamaban Industrias Fernández. Yo tenía 17 años y D. Ezequiel me dijo que podía estar un año o así trabajando y viviendo en el colegio y que ahorrara el dinero, pues luego tendría que enfrentarme solo al mundo". Los cambios sociales y demográficos condujeron al centro a una situación cada vez más compleja. El curso 86-87 fue el último gestionado por los salesianos. Quién sabe, tal vez, los ancianos que deambulan hoy por los pasillos de la flamante residencia escuchen los ecos de las voces de aquellos niños que encontraron en ese edificio su hogar. Es cuestión de escuchar...
    https://www.lne.es/noticias-suscriptor/suscriptor/oviedo-opinion/2019/04/01/hospicio-naranco/2450450.html