Una ciudad para ver y contar
Las sensaciones y vínculos que crea Oviedo en las personas
21.05.2014
Carlos Fernández Llaneza
Oviedo. ¡Cuántas veces habremos oído y pronunciado este nombre! ¿Pero cuántas veces nos hemos parado a pensar qué representa para nosotros? Si ahora preguntara qué es o qué significa Oviedo seguro que obtendríamos muchas respuestas: la ciudad donde nací o vivo; una realidad social, geográfica, urbanística emplazada en el centro de Asturias; capital del Principado... Todas esas respuestas pueden ser válidas; ahora bien, para muchos, Oviedo quizá trascienda a todas esas respuestas. Quizá su definición sea mucho más compleja porque se entrelaza con los sentimientos, y ahí entramos en un terreno intangible. ¿Podríamos decir, por tanto, que Oviedo es, además de lo anterior, un sentimiento? Estoy absolutamente convencido de que sí. Me gusta sentir y recorrer la ciudad, porque cuanto más la siento y más la camino, más la descubro; esa especie de vínculo invisible que me une a ella se refuerza y ese sentimiento intangible del que hablaba antes se consolida, aunque también constato que cada vez es mucho más lo que queda por saber y conocer. Oviedo es inabarcable.
"Todo lo que sabemos lo sabemos entre todos", dijo un campesino andaluz a Juan de Mairena, seudónimo creado por Antonio Machado; acertada frase que comparto y que Juan Uría Riu, quien fuera cronista de Asturias y de Oviedo, solía citar con frecuencia. Y así es. La vasta historia de la ciudad, entre la que algunos hurgamos movidos por amor a ella y por esa fuerza motriz imparable que es la curiosidad, necesita de publicaciones, de libros -y no será porque la nómina de escritores, pintores, cronistas o historiadores sea corta-, o de ciclos de conferencias como las que Carmen Ruiz-Tilve recuperó felizmente en 2003 bajo el auspicio de la SOF, o como las que el Centro Asturiano de Oviedo inició el pasado año con el profesor Ángel de la Fuente y que mañana, honrado, concluiré, en esta su segunda edición, con un recorrido por imágenes de un Oviedo que quedó congelado en el tiempo, plasmado en una imagen que se abre a un tiempo pretérito que nos permite asomarnos a ese Oviedo que, aún no existiendo, ha dejado el poso de una identidad que no muta con el paso de los siglos. Lo que da a Oviedo su carácter no son sólo sus calles, sus edificios... quiero creer que late algo mucho más profundo, bien grabado en cada uno de nosotros, los carbayones que nos sentimos tales por el don del nacimiento o porque decidimos hacer nuestra esta ciudad.
Oviedo necesita de todos los que tengan algo que contar sobre ella, porque sólo así, tesela a tesela, iremos componiendo ese gran mosaico que es la historia, la grande y la pequeña, la del día a día, de nuestra ciudad.
Por cierto, la semana pasada, repasando la historia de El Águila Negra, un ejemplo de esto que comento, no cité un recomendable blog del que me ayudé para completar parte de los datos: elaguilanegra.blogspot.com; lo dicho, todo lo que sabemos, lo sabemos entre todos.
Y, seguro, queda aún mucho Oviedo por contar...