Mirando escaparates
Reflexiones durante un paseo por el centro de la ciudad en plena Semana Santa
01.04.2015
Carlos Fernández Llaneza
La ciudad siempre muestra algo nuevo al que la pasea con calma y ojos curiosos. En este final de marzo, con fechas marcadas en rojo en el calendario, me place quedarme aquí y vivir, sin prisa, unos días de serena tranquilidad. Días en los que las calles se queman con gotas de cera como lágrimas emocionadas. Días en los que los ecos de las cornetas y los tambores suenan como llantos esperanzados en medio del silencio y los nazarenos, con sus corazones teñidos de morado y negro y henchidos de emoción contenida a lo largo de todo un año, sienten los nervios aflorar. Con curiosidad, me asomo a esas calles. En mi andar observo un goloso escaparate. Y atrapa mi mirada. Una confitería en la que los huevos de Pascua aguardan a los generosos padrinos. Otro contiguo ofrece, tentador, suculentos bocados cofrades que se muestran exquisitos; dentro de un rato... Un poco más allá luce un hermoso cartel en el que se nos invita a disfrutar de una cercana Semana Santa declarada de interés turístico nacional. Arte e historia. Mezcla idónea, sin duda. Me propongo una visita para algún año de estos. Otro de los escaparates que se cruzan en mi camino me informa de que ya es primavera; mira que atentos, por si no me había dado cuenta aún, supongo. Agradezco la valiosa información y prosigo mi caminar.
Mi atención se centra ahora en uno inundado de anuncios de ofertas de viajes. Bien está aprovechar estos días para una escapada. Sin duda. Me imaginaba ya, totalmente abstraído, a la plácida sombra de una palmera cuando me sorprendió un reflejo en el cristal: la figura procesional de un Cristo. En silencio. Y esa imagen me dejó pensativo. Si como decía Cicerón, pensar es como vivir dos veces, intento vivir ese instante como a cámara lenta. Sin girarme. Las finas y blancas arenas se desvanecen y me quedo atrapado en ese reflejo. ¿Qué representa la imagen de ese Jesús vencido, humillado, aparentemente derrotado? ¿Qué sentido tiene esa procesión? ¿Por qué y para qué? ¿Es esta semana una semana más? ¿Qué sentirán los que acompañan a los pasos? ¿Qué aportará a los que, como yo, somos meros espectadores? Cada uno habrá de buscar su propia respuesta, supongo todas pueden ser válidas. Me giro. Y el silencio no puede evitar que sienta el clamor de otros flagelados de hoy que ni podemos ni debemos olvidar, conciudadanos que viven y sufren su particular calvario: parados a los que se les roba el futuro. Desahuciados, exiliados de su propio hogar. Mujeres maltratadas, violencia que no cesa, barbarie inexplicable e incalificable. Niños a los que se les roba la infancia. Enfermos abandonados a su destino. Asesinados a manos de criminales que prostituyen a Dios y en su nombre siembran el terror, la mayor de las blasfemias. Clamor de las víctimas de la corrupción. De la indiferencia. Del odio. De la avaricia. De la soledad. Damnificados por la especulación de los que juegan en mercados remotos con la vida y la dignidad de miles. De la injusticia en todas sus formas. Realidades cercanas e incómodas.
En la sombra de su manto se proyecta una llamada a la acción. A la coherencia. A la solidaridad. A la fraternidad. A no olvidar.
Esas imágenes que procesionan por nuestras calles han de ser llamada y respuesta. Testimonio de un mensaje, vivo y vigente, de esperanza. O no serán nada.
Se desvanece el reflejo y me quedo en mis propios silencios llenos ahora de miles de voces estampadas contra unas palmeras que nunca sentí tan lejanas.
http://suscriptor.lne.es/suscriptor/oviedo-opinion/2015/04/01/mirando-escaparates/1735541.html
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