Sombras anónimas
El cruel destino de los que viven en la calle
25.02.2015
Carlos Fernández Llaneza
Fue el pasado sábado. El día de nuestro singular carnaval cuaresmal. Caminaba por las calles espejadas con rumbo a ningún sitio; mero placer de callejear en este invierno redivivo que tal parece quisiera sentar sus reales con decisión antes de despedirse.
En una esquina cualquiera, de una calle cualquiera, ¡qué más da!, la vi. Acurrucada. Aovillada en su aparente derrota. Inmóvil dentro de sus silencios. Quién sabe si pidiendo una limosna, mendigando un futuro o, simplemente, sobreviviendo. De esa edad intermedia, indefinida y, seguro, exagerada por el frío y la soledad. Invisible. Inexistente a las decenas de personas que ante ella pasaban con mil disfraces para vivir durante unas horas en un pellejo que no es el suyo una realidad fingida. Imaginé que ojalá para ella su existencia fuera también de plástico y cartón. No. No lo es. Durante un segundo nuestras miradas se cruzaron. Y ese segundo se hizo eternidad. Y esa mirada abrió un abismo de incómodas preguntas. Me hubiera gustado sentarme a su lado. Acercarme a su cotidianidad. Conocer, siquiera, su nombre. Saber qué había pasado en su ayer para que su hoy fuera una fría e incómoda acera de Oviedo. Un presente, supongo, nunca previsto ni imaginado. No me atreví. Seguí mi camino con el eco de esa gélida y angustiosa mirada que me había taladrado y que anidaba en mi conciencia.
Seguí mi camino hasta el coche en el que me esperaba el calor y la comodidad para volver a casa. La música que me acompañaba en mi regreso, azar del destino, era un CD de Rafael Amor. Su peculiar voz, entre grave y melosa, con ese característico y amable acento porteño, cantaba: "Tiene un dolor de barca abandonada, en las arenas de una playa quieta y una niñez que baja a refugiarse en su madera seca. Violeta tiene un nombre de poema garabateado en una servilleta por esos parias en alcohol perdidos, tan solitarios, tristes y poetas". Y sí. Mi recuerdo se fue de inmediato hacia aquella acera. Podría llamarse Violeta. Seguramente no. Pero su vida es, desgraciadamente, la de multitud de seres humanos a los que el destino, a veces cruel, en ocasiones injusto, y la indiferencia de muchos -espectadores pasivos- empuja hacia unas cunetas invisibles por las que la dignidad y la justicia corren, inadvertidas, como el agua de esta tenaz lluvia de febrero fluye hacia las alcantarillas. Sombras anónimas en calles insensibles. Siluetas silentes. Deportados del primer mundo hacia los huecos de la impasibilidad social.
Violeta, vamos a suponer que se llamara así, que más da, nunca leerá estas líneas. Y si las leyera, seguramente le importarían poco. De nada le servirían. Nada le aportarían.
"...por una calle de un país cualquiera mi corazón, me dijo, es como el tuyo, late soñando con otras riveras, y yo que vivo yéndome de todo, al fin me fui sin volver la cabeza..."
Y con la música de Rafael Amor me fui, también, sin volver la cabeza...
http://suscriptor.lne.es/suscriptor/oviedo-opinion/2015/02/25/sombras-anonimas/1718387.html
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