¡Marchando una de bares!
El paso de la vida a través de las costumbres hosteleras ovetenses
Carlos Fernández Llaneza 01.06.2020
Parece que, poco a poco, vamos volviendo a la normalidad. O a lo más parecido a aquella bendita rutina que tanto añoramos. Y uno de los hechos que constata ese regreso es la reapertura de los bares; sin duda, uno de los sectores más afectados en esta pandemia. Los bares forman parte esencial del paisaje urbano. De la cotidianidad. De la historia de la ciudad. Y, claro, de nuestra propia historia.
Voy a proponerles un juego: piensen en media docena de bares que, por una u otra razón, estén vinculados a su existencia. Seguro que es fácil. Porque entre los resquicios de nuestra memoria hay un montón de nombres que afloran a nada que les dejemos. Podría compartir muchos. De los vinculados a la infancia la nómina sería extensa porque en el Vallobín de mi niñez los bares florecían como setas: La Herradura, donde Luciano, con infinita paciencia, nos daba vasos de agua para mitigar la sed a no ser que alguna peseta sisada de alguna vuelta en la compra nos permitiera un vaso de sifón o, en un alarde de sibaritismo, un vaso de La Casera de Naranja. Pero hay muchos más: Los Charros, Narcea, Molokay, Jambalaya, Benigno, el Villanueva, La Cueva, el Llanera, las Dos Vías, La Gloria, el Ruedo, el Trubia?
Muchos bares a los que acompañaba a mi padre los domingos en una tournée con parada obligada en cada estación. La juventud nos trajo el Marvi, donde matábamos las horas discutiendo sobre lo humano y lo divino sin llegar, las más de las veces, a conclusión alguna o diseñando proyectos pastorales cargados de ilusión. Más allá de nuestras seguras fronteras, cruzando las vías, estaba Casa Julio, donde cayeron las primeras sidras pagadas a escote pericote. Allí también confluían jóvenes de la Argañosa y del Vallobín que con nobleza, esperanza y no poco riesgo, pretendían cambiar un país que no les gustaba. Alguna vez subíamos al Cristo, al Benidorm, donde contaban que era el primer sitio de Oviedo en el que se vio la televisión. Si la propina del fin de semana alcanzaba, también nos dábamos el lujo de un buen pincho de tortilla y una cerveza en El Abuelo. Los pinchos de tortilla del Artabe tampoco estaban nada mal.
Con la sensación de hacernos mayores, ya nos permitíamos incursiones a tomar un vinín del pelleyu en La Perla. O en el Manolo en la calle Altamirano, regentado por Angelón, experto en caza, setas y peleas de gallos. Mistelas en Las Mestas, en la calle Mon, a la vez que echábamos una partida al dominó, aunque, como decía alguno de los que nos contemplaban con estupefacción: "Guajes, nun sabéis ni tener por les fiches". Cazalla en la Barrina, inmersos en una extraña y olorosa neblina; en fin? rebusquen ustedes en sus propios recuerdos. Porque aparte de para libar bebidas espirituosas, los bares dan para mucho más.
En apartadas y discretas esquinas, se debatía de política con clandestina e ilusionante pasión. En un bar nació la Sociedad de Festejos de Vallobín a finales de los 50. Y en un bar se gestó y reunía la Asociación de Vecinos del barrio. Cuántos proyectos de viajes soñados se diseñaron en servilletas de papel. Y en un bar, entre la bruma del humo y de los vapores etílicos, surgieron sentidas declaraciones de amor. En los bares nos reíamos con los chistes peores. Compartíamos íntimas confidencias. Rajábamos del prójimo. Cantábamos (siempre y cuando no estuviera el inquisidor cartel de "se prohíbe cantar y blasfemar").
En bares repasábamos apuntes a ver si alguna gracia divina nos inspiraba al fin de evitar el cantado suspenso. Y en algún bar, también, tú, que siempre percibiste como una imagen completamente lastimosa la de esos tipos solitarios que consumen las anodinas horas de una noche sin rumbo sujetados por la barra, te viste como una sombra que quema el tiempo tomando una copa que no te apetece, sentado ante un cuenco de cacahuetes revenidos y manoseados por sabrá Dios qué manos, y con la sola compañía de un cascado camarero que te mira de reojo porque lo único que desea en ese momento es que te largues para poder irse él. Efectivamente, los bares son mucho más que un simple local donde tomar algo. Así que, aunque ahora los frecuente mucho menos, me alegro de su regreso y, sinceramente, les deseo que puedan seguir formando parte de los días de la ciudad. Y llenando las horas de nuestras propias vidas.
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