San Mateo: no solo hay uno
Vivencias de un ovetense en torno a las fiestas de su ciudad
Carlos Fernández Llaneza 23.09.2019
De alguna manera todos formamos parte de San Mateo. Y, también, San Mateo forma parte de nosotros. Todos conservamos, supongo, un San Mateo en blanco y negro. Más o menos difuminado por la erosión de los días que orilla vivencias y conserva instantes. Como fotogramas inertes y vívidos a la vez. En algún sitio de ese cajón de sastre que es la memoria hay un primer San Mateo. De libertad. Casi de aventura. Por primera vez sin una mano a la que asirse. Paseos por el Campo. Cinco duros ganados por colocar los manteles en las mesas de la Herradura. Y gastados, de inmediato, en pipas con sal y caramelos de limón en la Chucha. Ansias adolescentes. Miradas furtivas. Pinchos de tortilla y primeras cervezas en el mesón del Abuelo. El reloj inquisidor marcando el momento del apresurado regreso a casa. América en Asturias con millares de serpentinas. Un gentío multicolor. Una puerta a otro mundo, entonces remoto. Abanderados italianos, majorettes francesas, grupos folclóricos asturianos e iberoamericanos desplegando todo su exótico color y calor. Carrozas que desbordaban mi inocente y fantasiosa imaginación. Un San Mateo lejano. Y a la vez, aún lo siento aquí y ahora.
Luego hubo otro San Mateo. Más movido como movida era la década. Primeras salidas nocturnas. Días de excesos; eso sí, veniales, que uno tiene a bien ejercer la serenidad, el sosiego y la moderación como normas fundamentales de su particular estado de derecho. Una noveda: los chiringuitos. La fiesta en la calle. La calle como protagonista, por primera vez, de la propia fiesta. Espacio de ocio, de encuentro multitudinario, de horas bulliciosas. Hermanamiento en la multitud. Un bordillo y un vaso de plástico. Y horas muertas. Fuegos con música en Llamaquique. El ansiado concierto de Miguel Ríos que acabó como el rosario de la aurora por una inoportuna tormenta que puso en evidencia las deficientes condiciones de seguridad en el escenario.Y música en bares en los que el humo casi impedía ver quién estaba allí. Música que no era mi música pero que, mira tú, acabó marcando una época. Aquellos temas que escuchaba a regañadientes hoy componen una banda sonora cargada de añoranza y nostalgia; quién me lo iba a decir.
De repente, otro San Mateo. Ya no era yo el que iba de la mano. Era yo el que llevaba a otros de la mano. Recorriendo los escenarios de la fiesta. Atracciones infantiles en el Campo. De nuevo América en Asturias en primera fila; vigilante y atento, eso sí. Paseos y más paseos hasta que el reloj, de nuevo, marcaba la hora del regreso. No faltaba una "paxarina", miradas curiosas a la hidria de Caná; Catedral de Oviedo: simbiosis entre tradición, historia, leyenda y fe. Y, tan rápido como vino, se fue.
Y otro San Mateo se va. Algo queda en él de todos los demás. Pero también siento más el peso y el poso de la historia. De un sutil legado. Un invisible y tenue vínculo me une a aquellos miles de peregrinos que venían a Oviedo a ganar la perdonanza. Movidos por la imparable fuerza de una fe inexplicable y difícil de razonar. El jubileo de la Santa Cruz les esperaba. Y una vez obtenido, a celebrarlo. Sí, siento un poco de esa tradición. Y me alegra ser, mínimamente, continuador. Un pequeño eslabón insignificante en una usanza secular.
El reloj ya no importa. Las multitudes tampoco. Se impone la tranquilidad. La música mejor es la que acompaña, a veces, serenos silencios.
Ignoro totalmente cómo será el San Mateo del futuro. Pero sea como sea, formará parte de una larga historia, de esas miles de páginas que, como ovetenses, hemos ido escribiendo a lo largo de muchas vidas.
¿Cómo fueron sus san mateos? ¿Con cuál se queda?
https://www.lne.es/noticias-suscriptor/suscriptor/oviedo-opinion/2019/09/23/san-mateo-hay/2533460.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario