Cuando ruge la motosierra
Después de un paseo por el Campo y ante las talas recientes de varios ejemplares dañados
Carlos Fernández Llaneza 16.09.2019
Cada vez que voy por el centro de Oviedo lo hago andando; es lo mejor. Y siempre que puedo atravieso el Campo. Remanso de calma. Epicentro primario de generaciones de ovetenses. Vestigio de nuestros propios comienzos como ciudad y mil cosas más. Así lo hice el pasado jueves cinco de octubre. Pero la calma habitual fue rota ese día por el estrépito de unas motosierras. Enormes troncos yacían en el suelo troceados. Vencidos. Busqué la explicación: dos pláganos, bien añosos. Dos enormes chopos, uno de más de veinte metros de altura y un espino blanco, con más de ocho décadas enraizado en el Campo y casi la veintena de metros de altura, habían sucumbido al ataque de hongos, lo que hacía que, por su altura y debilidad, fueran un peligro potencial. En fin, una pena. No dudo en absoluto del buen criterio del servicio de parques y jardines: nada que objetar por tanto; sólo lamentar que árboles tan magníficos se vean derrotados en su lucha contra las infecciones. Pero sí me dolió ver como uno de los pláganos que formaba parte de la creación de 2006 "Naturalezas", del escultor asturiano Benjamín Menéndez Navarro, fue talado por completo no teniendo nadie la sensibilidad de dejar, al menos, la parte inferior del tronco. Un tronco retorcido, tal vez doliente, descansando en ese semi arco que lo sostenía. La piedra, transformada por la mano del artista, en apoyo y sustento para un árbol al que se le escapaba la vida. Nada se podía hacer para salvar el árbol pero, ¿era necesario talarlo entero y arrasar la pieza? ¿No es un atentado contra una obra de arte, guste esta más o menos? ¿Alguien contactó con el artista antes de alterar su obra? Me temo que no. Navarro es un artista que se encuentra entre los más destacados de la región. En su haber cuenta con decenas de exposiciones y su prestigio como pintor, ceramista y escultor es notable.
Es evidente que a la pérdida natural unimos también la pérdida artística.
Y otra evidencia: la masa arbórea del Campo cada vez es menor. Sea por una razón u otra, hemos ido perdiendo numerosos árboles en las últimas décadas. ¿Recuerdan estar en el centro del Campo y no ver ningún edificio y apenas oír el ruido del tráfico? Pues eso, hoy, es imposible. No podemos hacer nada para evitar la pérdida de árboles; también tienen su propio ciclo vital, pero sí se debería de hacer un esfuerzo por ir sustituyendo esos arboles caídos de forma que el Campo no pierda ese espíritu nemoroso que tuvo en su origen. Para que siga siendo aquella fronda franciscana que arraigó con fuerza en la génesis de nuestra propia historia común. Para que continue siendo "el corazón vegetal de Vetusta" como lo definiera Juan Antonio Cabezas.
Cuidar el Campo es cuidar, en buena medida, de nuestra propia identidad carbayona.
Obras son amores.
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