Se nos quema el alma
Ante la oleada de incendios en el Naranco y en el resto de Asturias
Carlos Fernández Llaneza 01.05.2017
Una zona del Naranco arrasada por las llamas. LNE
"Si el cielo te mira con sus ojos grises / y el prado te enfoca con su espejo verde, /alma, es obligado que ello te recuerde/ un país querido entre mil países".
Son versos de Celso Amieva. Desconozco si los escribió en los muchos años que sufrió de exilio por tierras de Francia, México o la Unión Soviética, donde falleció en 1988. Tal vez pensando en la Asturias de su juventud. Quizá en esos idílicos horizontes llaniscos que amó y jamás olvidó.
¡El paisaje asturiano! ¡Qué dentro lo llevamos! Nos cala. Nos invade. Y, sin darnos cuenta, forma parte, ya para siempre, de nuestro propio ser. Cada semana franqueo el Pajares y regreso por el Huerna. Y, confieso, no hay día que no me embelese el fulgor, siempre cambiante, de nuestra cordillera.
Asturias "Paraíso Natural". O de eso presumimos. Con ese lema intentamos atraer un turismo exigente y selectivo que valore lo mucho y bueno que podemos ofrecer. Pero, la realidad... la realidad, duele. Porque está en riesgo que deje de ser ese paraíso.
Según informaba este diario el pasado 6 de marzo, Oviedo es la ciudad más contaminada del norte de España según constata un estudio del Instituto Carlos III de salud. Cierto es que el estudio no analizaba otros puntos negros de la región como Avilés. Fauna y flora invasora campa a sus anchas sin que nadie parezca capaz de poner freno.
Y volvió a arder Asturias. Al igual que en aquel fatídico mes de diciembre de 2015.
La pasada Semana Santa, por tres ocasiones, ardió el Naranco. Una de ellas requirió el empleo del helicóptero de Bomberos de Asturias. Tuvo que aplicarse a fondo para evitar males mayores. Y no voy a seguir hablando de talas en nuestro monte totémico o de la expansión de las canteras para no deprimirme. A mi juicio, urge alguna figura jurídica o urbanística de protección que blinde el monte contra desmanes futuros.
Pero, ¿por qué arde Asturias? La propia Guardia Civil vinculaba el incremento de incendios con el fin del acotamiento al pastoreo en terrenos quemados. "Con la modificación de la norma ahora se pueden explotar los pastos una vez quemados, cosa que antes no se podía", manifestaba el coronel Javier Almiñana. Por su parte, la patronal del sector forestal, incide en la prevención y en el cuidado de los montes que están "llenos de matorral y biomasa forestal". Bien. Es cierto que se habla de la importancia de limpiar el monte, de cuidarlo más; seguro que sería positivo. Pero estos recientes 254 fuegos no surgieron por combustión espontánea. Arde porque hay desalmados. Canallas. Individuos ruines e insensibles que no merecerían ni el aire que respiran. Capaces, a saber por qué, de incendiar un monte. De quemar, estúpidamente, su propio futuro. Sabedores de que, en la mayoría de los casos, quedarán impunes.
El debate sobre causas y medidas para prevenir nuevos incendios está vivo. Pero mientras discuten se nos sigue quemando el monte. Y buena parte de la sociedad sesteando. Indiferente. Y los responsables políticos esperando a que la lluvia solucione el problema. Y así nos va.
Cuando un monte se quema, algo suyo se quema. Eso decía un anuncio televisivo de mi infancia. Y es cierto. Claro que es cierto.
Se nos quema el alma.
Son versos de Celso Amieva. Desconozco si los escribió en los muchos años que sufrió de exilio por tierras de Francia, México o la Unión Soviética, donde falleció en 1988. Tal vez pensando en la Asturias de su juventud. Quizá en esos idílicos horizontes llaniscos que amó y jamás olvidó.
¡El paisaje asturiano! ¡Qué dentro lo llevamos! Nos cala. Nos invade. Y, sin darnos cuenta, forma parte, ya para siempre, de nuestro propio ser. Cada semana franqueo el Pajares y regreso por el Huerna. Y, confieso, no hay día que no me embelese el fulgor, siempre cambiante, de nuestra cordillera.
Asturias "Paraíso Natural". O de eso presumimos. Con ese lema intentamos atraer un turismo exigente y selectivo que valore lo mucho y bueno que podemos ofrecer. Pero, la realidad... la realidad, duele. Porque está en riesgo que deje de ser ese paraíso.
Según informaba este diario el pasado 6 de marzo, Oviedo es la ciudad más contaminada del norte de España según constata un estudio del Instituto Carlos III de salud. Cierto es que el estudio no analizaba otros puntos negros de la región como Avilés. Fauna y flora invasora campa a sus anchas sin que nadie parezca capaz de poner freno.
Y volvió a arder Asturias. Al igual que en aquel fatídico mes de diciembre de 2015.
La pasada Semana Santa, por tres ocasiones, ardió el Naranco. Una de ellas requirió el empleo del helicóptero de Bomberos de Asturias. Tuvo que aplicarse a fondo para evitar males mayores. Y no voy a seguir hablando de talas en nuestro monte totémico o de la expansión de las canteras para no deprimirme. A mi juicio, urge alguna figura jurídica o urbanística de protección que blinde el monte contra desmanes futuros.
Pero, ¿por qué arde Asturias? La propia Guardia Civil vinculaba el incremento de incendios con el fin del acotamiento al pastoreo en terrenos quemados. "Con la modificación de la norma ahora se pueden explotar los pastos una vez quemados, cosa que antes no se podía", manifestaba el coronel Javier Almiñana. Por su parte, la patronal del sector forestal, incide en la prevención y en el cuidado de los montes que están "llenos de matorral y biomasa forestal". Bien. Es cierto que se habla de la importancia de limpiar el monte, de cuidarlo más; seguro que sería positivo. Pero estos recientes 254 fuegos no surgieron por combustión espontánea. Arde porque hay desalmados. Canallas. Individuos ruines e insensibles que no merecerían ni el aire que respiran. Capaces, a saber por qué, de incendiar un monte. De quemar, estúpidamente, su propio futuro. Sabedores de que, en la mayoría de los casos, quedarán impunes.
El debate sobre causas y medidas para prevenir nuevos incendios está vivo. Pero mientras discuten se nos sigue quemando el monte. Y buena parte de la sociedad sesteando. Indiferente. Y los responsables políticos esperando a que la lluvia solucione el problema. Y así nos va.
Cuando un monte se quema, algo suyo se quema. Eso decía un anuncio televisivo de mi infancia. Y es cierto. Claro que es cierto.
Se nos quema el alma.
http://suscriptor.lne.es/suscriptor/oviedo-opinion/2017/05/01/quema-alma/2097268.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario