Ferretería y quincalla
Las curiosidades de un estilo de comercio tradicional ya en desuso
Carlos Fernández Llaneza 24.04.2017
Ferretería y quincalla
"Una generación echa el cierre". Ese era el titular de un reportaje que nos ofrecía el 25 de marzo LA NUEVA ESPAÑA y en el que nos daba cuenta del cese de varios negocios de la ciudad. El comercio tradicional no pasa por buen momento.
Todos tenemos almacenados en la memoria un buen número de establecimientos que, por unos u otros motivos, han bajado la persiana y que, en cierto modo, son parte de nuestra propia existencia. Tanto Carmen Ruiz Tilve, en sus deliciosos "Pliegos de Cordel", como Carlos del Cano, en su magnífica obra "Historia del Comercio de Oviedo", ponen nombre y apellidos a muchos de ellos que bien está que, al menos, quede archivada su memoria porque, sin duda, el comercio contribuyó en buena medida a configurar el presente de Oviedo.
Por eso me gusta revolver en periódicos antiguos y recrearme en muchos de los anuncios que ilustraban sus páginas. Por ejemplo: en almanaque de El Carbayón de 1883, un curioso anuncio: "Ferretería y Quincalla al por mayor y menor de la viuda de Francisco Lacazette e hijo". Se ubicaba en la calle Rúa, 3. El espacio del anuncio era, sin duda, bien aprovechado y en el mismo se ofertaba: "Acero de todas clases. Tornos, yunques y fuelles para fragua. Candiles para minas. Palas de hierro y acero. Telas metálicas. Bombas para pozo. Inodoros, alambres. Muelles de hierro y acero para muebles. Puntas de París y tornillos. Baterías de cocina. Cafeteras de toda clase. Cuchillería. Cubiertos de metal blanco del tan acreditado Christofle. Chimeneas y braseros. Lámparas y quinqués. Máquinas de coser. Agujas y otros utensilios para las mismas. Hules para mesas y pisos. Impermeables. Cepillos, plumeros y escobas. Transparentes de madera y tela. Correas para transmisión. Instrumentos de matemáticas y óptica. Molduras. Escopetas, cartuchos, tacos, perdigones y balas. Papeles para dibujo. Prensas para copiar. Libros de comercio y artículos de escritorio. Cajas para fondos. Básculas y balanzas para mostrador. Pesas y medidas del nuevo sistema. Pilas para agua bendita. Rosarios de Lourdes y otros artículos a precios sumamente arreglados".
Bien. No cabe duda de que la viuda de Lacazette y su hijo pretendían alcanzar, como dirían hoy los expertos en marketing, un amplio "target" de clientes.
E imagino lo que sería llegar al establecimiento y poder departir, a la espera del turno, con un fornido herrero, un impávido sin miedo a la muerte porque minero nació, un profesional de la paleta, un criador de pites, un sastre o modista de las de "se hacen todo tipo de arreglos y se cogen puntos a las medias", un plomero desatascador, un cocinero marmitón, un tiznado hollinados o un pulcro barrendero. O con el mecánico -ora manitas, ora chapuzas-, o el profe de matemáticas, el óptico del lugar, el pintor bohemio de la buhardilla de la casa de enfrente. Tal vez con un cazador de caza mayor, menor o lo que se tercie; con el contable con sus impolutos manguitos, o con los tenderos del barrio acudiendo a por fidedignos útiles de pesaje; o la vecina del principal izquierda, siempre sin prisa. Quizá con el cura párroco o, en su defecto, el pío y hacendoso sacristán; todos ellos, eso sí en perfecta armonía.
Ríase usted de las grandes superficies de bricolaje, a ver quién compite hoy con esto, dónde va a parar...
Y es que, ni el comercio es lo que era.
Todos tenemos almacenados en la memoria un buen número de establecimientos que, por unos u otros motivos, han bajado la persiana y que, en cierto modo, son parte de nuestra propia existencia. Tanto Carmen Ruiz Tilve, en sus deliciosos "Pliegos de Cordel", como Carlos del Cano, en su magnífica obra "Historia del Comercio de Oviedo", ponen nombre y apellidos a muchos de ellos que bien está que, al menos, quede archivada su memoria porque, sin duda, el comercio contribuyó en buena medida a configurar el presente de Oviedo.
Por eso me gusta revolver en periódicos antiguos y recrearme en muchos de los anuncios que ilustraban sus páginas. Por ejemplo: en almanaque de El Carbayón de 1883, un curioso anuncio: "Ferretería y Quincalla al por mayor y menor de la viuda de Francisco Lacazette e hijo". Se ubicaba en la calle Rúa, 3. El espacio del anuncio era, sin duda, bien aprovechado y en el mismo se ofertaba: "Acero de todas clases. Tornos, yunques y fuelles para fragua. Candiles para minas. Palas de hierro y acero. Telas metálicas. Bombas para pozo. Inodoros, alambres. Muelles de hierro y acero para muebles. Puntas de París y tornillos. Baterías de cocina. Cafeteras de toda clase. Cuchillería. Cubiertos de metal blanco del tan acreditado Christofle. Chimeneas y braseros. Lámparas y quinqués. Máquinas de coser. Agujas y otros utensilios para las mismas. Hules para mesas y pisos. Impermeables. Cepillos, plumeros y escobas. Transparentes de madera y tela. Correas para transmisión. Instrumentos de matemáticas y óptica. Molduras. Escopetas, cartuchos, tacos, perdigones y balas. Papeles para dibujo. Prensas para copiar. Libros de comercio y artículos de escritorio. Cajas para fondos. Básculas y balanzas para mostrador. Pesas y medidas del nuevo sistema. Pilas para agua bendita. Rosarios de Lourdes y otros artículos a precios sumamente arreglados".
Bien. No cabe duda de que la viuda de Lacazette y su hijo pretendían alcanzar, como dirían hoy los expertos en marketing, un amplio "target" de clientes.
E imagino lo que sería llegar al establecimiento y poder departir, a la espera del turno, con un fornido herrero, un impávido sin miedo a la muerte porque minero nació, un profesional de la paleta, un criador de pites, un sastre o modista de las de "se hacen todo tipo de arreglos y se cogen puntos a las medias", un plomero desatascador, un cocinero marmitón, un tiznado hollinados o un pulcro barrendero. O con el mecánico -ora manitas, ora chapuzas-, o el profe de matemáticas, el óptico del lugar, el pintor bohemio de la buhardilla de la casa de enfrente. Tal vez con un cazador de caza mayor, menor o lo que se tercie; con el contable con sus impolutos manguitos, o con los tenderos del barrio acudiendo a por fidedignos útiles de pesaje; o la vecina del principal izquierda, siempre sin prisa. Quizá con el cura párroco o, en su defecto, el pío y hacendoso sacristán; todos ellos, eso sí en perfecta armonía.
Ríase usted de las grandes superficies de bricolaje, a ver quién compite hoy con esto, dónde va a parar...
Y es que, ni el comercio es lo que era.
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