El legado perpetuo de Tolivar Faes
En el centenario del nacimiento del polifacético médico
Carlos Fernández Llaneza 22.05.2017
José Ramón Tolivar Faes. LNE
Hay personas que, aunque nos dejen, nunca se van. Y no se van porque se perpetúan no sólo en la memoria colectiva, sino en su legado. En una fértil herencia fruto de una vida de trabajo y dedicación al estudio y la investigación. Frutos del que muchos nos beneficiamos y alegramos por igual. Es el caso de José Ramón Tolivar Faes. El próximo viernes 26 se cumplirán cien años desde su nacimiento. En mi casa siempre fue don José. Con ese "don" inexcusable proveniente de un sincero afecto y respeto al que era nuestro médico de cabecera. Un siglo desde que viera la luz en Cabañaquinta. Aunque allerano de nacimiento fue, sin duda, ovetense pleno por méritos propios y por clamor de una ciudad que le acogió cuando apenas tenía dos años y que le haría suyo ya para siempre.
Si el cariño en mi casa era común, en mi caso es aún mayor. Fue una de la primeras puertas a las que llamé, mediados los 90, cuando empezaba a creer que el sueño de dar forma de libro a la dilatada historia de San Pedro de los Arcos podía cumplirse. Y encontré consejo y, sobre todo, la confianza de la que no andaba sobrado. Mucho debo a aquellas palabras de ánimo. Al igual que a las de Carmen Ruiz-Tilve que también acogió a aquel chaval que no sabía muy bien qué hacer con todo aquel montón de papeles que, anárquicamente, crecían en el oscuro vientre de una vieja carpeta de plástico.
Aunque su profesión fue la medicina, carrera que cursó en Valladolid, no fue menor su faceta de investigador e historiador de Asturias y de Oviedo.
Enumerar su extenso currículum ocuparía mucho espacio; advertía al inicio, su vida había sido muy fecunda. Ya en 1966, publica una de sus grandes obras: Hospitales de leprosos en Asturias durante la Edad Media y Moderna .
Cultivó también el dibujo y la pintura y fue reconocido por la Escuela Ovetense de Artes y Oficios. En 1961 ingresó como Miembro Correspondiente del Instituto de Estudios Asturianos y, siendo ya Real Instituto de Estudios Asturianos, como numerario en 1975.
Asiduo colaborador de numerosas publicaciones de Asturias: el Boletín del Instituto de Estudios Asturianos, Gran Enciclopedia Asturiana, La Balesquida, entre otras. En 1961 publica un estudio sobre la Silla del Rey, trasladada al Campo de San Francisco en 1968 y retornada a su emplazamiento original en 1990. Reveló a los ovetenses el texto grabado en 1776 en el respaldo del citado canapé, deteriorado por el tiempo.
Pero si hay una obra de las que en Oviedo podríamos definir como esencial e imprescindible es, sin duda alguna, "Nombres y cosas de las calles de Oviedo". Su primera edición data 1958. Ni imagino el ingente trabajo que se esconde detrás de este libro. Todo Oviedo volcado negro sobre blanco. Seguramente uno de los libros más consultados y copiados de la ciudad. Manolo Avello se refería a esta obra en estos términos: "Nos regaló una brújula para andar por casa, por Oviedo, conocer sus entresijos históricos y monumentales, las semblanzas biográficas de aquellos a quienes se había distinguido con una calle, plaza, con su nombre, todo sin dejar de consignar millares de datos, fechas, calles, aparentemente insustanciales". Y así es. Un libro que se agotó por completo, al igual que las reediciones de 1986 y 1992.
En el prólogo a la edición de 1992, que atesoro como oro en paño, dice Tolivar: "el libro ha sido pensado solo para Oviedo; para que Oviedo sea mejor conocido y apreciado por sus hijos".
Y así es. Seguro que no somos pocos los que nos servimos de su obra para conocer y, por tanto, querer más a este espacio compartido que es nuestra ciudad.
Por tanto, ¡gracias, don José!
Si el cariño en mi casa era común, en mi caso es aún mayor. Fue una de la primeras puertas a las que llamé, mediados los 90, cuando empezaba a creer que el sueño de dar forma de libro a la dilatada historia de San Pedro de los Arcos podía cumplirse. Y encontré consejo y, sobre todo, la confianza de la que no andaba sobrado. Mucho debo a aquellas palabras de ánimo. Al igual que a las de Carmen Ruiz-Tilve que también acogió a aquel chaval que no sabía muy bien qué hacer con todo aquel montón de papeles que, anárquicamente, crecían en el oscuro vientre de una vieja carpeta de plástico.
Aunque su profesión fue la medicina, carrera que cursó en Valladolid, no fue menor su faceta de investigador e historiador de Asturias y de Oviedo.
Enumerar su extenso currículum ocuparía mucho espacio; advertía al inicio, su vida había sido muy fecunda. Ya en 1966, publica una de sus grandes obras: Hospitales de leprosos en Asturias durante la Edad Media y Moderna .
Cultivó también el dibujo y la pintura y fue reconocido por la Escuela Ovetense de Artes y Oficios. En 1961 ingresó como Miembro Correspondiente del Instituto de Estudios Asturianos y, siendo ya Real Instituto de Estudios Asturianos, como numerario en 1975.
Asiduo colaborador de numerosas publicaciones de Asturias: el Boletín del Instituto de Estudios Asturianos, Gran Enciclopedia Asturiana, La Balesquida, entre otras. En 1961 publica un estudio sobre la Silla del Rey, trasladada al Campo de San Francisco en 1968 y retornada a su emplazamiento original en 1990. Reveló a los ovetenses el texto grabado en 1776 en el respaldo del citado canapé, deteriorado por el tiempo.
Pero si hay una obra de las que en Oviedo podríamos definir como esencial e imprescindible es, sin duda alguna, "Nombres y cosas de las calles de Oviedo". Su primera edición data 1958. Ni imagino el ingente trabajo que se esconde detrás de este libro. Todo Oviedo volcado negro sobre blanco. Seguramente uno de los libros más consultados y copiados de la ciudad. Manolo Avello se refería a esta obra en estos términos: "Nos regaló una brújula para andar por casa, por Oviedo, conocer sus entresijos históricos y monumentales, las semblanzas biográficas de aquellos a quienes se había distinguido con una calle, plaza, con su nombre, todo sin dejar de consignar millares de datos, fechas, calles, aparentemente insustanciales". Y así es. Un libro que se agotó por completo, al igual que las reediciones de 1986 y 1992.
En el prólogo a la edición de 1992, que atesoro como oro en paño, dice Tolivar: "el libro ha sido pensado solo para Oviedo; para que Oviedo sea mejor conocido y apreciado por sus hijos".
Y así es. Seguro que no somos pocos los que nos servimos de su obra para conocer y, por tanto, querer más a este espacio compartido que es nuestra ciudad.
Por tanto, ¡gracias, don José!
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