El potencial del Naranco como infraestructura cultural
Las posibilidades de un espacio natural que alberga dos joyas de la arquitectura mundial y cuyo mayor problema es la indiferencia de la ciudad
Carlos Fernández Llaneza 01.04.2017
Imagen histórica del Naranco. lne
¿Sería factible considerar al Naranco como una infraestructura cultural del municipio de Oviedo? ¿O sería una idea descabellada?
A esta pregunta intenté responder el pasado 23 de marzo en una mesa redonda en la que tuve el honor de participar y en la que se trataba de analizar la optimización de recursos e infraestructuras culturales del municipio.
Pues bien, teniendo en cuenta el potencial natural, histórico, artístico, etnográfico... pues sí se podría considerar que el Naranco, por sí solo, puede ejercer una determinada función de infraestructura cultural. Y un elemento de atracción de visitantes interesados en un turismo cultural y ambiental. Pero para eso hay muchas tareas pendientes.
Vayamos por partes. El Naranco alberga dos joyas de la humanidad. Dos de los elementos emblemáticos de nuestro prerrománico o, si lo prefieren, en definición de Jovellanos, "arquitectura asturiana": Santa María del Naranco y San Miguel de Lillo, declaradas por la Unesco "Patrimonio de la Humanidad" el 4 de diciembre de 1985.
La crónica de Silos se refiere a las iglesias naranquinas en estos términos: "Sin embargo, cuando hubo descansado su ánimo de la perturbación interior, para no entorpecerse el ocio, construyó muchos edificios, distantes de dos millas de Oviedo, con piedra arenisca y mármol en obra abovedada. Así, pues, en la ladera del monte Naranco fabricó tan hermosa iglesia, con título del arcángel Miguel, que cuantos la ven atestiguan no haber visto jamás otra semejante a ella en hermosura". Marta Cuadrado, en su trabajo "Arquitectura palatina del Naranco", recoge, como en pleno siglo IX, la admiración del anónimo autor de la crónica asturiana A Sebastián: "Si alguien quisiera ver un edificio similar a éste no lo hallará en España"
Magín Berenguer manifestaba en 1985: "El prerrománico tiene una importancia universal pues se trata de un momento de la historia en que Asturias, en cierto modo, es protagonista, ya que, en base a la monarquía asturiana, se defiende una cultura occidentalista frente a la invasión musulmana. Se crea un arte nuevo que es el primero de la España nacional".
Hace unos meses, en una entrevista en LA NUEVA ESPAÑA, el arqueólogo César García de Castro, una de las voces actuales más autorizadas en torno al Prerrománico, ante la pregunta de si se había dado el paso de reivindicar convenientemente el arte asturiano, respondía: "No lo hemos dado. Ni las administraciones ni los ciudadanos. No se siente como propio, ni mucho menos. Si se sintiera como propio habría protesta social en su favor, reclamando inversiones".
El arquitecto Rafael Moneo, premio "Príncipe de Asturias", definía a nuestros monumentos como "la arquitectura en su estado más puro". Una arquitectura de la que debemos enorgullecernos. Con la que deberíamos sentirnos concernidos en su cuidado y defensa. Un arte "innovador en su producción artística, tanto en su técnica, como en su arquitectura, como en su iconografía", como lo definiera el doctor en Historia del Arte Lorenzo Arias Páramo.
Por tanto, quizá cabría preguntarse: ¿Cuidamos y valoramos el prerrománico asturiano como requiere y merece? ¿Estamos haciendo todo lo posible para que su conocimiento llegue al mayor número posible de personas? ¿Tenemos los recursos suficientes para su mimo y garantizar que las generaciones futuras puedan disfrutar de estas joyas? ¿Es la sociedad suficientemente sensible ante las dificultades y retos que plantea su conservación?
Y si las joyas están ahí, ¿qué decir del joyero? Ese relicario natural que es el propio monte Naranco. El viejo Naurancio que ha guardado y abrigado a Oviedo durante milenios. La imbricación de Oviedo y los ovetenses es, a mi juicio, ancestral, y bien la recoge la frase del escritor moscón Valentín Andrés: "Millares de siglos antes de existir Oviedo, el Naranco ya era ovetense".
El Naranco, para Fermín Canella, "dota a Oviedo de buenas y abundantes aguas", las mismas que llenaban, generosas, los numerosos lavaderos en los que durante tantos años se lavaron tantas ropas de la ciudad para luego tenderlas al verde, pintando así un paisaje níveo en sus laderas. En umbríos recovecos atesoraba el hielo cuando aún ignorábamos lo que era un frigorífico. Su tierra nos dio frutos, alimentó al ganado, nos surtió de madera. De sus entrañas salió la piedra para construir palacios, iglesias o casas humildes. Mineral de hierro salía de sus minas y bajaba, por planos inclinados, hasta la Estación del Norte para suministrar mineral a la industria. Y, a día de hoy, le siguen royendo los tuétanos sin piedad alguna, masacrando su futuro. Acogió con gusto el hogar de muchas familias. Pero, inexplicablemente, la ciudad vivió de espaldas al Naranco. No creo equivocarme si afirmo que, a día de hoy, el mayor problema del Naranco es la indiferencia.
Y tantos años de desidia e inacción condenaron al Naranco a una situación de abandono. Poco a poco parecía languidecer entre la pasividad de las administraciones y esa indolencia social. Pero en 2007 se publica el "Plan territorial especial supramunicipal del parque periurbano del Naranco", un diagnóstico acertado de la situación de nuestro espacio natural. Hubo otros intentos antes, otros proyectos, pero éste parecía ser el más ambicioso. Se invirtieron más de cuatro millones de euros, sí, pero se quedaron también por el camino, por unas u otras razones, multitud de buenas intenciones. Y una sentencia del Tribunal Supremo en enero de 2014 tumbó para siempre este proyecto.
Y ahí queda el reto de ayudar a que el Naranco sea lo que siempre fue: un monte. Una decidida apuesta forestal para erradicar el eucalipto en favor de especies idóneas en función de las características de cada lugar. Identificar y adecuar los muchos caminos públicos que se han ido cerrando por acción (malintencionada) u omisión.
Cambiar el horizonte de Oviedo está en nuestras manos. El Naranco puede ser un espacio de expansión y ocio respetuoso y saludable. Aprovechemos algunas de las viejas edificaciones, como las del Pevidal, en estado ruinoso actualmente, para convertirlas en un centro de información y divulgación, especialmente pensando en los escolares del municipio que tendrían ahí un primer punto de conocimiento, pues tengo muy claro que no se cuida lo que no se ama y no se ama lo que no se conoce.
Llevemos a cabo una mínima restauración de los pozos de nieve que en otros lugares, como los Pirineos, son capaces, por si solos, de atraer a numerosos visitantes.
Hagamos de toda la herencia de la actividad industrial como bocaminas, tolvas, etcétera, elementos que inciten la curiosidad y el conocimiento de una época, no tan lejana, en la que la minería del hierro o, en menor medida, la del carbón, estaba a las puertas de nuestra casa. Consideremos los numerosos restos de fortificaciones de la guerra civil como un libro abierto para no olvidar nuestra historia reciente.
Tenemos decenas de lavaderos y de fuentes que con poca inversión podrían volver a hablar a los visitantes de días en los que los vecinos de muchos pueblos naranquinos completaban sus modestas economías domésticas con el lavado de ropa y, a la vez, convertían los lavaderos en puntos de encuentro, ejerciendo así una función casi de "centro social".
Aprovechemos todos esos caminos que antes citaba para tejer una red capilar de rutas por las que los caminantes disfruten de un espacio tan cercano y tan valioso. Los retos no son pequeños pero, a la vez, no son tan complejos. Resaltemos lo mucho y bueno que tiene el Naranco y, sí, claro que entonces podríamos definir el Naranco como una infraestructura cultural. Es más, cabría decir que no se debería de concebir una nueva política cultural para Oviedo en la que el Naranco no sea, de una vez y para siempre, un elemento imprescindible. Y no sólo por los monumentos de Santa María y San Miguel, sino también por sus elementos naturales y etnográficos.
Y que lo veamos más pronto que tarde.
A esta pregunta intenté responder el pasado 23 de marzo en una mesa redonda en la que tuve el honor de participar y en la que se trataba de analizar la optimización de recursos e infraestructuras culturales del municipio.
Pues bien, teniendo en cuenta el potencial natural, histórico, artístico, etnográfico... pues sí se podría considerar que el Naranco, por sí solo, puede ejercer una determinada función de infraestructura cultural. Y un elemento de atracción de visitantes interesados en un turismo cultural y ambiental. Pero para eso hay muchas tareas pendientes.
Vayamos por partes. El Naranco alberga dos joyas de la humanidad. Dos de los elementos emblemáticos de nuestro prerrománico o, si lo prefieren, en definición de Jovellanos, "arquitectura asturiana": Santa María del Naranco y San Miguel de Lillo, declaradas por la Unesco "Patrimonio de la Humanidad" el 4 de diciembre de 1985.
La crónica de Silos se refiere a las iglesias naranquinas en estos términos: "Sin embargo, cuando hubo descansado su ánimo de la perturbación interior, para no entorpecerse el ocio, construyó muchos edificios, distantes de dos millas de Oviedo, con piedra arenisca y mármol en obra abovedada. Así, pues, en la ladera del monte Naranco fabricó tan hermosa iglesia, con título del arcángel Miguel, que cuantos la ven atestiguan no haber visto jamás otra semejante a ella en hermosura". Marta Cuadrado, en su trabajo "Arquitectura palatina del Naranco", recoge, como en pleno siglo IX, la admiración del anónimo autor de la crónica asturiana A Sebastián: "Si alguien quisiera ver un edificio similar a éste no lo hallará en España"
Magín Berenguer manifestaba en 1985: "El prerrománico tiene una importancia universal pues se trata de un momento de la historia en que Asturias, en cierto modo, es protagonista, ya que, en base a la monarquía asturiana, se defiende una cultura occidentalista frente a la invasión musulmana. Se crea un arte nuevo que es el primero de la España nacional".
Hace unos meses, en una entrevista en LA NUEVA ESPAÑA, el arqueólogo César García de Castro, una de las voces actuales más autorizadas en torno al Prerrománico, ante la pregunta de si se había dado el paso de reivindicar convenientemente el arte asturiano, respondía: "No lo hemos dado. Ni las administraciones ni los ciudadanos. No se siente como propio, ni mucho menos. Si se sintiera como propio habría protesta social en su favor, reclamando inversiones".
El arquitecto Rafael Moneo, premio "Príncipe de Asturias", definía a nuestros monumentos como "la arquitectura en su estado más puro". Una arquitectura de la que debemos enorgullecernos. Con la que deberíamos sentirnos concernidos en su cuidado y defensa. Un arte "innovador en su producción artística, tanto en su técnica, como en su arquitectura, como en su iconografía", como lo definiera el doctor en Historia del Arte Lorenzo Arias Páramo.
Por tanto, quizá cabría preguntarse: ¿Cuidamos y valoramos el prerrománico asturiano como requiere y merece? ¿Estamos haciendo todo lo posible para que su conocimiento llegue al mayor número posible de personas? ¿Tenemos los recursos suficientes para su mimo y garantizar que las generaciones futuras puedan disfrutar de estas joyas? ¿Es la sociedad suficientemente sensible ante las dificultades y retos que plantea su conservación?
Y si las joyas están ahí, ¿qué decir del joyero? Ese relicario natural que es el propio monte Naranco. El viejo Naurancio que ha guardado y abrigado a Oviedo durante milenios. La imbricación de Oviedo y los ovetenses es, a mi juicio, ancestral, y bien la recoge la frase del escritor moscón Valentín Andrés: "Millares de siglos antes de existir Oviedo, el Naranco ya era ovetense".
El Naranco, para Fermín Canella, "dota a Oviedo de buenas y abundantes aguas", las mismas que llenaban, generosas, los numerosos lavaderos en los que durante tantos años se lavaron tantas ropas de la ciudad para luego tenderlas al verde, pintando así un paisaje níveo en sus laderas. En umbríos recovecos atesoraba el hielo cuando aún ignorábamos lo que era un frigorífico. Su tierra nos dio frutos, alimentó al ganado, nos surtió de madera. De sus entrañas salió la piedra para construir palacios, iglesias o casas humildes. Mineral de hierro salía de sus minas y bajaba, por planos inclinados, hasta la Estación del Norte para suministrar mineral a la industria. Y, a día de hoy, le siguen royendo los tuétanos sin piedad alguna, masacrando su futuro. Acogió con gusto el hogar de muchas familias. Pero, inexplicablemente, la ciudad vivió de espaldas al Naranco. No creo equivocarme si afirmo que, a día de hoy, el mayor problema del Naranco es la indiferencia.
Y tantos años de desidia e inacción condenaron al Naranco a una situación de abandono. Poco a poco parecía languidecer entre la pasividad de las administraciones y esa indolencia social. Pero en 2007 se publica el "Plan territorial especial supramunicipal del parque periurbano del Naranco", un diagnóstico acertado de la situación de nuestro espacio natural. Hubo otros intentos antes, otros proyectos, pero éste parecía ser el más ambicioso. Se invirtieron más de cuatro millones de euros, sí, pero se quedaron también por el camino, por unas u otras razones, multitud de buenas intenciones. Y una sentencia del Tribunal Supremo en enero de 2014 tumbó para siempre este proyecto.
Y ahí queda el reto de ayudar a que el Naranco sea lo que siempre fue: un monte. Una decidida apuesta forestal para erradicar el eucalipto en favor de especies idóneas en función de las características de cada lugar. Identificar y adecuar los muchos caminos públicos que se han ido cerrando por acción (malintencionada) u omisión.
Cambiar el horizonte de Oviedo está en nuestras manos. El Naranco puede ser un espacio de expansión y ocio respetuoso y saludable. Aprovechemos algunas de las viejas edificaciones, como las del Pevidal, en estado ruinoso actualmente, para convertirlas en un centro de información y divulgación, especialmente pensando en los escolares del municipio que tendrían ahí un primer punto de conocimiento, pues tengo muy claro que no se cuida lo que no se ama y no se ama lo que no se conoce.
Llevemos a cabo una mínima restauración de los pozos de nieve que en otros lugares, como los Pirineos, son capaces, por si solos, de atraer a numerosos visitantes.
Hagamos de toda la herencia de la actividad industrial como bocaminas, tolvas, etcétera, elementos que inciten la curiosidad y el conocimiento de una época, no tan lejana, en la que la minería del hierro o, en menor medida, la del carbón, estaba a las puertas de nuestra casa. Consideremos los numerosos restos de fortificaciones de la guerra civil como un libro abierto para no olvidar nuestra historia reciente.
Tenemos decenas de lavaderos y de fuentes que con poca inversión podrían volver a hablar a los visitantes de días en los que los vecinos de muchos pueblos naranquinos completaban sus modestas economías domésticas con el lavado de ropa y, a la vez, convertían los lavaderos en puntos de encuentro, ejerciendo así una función casi de "centro social".
Aprovechemos todos esos caminos que antes citaba para tejer una red capilar de rutas por las que los caminantes disfruten de un espacio tan cercano y tan valioso. Los retos no son pequeños pero, a la vez, no son tan complejos. Resaltemos lo mucho y bueno que tiene el Naranco y, sí, claro que entonces podríamos definir el Naranco como una infraestructura cultural. Es más, cabría decir que no se debería de concebir una nueva política cultural para Oviedo en la que el Naranco no sea, de una vez y para siempre, un elemento imprescindible. Y no sólo por los monumentos de Santa María y San Miguel, sino también por sus elementos naturales y etnográficos.
Y que lo veamos más pronto que tarde.
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