miércoles, 2 de noviembre de 2022

NOCHE DE ÁNIMAS

Noche de ánimas Los encantos y misterios de las visitas a los cementerios
02·11·22 Las modas mandan. Se impone el Halloween importado por más que su origen tenga raíz, probablemente, en tradiciones celtas arraigadas desde antiguo en Asturias. Las visitas a los cementerios van a menos, aunque, en contraste al ocre dominante del otoño, todavía floristerías y bazares se llenan de los multicolores crisantemos propios de estas fechas. A pesar de todo, aún son miles los ovetenses que acuden a los cementerios a recordar a quienes nos precedieron. Preservarlos en nuestra memoria es la mejor forma de que no se vayan del todo. Seguro que muchos conservan en sus recuerdos las obligadas citas a los camposantos. Mi memoria se retrotrae a la visita en compañía de mis padres al cementerio de Santa Marina de Piedramuelle, donde yace mi abuela paterna a la que no tuve la fortuna de conocer. Un sencillo cementerio rural del que perdura en mí el recuerdo del olor de las lamparillas de aceite mezclado con el de las flores frescas y la tierra húmeda. Y, cómo no, el cementerio de San Pedro de los Arcos en el que muchos ovetenses dijeron adiós a sus seres queridos, protagonista de tantos sucesos trágicos en el turbulento siglo XX y que, durante unos años, fue para los escolares del colegio morbosa continuación del patio de juegos. Junto con el de Santullano, los dos cementerios parroquiales que sobrevivieron hasta no hace tanto. Pero dejemos estas remembranzas para otra ocasión y centrémonos en la noche de ánimas. Antes del «truco o trato», a lo largo de toda Asturias se contaban leyendas e historias que, cuando los pequeños las escuchábamos, sabíamos que el miedo nos invadiría, sí, pero la atracción fatal se imponía. Mi madre juraba que, viviendo en Los Casones del Vallobín, vio pasar por delante de casa a una vecina fallecida hacía días. Se me erizaba el vello cuando oía contar que vecinas habían sentido la presencia de difuntos con total claridad. Y una de las leyendas más apropiada a estas fechas, en la que la frontera entre los vivos y los muertos se desdibuja, es la de la Güestia, una «hueste» o procesión de almas en pena. Como recoge, entre otros, Aurelio de Llano en su libro «Del folclore asturiano, mitos, supersticiones y creencias», eran muchos los que creían verla de noche por los caminos, vestida de blanco, con velas encendidas, tocando una campanilla y mascullando rezos y cantos fúnebres; golpeaba a las personas que encontraba a su paso y les decía al mismo tiempo que les daba un palo o una bofetada: “¡Andar de día que la noche es mía! Otras veces al cruzar campos decía: “¡Cuando nos éramos vivos andábamos a estos figos y ahora que somos muertos andamos por estos huertos! / ¡Andar, andar hasta el tueru de la figar! Los campesinos, cuando se cruzaban con la Güestia, si les daba tiempo, trazaban en el suelo un “cercu” y se metían dentro. Ese círculo era respetado por la Güestia. El clérigo Antón de Marirreguera, primer poeta en bable, escribió: «Será acaso, en estornín tornado / l’alma d’un aforcado / o la Güestia que bien del otro mundo, / y sal de los llamales del profundo». Era costumbre, asimismo, en esta noche, cenar en las tumbas de los familiares, dejar agua y pan a la entrada de los cementerios y velas o nabos ahuecados y rellenos de carbón con el fin de iluminar los caminos para guiar a las ánimas en su camino hacia la luz. En cualquier caso, mejor cruzarse con unos inocentes niños que vayan pidiendo caramelos que con esta procesión de ánimas que, vaya usted a saber, igual pasa como con las meigas: haberlas, haylas. https://www.lne.es/oviedo/opinion/2022/11/02/noche-animas-78016324.html

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