Y el Arca Santa se abrió
Un regreso al 13 de marzo de 1075
Carlos Fernández Llaneza 16.03.2020
Voy a invitarles a un viaje muy especial. Un viaje en el tiempo a nuestra propia historia, ¿preparados? Cierren los ojos? Ya pueden abrirlos. Son las 11 horas del viernes 13 de marzo del año de gracia de 1075. Nos encontramos asistiendo al hecho más importante de la historia de las reliquias de nuestra Catedral. Vamos a presenciar la apertura del Arca Santa. Vemos al monarca Alfonso VI que se encuentra en la ciudad. Con él están don Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid, la hermana del Rey, doña Urraca, el obispo de Palencia, don Bernardo; el de Oca, don Simeón, y el obispo de la sede ovetense don Arias, así como otros príncipes, nobles, abades y clérigos. La emoción se siente. El ambiente está cargado de nerviosismo. El Rey sabía del arca custodiada en la capilla de San Miguel, contigua a la Basílica del Salvador y de los doce apóstoles. Todos ignoraban su contenido. Pero todos ardían en deseos de conocerlo. También flotaba en el aire el recuerdo de un día aciago. El día en el que el obispo Ponce, muerto cuarenta años atrás, había intentado abrirla. El propio rey, en un relato no exento de cierta ensoñación, lo cuenta: "al abrir la cubierta del arca fue tal la luz que salió de ella que, a causa del resplandor, sus ojos no pudieron ver lo que había dentro de las paredes del arca en que se contenían las preciadas prendas de los Santos de Dios y a punto estuvieron todos de caer por tierra debido a la magnitud del espanto". Tal fue así que algunos de ellos no recobrarían la vista. Pero el rey pidió al obispo licencia para abrirla; eso sí, dispuso para sí y para los obispos, abades y demás miembros de la Corte, una mayor mortificación de sus cuerpos, así como una mayor entrega a la penitencia y a la oración. Llegó el momento. Oraciones y penitencias dieron sus frutos. El arca se abrió y nadie sufrió daño alguno. Al fin, el arca desvelaba sus secretos. Muchos de los asistentes no pueden reprimir la emoción; ojos vidriosos son evidentes. Nosotros, invitados inesperados, contenemos la respiración. Pero mejor que nuestro testimonio, a la fuerza torpe y deslavazado, quedará para la posteridad el documento que el mismo rey firmará: "Mediada la Cuaresma, siendo el día tercero de los idus de marzo, a eso de la hora de tercia, los obispos y presbíteros, concluida la celebración de la misa solemne, llegaban, entre cánticos de salmos que unos clérigos entonaban, al lugar previsto donde se mantenía oculto tan copioso don. Empujando suavemente, al tiempo que de una y otra parte se lanzaban con los turíbulos bocanadas de oloroso incienso, se abre el Arca, en medio de gran temor, quedando patente lo que a Dios había pedido, es decir, un tesoro inimaginable".
Atrás quedaba ya el largo periplo que la tradición sostiene mantuvo el Arca. Huyendo de invasiones sarracenas habría viajado de Jerusalén a Toledo, el Monsacro y, finalmente, Oviedo. Así lo contaba en 1240 don Lucas de Tuy, el Tudense: "Como fuese casto y católico (Alfonso II), el arca que el rey Pelayo auia traydo de Toledo a Asturias llena de reliquias de diversos santos (al lugar que se dize Monte Sagro) traxola a Oviedo".
Historia y leyenda, como en tantos otros sucesos de nuestra historia, se dan la mano. Pero lo cierto es que, desde entonces, las valiosas reliquias contenidas, ejercieron una fuerza irrefrenable para miles de peregrinos que, movidos por una fe inquebrantable, se acercarían a los pies del Salvador, entrarían en la secular y sobrecogedora penumbra de la Cámara Santa a venerar las incomparables reliquias custodiadas en la que, desde entonces y para siempre, sería la "Sancta Ovetensis".
https://www.lne.es/noticias-suscriptor/suscriptor/oviedo-opinion/2020/03/16/arca-santa-abrio/2612746.html
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