Las lavanderas ovetenses
El monte Naranco y su relación con las mujeres que se dedicaban a la limpieza de ropas y ajuares
Carlos Fernández Llaneza 05.11.2018
Dice un proverbio oriental: "Sólo se pierde aquello que no se cuida. No se cuida aquello que no se valora. No se valora aquello que no se ama. No se ama aquello que no se conoce". Totalmente de acuerdo. Así que vamos a conocer otra curiosa historia con el Naranco como protagonista: el lavado de ropa; no en vano, esta actividad fue durante tiempo un buen complemento para las economías familiares del lugar.
Muchos pueblos de la zona rural del municipio solicitaron al ayuntamiento la creación o reparación de numerosos lavaderos desde finales del siglo XIX hasta mediada la década de los 60. Obviamente, el agua era una necesidad primaria en todo el concejo pero, a pesar de que Oviedo está enclavado en el corazón verde de Asturias, el agua dio muchos quebraderos de cabeza a la ciudad. Cómo no recordar la gran historia que hay detrás de la construcción del magnífico y malogrado acueducto de Los Pilares, pero en el Naranco el agua aún cobraba más valor por la importancia que tuvo, hasta décadas no muy lejanas, el lavado de ropa. Consta ya esta actividad en fechas en torno a 1850. Y aunque en los años 60 ya había decaído aún se siguieron construyendo lavaderos ya que el agua corriente aún no había llegado a la periferia rural.
Por el Diccionario de Madoz, editado en 1849, sabemos que: "la proximidad de la ciudad de Oviedo estimula a las mujeres (de la parroquia de Naranco) a dedicarse al oficio de lavanderas y panaderas".
El que fuera el Naranco el lugar elegido para el lavado de ropa y no otras zonas de la ciudad, podría ser, aparte de la abundancia de agua, porque los vientos impulsarían el humo producido por la combustión de carbón y leña sobre la zona del Cristo. Así mismo, la altura de la sierra y su orientación tendrían, a buen seguro, su importancia.
¿Y para quién se lavaba la ropa en el Naranco? Pues, lógicamente, a aquellas familias más pudientes que podían permitirse el coste. Pero no solo: hoteles, restaurantes, o clínicas completarían la clientela.
Un visitante de la ciudad en el siglo XIX, Juan Gualberto López Valdemoro, Conde de las Navas, decía a este respecto: "En rústicos estanques, formados de lajas, que alimenta el arroyo, despeñándose desde las alturas, o la fuente nacida allí mismo; bajo la sombra tupida del "Carbayón" o del viejísimo castaño, se congregan las muchas lavanderas que suben y bajan de y a Oviedo todos los días del año. Aquí y allá, como manchas de nieve que no derrite el sol, la ropa blanca, tendida sobre el prado, interrumpe los verdores de la sierra, y los pajizos y rojos zagalejos, las medias azules, los pañuelos de vivas tintas, alumbrados por un rayo de luz que a duras penas se filtra por el espeso ramaje, componen cuadros de incomparable colorido, de vida exuberante. ¡Ni más ni menos que los que a diario nos ofrecen las floridas márgenes del caudaloso Manzanares!".
Oviedo tuvo su primera estación meteorológica en 1851. Establecida por el entonces catedrático de física y luego rector León Salmeán. Estaba situada en la torre del edificio de la propia Universidad en la calle San Francisco. Pero para los ovetenses de entonces, tal vez fuera más fiable mirar a La Cuesta para prever el tiempo que iba a hacer. Si estaba la ropa tendida al verde era garantía de buen tiempo.
Pues quede aquí esta nueva tesela de ese inmenso mosaico que es nuestro querido Naranco. Merece la pena conocerlo. Pueden estar seguros.
https://www.lne.es/noticias-suscriptor/suscriptor/oviedo-opinion/2018/11/05/lavanderas-ovetenses/2375070.html
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