Sí, ¡es Navidad!
El sentido profundo de unas fiestas de claro origen religioso
Carlos Llaneza 24.12.2017 | 02:44
Luces de Navidad en Oviedo. ALBA EGUILUZ
Diciembre avanza. Es viernes. Camino por las alturas ovetenses bajo un cielo multicolor: del azul al rojo, del rojo al gris... Es difícil definir dónde empieza uno y termina el otro. A lo lejos, una miríada de luces, como un interminable ciempiés con patas de luz, atestiguan firmes voluntades de huir de la ciudad. Por las calles del centro se intuye la iluminación navideña. Esas mismas calles que adivino abarrotadas de gente cargada de bolsas deambulando en frenesí mercantil. El calendario impone: ¡es Navidad! Fechas de felicitaciones, comidas, regalos.
Intento abstraerme de las luces y del ruido. Alejo la vista de la ciudad y poso la mirada sobre el cercano horizonte, sereno y montañoso, que me rodea. Busco el silencio. De él brotan preguntas. En él busco respuestas. Y sí. En esa contemplación una pregunta emerge vivaz: ¿Qué es la Navidad? Constantemente repetimos: ¡Feliz Navidad! Pero, ¿por qué?
Navidad es -diccionario dixit- "Natividad de Nuestro Señor Jesucristo. Día en que se celebra". Es, por tanto, una tradición con un claro origen religioso. Más en nuestra sociedad, tan profundamente enraizada en el acervo cristiano. Una herencia secular.
También está -cómo no- nuestra particular navidad: recuerdos de aromas de infancia con ecos de hogar. Imágenes redivivas que envuelven nuestro corazón. Que nos arrancan una sonrisa. Y vuelven, como de un pasado que aún no es, los dibujos con ceras de colores en álbumes que ya sólo existen en la memoria. Los corchos volanderos y estruendosos que nos hacían buscar refugio debajo de la mesa. El turrón que había que partir a martillazos. La mesa especial con calor de familia. La inquietud infantil en días rebosantes de magia y empapados de color. Y el pequeño belén con gallinas más grandes que ovejas, sus ríos de papel de plata, una modesta estrella anunciadora, hecha con el cartón de la caja de galletas y toscamente pintada con purpurina. Y, en el centro, un sencillo niño, metáfora acertada del origen de todo; del que brinda un cómo para quien quiera, libremente, encontrar un por qué.
Hoy ese niño, desde ese humilde pesebre, me interpela.
No le quitemos de su cuna para poner en ella al dios consumo. O vaciarla.
Dejemos entre las pajas a ese niño que es ternura, esperanza, solidaridad, bondad, encuentro, justicia, misterio, libertad, sencillez, paz, alegría. Un niño que acoge. Que no impone nada. Que viene para todos.
Un niño.
Quizá, en el fondo, esa sea la mejor respuesta: Navidad es sólo un Niño.
http://suscriptor.lne.es/suscriptor/oviedo-opinion/2017/12/24/navidad/2213739.html
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