El conejo gaitero
Las fábulas de uno de los más valiosos códices de la Catedral
Carlos Fernández Llaneza 18.12.2017Érase una vez, hace mucho mucho tiempo, tal que allá por el Año del Señor de 1383, en un cuarto pobremente iluminado del scriptorium del archivo alto de nuestra catedral, un afanoso amanuense de nombre Tirso, se concentraba en un cartulario que reúne un centenar de documentos de la Mitra Ovetense. Regentaba la diócesis el obispo Don Gutierre de Toledo. Con cuidada caligrafía, en tinta roja (de ahí su nombre de "Regla Colorada") el amanuense copiaba en latín y castellano antiguo textos eclesiásticos, bulas, privilegios reales... mayormente a una sola columna y prolijamente ilustrado.
Ese libro ha llegado hasta nosotros como una ventana al Oviedo del siglo XIV. Uno de los códices más valiosos que atesora el magnífico archivo catedralicio que tan bien custodia don Agustín Hevia Ballina.
Si alguien desea profundizar en esta joya ovetense, el RIDEA publicó en 1995 un estudio detallado de Elena Rodríguez Díaz.
Confieso que abrir ese legado de historia esencialmente ovetense, que aún conserva su encuadernación primitiva de tablas de madera, originalmente pintadas de rojo, emociona. Sinceramente. Seis siglos en nuestras manos.
Al margen del valor de los textos recogidos, como por ejemplo la copia de la bula papal por la que se concede a la diócesis de Oviedo la categoría de Arzobispado en el siglo IX; al contemplar esos pergaminos, mi imaginación vuela al scriptorium en el que los copistas ilustraban el margen de las páginas. Dibujaban animales protagonistas de fábulas, probablemente, de Esopo. Como la del galgo que persigue a la liebre: "Un galgo atrapó un día a una liebre y a ratos la mordía y a ratos le lamía el hocico. Cansada la liebre de este cambiante actitud le dijo: deja ya de morderme o de besarme para saber yo si eres mi amigo o mi enemigo".
También vemos al gallo sobre el árbol conversando con el zorro que tenía que dar al gallo la grata noticia de que los zorros habían firmado la paz con las aves y conminaba a éste a que bajara para darle un abrazo y celebrar su nueva amistad. El gallo le dice al zorro: "Parece que es cierto porque por allí vienen dos perros corriendo de seguro a darte la misma noticia". De inmediato, el zorro corrió a ocultarse mientras el gallo cantaba: "Quiquiriquí, cocorocó, de este árbol no me muevo yo". Moraleja: cuando lo malo es remalo, la corrección viene con palo.
Pues ahí, en ese libro están estos dibujos con los que los ilustradores pretendían reproducir los mensajes moralizantes con una consecuencia ética, la imprescindible moraleja, de toda fábula.
Y entre tanto documento histórico, en medio de este tesoro de nuestra catedral, al lado de los personajes fabulistícos, salta reclamando para sí un protagonismo aplazado secularmente, un conejo gaitero. Sí, han leído bien. Un conejo gaitero. Ahí está, ufano, como metáfora de que entre la historia con mayúsculas, se esconden detalles simpáticos, humildes. Tal vez, insignificantes. Modestos personajes de los que, probablemente, sospecha el ilustrador, nadie se acordaría centurias después. Como el de este gracioso conejo que tan campante y contento va tocando su gaita de fuelle verde en los días del, entonces, remoto e inimaginable Oviedo del siglo XXI.
http://suscriptor.lne.es/suscriptor/oviedo-opinion/2017/12/18/conejo-gaitero/2210447.html
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