El Otero
Oviedo multicolor
Un análisis sobre el éxito de la Noche Blanca
16.10.2013
Carlos Fernández Llaneza
La noche de Oviedo se tornó de muchos colores hace unos días. Gustó más o menos, que opiniones hay para todos los gustos, sabido es. Bien está que la cultura en variadas expresiones salga de los muros en los que a veces se la quiere encerrar y se haga callejera, abierta, al alcance de la mano, que es lo que tiene que ser: popular, cercana, original, de todos. Y cuando es así, la cosa funciona.
De ese cajón de sastre en el que se transformó la noche ovetense saco alguna lectura. Aplaudo a los padres de la idea de poner voces a la voz que Gabriel Celaya definió como un arma cargada de futuro: la poesía. Imagino a los poetas estrellándose en un papel cuando los sentimientos ya no les caben dentro de sí y revientan sus propias fronteras, guareciéndose entre versos y sueños cuando la realidad se vuelve torva; poetas porque sí, porque es su manera de ser cuando es difícil ser. Ojos de niño aún en vidas gastadas, pero siempre mirada esperanzada. No imagino mayor espacio de libertad que una hoja en blanco ante el corazón inquieto y rebelde de un poeta travieso. Versos a la noche de la ciudad, qué mejor.
Y en la noche serena vuelve del ayer, como un espectro, nuestro tótem gentilicio: el carbayón, reclamando como propio su espacio histórico hurtado por la inevitable expansión urbanística o por la secular y miserable especulación, quién sabe. El caso es que ahí estaba redivido nuestro recuperado carbayón, orgulloso, altivo, casi vanidoso, satisfecho con su recuperada y efímera vida. Pasado y presente de un emblema ovetense se dan mágicamente la mano por un pasillo invisible en el tiempo sobre una certeza inamovible: Oviedo.
Paz. Eso es lo que respiro en las Pelayas, parada exitosa en esta noche singular. Por algo será. Monasterio de San Pelayo. Nuestras Pelayas. Cuna, corazón y raíz de Oviedo. Entrar en el monasterio es como abrir un relajante paréntesis en el ritmo apresurado y alocado de la ciudad. Detener el tiempo. Serenar el espíritu. Quizá andemos demasiado acelerados en nuestro discurrir cotidiano y necesitemos, de vez en cuando, enfrentarnos al sosiego. Encontrarnos en el silencio. Si la escritora inglesa Storm Jameson estaba en lo cierto, la felicidad depende de nuestra capacidad de sentir profundamente, disfrutar simplemente, pensar libremente, aventurar la vida si es necesario. Entre los muros benedictinos, esencia genética ovetense, esa forma de entender la felicidad se comprende, seguro, mucho mejor. No me sorprende nada el éxito de esta iniciativa sumada a última hora y repetida el pasado sábado, las Pelayas son garantía en cualquier empresa que lleven a cabo. Me alegro.
La Catedral no gana para sustos. Apenas recuperada de la folixa mateína, asistió atónita, supongo, a una peculiar suelta de globos que como incoherentes copos de nieve contradictorios hicieran el camino al revés. Globos de belleza muda y perenne al cielo de la plaza catedralicia, pues vale. Comparto la inquietud de muchos sobre el destino de las pequeñas pilas que, como aliens infiltrados, portaban cada uno y que acabaron sembradas por doquier, no sé, no sé...
Cuando de estudiantes decíamos que nos quedábamos "en blanco" era que el santo se nos había ido al cielo, o que, sencillamente, no teníamos ni idea de lo que nos preguntaban. Oviedo, esta vez, sí tuvo ideas, y que cada quien emita el juicio que le parezca pertinente sobre cada una de las ofertas de esta noche singular y multicolor.
Publicado el 16 de octubre de 2013
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