La injusticia acampó entre nosotros
Recuerdo del infame asesinato del rector Alas, del que el jueves se cumplirán 83 años
Carlos Llaneza 17.02.2020
"Una injusticia hecha a un individuo es una amenaza a toda la sociedad". Palabras de Montesquieu que me parecen un pórtico idóneo para el tema que hoy nos concita. Y es que el próximo jueves se cumplirán 83 años de uno de los actos más injustos -y a fe que hubo muchos- en los oscuros días de la contienda civil en Oviedo: el fusilamiento de Leopoldo Alas Argüelles. Una auténtica ignominia en medio del clamoroso silencio de muchos de sus compañeros que pocos meses antes lo definían como "rector irreprochable". El juicio fue una auténtica farsa. Y la sentencia tan previsible como inevitable. Porque, tal vez, no se juzgaba solo al que fuera rector; la rancia y arcaica Vetusta se cobraba viejas deudas con su padre. Pocos días después del atentado en mayo de 1937 contra el monumento a Clarín en el Campo San Francisco, obra del escultor Manuel Álvarez Laviada, el periodista Juan Antonio Cabezas, bajo el seudónimo de Boy, sospechaba que al hijo de Clarín lo habían matado los enemigos de su padre "sombras podridas, muertas; sombras de muertos que odian aún, con ese odio lejano, reprimido años y años bajo una losa funeral". Cabezas cuenta también cómo "el día 20, a las cuatro de la tarde, en un patio de la cárcel Modelo de Oviedo las balas de un piquete atravesaron el menudo, el endeble cuerpo del rector Leopoldo Alas, que cayó envuelto en su propia sangre". No solo fue aquel pelotón el que disparó. También empuñaron el arma los que veían en Alas Argüelles perfectamente representada la inteligencia, la moderación, el amor por la cultura, el temple, el pensamiento, la bonhomía.
De nada sirvieron las múltiples peticiones de indulto aparecidas en la prensa internacional ni las remitidas por numerosos profesores de universidades europeas y americanas. Ni los testimonios a su favor de los estudiantes de Derecho, alumnos de Leopoldo Alas, Eugenio Miñón Ferreiro, Antonio Pérez Campoamor o del presidente de la Federación de Derecho de la Federación de Estudiantes Católicos de Oviedo, Braulio Canga Rodríguez, quien manifestó: "No le he oído hacer en la cátedra ninguna manifestación política". Como infructuosa fue la petición de clemencia del Magistral de la Catedral, Benjamín Ortiz, quien afirmaba: "No he encontrado en las explicaciones del Sr. Alas extremismos de carácter político ni social". Para Ortiz, Alas era "un auténtico caballero". Poco después de su fusilamiento no dudó en clamar "Habéis fusilado a un santo". Estas manifestaciones de Ortiz le supusieron no pocas problemas y críticas. En el diario Región se llegaron a publicar amenazas en el sentido de "dar un magistral castigo a alguna dignidad eclesiástica".
También intervino a su favor Sabino Álvarez-Gendín, quien fuera nombrado Rector de la Universidad poco después del fusilamiento de Alas y que el día 29 de enero anota en su diario: "Aparte alguna visita que hicimos a algún amigo del Generalísimo para tratar del indulto de Alas, decidimos los catedráticos ver a Aranda para que aconsejara el indulto si a él le correspondía informar y acudimos al Gobierno Civil a recabar del Comandante Caballero el pase para Grado donde reside el General, mas Caballero creyó inútil toda gestión". En cualquier caso, deciden ir a Salamanca el rector accidental, Galcerán y el propio Álvarez-Gendín. Parten el 31. El día 1 de febrero llegan a Salamanca y se dirigen al Palacio Episcopal donde reside Franco y se citan con el Jefe de la Secretaría al que expresan su propósito. Son citados a las nueve de la tarde para ver al Teniente Coronel del Cuerpo Jurídico Militar, asesor de Franco en asuntos de justicia. Son recibidos por el Teniente Molina, del cuerpo Jurídico quien les presenta a Martínez Fuset a quien le exponen el deseo de ver a Franco para solicitar el indulto. Martínez Fuset les dice que Franco no les puede recibir "para estos efectos y que él, al despachar mañana le transmitirá nuestro deseo". Y el final es conocido. El 20 de febrero se consumó la ejecución. El secretario del juzgado militar comenzó a redactar la diligencia para certificar la ejecución de otro crimen legal: "En Oviedo, a veinte de febrero de 1937. El señor juez acordó consignar por medio de la presente diligencia que a las dieciocho horas del día de hoy ha tenido lugar la ejecución de la pena de muerte en la persona del reo Leopoldo Alas Argüelles, pasando al condenado por las armas. La ejecución ha tenido lugar en la prisión provincial de esta plaza. Hecha la descarga por el piquete, el alférez médico José Alvarez Cofiño reconoció el cuerpo del reo, certificando su defunción". Instantes antes mujeres que estaban a la escucha detrás de la pared del patio oyeron a Alas hablar con voz nerviosa, pero muy enérgica: "¡Mujeres que me escucháis al otro lado de esta tapia. Que esta sangre sea la última vertida. Que sirva para aplacar los odios y las venganzas!.
Con generosidad evangélica había dado casi todas sus pertenencias. Fue enterrado en una sepultura cedida por la familia política de Mayor Zaragoza en el ce-menterio de San Pedro de los Arcos. Cuando años después, en torno a 1940, exhumaron su cuerpo para trasladar sus restos a la sepultura de sus padres en el cementerio del Salvador, cayó su pluma, la única pertenencia con la que se había quedado, pluma que jamás escribiera una sola línea entintada en odio, rencor o venganza hacia nadie.
Concluyo este relato con las últimas palabras que gritó Alas, como postrero grito de dignidad, antes de la descarga de odio y balas. Unas palabras que, 83 años después, ni podemos ni debemos olvidar: "¡Viva la libertad!".
https://www.lne.es/noticias-suscriptor/suscriptor/oviedo-opinion/2020/02/17/injusticia-acampo/2599929.html
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