Feliz Navidad, pero ¿qué Navidad?
Carlos Llaneza 24.12.2018
El calendario se impone. Imposible abstraerse. Ni quiero. ¡Esta noche es Nochebuena y mañana Navidad! Y sin querer -no lo nieguen- están canturreando el popular villancico. Sí, ¡es Navidad! Pero, si me permiten, me gustaría compartir, ya que estamos, una mínima reflexión. Es Navidad (ya lo dije tres veces) pero ¿qué Navidad? Porque, quizá coincidan conmigo, no hay sólo una Navidad. Intentaré explicarme. Está la Navidad que nos entra por los ojos: calles iluminadas, publicidad machacona, villancicos cansinos. Navidad como excusa para comprar. Lo que sea, pero comprar. Navidad como pretexto para ser feliz, aunque tenga que ser una felicidad de cartón piedra. Navidad como coartada para acentuar una, tal vez, desvaída humanidad.
Podríamos aventurar, asimismo, una navidad social. La que reúne en obligadas comidas a jefes, empleados, compañeros, amigos, allegados y hasta a los sempiternos plastas, malhumorados y cenizos irredentos. Comidas, obligadas en ocasiones, con eternas sobremesas en las que alguno, al día siguiente, lamentará ¡y de qué forma! dejar que los vapores etílicos le soltaran la lengua en demasía.
También encajaría en este grupo la Navidad que convoca a las familias, aunque sólo sea por una noche.
Creyentes o no, la familia se congrega alrededor de una esmerada mesa bien atiborrada de deliciosas viandas en auténtico frenesí calórico. Unos, los más, gozarán de esa cautivadora atmósfera familiar; otros?
Luego está la Navidad de la nostalgia. De los recuerdos. Un carrusel de imágenes que nos lleva a lugares y momentos en los que éramos los soberanos de nuestra propio destino. Cuando infancia y Navidad se fundían en la más mágica e irrepetible sinfonía. ¿Alguien olvida los amenazantes corchos volanderos que te hacían meterte debajo de la mesa en busca de refugio seguro? ¿Recuerdan aquellos turrones "del duro"? Ya lo creo que era duro; casi que ni a martillazos se partía. Cierren los ojos. ¿Ven aquel pequeño, humilde y artesano nacimiento que ponían encima de la tele rodeado de un escuálido trozo de espumillón y unas mínimas bolas? ¿Lo ven? Sin duda alguna era el mejor nacimiento del mundo. Nochebuenas con mesas mucho más sencillas que las de hoy, qué duda cabe, pero ¿con mucho más calor de hogar?
Y, cómo no, Navidad en la que los que ya no están se hacen más presentes que nunca. Se han ido, sí, pero no han dejado ningún hueco vacío. Ahí siguen teniendo su silla. Ahí seguimos viéndolos como si la vida se dejara moldear a nuestro antojo. Ahí permanecen, a nuestro lado, como si el tiempo fuera poco más que nada.
Y hay otra Navidad. La primigenia. La que dio origen y sentido a todas las demás. La que festeja a un niño. A un simple niño. Un niño? ¿Pero qué puede hacer un niño casi sin ropas, aunque bien vestido de dignidad? ¿Qué podemos esperar de un niño nacido en una cueva, cuadra o pesebre, que tanto da? ¿Acaso tiene cabida en toda esta algarabía y regocijo, un tanto fingido, un niño que nació fuera de su tierra? ¿Creen que un niño así podría cambiar el mundo? Pues, para muchos, ¡vaya si lo cambió!
Y es que, tal vez, sólo tal vez, desde aquella lejana Navidad originaria, el mundo no ha vuelto a ser el que era. Y por eso, luces, ruido, villancicos, anuncios, comidas, risas y llantos, compras, adornos y mil cosas más, cobren algo más de sentido.
Pero no se preocupen demasiado. Su mejor Navidad es aquella que les haga sentirse más felices. Si quieren, elijan. Son libres. ¡Ah! Y? ¡feliz Navidad!
https://www.lne.es/noticias-suscriptor/suscriptor/oviedo-opinion/2018/12/24/feliz-navidad-navidad/2401619.html
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