Una ciudad en un ramillete
La necesidad de cuidar el ámbito rural del concejo
Carlos Fernández Llaneza 20.03.2017 | 04:05
Jaime Izquierdo nos recordaba el pasado febrero, en un artículo publicado por LA NUEVA ESPAÑA, un libro de reciente publicación, "Alabanza de la aldea", en el que el antropólogo Adolfo García nos invita a volver la vista hacia las aldeas "comunidades responsables de la construcción cultural del paisaje". El autor del artículo las considera "como un núcleo de una célula que tiene la huerta, la tierra de cultivo y el monte comunal por citoplasma. Son algo así como un director de orquesta que dirige una obra sinfónica que armoniza y concierta en paisaje con el paisanaje, o viceversa".
Me pareció una lectura muy interesante y me dio pie a reflexionar sobre la situación actual de lo que venimos a denominar como zona rural del municipio. Vecinos de Oviedo que viven en la periferia del casco urbano con muchas ventajas y, también, no pocos inconvenientes. En mi época de dedicación municipal tuve la suerte de conocer muchos de estos núcleos y casi siempre percibía la misma sensación en los vecinos: "Tenemos las mismas obligaciones pero no los mismos derechos". Un debate, sin duda, interesante.
Y en esas estaba cuando se cruzó en mis lecturas un texto de Alfonso Pérez Nieva, escritor que inicia un viaje en 1895 desde León y recoge sus impresiones en un libro que titula "Un viaje a Asturias pasando por León". Y, hablando de nuestra ciudad comenta: "Yo no he visto ninguna con más verdes alrededores, ni más poblados a granel de casitas blancas. Cualquiera diría que alguna vez empezó a nevar y al ver la alfombra de terciopelo en que caía el meteoro, enamorado súbitamente de la campiña, se detuvo para no chafarla, quedando solo aquí y allá los primeros copos de la helada lluvia. Estas dos notas alternativas dan a la vega una dulzura melancólica que atrae. Hay en el blando paisaje algo de casto, de tímido, de recogido, de ruboroso; se adivina en esa profusión de viviendas medio escondidas entre su fiel maíz muchos amores tranquilos y sonrientes. Y si por algo faltaba a la suprema paz del valle, la naturaleza le ha cerrado, poniendo para defenderle, el bravo Naranco, armado de sus miles de morrudos robles. Esto en conjunto, de lejos. Poniéndose en contacto con la vega el encanto crece. Hoy, por ejemplo, hemos ido en higiénico paseo, dando pruebas de buenos andarines, desde la fábrica de fusiles hasta muy cerca del acueducto. Imposible trasladar al papel los mil detalles cogidos por los ojos y depositados en la memoria. Aquí una alameda de gigantescos árboles, allí un cercado de cambrones espinosos, allá el maíz con su caperuzas de paje italiano, acullá los plantíos de fastuosas coles, conos de heno para las reses, hórreos, caseríos, quintas de americanos, chimeneas de fábricas, ya un pedazo de tierra ruinosa que parece desmoronada adrede por un pintor, ya una acacia solitaria y, en lontananza, siempre las lomas de un verde jugoso que mantiene brillante la lluvia.
Sobre tal fondo produce un magnífico efecto el acueducto, constituido por cuarenta huecos con sólidos sillares obra de Juan de Cerecedo, reformado después por Gonzalo de la Bárcena, y ejecutada en el siglo XVI. Este gigante de granito es la única nota que altera la suavidad del paisaje. Considerando, sin embargo, su misión, bórrase hasta la más leve huella de dureza. La ciudad, metida en el centro de un ramillete de flores, necesitaba beber, y la dócil arquería de piedra que salta sobre el valle le era un hilo de agua desde el Naranco".
Entusiasta crónica que dibuja un Oviedo bucólico. Un Oviedo que los años han ido desdibujando en favor del crecimiento estrictamente urbano. Como titulaba Pérez Nieva el capítulo, una ciudad en un ramillete.
Un Oviedo que hay que reivindicar. Que debemos recordar. Que habría que intentar conservar. Y que jamás deberíamos olvidar.
Me pareció una lectura muy interesante y me dio pie a reflexionar sobre la situación actual de lo que venimos a denominar como zona rural del municipio. Vecinos de Oviedo que viven en la periferia del casco urbano con muchas ventajas y, también, no pocos inconvenientes. En mi época de dedicación municipal tuve la suerte de conocer muchos de estos núcleos y casi siempre percibía la misma sensación en los vecinos: "Tenemos las mismas obligaciones pero no los mismos derechos". Un debate, sin duda, interesante.
Y en esas estaba cuando se cruzó en mis lecturas un texto de Alfonso Pérez Nieva, escritor que inicia un viaje en 1895 desde León y recoge sus impresiones en un libro que titula "Un viaje a Asturias pasando por León". Y, hablando de nuestra ciudad comenta: "Yo no he visto ninguna con más verdes alrededores, ni más poblados a granel de casitas blancas. Cualquiera diría que alguna vez empezó a nevar y al ver la alfombra de terciopelo en que caía el meteoro, enamorado súbitamente de la campiña, se detuvo para no chafarla, quedando solo aquí y allá los primeros copos de la helada lluvia. Estas dos notas alternativas dan a la vega una dulzura melancólica que atrae. Hay en el blando paisaje algo de casto, de tímido, de recogido, de ruboroso; se adivina en esa profusión de viviendas medio escondidas entre su fiel maíz muchos amores tranquilos y sonrientes. Y si por algo faltaba a la suprema paz del valle, la naturaleza le ha cerrado, poniendo para defenderle, el bravo Naranco, armado de sus miles de morrudos robles. Esto en conjunto, de lejos. Poniéndose en contacto con la vega el encanto crece. Hoy, por ejemplo, hemos ido en higiénico paseo, dando pruebas de buenos andarines, desde la fábrica de fusiles hasta muy cerca del acueducto. Imposible trasladar al papel los mil detalles cogidos por los ojos y depositados en la memoria. Aquí una alameda de gigantescos árboles, allí un cercado de cambrones espinosos, allá el maíz con su caperuzas de paje italiano, acullá los plantíos de fastuosas coles, conos de heno para las reses, hórreos, caseríos, quintas de americanos, chimeneas de fábricas, ya un pedazo de tierra ruinosa que parece desmoronada adrede por un pintor, ya una acacia solitaria y, en lontananza, siempre las lomas de un verde jugoso que mantiene brillante la lluvia.
Sobre tal fondo produce un magnífico efecto el acueducto, constituido por cuarenta huecos con sólidos sillares obra de Juan de Cerecedo, reformado después por Gonzalo de la Bárcena, y ejecutada en el siglo XVI. Este gigante de granito es la única nota que altera la suavidad del paisaje. Considerando, sin embargo, su misión, bórrase hasta la más leve huella de dureza. La ciudad, metida en el centro de un ramillete de flores, necesitaba beber, y la dócil arquería de piedra que salta sobre el valle le era un hilo de agua desde el Naranco".
Entusiasta crónica que dibuja un Oviedo bucólico. Un Oviedo que los años han ido desdibujando en favor del crecimiento estrictamente urbano. Como titulaba Pérez Nieva el capítulo, una ciudad en un ramillete.
Un Oviedo que hay que reivindicar. Que debemos recordar. Que habría que intentar conservar. Y que jamás deberíamos olvidar.
http://suscriptor.lne.es/suscriptor/oviedo-opinion/2017/03/20/ciudad-ramillete/2075859.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario