Salamandras carbayonas
02.11.2015
Salamandras carbayonas
Carlos Fernández Llaneza
Va a ser verdad eso de que nunca te acostarás sin saber una cosa más. Y con asuntos ovetenses, tanto hay y tan variado que se me antoja imposible de abarcar y acabo diciendo como Sócrates: sólo sé que no sé nada. El caso es que hace tiempo que tuve conocimiento de una noticia curiosa: la existencia de una salamandra específica de Oviedo. La curiosidad y las ganas de saber prendieron la mecha.
En el Vallobín de los setenta que me vio crecer las fronteras entre lo urbano y lo rural se desdibujaban. Los praos, escenarios cotidianos de ocio, eran a la vez réplica perfecta del libro de ciencias naturales. Convivir con todo tipo de bichos era de lo más normal: renacuajos (cabezones) que por cientos se transformaban en ranas y sapos, esculibiertos, grillos, tritones y, por supuesto, salamandras o sacaberas que, haber, había y a montones.
Me sumerjo en los cajones del conocimiento para averiguar que fue en 1928 cuando José Bernárdez recogió en un talud de la estación del Vasco un ejemplar de salamandra que consideró singular y, tras enviarla para su estudio a Alemania, un grupo de expertos la catalogó como una nueva subespecie a la que dieron, como reconocimiento a su descubridor, el nombre de S.s. Bernardezi, aunque se la conoce más como "salamandra de Oviedo". El por qué de esta singularidad hay que buscarlo, probablemente, en la propia configuración de la ciudad medieval. El hecho de que Oviedo estuviera amurallado pudo favorecer el desarrollo de poblaciones de anfibios que, poco a poco, se fueran aislando unas de otras. Y bien porque abundaran en la época, bien porque era considerado un animal al que se le atribuían propiedades maravillosas como la capacidad de resistir al fuego, convirtiéndolo en la Edad Media en una animal tan fantástico como el unicornio y los dragones, no pasó desapercibido a los canteros y artesanos de la catedral; no en vano, vemos figuras de salamandras en un capitel del claustro catedralicio o en la sillería del coro.
Me pregunto si lo acontecido a este anfibio le podría haber pasado a algún autóctono que, gustoso de su morada, naciera, creciera y muriera intramuros, obviando, por gusto o necesidad, el mundo más allá de sus narices o murallas. Creo que no. Somos los ovetenses gentes de mente abierta, curiosos, ávidos de conocer mundo, de traspasar fronteras, de enriquecernos con la diversidad, con la multiculturalidad. Bueno, todos, todos... igual no; que ya se sabe que en Oviedo, como en botica, hay de todo... Pero seguro que nuestras salamandras, a las que a partir de ahora incluyo en la estantería de las curiosidades locales, son bichos muy orgullosos de su singularidad carbayona por una parte, y de su pertenencia al orbe salamandresco por otra.
Cuidado cuando anden por ahí, sobre todo en días lluviosos, no vayan a pisar una y cargarse, sin saberlo, un elemento tan peculiar y característico de la evolución biológica local. Avisados quedan.
http://suscriptor.lne.es/suscriptor/oviedo-opinion/2015/11/02/salamandras-carbayonas/1835581.html
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