jueves, 24 de abril de 2014

UN TROZO DE OVIEDO

http://www.lne.es/oviedo/2014/04/24/trozo-oviedo/1575507.html

El Otero

Un trozo de Oviedo

La evolución del actual barrio de San Pedro de los Arcos

24.04.2014 
Un trozo de Oviedo
Un trozo de Oviedo
Oviedo es un hermoso puzle de un montón de piezas. Y cada pieza, como teselas de un gigantesco mosaico, corresponde a un trozo de historia concreta que, engarzada una a otra, ha configurado la ciudad que es hoy. Cada pueblo del municipio, cada barrio, casi cada calle tiene su propia y, seguro, orgullosa narración. Y así, ni más ni menos, se escribe la historia con mayúsculas de una ciudad o de un país, un gran todo construido con un poco de muchos.
Ése es el caso del otrora San Pedro del Otero. Desde su milenario y privilegiado altozano vio la ciudad desperezarse a sus pies, crecer, romper sus murallas y estirarse, calle Uría adelante, hasta su propio regazo.
San Pedro fue un extraordinario testigo mudo del acontecer cotidiano y rutinario, las más de las veces, o de sucesos excepcionales y únicos que marcaron nuestros días a fuego.
Ya en época románico-visigótica es más que probable que existiera en ese otero una pequeña capilla, sencilla y humilde, sobre la que se construyó la iglesia, también modesta, con su espadaña que le daba ese aire de iglesia de pueblo, que precedió a la actual, edificada por Luis Bellido en 1910.
A sus pies crecieron los Arcos de los Pilares, que, durante siglos, llevaron el agua a una ciudad sedienta y creciente, y que le cambiaron el apellido para siempre del Otero a los Arcos.
Casi por su puerta pasó el mineral de hierro que se arrancaba en la entrañas del Naranco y que viajaba en un pequeño tren minero, por cuya caja, paseo de Valdeflora o pista finlandesa, caminan cientos de ovetenses a diario.
Su estratégica ubicación convirtió el lugar en posición codiciada tanto en octubre de 1934 como en la Guerra Civil de 1936, y por su toma o defensa se pagó un altísimo precio en la sangre de los que dejaron allí su vida. Su cementerio mucho puede contar de ese dolor, como el de tantos otros que sepultaron allí, durante generaciones, a sus seres queridos.
Pero igual que contemplaba sufrimientos y desconsuelo, también a su sombra se celebraron fiestas en honor a su patrón, y San Pedro se convertía por unas horas en punto de encuentro vecinal, de jolgorio y de diversión.
Casi como de su mano fueron creciendo barrios populosos como Vallobín, la Argañosa o Ciudad Naranco, y también, como una madre contempla irse a sus hijos cuando crecen, vio desgajarse de sí a las parroquias del Cristo, de San Francisco de Asís, San Antonio, San Pablo, la Merced, San José de Pumarín y San Melchor.
Y multitud de anécdotas más que tuvieron como escenario ese viejo otero, parte intrínseca de este Oviedo compartido que, con el paso del tiempo, ha quedado casi atrapado entre el crecimiento urbano, imparable e impasible, de una ciudad que trepa por las antiguas praderas en las que señoreaban las vacas de los vecinos de la Matorra y por las que los niños que éramos corríamos como almas que persiguiera algún diablo cuando en la pronta anochecida invernal salíamos del colegio recién estrenado, vecino también, cómo no, de este otero milenario.
Pues por esta historia, densa e intensa, pasaremos la mirada hoy en el ciclo de conferencias del Centro Asturiano, que, acertadamente, intenta poner el foco sobre este Oviedo tan variado e inabarcable. Será a las ocho de la tarde en el edificio del Naranco y en la que, por supuesto, estaré encantado de contarles algo más.

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