El Otero
La Cámara Santa, corazón de Oviedo
04.12.2013
Carlos Fernández Llaneza
Si, en sublime definición clariniana, la torre de la Catedral es un poema romántico de piedra, no sé si ser tan osado como para definir la Cámara Santa como un verso sereno, armonioso, completo. Ahora que se muestra desnuda, ahora que sólo exhibe el mudo silencio frío, ahora que sólo resuenan los ecos perdidos de los millones de miradas traídas por los peregrinos que venían a dejarse sobrecoger por esa fuerza extraña de la fe, la devoción popular, la tradición y la historia en esta Sancta Ovetensis; ahora es cuando la curiosidad me empuja a revolver entre las numerosas voces de los que se asomaron a esta Cámara Santa y recoger sus palabras. Las mías se quedan cortas, porque si hay un sitio en Oviedo que tiene fuerza por sí mismo es, sin duda, la Cámara Santa de nuestra Santa Iglesia Catedral Basílica Metropolitana de San Salvador de Oviedo. Veamos, pues.
A mediados del siglo XVIII un autor anónimo recoge, en unos manuscritos titulados "Timbres históricos de la ciudad de Oviedo", sus impresiones: "La capilla de San Miguel, que con toda llaneza, lobreguez y habatimiento (sic) a que está reducida, no sufre comparación con el más excelso edificio. Es la real, santísima y antiquísima Cámara, donde archivó el cielo y venera el mundo cathólico tan apreciables, innumerables y venerables reliquias, y oficina donde se tiene por cierto, labraron los Santos Ángeles aquella Cruz prodigiosa que adoramos en ella como premio interminable a la devoción y celo del santo y casto Rey Dn. Alonso el segundo. Con todo el habatimiento de esta pieza (que por lo mucho que encierra no disonara llamarla celestial) no la permuta Asturias por los más decantados y sumptuosos edificios de la tierra, y cedan los poetas sus delirios en los engaños de su exhaltación, embarazando el curso de las nubes con la elevación de sus torres, pirámides, obeliscos para havitación de los dioses, que es muy falso que exceda ninguno, por la felicidad de su destino, en toda la inmensidad que el mundo ocupa".
El escritor francés Alfred Germond de la Vigne (1812-1896) decía: "En la antigua capilla de San Miguel se conservan reliquias de los santos que constituyen el honor y la gloria de la Catedral de Oviedo".
Pascual Madoz (1845-1850) afirmaba: "La entrada al vestíbulo de la Cámara Santa tiene un magnífico arco ojival tan bien conservado como si en él acabara el artífice sus últimas cinceladas".
Para el barón de Davillier (1823-1883), "la parte más interesante de la Catedral es la Cámara Santa, que, según dicen, contiene tantas reliquias como las demás iglesias de España reunidas".
Ciriaco Miguel Vigil (1819-1903) dejó escrito en su "Asturias monumental, epigráfica y diplomática": "En esta capillita es donde se depositaron joyas tan preciosas salvadas de la rapacidad de las huestes sarracenas, después de haber estado resguardadas en altos y fragosos montes, tres leguas distantes de la ciudad, que desde entonces conserva el nombre de Mont-Sacro".
Walter Starkie (1894-1976), escritor e hispanista irlandés, afirmaba: "Pocos santuarios hay en el mundo de proporciones tan modestas y tan pequeño, pero que contenga tantos tesoros inapreciables como la Cámara Santa. Es una sorpresa para el peregrino descubrir que esta incomparable capilla resume la historia de Asturias, que en sus épocas primitivas estuvo tan estrechamente relacionada con el mundo. Es un museo de obras de arte y un relicario del período heroico de la Iglesia".
Bellmunt y Canella, en 1895, la definen como: "De esbeltas pilastras de mármol en las cuales están tallados los doce apóstoles, dos en cada pilastra, con su bóveda de delgados nervios, airosa y admirablemente proporcionada".
Rubén Darío (1867-1916) también se asombró: "Sabía yo que la Catedral de Oviedo poseía un tesoro de reliquias más rico que el de cualquier basílica italiana o que el de Nuestra Señora de París, y que entre las cosas que aquí se encuentran las hay extraordinarias".
Federico García Lorca, en su visita a Asturias con La Barraca en 1932, también la elogiaba: "Esa Cámara Santa es un verdadero museo, valiosísimo, si no por la cantidad, por la calidad de lo que en ella se guarda. Un verdadero tesoro de un triple valor: religioso, histórico y artístico".
En tiempos y protagonistas más recientes, inicio de la década de los setenta, leemos las apreciaciones de la ovetense Dolores Medio: "Prepárese el viajero para retroceder más de un milenio en la historia. Al penetrar en la Cámara Santa, piedras, imágenes y reliquias de un tiempo perdido ya en el tiempo le darán la bienvenida".
También el escritor y periodista asturiano Juan Antonio Cabezas recogió, en su obra "Asturias, biografía de una región", sus impresiones: "La Cámara Santa y, dentro de ésta, el Arca de las reliquias, que es como una almendra esencial, con perfume de estética y creencia, dentro de todo este complejo de estilos arquitectónicos, artesanías diversas, tradiciones orales y escritas, privilegios reales, fórmulas litúrgicas y devoción popular que forman la Catedral de Oviedo".
Y, por último, cómo no, nuestra cronista, Carmen Ruiz-Tilve, tiene su propio juicio al afirmar que "en cierto modo, podríamos decir que la Cámara Santa, su contenido simbólico y la devoción que atrajo hacia sí durante siglos, fue el verdadero embrión de esta ciudad para hacerla, ya para siempre, importante y principal".
Difícil expresarlo mejor. Que siga muchos siglos siendo lo que fue, milenario corazón de la ciudad, y que el eco de los siglos nos permita seguir oyendo aquella antigua antífona que recitaban, en latín, los canónigos claveros: "Cuerpos de santos: fueron sepultados en paz y sus nombres perviven eternamente".
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